Para Nina Smith, el verdadero pecado de la carne… era que no hubiera ninguna para comer. Y de eso sí sabía mucho. Había pasado suficiente trabajo en la vida a su corta edad, como para que un momento incómodo con un desconocido sexi no le quitara el sueño.
Que un hombre como aquel se encaprichara con ella era casi un elogio, pero hacerle la maldad de dejarlo desnudo en un callejón, era suficiente como para alegrarle las dos semanas que pasaría alejada de sus amigos.
Por suerte Jayden la conocía lo suficiente como para ir directamente a hablar con Gerry Kent, el otro socio del club, en cuanto la había visto salir. Y como los pedidos de tragos que Nina generaba eran escandalosos, Gerry dio el asunto por zanjado con independencia de lo que pudiera suceder entre ella y Jake. Eso sí, fue lo bastante inteligente como para pedirle a Jayden que la volviera a llevar al menos un par de veces al mes. Negocios eran negocios.
Nina había recogido las pocas cosas que llevaría y se había subido a la camioneta de los empleados de la mansión Lieberman que iban a la casa del lago. Pero a diferencia del resto, que se quedaban en la residencia de empleados, el señor Theodore Lieberman había insistido en que durmiera en la casa principal, a menos de tres puertas de distancia de la suya.
Precisamente Nina terminaba de darle una última revisión al monitor del señor Lieberman antes de acostarse, porque últimamente su saturación de oxígeno bajaba mucho en las noches, cuando sintió que alguien se colaba en la casa por la puerta de la terraza. Por suerte o por desgracia, su instinto era siempre golpear primero, y no paró hasta que sintió el cuerpo fuerte que la inmovilizaba contra la pared mientras voceaba su identidad.
«¡Mierd@, le acabo de dar una paliza al hijo del dueño!», gruñó mentalmente mientras las luces se encendían. Pero a diferencia de Jake, que trataba de justificarla ante su madre, ella sí lo miró. No supo qué parte de su cuerpo se tensó primero, pero parecía que últimamente estaba destinada a estar pegada a aquel hombre.
—¿¡Nina!? —su nombre salió de su boca entre la sorpresa y el disgusto.
—¡Tú…! —siseó ella, que esperaba cualquier cosa menos encontrárselo allí.
—¡¿Ustedes se conocen?! —la pregunta de Meredith estaba tan cargada de enojo que los dos volvieron la cabeza.
—Tuvimos un encuentro desafortunado ayer por la noche —respondió Jake, porque no estaba dispuesto a dar más explicaciones.
—¿En serio, desafortunado? —murmuró Nina solo para él—. Y yo que me sentí con tanta suerte…
Jake gruñó a cinco centímetros de su boca, estaba a punto de desatar el escándalo que le hervía dentro cuando la voz chillona de su madre volvió a interrumpirlos.
—¿Y qué le pasa? ¿No puede pararse sola que la estás tocando tanto? —protestó Meredith y Jake puso los ojos en blanco con un gesto de fastidio, apartándose de Nina.
—¿Nos puedes dejar a solas un minuto, madre? —medio pidió y medio ordenó.
—¡Ni uno, ni medio! Tú y yo tenemos que hablar, Jake, ¡ahora! —demandó Meredith subiendo de nuevo la escalera—. ¡Ahora, hijo!
Jake respiró hondo para no ponerse a gritar, porque tal parecía que en aquella familia nada cambiaba, nunca.
—¡Esto no se ha terminado! —siseó él en dirección a Nina mientras ella daba palmaditas con tono sarcástico.
—¡Chop, chop, chop! Caminando detrás de mamita —lo provocó y en cuanto lo vio perderse por las escaleras se dejó caer en uno de los sofás—. ¡Mierd@, Nina…! ¿por qué tienes que ser tan bocona? —protestó con un puchero—. Ya la vida es demasiado difícil con esa vieja bruja… ¡y ahora también te peleas con el hijo…! —suspiró con dramatismo porque su carácter no le permitía otra cosa—. ¡Maldita casualidad! Casi era mejor que le hubiera dejado hacerme el favor… Total, si es que está para comérselo… ¡Pero no! ¡No, Nina, porque de ahí segurito se agarraba la vieja bruja para decir de nuevo que andas detrás de su puñetero dinero! ¡Así que alejadita! ¿Eh? ¡A tres metros de distancia! ¡Que corra el aire…!
