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Capítulo seis: Una llamada

Cuatro horas exactamente habían pasado desde que habló con su detective privado y le solicitó que investigase todo lo concerniente a la mujer que cuidaba de su hijo. 

—Necesito averiguar todo sobre ella. Situación financiera, estados de cuenta, busca si es propietaria de la casa. ¿A qué se dedica? ¿En que pasaba el tiempo? ¿Hay algún hombre en su vida? 

—Si, señor. 

—Necesito todo. Busca hasta el nombre de sus abuelos y quienes están vivos. 

Grenor dio la orden y se sintió nervioso por lo que pudiera descubrir. Aunque era necesario, jamás se había sentido tan entrometido al hurgar en la vida de nadie. 

Aunque se dedicaba a hacer negocios prudentes, y parte de hacer negocios multimillonarios, era investigar a fondo a sus clientes, compradores, potenciales comercializadores de su marca. Pero en aquella ocasión se trataba de su hijo. 

Esa mujer de pelo rubio revoltoso y ojos verdes, solo era una pieza más. 

Si, eso. Una pieza mas, se dijo mientras cerraba el teléfono e intentaba buscarle sentido a su incomodidad. 

Todo lo que pudiera utilizar en su contra iba a ser necesario e importante. 

Sí, él era un desgraciado y lo sabía. Pero era un tiburón en los negocios y no iba arriesgarse a inventar cuando se trataba de saber si ese hijo era de él, cosa que no le cabía duda. La mirada en el niño era la suya propia. Fue cómo verse en un espejo: su cabello oscuro, sus ojos azules, todo le recordaba a él mismo de pequeño. 

Si su madre en aquel momento tuviera a Peter enfrente se daría cuenta  que aquel niño de cinco años era su hijo sin necesidad de hacerle una prueba de ADN. Por lo cual Grenor dijo que no perdería el tiempo, al menos no de momento, no hasta que regresara a Grecia para hacerle la prueba su hijo con médicos de confianza y con personal que no fuera a vender la noticia al mejor periódico de chisme. 

Le haría la prueba sólo para constatar el hecho de que era de él. Aunque su corazón ya se lo estaba gritando a cien voces. 

Pensó en cómo la rubia le había dado la galleta al niño en la cafetería cercana al hotel donde los había conocido. Ese amor con el que miraba a su hijo, la paciencia con la que limpió su boca y como se detenía para escuchar cada cosa que el niño decía. 

Todo aquello le resultó reconfortante pero a la vez molestó a Grenor.

¿Cómo es que esa mujer conocía mejir a su hijo? 

¡El merecía tener esos cinco años de su hijo, no ella! 

Grenor estaba cansado de ser engañado por mujeres, así que no le gustaba nada la casualidad de haberse topado precisamente con ellos en el parque. 

En un inicio no lo supo con certeza, aunque el detective le había dado la foto de Nala en un sobre y era obvio que era ella, la verdad era que en persona la mujer era mucho más atractiva y sus ojos parecían dos luceros. 

Detuvo el camino que estaban tomando sus pensamientos. 

Aquello no podía ser una casualidad del destino. 

Dara era una víbora maquinadora del mal. 

Una mujer tan desgraciada y egoísta que le robó cinco años con su hijo. 

¿Todo para qué? 

¿Para contactarlo de igual forma y sacarle dinero? 

Nala, como se había presentado la mujer que acompañaba a su hijo, no podía ser muy distinta a Dana. 

Aquella mujer era un cuervo más del plan maquiavélico de Dara. A lo mejor la rubia pequeña con cuerpo de duende y ojos esmeraldas más bellos que había visto era una arpía más igual que Dara. 

Estaba casi convencido que la única santa de todo aquello era la hermana altruista de Dara y no tenía idea de dónde encontrarla más que de la casa a la cual el detective le envió. 

Grenor se acercó al hotel y salió del sedán, el chofer aceleró de inmediato pues tenía órdenes exactas de dejarlo en la puerta y regresar cuando Grenor lo llamara.

Cumpliría con asistir a la actividad de este cliente y se marcharía a descansar a su habitación en la Suite presidencial. 

Su teléfono sonó en ese momento y gruñó antes de tomarlo. 

—¿Qué quieres? —preguntó sin saludar. 

Se pasó la mano por el rostro intentando espabilarse. No había podido pegar el ojo la noche anterior a causa de una rubia de ojos verdes que aparecía en su mente cada vez que intentaba conciliar el sueño. 

—Buenos días para usted también. —dijo Herna. 

—En Chicago son las nueve de la noche. —murmuró el desdeñoso. —¿Qué es lo que está pasando? ¿Para que me llamas si te dije que estaría fuera? 

Su secretaria dudó pero continuó al cabo de unos segundos interminables. 

—Su padre está aquí, me está preguntando por usted. No se ha creído ni por un segundo que usted esté fuera del país. 

—¿Acaso no le dijiste que era verdad? —preguntó Grenor molesto. 

