Connor estaba en el quinto sueño cuando su teléfono comenzó a sonar, pero contestar ya era un acto reflejo para él, y por suerte lo hizo, porque al otro lado de la línea escuchó la voz contenida de Jacob.
—¿Connor?
—¿Jake? ¿Qué pasa? —preguntó medio dormido.
—Necesito que vengas por mí.
Connor miró la hora en su reloj y bufó con fastidio.
—¡No jodas, Jake! ¡Son las tres de la madrugada! ¡Toma un maldito taxi…!
—Estoy en la comisaría, en el Precinto 64 —gruñó Jake interrumpiéndolo y Connor se sentó en la cama de golpe.
—¿Tienes un cliente? —Fue lo primero que le llegó a la cabeza, pero las siguientes palabras de su amigo lo descolocaron.
—Estoy preso.
—¡¿Preso?! ¡¿Cómo que preso, Jacob?! —exclamó Connor lanzándose de la cama—. ¿Por qué?
—Eso te lo digo cuando llegues. Tú trae dinero para pagar una multa…
—Pero una multa ¿por qué?
—¡Maldita sea, Connor Sheffield! ¡Tráete dinero y ven de una jodida vez! —exclamó Jake a punto del colapso—. Y… tráeme ropa —gruñó antes de colgar.
Connor abrió la boca para decir algo más, pero se quedó atónito al escuchar el tono vacío en el celular.
—¿Ropa…? ¿Cómo ropa…? —habló consigo mismo, arrugando el ceño, pero de repente todas las piezas parecieron caer en su lugar, y la carcajada estentórea que le salió retumbó por todo el cuarto.
Tomó algunas prendas y se dijo que Jake debía agradecer que tuvieran la misma altura. Se subió a su coche y llegó al Precinto 64 antes de que pasara otra hora. Para las cinco de la madrugada, por fin se detuvo frente a la celda donde tenían a Jake, que estaba enfurruñado y envuelto en una manta en un rincón del pequeño camastro.
—Tuvo suerte de que me lo trajeran a mí —dijo el Capitán de la policía—, y de que ustedes sean un despacho de renombre, o de lo contrario este asunto no terminaría aquí.
—Este asunto queda muerto y enterrado en esta celda, Capitán —dijo Connor con seriedad girándose hacia él—. Y será mejor que no trascienda, porque Sheffield & Lieberman se enorgullece de estar del lado de la policía. No quisiéramos que eso cambiara.
Por toda respuesta el gordo capitán bufó, entregándole las llaves de la celda, y Connor entró, mordiéndose los labios para aguantar la risa. Se sentó al lado de Jake y le extendió una pequeña bolsa con ropa.
—Acabo de pagar tres mil dólares en sobornos y una multa de cinco mil dólares por Intoxicación Pública… —empezó, pero Jake lo miró con indignación.
—¡Yo no estaba intoxicado! ¡Ni asomo de borrachera! —gruñó.
—¡Pues era eso o una multa por Exhibicionismo! ¡Así que tú me dices cuál de las dos quedará mejor en tu currículum! —replicó Connor—. Por suerte convencí al Capitán de que sufriste de un colapso nudista y que no se volverá a repetir.
—¡No tuve un m@ldito colapso nudista! ¡Fue esa bruja! —gritó Jake y Connor se cruzó de brazos, haciendo un esfuerzo mayúsculo por no reírse—. Me sedujo, me llevó al callejón, me toqueteó… ¡Y se llevó mi ropa! —exclamó Jake levantando el puño con rabia y Connor vio asomar por un lado un trozo de tela negra.
—¿Y eso qué es?
—¡La prueba del delito…! ¡Tengo sus bragas! —sentenció Jake.
—Bien, pero no las huelas delante de nadie, que yo ya no te vuelvo a sacar de la cárcel —replicó Connor—. A partir de ahora mantén tus fetiches en privado.
Jake abrió mucho los ojos y la boca, sin saber si Connor se estaba burlando de él o lo decía en serio.