Fue regañándose o dándose ánimo desde la sala hasta su cuarto, pero al final no podía solucionar nada. Había empezado con el pie equivocado con el hijo del señor Liberman…
—Jake… —murmuró saboreando el nombre, era sexi.
Y si ya la esposa neurótica le hacía la vida imposible, no imaginaba lo que sería su vida con aquellos dos confabulados.
Se acostó mirando al techo, preguntándose si podría dormir esa noche sabiendo que lo tenía tan cerca, pero al final el sueño logró vencerla. Si hubiera sabido que a cuatro puertas de ahí se libraba una batalla campal por ella, no habría pegado los ojos.
—¡Esto es lo que faltaba! ¡Que esa niña estuviera dando vueltas como una vigilante nocturna! ¿Qué diablos le importa a ella si hay ladrones o no…? —despotricaba Meredith—. ¡Si hubiera llegado a romper algo valioso te juro que la hacía echar!
Jake se apoyó en el escritorio de la habitación de su madre, y sabía que podían hablar con libertad porque hacía años que sus padres no compartían la cama. Quizás por eso Meredith estaba peor que nunca.
—¿Tú conoces a la mosca muerta? —escupió y él se mordió la mejilla por dentro, pensando en cómo dar la menor información posible.
—Tuvimos un desacuerdo por un taxi —mintió.
—¡Y seguro porque ella trató de quedarse con él! ¿No es verdad? —Aquel veneno, sobradamente conocido para Jake, le salía a Meredith hasta por los poros—. ¡Eso es lo que quiere! ¡Quedarse con tu padre… y con las cosas de tu padre! ¡Con todo lo que es nuestro, hijo…!
—¡A ver! Para empezar ¿quién demonios es? —la interrumpió Jake, que no estaba para un despliegue de toxicidad a aquella hora de la noche.
—¡Es la acompañante médica de tu padre! Que es la forma bonita de decir que es su amante, que lo sigue a todos lados como si fuera un cachorro perdido, ¡y él no puede dejarla fuera de su vista porque le dan como ataques! ¡Hasta se está quedando aquí en la casa con nosotros!
—¿También vive con ustedes en Nueva York? —preguntó él. Había escuchado que vivía con el barman o algo así.
—¡No, por Dios, claro que no! —rezongó Meredith—. Debe vivir en algún tugurio, porque ya investigué y tu padre no ha rentado nada para ella… aunque no me sorprendería que lo hubiera hecho a nombre de otro, porque esa maldit@ es capaz de sacarle lo que quiera…
Jake respiró hondo intentando sacar lo real de aquella paranoia, pero no parecía fácil.
—¿Quieres decir que le ha sacado dinero a papá? —preguntó.
—¿Dinero? ¡Más que dinero! ¡Le sacó una carrera completa! ¡Tu padre pagó todos sus estudios!
—¿Es doctora?
—No, solo es una enfermera muerta de hambre que se le metió por los ojos a tu padre hace dos años… ¡pero te juro, Jake, te juro que el bastardo de tu padre se la está tirando! ¡No me cabe duda!
Jake se quedó pensativo. No sabía si la creía o no capaz de ser la amante de un hombre casado, pero al menos eso le daba sentido al hecho de que no quisiera acostarse con él… O a lo mejor solo era su ego herido el que hablaba… De lo que sí estaba seguro era de que su padre había cedido a todas las crisis de celos de su madre durante años, había permitido que se deshiciera de todas las mujeres cercanas a él, lo mismo amistades que empleadas; así que el hecho de que Theodore Lieberman no hubiera cedido en despedir a Nina significaba algo.
—¡Tienes que ayudarme, Jake! —Su madre le tomó las manos y Jake pudo ver aquella mirada suplicante y atormentada— ¡Tienes que ayudarme a echarla!
—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué la saque de los pelos?
—¡Pues haz lo que tengas que hacer! ¡Pero sácala de aquí de una buena vez!
—Las cosas no funcionan así, madre. Mañana voy a hablar con papá…
—¡Pero…!
