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Capítulo ochenta y cuatro

Se había quedado cuidando de Migo (amigo), así era como Ariel le había puesto a su nuevo compañero. Estaba a los pies de Norman, muy tranquilo y relajado, luego de ambos dar un largo paseo donde no dejó de correr de un lado a otro.

Era de noche, le preocupaba que Ariel llegara muy tarde, quiso llamarla para saber si estaba bien, pues la última vez que Ariel se marchó algunas cosas no salieron bien para ella.

Miró la hora, casi las once de la noche, volvió a llamarla y esta vez sonaba apagado, quizás era normal, porque salió muy temprano, seguro que se quedaba sin carga.

Tirado en el sofá, escuchó el timbre en la puerta, corrió hacia allí y abrió sin pensárselo.

Ariel había llegado ya.

Sus hombros caídos y expresión triste dejaban claro a Norman que las cosas no habían ido bien.

—Ariel— se acercó a ella y dejó sus manos en sus hombros, ella se cubrió el rostro, inmediatamente sollozando. —¿Qué ha pasado? ¿Te hicieron daño— ella solo negó con la cabeza. —Entra, fuera hace frío, ya es mu
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