CAP 3 - Otra vez

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* * * * * * * * * * * Leo * * * * * * * * * * *

—Tu sei un ometto molto intelligente —le digo a mi pequeño hijo de 7 años (el último de los tres que tenía) al terminar de colocarle su pequeña corbata de moño.

—Io voglio essere come te, papà —responde de inmediato y, aquello, me hace dirigir mi mirada hacia él al tiempo en que coloco mis manos sobre sus pequeños hombros.

—Tú serás mejor que yo, Fabrizio —le digo con firmeza al mirarlo fijamente—. Mucho mejor —enfatizo sin titubear—. Y quien diga lo contrario —hablo mientras sigo centrado en sus pupilas negras—, no sabe de lo que está hablando —completo—. È un scemo —especifico divertido; y mi hijo sonríe (lo cual me parece curioso).

—Ti amo, papà —expresa de repente.

—Io ti amo di più, Fabrizio —le contesto; y él se queda observándome unos segundos hasta que, de manera sorpresiva, se acerca a abrazarme.

Ante el gesto de mi hijo, solo me limito a recibirlo en mis brazos y estrecharlo fuerte contra mí. Fabrizio era un niño muy tímido (bastante diferente a sus hermanos Franco y Luciano, de 15 y 18 años respectivamente), por lo cual, recibir una muestra de afecto de aquel, era no muy común. Aunque, en los últimos dos años y con ayuda de su terapeuta, había progresado bastante, ya que antes ni siquiera hablaba durante las cenas (nuestro único momento que disfrutábamos en familia). La timidez de mi hijo llegó a preocuparme demasiado; sin embargo, ahora me sentía más tranquilo; esto debido a que, según su terapeuta, Fabrizio me consideraba la persona en la que más podía confiar. Había otra persona a la que Fabrizio le tenía mucho afecto; esta era su nana Bianca (una mujer de 60 años a la actualidad y quien también había sido niñera de Franco y Luciano).

«Y lo seguía siendo», preciso en mi mente.

Me hubiera gustado que la otra persona de confianza de Fabrizio fuera Norka (mi esposa); sin embargo, no fue así, sino que, por el contrario, Fabrizio mostraba cierta renuencia a pasar más tiempo con ella. Esto ocasionó que mi esposa se molestara al no entender qué sucedía; y se molestó mucho más cuando la terapeuta le indicó que las sesiones con ella deberían ser más frecuentes. Sin embargo, a pesar de llevar más sesiones con la terapeuta, la relación entre Norka y Fabrizio no había mejorado mucho. Tal vez, necesitaban de más tiempo.

—¿A qué hora regresaremos de esa fiesta? —me pregunta en medio de un susurro (algo apenado) mientras continuaba abrazándome.

—Nos quedaremos como una hora más después de recibir el premio —le informo; y luego, me alejo de él para poder mirarlo de nuevo—. Pero te prometo que la pasaremos muy bien —le digo sin desviar mi mirada de la suya— y, para ello, tú también pondrás de tu parte, ¿te parece? —le pregunto; y él asiente.

—Pondré de mi parte —es lo único que articula al tiempo en que lleva una de sus pequeñas manos hasta su rostro para tallarse uno de sus ojos.

—No hagas eso —le pido sonriente al tomar su pequeña mano—. Te puedes lastimar —le explico; y él vuelve a asentir.

—Está bien… —contesta; y yo le sonrío (gesto al que, sorpresivamente también, me corresponde).

—Me siento muy feliz —le confieso; y él frunce un poco su entrecejo de una manera muy particular.

Aquella manera de fruncir su ceño, se parecía mucho a la de mi papá y, curiosamente, a mí siempre me recalcaban que también había adoptado el gesto de aquel.

—¿Por qué? —cuestiona al mantener su entrecejo fruncido.

—Porque te tengo a ti —le señalo; y él se queda observándome muy atento y sin decir palabra alguna.

Al no obtener respuesta de su parte, vuelvo a tomar la palabra.

