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Capitulo Cinco: Una cita

Nala salió acelerada de su casa iba. Iba a llegar tarde. No podía darse el lujo de llegar tarde el primer día. Llevaba un bulto de mano pequeño de color negro y franjas naranjas. No era para nada profesional, pero era el único bolso decente que tenía para viajar. Cubierta con un minivestido que le había servido de su amiga Ghita y unos zapatos de tacón de la misma, se sintió expuesta, incomoda y llena de ansiedad.

¿Cómo era posible que hubiera aceptado tal propuesta? se preguntó mientras caminaba hasta la avenida principal para intentar conseguir un taxi.

En el afán de llegar más rápidamente, uno de sus pies decidió no caminar y casi la hace que se tropezar, pero logró controlar la caída y no llegó a tocar el suelo.

—¡Esto sólo me pasa a mí! —exclamó enderezándose y arreglándose el moño del cuál amenazaban con escaparse los mechones rebeldes de sus rizos.

Miró a todas partes para ver si alguien lo había notado pero la gente estaba tan concentrada en su día a día que nadie se dio cuenta de la rubia que no sabía caminar en tacones.

Murmurando maldiciones que no se atrevía a decir estando con Peter, aguardó por un taxi disponible y se montó. Cinco minutos después gracias al descongestionamiento de la avenida, logró llegar al hotel de una sola pieza.

Miró la gran puerta del mismo y con su bulto de mano se bajó del taxi.

—Señorita. — le llamó el taxista. —olvida pagar. —le dijo el hombre y ella se puso colorada de pies a cabeza, sintiéndose avergonzada por la estupidez de olvidar algo tan simple como pagar el taxi.

—Lo.. siento. Lo lamento. —le dijo pasándole un billete de veinte dólares, esperaba que con eso fuera suficiente.

Y si no lo era, el hombre se quedó callado, pues al cerrar la puerta, aceleró y la dejó allí en la acera frente a la gran estructura elegante que se alzaba frente a ella.

En realidad, el hotel no estaba tan lejos, pero considerando que iba a llegar tarde al primer día de la actividad prefirió tomar un taxi.

"Puedes hacerlo"

"Camina y da el paso al éxito"

Intentó llenarse de ánimos, pero nada logró calmar el palpitar acelerado de su corazón.

"Camina, Nala" se instó a moverse, ya estaba allí. Había tomado la decisión, necesitaba pagar la hipoteca.

Les serviría a todos aquellos ricos egoístas y se iría al tercer día con tres mil dólares.

—Disculpe Señor, soy una de las camareras que viene a dar servicio a la actividad de los Royal. —anunció al seguridad de la puerta vestido de traje de color negro y zapatos brillantes.

Eso era justo lo que Ghita le había dicho que dijera el día anterior.

—Es fácil, te detienes frente al seguridad y le dices a dónde vas. Enseñas tu pase y el te dejará entrar sin problemas.

—¿Por qué no puedo entrar simplemente? —Le había preguntado ella.

—Porque a las actividades de millonarios de esta índole siempre se intentan colar mujeres... —su amiga había hecho silencio en aquel punto y Nala comprendió de inmediato la referencia.

Ahora, frente al seguridad, su vestido ajustado y corto, no ayudaba a que no la confundieran con una de aquellas mujeres que vendían su cuerpo a cambio de dinero o estatus social.

El hombre la miró de arriba abajo y pareció creerle todo lo dicho.

—Bienvenida, señorita. ¿Me permite su identificación? — le solicitó el hombre a Nala.

Nana se tocó el vestido los senos el trasero no tenía bolsillos temió lo peor. Efectivamente, al abrir el bolso de mano donde llevaba la ropa y accesorios justos para amanecer esos tres días y prestar la mayor calidad de servicio a la actividad, comprendió que había dejado la identificación para el evento en su casa.

—¡No puede ser! —murmuró. Ella miró al hombre con los ojos humedecidos.

—Señorita, Lo siento. —dijo el hombre entendiendo de inmediato. — Pero sin la identificación para el evento no por permitirle la entrada.

—¡Pero, por favor! —rogó. —Mire... Señor.. Mathias. —leyó el gafete que estaba colgado en la camisa. — Ya son las 3 de la tarde. Debo de estar aquí a las 3 en punto. Tengo mi identificación personal, debo estar en la lista...

—Lo siento, señorita. Debe de buscar el pase de acceso que le suministraron para el evento.

Tocándose la frente, soltando un suspiro acongojado, entendió que no tenía caso hacer que el hombre rompiera las reglas.

Se necesitaba una identificación, ella lo sabía, Ghita fue muy directa con esto y era lo primero que ella había olvidado.