El seguridad lo saludó con un movimiento de la cabeza y le dejó pasar sin necesidad de enseñar ningún tipo de identificación, su rostro era bastante conocido en el mundo de los negocios. Su padre y el padre de Anastassia habían creado la empresa desde que ambos eran apenas unos universitarios. Melandros Construction, empresa que se dedicaba la creación de navíos movía demasiado dinero como para que el rostro de la familia Constantine no fuera reconocido a nivel mundial, por eso se sentía extrañado que aquella mujer con cara de inocente no lo hubiera reconocido de inmediato, estaba seguro que con lo extrovertida que era Dara Prescok era muy probable que lo hubiera enseñado varias fotos de él a escondidas. 

Grenor Constantime entró el lugar y caminó derecho al salón siguiendo las indicaciones silenciosas de la hostess del evento, caminó con paso seguro a través de los invitados, algunos le sonreían, otros intentaron acercarse pero él los alejó con una mirada grave. No estaba para hablar con ninguno de ellos. 

Grenor se caracterizaba por no perder el tiempo  charlando  con personas que no le fueran a aportar nada a su empresa, a él o a su situación. 

Mucha gente se acercaba  en busca sus  propios intereses y él estaba harto de complacer a personas mal agradecidas. La gente siempre iban a donde le daban y podían conseguir todo fácil, él a pesar de nacer con una estabilidad económica superior a muchos, supo desde joven que iba a liderar la empresa de su padre y que en algún momento sería el que tomaría las decisiones, por eso no se iba a casar, porque se dio cuenta a tiempo que habían mas mujeres interesadas en su cuenta de banco que en él mismo. 

—Será mejor que usted mismo lo llame...—dijo Herna. —No quiero tener problemas con usted. 

—Si mantienes la boca cerrada y no le cuentas a qué vine a chicago, es probable que no tengamos inconvenientes. 

—No he dicho nada... —dijo ella con todo ofendido. —Soy una mujer muy discreta. 

Grenor casi estalla en carcajadas teñidas de puro sarcasmo, pero se contuvo. 

No había nada de discreto en Herna. 

—Dile que lo llamaré al llegar a la habitación. 

Estaba allí para cumplir con la presencia de la representación de la familia Constantine. 

—Señor Grenor...¿por qué no se lo dice usted mismo? —preguntó ella y casi pudo sentir como la mujer se sonrojó a través de la línea. 

—¿Me estás llevando la contraria otra vez? —esa mujer debía estar loca. —dile que le hablaré más tarde, que ahora estoy en la fiesta de compromiso de Frederic Pulson. 

Grenor  cortó la llamada y se concentró en lo demás, todo lo que estaba a su alrededor, las grandes luces, las lámparas en el techo despampanantes, el salón estaba sumamente organizado, con centros de mesa con flores que debían costar una exageración. 

Desde la recepción del Hotel había una alfombra de color rojo que conducía al salón, que se imaginó era el más grande del lugar. Los camareros vestidos de blanco con pantalón negro caminaban a través de los invitados con bandejas en la manos ofreciendo champagne. 

Puro derroche y exhibición. 

Frederic se casaba con una mujer veinte años menor que él, una que estaba encantada de heredar todo el dinero que su cliente poseía puesto que él aun no había tenido hijos. 

Entre la multitud algo  le llamó a la atención: un color rubio que solamente había visto en una persona. Parpadeó intentando enfocar pero la mujer desapareció detrás de tres hombres de traje negro. Grenor se vio tentado a perseguir aquella aparición pero se contuvo, estaba allí por un propósito y estaba seguro de que esa mujer no podía estar en esta actividad. 

Iba muy ajustada y elegante oara estar en un lugar así y más aún con una bandeja en manos. 

En ese momento un hombre regordete con traje de cuadros blancos y negros que parecía un mantel de picnic ambulante se acercó a él. 

—Grenor Constantine, es un placer tenerte aquí. Muchísimas gracias por venir a mi fiesta de compromiso. — el hombre estrechó la mano de Grenor y sonrío connlos ojos brillantes. 

—El placer es todo mío. —dijo el en inglés asintiendo con la cabeza y mirando sobre el hombro del dueño de Caribbean Navíos, uno de sus principales compradores en América. Estaba buscando algo con la mirada, algo que quizá había sido producto de su propia imaginación. 

—¿Cómo van los negocios? —preguntó el hombre después de soltar su mano. 

—Viento en popa. —respondió. 

 El hombre pareció percibir el silencio y le dio una palmada en el hombro. 

—Siempre en trabajo. ¿Que será lo que ocupa tu mente esta vez, hijo? ¿Porque esa cara? 

—Grenor levantó una de sus cejas y evaluó la respuesta antes de ofrecerla. Nadie se refería hacia  el con tal confianza. 

Pero debía de tener pendiente que aquel era uno de sus principales clientes en América y no tenía porque ofenderle, aunque el temperamento de Grenor estaba como un volcán en erupción: ante cualquier movimiento brusco le subía la lava. 

—Aún cansado del viaje. —el celular le sonó como por arte de magia y se disculpó con Frederic. Alejándose de la música y las voces elevadas, salió al balcón y respondió —¿si? 

—Señor, le estoy enviando al email lo que me ha solicitado esta tarde. 

—¿Encontraste todo sobre ella?

—Todo y un poco más. 

—¿Quién es la niñera? 

—No es solo su niñera. Es Nala Prescok. 

—¿Prescok? —Grenor apretó el móvil contra la oreja mientras las palabras del detective se clavaban en su mente. 

—Es la hermana menor de Dara. Ella es quien tiene la custodia de su hijo. 

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