—Bueno… —inhalo y exhalo profundamente— ya es hora de irnos —le informo al tiempo en que me pongo de pie—. Vamos bajando a la sala —agrego; y después de ello, tomo su mano para salir de su habitación.

Llegamos al amplio lugar de nuestra casa y tanto Luciano como Franco, ya estaban ahí.

—Buona notte, pa —me dice Luciano cuando me ve llegar.

—Buona notte, Luciano —respondo al saludo de mi hijo mayor (quien estaba sentado en el sofá, junto a Franco, y viendo televisión).

—Ciao, papà —me saluda Franco.

—Ciao, piccolo principe —le respondo al acercarme a él para sentarme a su lado junto con Fabrizio.

—Ya no soy ningún pequeño príncipe, papá —me aclara Franco al girarse hacia mí.

—Para mí siempre serán mis pequeños príncipes —hablo para los tres–; así que acostúmbrense —demando divertido.

—Yo ya tengo dieciocho, padre —refuta Luciano—. Incluso ya debería estar viviendo solo en mi propio departamento —parece estar reclamando.

—Ya hemos hablado de eso, Luciano —le recuerdo; y este refunfuña—. No reniegues, te puedes arrugar, como dice tu madre —menciono algo divertido—. Por cierto… —añado al dar una vista rápida por toda la sala—. ¿Su madre no ha bajado aún? —les pregunto.

—No —contesta Luciano.

—Debe seguir arreglándose en su habitación —agrega Franco; y, ante ello, decido ver mi reloj.

—Esperen aquí —le digo—. Ya vuelvo —añado; y me levanto para ir hacia la segunda planta de nuestra casa para buscar a mi esposa. Ya era un poco tarde; así que preferí ir a verla para ver si necesitaba algo (tal vez, tendría un problema).

Llego hasta nuestra habitación y entro cautelosamente. Cuando lo hago, puedo ver que ella sigue frente a su espejo terminando de colocarse uno de sus collares.

—Te ayudo —me apresuro en decirle al acercarme a ella.

—Con cuidado —me pide; y yo sonrío.

—Lo tendré —preciso al tomar la joya y colocársela alrededor de su cuello para terminar de ponerle su seguro—. Ya… está —le informo cuando he terminado.

—Gracias —contesta mientras se sigue observando en el espejo y termina de arreglarse bien la gargantilla que había elegido usar esta noche.

—Te ves hermosa, Norka —le susurro al acercarme completamente a ella para abrazarla por detrás.

—Leo…

—Hueles delicioso —agrego al aspirar su aroma de la curvatura de su cuello al tiempo en que presiono suavemente su cintura.

—Leo, por favor —articula un tanto incómoda—. Estás arrugando mi vestido —reclama a la vez que tira su hombro derecho hacia atrás para alejarme de ella.

—Tu vestido está bien —le susurro a la vez que deposito mi mentón sobre su hombro para poder observarla a través de su espejo—. Eres hermosa, Norka.

—Gracias —responde sin muchos ánimos a la vez que toma uno de sus perfumes para rociar un poco en su cuello.

—Me quedaría así toda la noche —le confieso.

—Por favor, Leo, no seas infantil —precisa adusta—. Y quita tus manos de mi vestido —exige molesta al llevar sus manos hasta las mías (las cuales estaban posicionadas en su cintura) para quitarlas de ahí—. ¡Ya ves! —exclama— ¡Ya lo arruinaste! —suelta al mirarse.

—Tu vestido está bien, Norka —le digo; y esta me mira enfadada a través de su espejo.

—Vete, Leo —me pide seria—. Ya salgo…

—Puedo esperarte —le preciso amablemente.

—¿Para qué? —espeta al girarse para verme directamente— ¿Para que termines de arruinar mi ropa? —reprocha.

—Norka, te ves preciosa… —le digo sincero, pero ella sigue igual o más furiosa que antes.

No me responde tampoco, solo se dirige hasta nuestra cama y toma su cartera de mano para después salir de la habitación y cerrar la puerta de un solo golpe, cuyo sonido retumba en toda nuestra recámara.

Al ver ello, me doy cuenta de que lo había arruinado…

«Otra vez», preciso en silencio.

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