Se dio media vuelta y se puso en la acera otra vez, levantó la mano haciéndole señas a un taxi que por allí pasaba y en pocos minutos  estaba en su casa nuevamente, se bajó del taxi pero dejó el bulto pues volvería en menos de lo que cae un rayo, se dijo al cerrar la puerta del carro.

Una sombra la detuvo haciendo que Nala se frenara en seco y que abriera los ojos de par en par.

Él no podía estar allí, se dijo el silencio.

Se acercó cautelosa olvidando de repente porqué había regresado a su casa.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó al extranjero que había conocido el día anterior. A ese hombre de ojos azules como las aguas del mar.

Él no sonrío al verla, pero tampoco se alejó.

—Pasaba por el vecindario. —dijo el con esa voz tan sensual que ella recordaba y con la cual había soñado la noche anterior.

Grenor.

Hasta el nombre le hacía estremecer.

—¿Justo frente a mi casa? ¡vaya! ¡qué coincidencia! —chilló y se dio cuenta que había sonado más eufórica de lo que quería.

Estaba asombrada, atónita y más que nada, sin sospechar de esa aparición.

—¿Esa es tu casa? —preguntó el mirándola curioso.

—Sí, es mi casa. —Murmuró ocultando su rostro avergonzado y jugueteando con el llavero de la casa.

No tenía por qué avergonzarse, pero frente a ese hombre se sentía minúscula, pequeña e insignificante, y a la vez, la forma tan intensa de él observarla, la hacía sentir como si fuese especial.

Sentimientos contradictorios que iban y venían uno detrás del otro.

Nala se miró los zapatos de tacón y las piernas descubiertas.

Aunque llevaba medias pantys de color oscuro, jamás había vestido de una forma tan indecorosa y tan expuesta.

Al menos así se sintió ella y mas cuando al subir los ojos, se dio cuenta que Grenor tenía el ceño fruncido y miraba justo lo mismo.

Se bajó el vestido, tirando de él hasta que sus senos amenazaron con salir.

—Yo...

En ese momento el taxista pitó el claxon del taxi y Nala dio un salto, saliendo del transe, entendió que estaba perdiendo el tiempo, distraída con ese hombre de cuerpo escultural y mirada intensa.

—Lo siento. Debo... Yo... Debo irme. —Nala no le dio tiempo a nada más, salió disparada a su casa con las llaves en mano.

Grenor no dijo nada, solo la observó marchar y ella pudo sentir su mirada intensa sobre su espalda.

Abrió la puerta y la cerró, para luego recostarse de la madera y soltar un tembloroso suspiro.

—Control. Es solo un hombre. — murmuró con voz fina. —Es solo un hombre. Uno muy...

No. No iba a pensar más en Grenor.

Estaba molesta por su distracción y debilidad por un mero desconocido, cosa que nunca le había sucedido, pues por lo regular ella era muy atenta y responsable con los trabajos.

Se fue a la habitación y justo encima de la cama encontró el pase de acceso y volvió a salir de casa.

Cerró con fuerza la puerta y se preparó para encontrarse con Grenor allí.

¿Que buscaba en el vecindario?

Lo vio en el hotel, que estaba bastante cerca de casa, pero no tanto como para ser una coincidencia que el estuviera allí.

Se giró con deseos de preguntarle pero entonces vio el taxi y supo que iba a perder la mejor oportunidad que tenía para pagar la hipoteca.

Al menos un adelanto.

—Lamento no poder invitarte a entrar— le dijo mientras llegaba frente a él.

Grenor estaba recostado de su carro de color negro, un sedán o algo similar, pensó ella. Era un carro que se veía cómodo, digno de un hombre como el que tenía enfrente.

—¿Vas rápido? Si gustas, puedo... Podemos pasar a tomar un café. — Nala se sintió casi desfallecer.

¿Aquel hombre tan sexy le estaba pidiendo una cita?

No. No una cita. Un café.

Razonó en cuestión de segundos y se corrigió enfadada por ser tan tonta e ingenua.

Claro que el no la estaba invitando a una cita.

Era un café, igual que como ella lo había invitado a él.

—Voy tarde para un evento. —se excusó y señaló el taxi.

—Puedo llevarte...

—¡No! —exclamó y Grenor frunció las cejas.

¿Por qué de repente sentía que el no debía enterarse que era una camarera suplente? ¿Porqué de repente deseaba ser una mujer de negocios o una dueña de empresas multinacionales?

Ocultó detrás de su cuerpo el pase de acceso donde se leía la palabra "Staff".

—Tengo un compromiso y ya tengo el taxímetro corriendo. Lo mejor es que me vaya ahora mismo. —No sabía lo que le esperaba en el evento, jamás había servido tragos y el temblor de sus manos y el sudor que estaba comenzado a salir de estas, no le ayudaba a serenarse. —Otro día. —agregó intentado sonreír.

Grenor asintió aún con el ceño fruncido y ella se alejó del lugar, se montó en el taxi y soltó el aire que no sabía que había estado reteniendo.