—¿Pero te crees que esto es un juego? ¡Esa mujer abusó de mí!
—¡A ver, a ver, a ver! —Connor tuvo que reírse porque ya no podía más—. ¿Tú me estás diciendo que esa chiquilla que yo vi en la barra te tendió una trampa? ¿A ti? ¿A Jacob Lieberman? ¿Te llevó a un callejón, te desnudó, y llamó a la policía sin que te dieras cuenta?
—¡Exacto!
Connor se pasó la mano por la cara y puso los ojos en blanco.
—¡Pero Jacob, si esa muchacha no parece ser de las que rompe ni un plato!
—¡Tienes razón! ¡Ella no rompe un plato! ¡Ella es de las que se carga toda la put@ vajilla! —exclamó Jake sacando toda la frustración que tenía, y su amigo se puso de pie, porque si se quedaba más tiempo se orinaría encima.
Jamás en todos los años de conocerlo había visto a Jake tan descompuesto, pero también era cierto que no estaba acostumbrado a que se burlaran de él. El gran abogado Jacob Lieberman había caído ante una chiquilla peleonera. ¡Eso era noticia de primera plana!
—Bueno ya, mejor vístete y larguémonos de aquí.
—¿Me das un poco de privacidad? — Jake se puso digno.
—¡Ay por favor! ¡Ya te ha visto el cul0 toda la policía de Nueva York! Para ti nunca más habrá privacidad…
Sus hombros se movieron con una risa agónica y salió de la celda antes de que Jake le diera un puñetazo por andarse burlando de su dolor.
Finalmente a las seis de la mañana se sentaron en el despacho de Sheffield & Lieberman, y Jake sintió que recuperaba energía después del fiasco que había sido aquella noche.
Estaba a la mitad del café colombiano más cargado que se había tomado jamás, cuando su teléfono comenzó a sonar. Milagrosamente lo habían encontrado en sus pantalones, dentro de uno de los contenedores de basura del callejón, aunque cuando vio el número en la pantalla no supo si eso era algo bueno.
Respiró hondo, porque una conversación con Meredith Lieberman nunca era agradable, y apretó el botón para recibir la llamada.
—Mamá… ¿Cómo estás?
—¿Jacob? Hijo estamos bien, solo quería preguntarte cuándo vas a llegar. Estamos a punto de irnos —dijo la voz impaciente de su madre al otro lado.
—Escucha, sobre eso… creo que será mejor que los vea cuando regresen de la casa del lago —le dijo. No tenía ningunas ganas de lidiar con su familia en aquel momento—. Además no me da tiempo alcanzarlos ahora…
—¡No, Jake! ¡Tienes que venir con nosotros! No me importa si llegas esta noche o mañana, pero tienes que venir. ¡Ya no puedo más con lo que está pasando!
Jake presionó el botón del altavoz y lanzó el teléfono sobre la mesa mientras se llevaba dos dedos al puente de la nariz. Amaba a aquella mujer con toda su alma, pero era agotadora.
—¡Mamá, por Dios! ¡Para ti no existe una sola mujer que no sea amante de mi padre! —gruñó con fastidio—. A estas alturas ya lo que tienes es pura paranoia.
—¡No esta vez…! ¡Esta es diferente…!
—Todas lo eran, mamá —replicó Jake.
Había crecido entre gritos, escenas de celos y maltrato verbal entre sus padres. Cualquier psicóloga le hubiera dicho que de ahí venían todos sus problemas con el compromiso, o el hecho de no haber tenido jamás una relación que durara más de una noche. Pero lo cierto era que no importaba. La única mujer que realmente amaba en el mundo era tan tóxica que si hubiera sido un hombre supersticioso, habría creído que le había provocado el cáncer a su padre solo con la fuerza de su negatividad.
—¡Hijo, escúchame…!
—¿Se te olvidó que jodiste tanto al viejo hasta que cada uno de sus asistentes fue un hombre? ¡Poco te faltó para hacerlo gay, por Dios!
