Nueva York
Cuando Jacob* Liberman atravesó la puerta del Spectrum, fue como si cada persona del club le hiciera una reverencia. Después de todo era socio de la mitad de él y había ayudado a Gerry Kent a abrir una nueva y mejorada versión del Spectrum en Nueva York.
—¡Tú de verdad disfrutas esto! —casi se burló su mejor amigo, la otra cara de Sheffield & Lieberman Asocs.
—¿Qué quieres que te diga? ¡Traigo el ego en la sangre! Cuarta generación de magnates de la industria minera…
—¡De los que te apartaste para seguir tu propio camino! —Connor Sheffield no tenía pelos en la lengua—. Así que por ahora eres el hijo renegado, el insolente, el ingobernable…
—El único —replicó Jake levantando una ceja sugerente—. Le guste al viejo o no, soy su único hijo, y los Lieberman no son de los que donan todo a la beneficencia.
No se sentaron en uno de los reservados, sino en «el» reservado principal, uno que habían hecho solo para él. En pocos segundos una mesera sexy debía poner delante de ellos la mejor botella de la casa… pero pasaron un par de minutos y nadie llegó.
La mirada impaciente de Jake se levantó hacia la barra de la planta baja, ¡a ver por qué demonios nadie lo había atendido! Quizás era demasiado arrogante de su parte, pero aquel rezago soberbio de su educación no se le había quitado nunca. Sin embargo, sus ojos se achicaron en cuanto tropezaron con aquella muchacha, que se movía con suavidad de un pie a otro, mientras se ría abiertamente con el barman. No supo exactamente por qué, pero sintió como si se hubiera bebido una botella invisible y se le hubieran aflojado hasta los pensamientos.
Parecía pequeña y menuda, con el cabello castaño a media espalda y un vestido que, increíblemente, no era provocativo. Quizás ese era el problema, que no parecía tener la «intención» de provocar, pero aun así todo en ella exudaba calor. Con razón el barman estaba embobado mirándola.
Jake presionó un pequeño botón sobre el brazo de su asiento y en un abrir y cerrar de ojos una de las meseras se apresuró a atenderlo, sin embargo aquel repunte de incomodidad no desapareció.
—…ake… ¡Jake! —El reclamo de Connor lo devolvió al mundo—. ¿A qué planeta te fuiste?
—A ningún lado… solo pensaba en mi padre —mintió, porque si había algo que no le gustaba demostrar, era que se sentía seducido por algo, mucho menos por una mujer.
—¿Y ya pensaste si vas a instalarte en la mansión Lieberman o…?
—¡¿En casa de mis padres?! ¡¿Crees que estoy loco?! —se burló Jake—. Entre las exigencias de mi padre para que me haga cargo de la empresa, y las de mi madre para que me case, estaría más a salvo si me interno en un manicomio.
—Bueno, al menos vas a estar cerca —suspiró Connor, que no entendía la dinámica de aquella familia.
—Solo estoy aquí porque el viejo está enfermo —murmuró Jake, mirando a la chica de reojo para comprobar que seguía sola—. No me malentiendas, yo lo quiero, es mi padre, digo… estoy genéticamente diseñado para quererlo, pero apenas si nos hemos hablado en los últimos años.
Connor se bebió el primer trago de un tirón y vio a su amigo hacer lo mismo. Sabía que era cierto, Jake solo se había trasladado al despacho de Nueva York por la insistencia de su madre; al señor Theodore Lieberman le habían diagnosticado cáncer hacía un par de años y al parecer estaba perdiendo la batalla.
—Cualquiera en tu situación haría lo que fuera por darle el gusto —lo reconvino Connor, pero en el fondo sabía que con él era inútil.
—Mira, hermano, tú tienes tus reglas y yo tengo las mías. Yo preferí hacer mi propio imperio antes que depender del de mi padre.
—¡Jacob, no seas pendejo! ¡Tú tienes un despacho de abogados y un club nocturno! ¡Tu padre es multimillonario! ¡Y todo eso es tuyo! —exclamó Connor.
—¡A cambio de que dirija la empresa, me case y le dé nietos! —replicó Jake volviendo a mirar a la muchacha con disimulo—. Sabes que odio la minería, no voy a casarme ni con un arma apuntándome a la cabeza y… ¿en serio? ¿hijos? Tú sabes tan bien como yo que ya saqué esa opción de la mesa definitivamente. Ya no podría darle un nieto ni queriendo, así que el largo linaje de los Lieberman morirá conmigo.