—¡Pero nada! Es de madrugada, el viejo está durmiendo, y yo estoy cansado. Y si crees que la mejor estrategia para lograr lo que quieres es haciendo un escándalo a las dos de la mañana, es porque no nos conoces a ninguno de los dos. —Caminó hasta ella y le dio un beso en la mejilla—. Mañana hablamos —murmuró y salió de aquella habitación mientras Meredith se quedaba atrás con los puños apretados.
Jake podía identificar plenamente cuando estaba a punto de estallar, así que prefería retirarse a tiempo. Además, había una damisela que tenía que darle muchas explicaciones.
Abrió sigilosamente puerta por puerta hasta que se encontró con aquella figura, dormida y despeinada. Cerró tras él con seguro y se acercó a la cama ahogando sus pasos en la alfombra, y antes de que Nina se diera cuenta, ya había rodado por el suelo mientras Jake sacaba la sabana de debajo de su cuerpo de un tirón.
—¡Pero qué dem…! —gruñó sobresaltada, agazapándose como una fierecilla al otro lado de la cama y mirando a Jake, que lanzaba la sábana al suelo.
—Hola, cínica —saludó Jake con la sonrisa bailándole en los ojos—. Aunque creo que a eso podría sumar «mentirosa», «calculadora»…
—¡Oye! Tú lo dijiste: todo se vale —respondió Nina levantándose y encogiéndose de hombros—. Además ¿por qué mentirosa? Te dije que te iba a hacer algo que ninguna mujer te había hecho… ¡y estoy segura de que en eso no te engañé!
Jake rodeó la cama para acercarse a ella, pero Nina no se movió ni un centímetro.
—¡Llamaste a la policía! ¡¿En qué maldito tiempo llamaste a la policía?! —gruñó.
—¡En ninguno! Siempre hay una patrulla al inicio de ese callejón —respondió Nina—. La zona está llena de antros, prostitutas y droga, así que siempre están vigilando… pensé que lo sabías.
—¿En serio…?
—¡Te lo juro! —Nina levantó las manos en gesto de rendición, pero parecía demasiado divertida para el gusto de Jake.
—Bueno… digamos que te creo. Aun así me debes una grande, porque me hiciste pasar la noche en la cárcel.
—Y te la pagaré con mi eterna amistad… pero no esperes que termine lo que empezamos anoche, porque eso no va a suced…
Las palabras eran determinantes, pero Jake las mató directamente en su boca, cuando la asaltó, envolviéndola en sus brazos antes de que pudiera reaccionar. Tomó sus labios con posesividad, apretándola, haciendo que se arqueara contra él mientras su lengua la exploraba, la sometía. Tenía la boca pequeña, la lengua traviesa y el cuerpo febril. Era perfecta.
Una de sus manos se aferró a los cabellos de su nuca y la obligó a echar atrás la cabeza, abrirse para él, y no la besó, la devoró hasta que la hizo exhalar un gemido involuntario que le arrancó una sonrisa de satisfacción.
—Te gusto —y era casi una acusación.
—Jamás he dicho lo contrario —respondió Nina mientras sentía las manos de Jake colándose por debajo de su pijama y recorriendo su espalda desnuda.
—Pero te gusta jugar…
—No contigo.
—¡Especialmente conmigo!
—Suéltame, Jake…
—¿Por qué? —murmuró él contra la piel suave de su garganta y Nina se estremeció.
Podía sentir cada músculo tenso de sus brazos, rodeándola; cada perfecto músculo de su pecho apretándose contra los suyos. Podía sentir cada centímetro de piel que su lengua lograba conquistar. La hacía sentirse débil, ligera, casi ebria. Su piel era un mar se sensaciones y tenía todas las ganas de mundo de dejarse llevar, de responderle… pero no podía. Era el hijo de Theo. Era el hijo de la vieja bruja.
Podía desearlo con el alma, pero no podía estar con él.
Y Jake se dio perfecta cuenta de eso.
Le gustaba, era evidente. Estaba derretida entre sus brazos, perdida en su boca, y aun así se seguía resistiendo. ¿Por qué, maldit@ fuera, si él la deseaba como un desesperado?