—¡Pero esta es diferente! ¡No logro que la saque! ¡Ya van dos años, Jake, dos años desde que tu padre se enfermó, y esa mosca muerta sigue aquí! —exclamó su madre—. ¡Te juro que se está acostando con él! ¡Tienes que venir!
Connor hizo una mueca de incomodidad y Jake le pidió paciencia a todos los dioses.
—Está bien, madre, pero prefiero irme solo. Ya llegaré esta noche o mañana —siseó antes de despedirse—. Ahí nos vemos.
Colgó la llamada y maldijo por lo bajo.
—¡Demonios! Soy el único abogado en el planeta al que sus clientes no le dan trabajo. Mi vida personal está diez veces más jodida —gruñó.
Pero lo cierto era que no podía hacer nada. Al final para eso había ido a Nueva York, para pasar tiempo con su familia, y por el tono de su madre, esa familia estaba a punto de entrar en otra de sus crisis.
Se despidió de Connor y se fue a su departamento, a dormir como un oso hasta que atardeciera, porque no había dormido nada la noche anterior y le esperaban tres horas de viaje en carretera.
Hubiera querido descansar, pero el gesto de aquella chica sacándose las bragas lentamente se le coló en los sueños, y aquella última sonrisa por encima del brazo del policía… esa sonrisa que era un desafío abierto… Bueno, digamos que la recordó más de lo que quería.
—Pero ya me encargaré de encontrarte… solo deja que regrese —murmuró mientras subía la maleta a su coche y salía de la ciudad.
Manejar de noche era una elección perfecta, porque además de ahorrarse el tráfico, también llegaría a la casa del lago a media noche, sin nadie que lo recibiera, ni pompas, ni sermones. Nadie estaría despierto, y él podría relajarse al menos un poco.
Apenas atravesó la reja de la entrada, recordó por qué le gustaba tanto aquel lugar. Era el único refugio que había tenido cuando era un niño, y por suerte a ninguno de sus padres le había molestado que él pasara allí largas temporadas, solo.
La mansión era inmensa, pero su preferida era la casita sobre pilotes en el agua, aunque hacía años que tenía peligro de derrumbe de lo vieja que era. Estacionó la camioneta, dejó la maleta en la puerta y rodeó la casa porque sabía que el ventanal del fondo, el que daba al lago, siempre estaba abierto.
Tanteó el cristal y lo corrió, adentrándose en la oscuridad de la terraza interior, y estaba a punto de tomar el camino hacia la puerta cuando el sonido de pasos ahogados en la alfombra lo hizo darse la vuelta… pero no demasiado a tiempo.
Sintió el primer golpe sobre las costillas, pero no tan fuerte como para no darse cuenta de que era una mujer.
—¡Soy Jake! —gritó mientras encajaba el segundo golpe de lo que parecía un palo de golf—. ¡Soy Jake! —Pero al tercer golpe se dio cuenta de que no iba a parar y se lanzó contra ella, levantándola por la cintura.
El impulso los llevó contra una de las paredes mientras ella forcejeaba y él intentaba quitarle de las manos el m@ldito palo de golf.
—¡Soy Jake Lieberman! ¡El hijo de Theodore! ¡Maldita sea! ¡Soy Jake Lieberman!
La mujer paró en el acto y él lanzó lejos aquella arma homicida, respirando bruscamente, jadeando mientras ella intentaba también recuperar el aliento. Probablemente era una de las pobres chicas del servicio y debía estar más asustada que él, que la tenía apretada contra la pared.
Dos segundos después las luces del salón se encendieron y la figura molesta de Meredith hizo que Jake volviera la cabeza.
—¿¡Qué está pasando aquí!?
Jake sintió el cuerpo de aquella mujer tensarse inmediatamente y su primer instinto fue justificarla.
—No pasa nada, mamá, la muchacha pensó que era un ladrón… —murmuró mirándola, y de repente se quedó mudo.
Frente a él, rígida y sorprendida, acorralada entre su cuerpo y la mampostería, estaba su tormento personal.
—¡¿Nina?!
—¡Tú…!
