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Capítulo ciento dieciocho

Alejandro, finalmente libre de las cadenas de una condena injusta, la alegría que sentía no se comparaba con nada, porque sus hombros se sentían libres, salvo por los pequeños pendientes que aún le quedaban.

Parecía no poderse librar de todo de una vez. Y estar yendo de a poco lo iba torturando mucho, pero no podía hacer nada al respecto, seguir paso a paso.

Se encontraba en su amplio estudio, rodeado de los lujos y comodidades que siempre había conocido, pero que ahora parecían tener un brillo diferente, como si todo luciera de un mejor color sin una cadena pendiente.

Con manos temblorosas, marcó el número de Ariel, la mujer que nunca había dejado de amar, a pesar de las tormentas que habían atravesado. Quería escucharla, contarle lo que había pasado y sentir lo feliz que se ponía.

Cada vez se acercaba más a Ariel y a esa posibilidad de poder estar juntos.

Al fin juntos.

—¿Ariel? Soy yo, Alejandro,— dijo con voz emocionada cuando ella contestó.

—Alejandro, ¿cómo estás? Ahora voy a en
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