—¿A dónde ahora? — preguntó el taxista molesto.

—Lléveme al hotel otra vez.

Intentó no mirar a Grenor que seguían aún frente a su casa y que le dirigió una mirada de lo más intensa al verla marchar en el taxi.

***

Grenor miró el taxi alejarse y carraspeó incómodo.

¿Qué diablos le había pasado?

Él no era un dulce corderito ni mucho menos se quedaba callado ante nadie, pero al ver a la rubia con el pelo atado, el rostro acalorado, los ojos brillantes y esas piernas tan delicadas y blancas como la leche al descubierto, el corazón se le detuvo y sintió que le faltaba la respiración.

—¿Qué diablos me pasa? —Se preguntó pasándose la mano por el rostro y después por el cabello ondulado.

—Señor Constantine, ¿A dónde vamos ahora? - le preguntó su chofer desde el auto, el cual durante esos minutos que estuvo frente a la rubia se le olvidó que estaba aun dentro del vehículo esperando.

Le habían dado la dirección de donde su hijo se encontraba mediante investigaciones y mucho dinero, pero a Grenor no le importó pagar todo aquello. Mientras se trasladaba en su jet privado, lo único que podía pensar era en cómo iba a vengarse de la mujer le había arruinado la vida.

El día anterior descubrió que el niño estaba a cargo de su tía desde hacía años.

Su hijo debía tener cinco años, según los cálculos de la última vez que vio a Dara.

Cinco años perdidos, de los cuales nunca se enteró de la existencia de un hijo.

¿Cómo era posible que esa mujer le hubiera hecho aquello? ¿cómo pudo privarlo de tener un hijo? ¿de estar con él? ¿de verlo crecer? ¿de ver cuándo diera sus primeros pasos? ¡Pero esa maldita mujer iba a pagar todo lo que le había robado!

¡Dara Prescok iba a enterarse quien era Grenor Contantine!

Observó la casa y se preguntó entonces qué tenía que ver la pequeña rubia de cuerpo esbelto y mirada inocente en todo aquello.

¿Sería la niñera de su hijo?

No le hizo falta una prueba de ADN para darse cuenta de que ese niño que había visto frente al parque, escondiéndose detrás de las piernas de la rubia atractiva, era su hijo.

Una cosa llevó a la otra y ahora, frente a la casa, al darse cuenta de que allí vivía ese niño que había conocido en el hotel, supo de inmediato que Peter era su hijo.

Peter.

El niño que le había sonreído y hablado el día anterior.

Ese niño que conoció por casualidad era su hijo.

Y ahora estaba frente a la casa de él.

¿Viviría con la tía allí?

¿La rubia sería su niñera?

Dara había dicho que tenía una hermana menor, pero Dara tenía el pelo oscuro y los ojos azules, era alta y de cuerpo de espanto. Tan hermosa como una modelo de revista.

No, definitivamente la rubia pequeña, que parecía un duende no podía ser la hermana de Dara.

—Llévame al hotel. —le dijo al chófer mientras se subía al carro.

Debía cumplir con su presencia al menos, aunque su mente estuviera en otro lugar.

Grenor marcó a su detective privado y este respondió de inmediato.

—Hugo.

—¿Estás seguro de que la dirección que me diste es donde está mi hijo? — preguntó sin saludar ni mucho menos presentarse. El hombre sabía quién era él.

—Claro que sí. Sí señor. Si...

—¿No hay duda alguna?

—Es el último domicilio de Dara Prescok. Allí es el único lugar donde pudo haber estado con su hijo todo este tiempo.

—Mas te vale que no me estés enviando...

—No, Señor Contantine. Es el lugar donde Dara Prescok vive con su hijo. Su acta de nacimiento tiene colocada la fecha. He buscado en cada registro de hace seis años hasta la fecha.

Esa era toda la información que tenía para darle al detective privado.

Grenor había visto por última vez a Dara hacía más de cinco años.

La última vez que estuvo con ella fue en su apartamento, y lo único que tenía en su cabeza, era como Dara le había dicho que se regresaría a su ciudad para estar con su abuela enferma.

Aquello le sorprendió a Grenor en su momento, pues Dara no había demostrado ser un caritativa ni mucho menos sentimental.

En cambio, criticaba a su hermana que hacía actos altruistas.

—Investiga a la hermana de Dara. Busca todo sobre ella.

—¿Ya encontró la casa? — Le preguntó el detective un segundo después.

—No te pago para hacer preguntas. —le respondió Grenor y cerró la llamada.

No estaba de humor, necesitaba saber todo sobre esa mujer que cuidaba a su hijo. La carta había sido bien clara: Busca a tu hijo.

Eso pretendía hacer y acabaría con aquel que se interpusiera en su camino.

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