Connor suspiró con condescendencia, pero decidió no discutir con él; más cuando parecía que tenía la atención completamente ocupada, aunque estaba muy lejos de imaginar en qué.
—¿Cuándo vas a ir a verlos?
—Mañana… creo que van a ir a la casa del lago… o algo así… —Jake arrugó el entrecejo cuando vio a la chica empujar el trago que acababan de regalarle y negaba con cortesía. Sin embargo parecía tajante, incómoda.
—¿Jake?
—¡Que sí, que voy mañana…! ¡No me eches la bronca que no tengo cinco años…! —gruñó cuando se dio cuenta de que la chica se giraba en redondo para darle la espalda a otro hombre que la había invitado… ¿Pero qué tenía aquella mujer que parecía un imán?
—¡Jake! —El tono de Connor lo sobresaltó y Jake se giró hacia él con un gesto impaciente—. ¡Límpiate, idiota, que estás babeando!
Jacob resopló con fastidio antes de beber de nuevo.
—¡Claro que no estoy babeando, no seas payaso! ¿Además por quién?
—¿Se te olvida que te conozco hace más de quince años? —se burló Connor siguiendo su mirada y detectando a la muchacha al instante—. Si te gusta la chica ve por ella, al final los dos sabemos que la cosa no pasará de una madrugada.
Jake sonrió con sorna.
—La madrugada es la mejor parte de la noche. Querer alargarla ya es avaricia.
Intentó mirar para otro lado, concentrarse en la conversación con Connor, pero parecía que, justo como el resto de los m@ltidos hombres en aquel club, su atención terminaba siempre en ella.
—¿Sabes qué? A la chica la están atosigando —gruñó Connor con un suspiro—, y a mí ya me está llamando mi mujer, así que ve a hacer una de tus jugadas magistrales de caballero de brillante armadura, rescátala, y tíratela antes de que se dé cuenta de que solo eres otro baboso sin corazón.
—¡Oye! ¡Más respeto! ¡Yo sí tengo corazón, solo que lo tengo desplazado más al sur! —Se rio Jake señalándose la entrepierna.
—¡Cochino! ¡No sé cómo eres mi mejor amigo! —Se carcajeó Connor y le chochó el puño porque definitivamente no iba a estrechar aquella mano.
Jake se despidió y se acercó al balcón del reservado, mirando la cara de incomodidad de la muchacha, cuando se dio cuenta de que había otro «interesado» intentando acosarla.
Sin embargo, si hubiera escuchado la mitad de la conversación que la chica estaba sosteniendo con el barman, no se le hubiera ocurrido acercarse.
—Nina, por Dios, compórtate —decía Jayden cada cinco minutos.
—¿Y tú de qué te quejas? ¡Si te están comprando tragos a diestra y siniestra por mi causa! —se burló ella—. ¡Pero no me pidas que les haga ojitos porque sabes que no puedo con estos snobs!
—Podrías intentar divertirte un poquito —la reconvino el barman—. La gente como nosotros no tiene oportunidad de entrar a un sitio como este a menos que trabajemos aquí, o en tu caso, que tengas un amigo del alma como yo que te invite.
Nina suspiró antes de poner los ojos en blanco. Era muy consciente de que Jayden tampoco trabajaba allí por amor, los dos tenían trabajos alternativos para pagarse la carrera de enfermería, solo que ella había conseguido hacerlo antes.
—Además, mañana te vas por una eternidad…
—¡Dos semanas! —exclamó Nina.
—¡Una eternidad! ¡Lo que dije! —insistió Jayden sirviendo otro trago que le habían pedido—. Y te voy a extrañar, porque nadie me soportará mis cantaletas amorosas, así que ¿qué mejor despedida que irnos de juerga a un sitio caro que no tenemos que pagar?
Nina sonrió y volvió a acomodarse en su banqueta. De verdad apreciaba los intentos de Jayden por hacer que se divirtiera, incluso había dejado en casa a su novio para llevarla a ella, pero aquellos sitios, aquella gente… simplemente no le gustaban. Ya tenía que lidiar con ellos cada día en su trabajo, así que simplemente no sabía divertirse a su alrededor.