—Jake, suéltame… —La escuchó murmurar y el subconsciente lo traicionó.
—¿Por qué? No puede ser mejor acostarte con mi padre que conmigo…
Se arrepintió en el mismo momento en que aquellas palabras salieron de su boca. Era una estupidez, lo sabía, un rezago de la mala vibra de su madre, pero ya lo había soltado. Esperó la bofetada, sabía que se la merecía; esperó la indignación, los gritos… pero nada de eso llegó. Y cuando Jacob Lieberman abrió los ojos, lo que encontró en los de Nina fue mil veces peor. Una mezcla de decepción con desprecio que la muchacha ni siquiera se molestaba en disimular. —¿Eso te mantiene la autoestima en su sitio? —le escupió con una serenidad horripilante—. ¿Creer que si no quiero acostarme contigo, no es por ti mismo, sino porque me estoy acostando con tu padre? Jake apretó las mandíbulas y negó. —Lo siento, fue una estupidez dec… —¿Sabes qué? Hasta ahora tu arrogancia casi había rayado en lo sexi, pero en este justo momento solo eres un imbécil pedante que no sabe controlar su ego. —Nina… —Será mejor que me sueltes —sent
Nina suspiró con aburrimiento. Odiaba aquel tipo de fiestas: todo el mundo estirado, agarrando las copas con las puntas de los dedos como si fueran dioses… ¡Y al final eran tan trágicamente mortales que no podían evitar caer en las peores tentaciones! Había pasado media noche escapando de un imbécil con complejo napoleónico, que no dejaba de sonreírle como si fuera irresistible. Y de verdad lo era, pero no en el buen sentido. Por suerte o por desgracia, aquel gesto incómodo en la expresión de Theodore fue su carta de salida. Se acercó a él y esperó a que se quedara solo para hablarle. —¿Te sientes mal? El viejo negó con cansancio. —Son estas maldit@s cenas llenas de estúpidos, que me ponen incómodo —murmuró. —Cualquiera diría que estabas acostumbrado. —Precisamente. Pero ya hasta dolor de cabeza me dan. —¿Quieres venir conmigo al despacho por un calmante? Tengo autorización para secuestrarte siempre que sea por motivos
Increíblemente, aquel «OK» que salió por entre los labios apretados de su hijo, logró calmar a Theodore Lieberman. Jake siempre había sido un espíritu rebelde, pero cuando acordaba algo, aunque lo hiciera a regañadientes, siempre cumplía con su palabra. Lo vio salir de la casa con el mismo paso firme de cuando se frustraba y fue a buscar a la otra contendiente. Al parecer los conocía bastante a los dos para saber cómo reaccionarían, y tal como había esperado, Nina estaba anidando en su sillón del despacho. —¿Mal día? —preguntó con un suspiro, mientras se sentaba frente a ella. La muchacha hizo un puchero involuntario y se encogió de hombros. Estaba cansada, malhumorada y sabía absolutamente todo lo que había hecho mal. —Escucha, Nina, sé que todavía estás incómoda por lo que sucedió anoche, o los últimos días… o los últimos dos años… ¡yo qué sé! —Se agobió Theodore—. Pero no la pagues con Jacob, por favor. —No fue mi intención ser gros
Desesperado, ansioso, agobiado por cada mal pensamiento que había en el mundo. Esa era la descripción perfecta para Jacob Lieberman cuando se dio cuenta de que Nina estaba desaparecida. Porque por desgracia esa era la palabra: estaba desaparecida. —Pero ¿cómo no se te ocurrió buscarla? —le reclamó Jake a su padre mientras se mesaba los cabellos. —Bueno yo… pensé que estaban tratando de llevarse bien… —murmuró Theodore. —¿Durante todo el día? ¿Crees que Nina se hubiera olvidado de ti todo el día? El rostro de Theodore se ensombreció porque su hijo tenía razón, Nina jamás había pasado más de dos horas sin revisarlo. Pero él tenía tantas cosas en la cabeza que simplemente se había encerrado en el despacho y había evitado hablar con nadie. ——¡Pues no me di cuenta, hijo, no me di cuenta! ¿Qué quieres que te diga…? —se desesperó—. ¡Pero vamos a buscarla, vamos! Jake no se lo hizo repetir. A grandes zancadas llegó hasta la habitación