Para Nina Smith, el verdadero pecado de la carne… era que no hubiera ninguna para comer. Y de eso sí sabía mucho. Había pasado suficiente trabajo en la vida a su corta edad, como para que un momento incómodo con un desconocido sexi no le quitara el sueño. Que un hombre como aquel se encaprichara con ella era casi un elogio, pero hacerle la maldad de dejarlo desnudo en un callejón, era suficiente como para alegrarle las dos semanas que pasaría alejada de sus amigos.Por suerte Jayden la conocía lo suficiente como para ir directamente a hablar con Gerry Kent, el otro socio del club, en cuanto la había visto salir. Y como los pedidos de tragos que Nina generaba eran escandalosos, Gerry dio el asunto por zanjado con independencia de lo que pudiera suceder entre ella y Jake. Eso sí, fue lo bastante inteligente como para pedirle a Jayden que la volviera a llevar al menos un par de veces al me
Se arrepintió en el mismo momento en que aquellas palabras salieron de su boca. Era una estupidez, lo sabía, un rezago de la mala vibra de su madre, pero ya lo había soltado. Esperó la bofetada, sabía que se la merecía; esperó la indignación, los gritos… pero nada de eso llegó. Y cuando Jacob Lieberman abrió los ojos, lo que encontró en los de Nina fue mil veces peor. Una mezcla de decepción con desprecio que la muchacha ni siquiera se molestaba en disimular. —¿Eso te mantiene la autoestima en su sitio? —le escupió con una serenidad horripilante—. ¿Creer que si no quiero acostarme contigo, no es por ti mismo, sino porque me estoy acostando con tu padre? Jake apretó las mandíbulas y negó. —Lo siento, fue una estupidez dec… —¿Sabes qué? Hasta ahora tu arrogancia casi había rayado en lo sexi, pero en este justo momento solo eres un imbécil pedante que no sabe controlar su ego. —Nina… —Será mejor que me sueltes —sent
Nina suspiró con aburrimiento. Odiaba aquel tipo de fiestas: todo el mundo estirado, agarrando las copas con las puntas de los dedos como si fueran dioses… ¡Y al final eran tan trágicamente mortales que no podían evitar caer en las peores tentaciones! Había pasado media noche escapando de un imbécil con complejo napoleónico, que no dejaba de sonreírle como si fuera irresistible. Y de verdad lo era, pero no en el buen sentido. Por suerte o por desgracia, aquel gesto incómodo en la expresión de Theodore fue su carta de salida. Se acercó a él y esperó a que se quedara solo para hablarle. —¿Te sientes mal? El viejo negó con cansancio. —Son estas maldit@s cenas llenas de estúpidos, que me ponen incómodo —murmuró. —Cualquiera diría que estabas acostumbrado. —Precisamente. Pero ya hasta dolor de cabeza me dan. —¿Quieres venir conmigo al despacho por un calmante? Tengo autorización para secuestrarte siempre que sea por motivos
Increíblemente, aquel «OK» que salió por entre los labios apretados de su hijo, logró calmar a Theodore Lieberman. Jake siempre había sido un espíritu rebelde, pero cuando acordaba algo, aunque lo hiciera a regañadientes, siempre cumplía con su palabra. Lo vio salir de la casa con el mismo paso firme de cuando se frustraba y fue a buscar a la otra contendiente. Al parecer los conocía bastante a los dos para saber cómo reaccionarían, y tal como había esperado, Nina estaba anidando en su sillón del despacho. —¿Mal día? —preguntó con un suspiro, mientras se sentaba frente a ella. La muchacha hizo un puchero involuntario y se encogió de hombros. Estaba cansada, malhumorada y sabía absolutamente todo lo que había hecho mal. —Escucha, Nina, sé que todavía estás incómoda por lo que sucedió anoche, o los últimos días… o los últimos dos años… ¡yo qué sé! —Se agobió Theodore—. Pero no la pagues con Jacob, por favor. —No fue mi intención ser gros