—Preferiría estar en un chiringuito tomando cerveza —gruñó en cuanto sintió aquella mano posarse sobre su espalda baja y se giró, apartándola con brusquedad—. ¿Se te perdió algo? —preguntó al hombre frente a ella, que reía con una sonrisa medio ebria y medio insinuante.
Era alto, distinguido, de unos cincuenta años y absolutamente desagradable.
—Me gustaría invitarte a una copa…
—Eso lo podías hacer sin tocarme —lo interrumpió Nina levantando la barbilla, desafiante—. Y te lo agradezco, pero no. No bebo con desconocidos.
—No tenemos que ser desconocidos por mucho tiempo… yo podría…
—¡Te lo agradezco, pero no! —repitió Nina tajante, sin darse cuenta de que alguien más se estaba acercando a su espalda.
—Escucha, el juego puede parecerte interesante, quizás sea la meta en todo esto —siseó el viejo—, pero yo no tengo ánimo, así que mejor vamos a lo nuestro…
—¡¿Disculpa?! —Nina se bajó de la silla con un gesto lleno de fiereza—. ¿Te parezco una de las putas del Spectrum? ¿Se me ven las nalgas o qué? —gruñó, y tras ella Jake intentó no doblarse de risa porque era cierto, aquella chica era magnética pero no estaba vestida ni de lejos como las coquetas del club.
—Pues si no estás aquí para servir a los clientes, entonces para qué…
El viejo no pudo seguir hablando, la mezcla dulce y espesa de un trago preparado fue a empaparle la cara y el frente del cuidado traje.
—Servido… ¡señor! —siseó Nina mientras lo veía hacer un gesto furioso, pero el arranque de ira que lo dirigió hacia ella no llegó a ningún lugar, porque de repente una figura que le doblaba en ancho y le sacaba al menos una cabeza de altura, se paró frente a él.
—¡Voigh! —La voz de aquel hombre hizo que a Nina se le erizara hasta el alma—. Creo que en tu mesa te están extrañando. Mejor vete con ellos antes de que te mande a sacar y te extrañen el resto de la m@ldita noche.
El viejo abrió mucho los ojos y apretó los labios antes de darse media vuelta y marcharse.
Jake respiró hondo y se dio la vuelta, abotonándose el saco con un gesto mecánico. Sus ojos se encontraron con los de Nina y de repente la música se hizo demasiado rápida, el mundo demasiado lento y los colores demasiado agudos y vívidos. Sintió el tirón en algún lugar de su cuerpo que no podía identificar, como si le hubieran encendido dentro una pequeña hoguera, una que ella era capaz de avivar o apagar solo con el gesto oscuro de sus ojos.
Y esos ojos pasaron rápidamente de la sorpresa al escepticismo, se apagaron poco a poco, hasta convertirse en dos pozos de agua inanimada, antes de darle la espalda y volver a sentarse en su banqueta, con las piernas cruzadas.
«¡Pero qué dem…!» Jake se quedó atónito. La mejor estrategia era no dejar ver lo que pensaba pero pareció que aquellas palabras brotaron de su boca sin control.
—¡Se dice «gracias»! —gruñó acercándose a ella, sin poder creer que ni siquiera le había prestado atención.
—Te las daría si no supiera que vas a pedir el mejor trago de la casa, y te vas a creer con derecho a sentarte frente a mí, a tratar de hacer exactamente lo que no logró el imbécil al que acabas de espantar… —replicó Nina—. ¿O me equivoco?
Jake abrió y cerró varias veces la boca, sin saber qué contestar. ¿Cómo había podido ver a través de su jugada magistral o…? ¡Diablos, realmente no había sido eso para él!
—Una disculpa —dijo con sorna, tratando de recomponerse—. Solo caí en la tentación de ayudarte… veo que no fue una buena decisión.
Nina levantó una ceja incrédula en su dirección.
—¿Te parece que nací ayer? —preguntó mirándolo de arriba abajo y centrando la vista en su bragueta—. Cariño, puedo ver cada una de tus tentaciones y ninguna quiere ayudarme. ¿Crees que no puedo reconocer a un idiota cuando lo veo…?
Nina se ahogó con sus palabras en el mismo momento en que Jake dejó de controlarse. Una de sus manos alcanzó su barbilla mientras la arrinconada contra la barra y sus cuerpos se pegaban como si fueran dos imanes perdidos.
