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CAP 4 - Fiesta y flashes

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* * * * * * * * * * * Leo * * * * * * * * * * *

—Suban al auto, bambinos —le indico a mis hijos.

—Papá, por favor, ya deja de tratarme como a un niño —me reclama Luciano, pero yo solo me limito a sonreírle.

—Para mí siempre serás mi bambino, Luciano —le digo al acercarme a la puerta del copiloto para poder abrirla para mi esposa—. Por favor, amor...

—Grazie —responde ella con poco humor para después abrir su cartera, sacar un espejo y, así, poder revisar su maquillaje.

Ante ello, yo cierro la puerta y solo atino a caminar hasta el asiento del conductor para tomar mi lugar.

—¿Listos? —interrogo al ver a mis hijos por el espejo retrovisor—. ¿Luciano?

—Sí, papá —responde como aburrido; y eso me hace sonreír—; solo avanza —me pide.

—¿Franco? —indago al mirar a mi hijo de 15 años (quien estaba concentrado en su consola portátil de videojuegos)— ¿Franco? —repito una vez más; y levanta su mirada hacia mí.

—¿Qué? ¿Qué pasa? 

—Lo voy a tomar como un sí —preciso sonriente y, finalmente, centro toda mi atención en mi hijo de siete años, el menor—. ¿Qué hay de ti, Fabrizio? ¿Todo bien? 

—Por favor, Leo —escucho el irritado tono de voz de mi esposa—. Ya basta —añade al voltearse hacia mí y observarme—. Si vas a continuar preguntando si estamos listos, no vamos a llegar a la fiesta —concluye molesta—. Además, Fabrizio ni te va a contestar —añade con fastidio.

Ante su carácter y, sobre todo, ante su última referencia a nuestro hijo menor, solo decido respirar profundamente para no discutir y luego, regreso mi atención a mi niño de 7 años (quien se encontraba cabizbajo y jugando, nerviosamente, con los dedos de sus manos). Al verlo así, no puedo evitar sentirme un poco molesto con mi esposa, pero, aun así, ahora no iba a iniciar una discusión por dos razones: nos encontrábamos frente a los niños y… tenía que ir a esa premiación que se la dedicaría a mis tres hijos en especial.

«Bien, Leo…, esto lo resolverás después», determino en silencio.

—Fabrizio —lo nombro; y escucho a mi esposa resoplar—. Fabrizio, mírame —le pido; y él accede a hacer ello de manera tímida—. ¿Todo bien? —le pregunto sereno al mirarlo fijamente; y él asiente con timidez—. Bien… —susurro; no lo iba a obligar a hablar; no ahora.

Luego de ello, pongo en marcha el auto y vamos hacia la premiación anual de empresarios de Europa.

El camino fue casi silencioso, intenté hablar con mis hijos, pero, al parecer, ninguno tenía ganas de conversar mucho; y eso… tenía que reconocer que me preocupaba demasiado.

—Bambinos… —alargo mientras me dirijo a la entrada de la hacienda en la que se llevaría a cabo el evento y en la cual había demasiados periodistas a los alrededores—, ya llegamos —preciso al estacionarme.

Ni bien hago ello, una horda de reporteros se viene hacia nuestro auto para empezar a tomar fotografías.

—Qué bueno que tenemos lunas polarizadas —comento al dejar salir un susurro cansado.

—Por favor —toma la palabra mi esposa, tal y como siempre lo suele hacer antes de presentarnos, y ello provoca que mis hijos exhalen de manera pesada para después mirar a su madre—. Quiero que se comporten y se mantengan siempre erguidos —señala con autoridad—. Sobre todo, tú, Fabrizio —enfatiza al mirarlo con molestia…

—Norka —la nombro con advertencia, pero ella solo me mira altanera; y después, continúa dictando sus reglas.

—No quiero que hablen, si no les doy la señal y siempre manténganse en la mesa, no pueden moverse sin mi consentimiento y…

—Y creo que los niños ya saben tus reglas, Norka —le indico serio al mirarla; y ante mi comentario, ella me mira enfadada, pero, esta vez, no le hago caso y solo me limito a dirigir mi mirada a mis hijos—. Niños —les sonrío—, bajemos de una vez —les pido cordial; y, de inmediato, es lo que proceden a hacer.