Jake sabía lo que tenía que hacer… o al menos creía que lo sabía. Cuando el suelo de madera se hundió bajo sus pies, supo que el peso de todo aquello caería sobre Nina; y también supo que tenía una resistencia de agua aproximadamente de seis metros para frenar todo lo que se hundía, en especial el mueble. La linterna parpadeó un par de veces antes de apagarse completamente en la oscuridad del agua, pero fue más que suficiente para encontrarla y pasar un brazo alrededor de su torso. Sacarla por arriba era imposible, y antes de dejar que se ahogara lentamente, era mejor intentar salir por el agua. Aquellos cuatro metros por debajo de la casa, sorteando escombros hacia el trozo de luz que desprendían las farolas del muelle, se le hicieron a Jake absurdamente eternos. Pataleó con toda la fuerza que tenía, peleó para llegar a la superficie y dio gracias a Dios porque ninguno de los escombros los lastimara demasiado. Su boca se abrió desesperadament
Diez minutos. No parecía demasiado tiempo, pero diez minutos eran infinitos si veías a alguien que amabas colapsar frente a tus ojos. Y para Jake era la segunda vez en el mismo día. ¿Cómo Nina tenía el pulso para enfrentar aquello después de casi morirse ella misma hacía menos de media hora? Él no tenía ni idea, pero lo cierto era que allí estaba, batallando para sacar a su padre de una evidente crisis. —¡Vamos, Theo, ayúdame! Tienes que tranquilizarte… Respira despacio… eso. —Le hizo un gesto a Jake para que le alcanzara el tanque de oxígeno que guardaba en uno de los muebles y lo conectó a la mascarilla antes de ponérsela al anciano—. Eso, Theo. Respira despacito. Ya viene la ambulancia. La mirada de Theodore la recorrió a ella y luego a Jake y su hijo le tomó una mano. —Está bien, viejo. Ella está bien. No le pasó nada —le aseguró. —¿T-tú…? —balbuceó su padre. —¿Yo? ¡Yo estoy entero! Los dos estamos bien, ¿de acuerdo? Tienes
Ver a Theodore Lieberman sedado, ojeroso y tan deteriorado de salud, era probablemente una de las cosas que Nina más había sentido en su vida. Había apreciado a algunas personas, quería a Jayden, pero a Theo lo adoraba. En poco más de dos años aquel anciano se había convertido en lo más parecido a un padre que la muchacha había tenido en su vida, y saber que le quedaban solo unos pocos meses con él le rompía el corazón. Pero peor que eso era que le pidiera que no le dijera nada a Jake. Ocultárselo a la bruja de su mujer no le molestaba, pero Jake era otra cosa. Nina lo había creído un patán arrogante, pero le había demostrado ser mucho más que eso. La verdad era que ni siquiera se entendía cuando estaba con él, era como vivir en una montaña rusa constante, pero al menos creía que era una buena persona. —Yo no… no puedo ocultarle esto a su familia —murmuró mientras uno de los médicos, que tenía el apellido Mason bordado en la bata médica, apuntaba los valores
No había gesto, expresión o mueca que pudiera exteriorizar todo lo que Jake estaba pensando en ese momento. ¡Era una loca! ¡Aquella mujer tenía que ser una puñetera loca! O mejor dicho, siempre lo había sido, pero últimamente parecía que tenía perdido hasta el último tornillo. Miró a Nina, cuya expresión era absolutamente neutral. No movía ni un solo músculo, no decía ni una sola palabra. —Nina… —No pasa nada —murmuró ella, pero en contradicción a sus palabras, sus nudillos de habían puesto lívidos de apretar con tanta fuerza la baranda de la terraza. —¡Sí, sí pasa! ¡Y créeme que esto no se va a quedar así! —gruñó mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el pequeño estudio que tenía su madre. ¡Solo Dios sabía por qué si esa mujer no había trabajado en su vida! Una parte de Nina estaba complacida por el escándalo que vendría, pero la otra solo estaba preocupada de que fueran a poner a Theodore peor de lo que ya estaba, así que salió