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Capítulo noventa y uno

La puerta de la casa se abrió bruscamente, revelando la figura tambaleante de Alejandro, su ropa desgarrada y manchada de sangre. Abigail, que estaba en la sala, se levantó de un salto, sus ojos agrandándose ante la visión de Alejandro en ese estado lastimero.

—Oh, Dios mío, Alejandro—, exclamó, corriendo hacia él y brindándole apoyo para que no cayera. —¿Qué te ha pasado?

Alejandro intentó sonreír, pero el dolor era demasiado intenso.

—Tuve un... encuentro desafortunado—, dijo con voz ronca.

Abigail, con lágrimas en los ojos, lo ayudó a sentarse en el sofá, examinando sus heridas con una mezcla de preocupación y furia.

—Voy a buscar el botiquín—, murmuró, pero Alejandro la detuvo, sujetándola suavemente por la muñeca.

—No, espera—, dijo él, sus ojos encontrando los de ella. —Necesito que sepas algo. Esto no fue un accidente. Fue una pelea con Marco Albini.

El corazón de Abigail se aceleró al escuchar ese nombre. Sabía que Marco era peligroso, pero no se había dado cuenta de hasta qué
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