Yo bajo del auto y le entrego las llaves de aquel a la persona encargada de parquearlos. Después, me dirijo hacia la puerta del copiloto y la abro para mi esposa; sin embargo, para llegar a ella, el personal de seguridad de la recepción tuvo que formar un cordón de seguridad debido a la cantidad de reporteros y paparazis que había.

Ni bien abro la puerta del copiloto, le ofrezco una mano. Ella baja, como siempre, desbordando su elegancia y belleza a la vez que hacía lo que en casa era extraño ver: sonreír. Además, toma de mi brazo y luego, da la señal para que los niños tomen sus ubicaciones. Al hacer ello, Franco y Luciano se colocan a mi lado mientras que Fabrizio va al lado de su madre. Al llegar a su costado, mi esposa lo mira con ternura, acaricia su mejilla suavemente y luego, le sonríe para, finalmente, tomar una de sus pequeñas manos y, así, empezar a caminar todos juntos hasta el interior de la recepción.

—Deberíamos detenernos a atender algunas de sus preguntas —me sugiere mi esposa de manera dulce; y debo confesar que verla así me incomodaba y me dolía, ya que, después de todo, solo… estaba fingiendo.

—La ceremonia ya va a empezar —le digo al mirarla a sus hermosos ojos jade; y puedo notar que a ella le disgusta mi respuesta.

—Vamos a detenernos un momento.

—Norka, no —señalo tajante al seguir caminando de su brazo.

—Los vamos a atender —señala al detenerse.

—Norka, hoy no por favor —articulo serio—. Sabes que a Fabrizio no… —me quedo con la palabra en la boca, ya que mi mujer había decidido girarse, con delicadeza, para atender a “sus amigos de la prensa”.

Ante ello, yo también me giro y…

—Que sea breve por favor —solicito gentil a los reporteros, quienes no estaban perdiendo tiempo alguno y ya habían empezado con sus preguntas.

—No le hagan caso a mi esposo —articula mi mujer al girarse hacia mí y pellizcar una de mis mejillas—. Ustedes saben que para nosotros siempre hay tiempo para nuestros amigos de la prensa —concluye; y todos le sonríen… (incluso yo).

Luego de varios minutos, aún Norka continuaba respondiendo preguntas. Yo ya había decidido no hablar más, pero ella no. Mi mujer disfrutaba de la prensa y de los flashes que alumbraban su imagen hasta el punto de olvidar que al menor de nuestros hijos no le agradaba nada ser fotografiado.

—Papá —escucho la voz de mi hijo mayor.

—¿Qué pasa, Luciano? —pregunto discretamente.

—¿Podrías detener a mamá por favor?

—Sí, papá, por favor —se le une Franco al seguir sonriendo a las cámaras.

—Claro… —susurro; y luego, tomo a Norka del brazo y me acerco delicadamente a ella para susurrar en su oído.

—Norka, debemos entrar —le comunico, pero ella no me responde, solo se gira, me sonríe y continúa respondiendo preguntas.

Ante su actitud, decido no esperarla más (sobre todo cuando veo a Fabrizio tratar de ocultarse de los flashes de las cámaras).

—Vamos, niños —les digo a Luciano y a Franco al tiempo en que me dirijo hacia donde estaba Fabrizio y tomo de su mano para entrar con él también.

—¿Qué haces? —me cuestiona mi esposa, disimulando su enojo, al seguir sonriendo y mirándome fijamente.

—Llevaré a los niños hasta nuestra mesa —le informo gentil al sonreírle yo también—. Te esperamos adentro, amor —añado; y le doy un ligero beso en sus labios, el cual es capturado por los fotógrafos y fotógrafas, luego, me voy de ahí en compañía de mis tres hijos.

—¡Gracias al cielo! —exclama Luciano cuando ya estamos muy alejados de la entrada—. Creí que me iba a quedar ciego con tantas luces —añade con diversión; y, con aquel comentario, logra que nosotros sonriamos (incluso Fabrizio).

—Señor Bianchi, buena noche —me sorprende un saludo.

—Richi, buena noche —saludo gentil al anfitrión y estrechamos nuestras manos—, ¿cómo estás? ¿qué tal su familia? 

—Muy bien, señor, muchas gracias por preguntar —responde sonriente; y luego, dirige su mirada a mis hijos.

—Señor Richi, buena noche —lo saluda Luciano con educación.

—Buena noche, joven Luciano.

—Buena noche, señor Richi —saluda Franco al extenderle su mano.