—Tú… jamás… has conocido… a alguien… como yo… —siseó arrastrando cada palabra casi al borde de su boca. La sintió estremecerse y el macho alfa dentro de él se regodeó de gusto—. Y parece que tampoco te ha dado nadie le plaisir que vous méritez**.
A Nina le temblaron los labios un solo segundo, mientras respiraba el aroma intoxicante y delicioso de su aliento. Sentía que se iba a desmayar, pero no le daría el gusto de saberlo.
—Tienes razón… nunca he conocido a nadie como tú… —susurró acercándose más y mirándolo a los ojos—. Felicidades, eres un idiota bilingüe.
*Jacob es el nombre completo. Jake es un diminutivo del mismo nombre.
** El placer que te mereces.
«¿Un…un… idiota bilingüe?» Para ser uno de los mejores abogados del país, Jacob Lieberman tenía instintos demasiado extremos y aquella mujer le despertaba todos a la vez, en especial porque podía sentir todo de ella: la curva de su cuerpo mientras se arqueaba contra la barra del bar, el calor en su vientre, el temblor en sus piernas, la inexistencia absoluta de su respiración… —¡Mierd@! Te juro que no me provocas ni una sola buena decisión —murmuró muy cerca de su cara, acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Es como si solo pudiera besarte o matarte. Nina sintió un nudo en el estómago que estaba lejos de tener algo que ver con el miedo. —Qué poca imaginación tienes… —respondió—. También se puede matar a besos… Jake ladeó la cabeza, y sintió que el cuerpo se le hacía de mantequilla. No era capaz de describir las cosas estúpidas que esa chiquilla le hacía sentir, y lo peor de todo era eso, que él era un hombre he
Connor estaba en el quinto sueño cuando su teléfono comenzó a sonar, pero contestar ya era un acto reflejo para él, y por suerte lo hizo, porque al otro lado de la línea escuchó la voz contenida de Jacob.—¿Connor?—¿Jake? ¿Qué pasa? —preguntó medio dormido.—Necesito que vengas por mí.Connor miró la hora en su reloj y bufó con fastidio.—¡No jodas, Jake! ¡Son las tres de la madrugada! ¡Toma un maldito taxi…!—Estoy en la comisaría, en el Precinto 64 —gruñó Jake interrumpiéndolo y Connor se sentó en la cama de golpe.—¿Tienes un cliente? —Fue lo primero que le llegó a la cabeza, pero las siguientes palabras de su amigo lo descolocaron.—Estoy preso.—¡¿Preso?! ¡&iques
Para Nina Smith, el verdadero pecado de la carne… era que no hubiera ninguna para comer. Y de eso sí sabía mucho. Había pasado suficiente trabajo en la vida a su corta edad, como para que un momento incómodo con un desconocido sexi no le quitara el sueño. Que un hombre como aquel se encaprichara con ella era casi un elogio, pero hacerle la maldad de dejarlo desnudo en un callejón, era suficiente como para alegrarle las dos semanas que pasaría alejada de sus amigos.Por suerte Jayden la conocía lo suficiente como para ir directamente a hablar con Gerry Kent, el otro socio del club, en cuanto la había visto salir. Y como los pedidos de tragos que Nina generaba eran escandalosos, Gerry dio el asunto por zanjado con independencia de lo que pudiera suceder entre ella y Jake. Eso sí, fue lo bastante inteligente como para pedirle a Jayden que la volviera a llevar al menos un par de veces al me
Se arrepintió en el mismo momento en que aquellas palabras salieron de su boca. Era una estupidez, lo sabía, un rezago de la mala vibra de su madre, pero ya lo había soltado. Esperó la bofetada, sabía que se la merecía; esperó la indignación, los gritos… pero nada de eso llegó. Y cuando Jacob Lieberman abrió los ojos, lo que encontró en los de Nina fue mil veces peor. Una mezcla de decepción con desprecio que la muchacha ni siquiera se molestaba en disimular. —¿Eso te mantiene la autoestima en su sitio? —le escupió con una serenidad horripilante—. ¿Creer que si no quiero acostarme contigo, no es por ti mismo, sino porque me estoy acostando con tu padre? Jake apretó las mandíbulas y negó. —Lo siento, fue una estupidez dec… —¿Sabes qué? Hasta ahora tu arrogancia casi había rayado en lo sexi, pero en este justo momento solo eres un imbécil pedante que no sabe controlar su ego. —Nina… —Será mejor que me sueltes —sent