Desesperado, ansioso, agobiado por cada mal pensamiento que había en el mundo. Esa era la descripción perfecta para Jacob Lieberman cuando se dio cuenta de que Nina estaba desaparecida. Porque por desgracia esa era la palabra: estaba desaparecida. —Pero ¿cómo no se te ocurrió buscarla? —le reclamó Jake a su padre mientras se mesaba los cabellos. —Bueno yo… pensé que estaban tratando de llevarse bien… —murmuró Theodore. —¿Durante todo el día? ¿Crees que Nina se hubiera olvidado de ti todo el día? El rostro de Theodore se ensombreció porque su hijo tenía razón, Nina jamás había pasado más de dos horas sin revisarlo. Pero él tenía tantas cosas en la cabeza que simplemente se había encerrado en el despacho y había evitado hablar con nadie. ——¡Pues no me di cuenta, hijo, no me di cuenta! ¿Qué quieres que te diga…? —se desesperó—. ¡Pero vamos a buscarla, vamos! Jake no se lo hizo repetir. A grandes zancadas llegó hasta la habitación
Jake sabía lo que tenía que hacer… o al menos creía que lo sabía. Cuando el suelo de madera se hundió bajo sus pies, supo que el peso de todo aquello caería sobre Nina; y también supo que tenía una resistencia de agua aproximadamente de seis metros para frenar todo lo que se hundía, en especial el mueble. La linterna parpadeó un par de veces antes de apagarse completamente en la oscuridad del agua, pero fue más que suficiente para encontrarla y pasar un brazo alrededor de su torso. Sacarla por arriba era imposible, y antes de dejar que se ahogara lentamente, era mejor intentar salir por el agua. Aquellos cuatro metros por debajo de la casa, sorteando escombros hacia el trozo de luz que desprendían las farolas del muelle, se le hicieron a Jake absurdamente eternos. Pataleó con toda la fuerza que tenía, peleó para llegar a la superficie y dio gracias a Dios porque ninguno de los escombros los lastimara demasiado. Su boca se abrió desesperadament
Diez minutos. No parecía demasiado tiempo, pero diez minutos eran infinitos si veías a alguien que amabas colapsar frente a tus ojos. Y para Jake era la segunda vez en el mismo día. ¿Cómo Nina tenía el pulso para enfrentar aquello después de casi morirse ella misma hacía menos de media hora? Él no tenía ni idea, pero lo cierto era que allí estaba, batallando para sacar a su padre de una evidente crisis. —¡Vamos, Theo, ayúdame! Tienes que tranquilizarte… Respira despacio… eso. —Le hizo un gesto a Jake para que le alcanzara el tanque de oxígeno que guardaba en uno de los muebles y lo conectó a la mascarilla antes de ponérsela al anciano—. Eso, Theo. Respira despacito. Ya viene la ambulancia. La mirada de Theodore la recorrió a ella y luego a Jake y su hijo le tomó una mano. —Está bien, viejo. Ella está bien. No le pasó nada —le aseguró. —¿T-tú…? —balbuceó su padre. —¿Yo? ¡Yo estoy entero! Los dos estamos bien, ¿de acuerdo? Tienes
Ver a Theodore Lieberman sedado, ojeroso y tan deteriorado de salud, era probablemente una de las cosas que Nina más había sentido en su vida. Había apreciado a algunas personas, quería a Jayden, pero a Theo lo adoraba. En poco más de dos años aquel anciano se había convertido en lo más parecido a un padre que la muchacha había tenido en su vida, y saber que le quedaban solo unos pocos meses con él le rompía el corazón. Pero peor que eso era que le pidiera que no le dijera nada a Jake. Ocultárselo a la bruja de su mujer no le molestaba, pero Jake era otra cosa. Nina lo había creído un patán arrogante, pero le había demostrado ser mucho más que eso. La verdad era que ni siquiera se entendía cuando estaba con él, era como vivir en una montaña rusa constante, pero al menos creía que era una buena persona. —Yo no… no puedo ocultarle esto a su familia —murmuró mientras uno de los médicos, que tenía el apellido Mason bordado en la bata médica, apuntaba los valores