—Muy buena noche, joven Franco —corresponde al saludo de mi hijo de 15 años y, finalmente, dirige su mirada a mi hijo menor—. Buena noche, niño Fabrizio —saluda amable.

—Buena… noche, señor Richi —saluda muy tímido.

—Bueno, por favor, señor, déjeme guiarlo a su mesa.

—Muchas gracias —contesto y, en menos de 2 minutos, mis hijos y yo tomamos nuestros lugares.

—Creo que iré por algo de tomar —precisa Luciano—. ¿Vienes conmigo, enano? —le pregunta a Fabrizio; y mi hijo asiente tímidamente para después tomar la mano que su hermano le ofrecía.

—Yo también voy —se les une Franco

—Recuerden estar aquí en 20 minutos —les recalco.

—Aquí estaremos —concreta mi hijo mayor; y se va junto a sus hermanos.

Luego, de que mis hijos se retiraran, me quedo en mi mesa y, a lo lejos, diviso a mi mejor amigo, Max, quien estaba conversando con una serie de personas que eran inversionistas en mi empresa.

—¿Por qué tan solo? —me sorprende uno de mis mejores amigos (Geronimo).

—Mis hijos han ido por algo de beber y… —alargo— me imagino que Norka sigue respondiendo preguntas de los periodistas —informo al soltar una pesada respiración.

—¿Es un problema tener una esposa muy hermosa y referente de la moda? —pregunta muy divertido; y yo sonrío.

—Tal parece que sí —respondo no muy animado.

—¿Dónde está Jane? —le pregunto.

—En casa, con los niños —responde relajado.

—¿Por qué no vinieron? —le pregunto curioso.

—Jane no tenía ganas y los niños prefirieron una noche de videojuegos —señala con mucha seguridad, pero eso se me hacía bastante extraño.

—Qué extraño —le señalo—. Esta mañana la encontré en la joyería buscando unos pendientes para usar esta noche —comento; y aquel ríe divertido.

—¿Y tú qué hacías ahí? —cuestiona burlón mientras yo sonrío.

—Recogiendo un collar que mandé a hacer para Norka —le digo al tiempo en que tomo la copa de champaña que acababan de llenar para mí—. Muchas gracias —le preciso al mozo.

—Tú sí que eres un buen esposo —señala con su ya acostumbrado tono de diversión y burla.

—Es una pena que Jane no haya podido venir —expreso muy sincero a la vez que aprovecho para cambiar de tema—. Espero que para el coctel de la próxima semana sí pueda acompañarnos —indico— al igual que tus hijos —agrego; y él asiente.

—Estará ahí para ese coctel; te lo prometo —señala serio.

—Buena noche —escucho la voz de mi esposa; y yo volteo para observarla parada a mi costado.

Ante ello, me pongo de pie y, de inmediato, jalo su silla, como muestra de caballerosidad, para que ella pueda sentarse.

—Hola, Norka —la saluda Geronimo de forma muy sonriente.

—Señora Bianchi —lo corrige ella de manera muy seria; y, cuando hace eso, puedo ver cómo mi amigo deshace su sonrisa para después mostrarse serio.

Debería decir que estaba sorprendido por la actitud de mi esposa, pero no… ella solía ser así.

—Por otro lado… —continúa hablando mi esposa—, ¿podría dejarme a solas con mi esposo, señor Caruso? —precisa ella con formalidad; y mi amigo solo se dedica a observarla fijamente para después levantarse un tanto fastidiado.

—Espero que podamos hablar luego de la ceremonia, Leo —me pide mi amigo.

—No te preocupes —le respondo gentil—. Así será —añado.

—Gracias —me contesta; y luego, fija su mirada en mi mujer—. Que tenga buena noche, señora Bianchi —desea cordial.

—Igualmente, señor Caruso —responde mi mujer de manera desinteresad y, luego de ello, mi amigo se retira.

—No tenías por qué ser tan descortés —le digo a mi esposa; y aquella bufa sin mucho ánimo.

—Ahora no quiero hablar de eso —señala muy molesta—. ¿Se puede saber por qué te fuiste y me dejaste sola contestando la pregunta de los periodistas? —expresa furiosa de manera frontal.

«Y ahí vamos otra vez», pienso mientras me preparo en qué decir para evitar que esta noche no pase de ser una maña noche a… un desastre de noche.

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