Nina suspiró con aburrimiento. Odiaba aquel tipo de fiestas: todo el mundo estirado, agarrando las copas con las puntas de los dedos como si fueran dioses… ¡Y al final eran tan trágicamente mortales que no podían evitar caer en las peores tentaciones! Había pasado media noche escapando de un imbécil con complejo napoleónico, que no dejaba de sonreírle como si fuera irresistible. Y de verdad lo era, pero no en el buen sentido. Por suerte o por desgracia, aquel gesto incómodo en la expresión de Theodore fue su carta de salida. Se acercó a él y esperó a que se quedara solo para hablarle. —¿Te sientes mal? El viejo negó con cansancio. —Son estas maldit@s cenas llenas de estúpidos, que me ponen incómodo —murmuró. —Cualquiera diría que estabas acostumbrado. —Precisamente. Pero ya hasta dolor de cabeza me dan. —¿Quieres venir conmigo al despacho por un calmante? Tengo autorización para secuestrarte siempre que sea por motivos
Increíblemente, aquel «OK» que salió por entre los labios apretados de su hijo, logró calmar a Theodore Lieberman. Jake siempre había sido un espíritu rebelde, pero cuando acordaba algo, aunque lo hiciera a regañadientes, siempre cumplía con su palabra. Lo vio salir de la casa con el mismo paso firme de cuando se frustraba y fue a buscar a la otra contendiente. Al parecer los conocía bastante a los dos para saber cómo reaccionarían, y tal como había esperado, Nina estaba anidando en su sillón del despacho. —¿Mal día? —preguntó con un suspiro, mientras se sentaba frente a ella. La muchacha hizo un puchero involuntario y se encogió de hombros. Estaba cansada, malhumorada y sabía absolutamente todo lo que había hecho mal. —Escucha, Nina, sé que todavía estás incómoda por lo que sucedió anoche, o los últimos días… o los últimos dos años… ¡yo qué sé! —Se agobió Theodore—. Pero no la pagues con Jacob, por favor. —No fue mi intención ser gros
Desesperado, ansioso, agobiado por cada mal pensamiento que había en el mundo. Esa era la descripción perfecta para Jacob Lieberman cuando se dio cuenta de que Nina estaba desaparecida. Porque por desgracia esa era la palabra: estaba desaparecida. —Pero ¿cómo no se te ocurrió buscarla? —le reclamó Jake a su padre mientras se mesaba los cabellos. —Bueno yo… pensé que estaban tratando de llevarse bien… —murmuró Theodore. —¿Durante todo el día? ¿Crees que Nina se hubiera olvidado de ti todo el día? El rostro de Theodore se ensombreció porque su hijo tenía razón, Nina jamás había pasado más de dos horas sin revisarlo. Pero él tenía tantas cosas en la cabeza que simplemente se había encerrado en el despacho y había evitado hablar con nadie. ——¡Pues no me di cuenta, hijo, no me di cuenta! ¿Qué quieres que te diga…? —se desesperó—. ¡Pero vamos a buscarla, vamos! Jake no se lo hizo repetir. A grandes zancadas llegó hasta la habitación
Jake sabía lo que tenía que hacer… o al menos creía que lo sabía. Cuando el suelo de madera se hundió bajo sus pies, supo que el peso de todo aquello caería sobre Nina; y también supo que tenía una resistencia de agua aproximadamente de seis metros para frenar todo lo que se hundía, en especial el mueble. La linterna parpadeó un par de veces antes de apagarse completamente en la oscuridad del agua, pero fue más que suficiente para encontrarla y pasar un brazo alrededor de su torso. Sacarla por arriba era imposible, y antes de dejar que se ahogara lentamente, era mejor intentar salir por el agua. Aquellos cuatro metros por debajo de la casa, sorteando escombros hacia el trozo de luz que desprendían las farolas del muelle, se le hicieron a Jake absurdamente eternos. Pataleó con toda la fuerza que tenía, peleó para llegar a la superficie y dio gracias a Dios porque ninguno de los escombros los lastimara demasiado. Su boca se abrió desesperadament