Era un día soleado cuando Kisa caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús, intentando calmar los nervios que le retumbaban en el pecho. Llevaba puesta una falda elegante y una camisa blanca de vestir, buscando proyectar un aire profesional pero cómodo. En sus manos llevaba una carpeta, con todos sus documentos importantes apretados con fuerza contra su pecho. Cada tanto, sus dedos tamborileaban sobre la cubierta, como si la presión de sostenerla la ayudara a mantenerse enfocada.
"Mi nombre es Kisa Maidana, tengo 23 años…" murmuraba en voz baja, repasando en su cabeza cómo iba a presentarse. Se repetía una y otra vez sus respuestas, practicando cómo sonaría todo: desde la presentación hasta la explicación de sus habilidades y de por qué creía que podía aportar algo a esa empresa tan distinguida.
No se había hecho muchas ilusiones cuando envió su solicitud en el área de "gestión de llamadas" en la prestigiosa empresa automotriz "Fankhauser Aether Motors". Honestamente, pensó que una llamada de vuelta era poco probable. Pero cuando la contactaron para una entrevista, se quedó tan sorprendida que apenas pudo balbucear su agradecimiento. Ahora estaba ahí, camino a esa oportunidad, con el corazón latiendo rápido y las manos un poco frías.
«Respira, Kisa. No te pongas más nerviosa. Solo… sé tú misma», se dijo, aunque la tranquilidad que intentaba darse no era tan fácil de alcanzar.
Tan absorta iba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien pequeño se acercaba a su lado. Sintió un tirón en la falda, algo que la hizo dar un respingo y dio un paso atrás con el corazón en la garganta. Bajó la vista rápidamente, con su mente aún en el modo de "entrevista importante", para encontrarse con una niña pequeña que la miraba con los ojos llenos de lágrimas.
La niña sollozaba tanto que apenas lograba mantenerse en pie. Sus mejillas estaban húmedas, la nariz roja, y su respiración era un jadeo entrecortado.
Kisa se agachó sin pensarlo, quedando a la altura de la pequeña, y le habló con la voz más suave que pudo.
—Oye, ¿qué pasa, preciosa? —preguntó, intentando no asustarla más—. ¿Por qué estás llorando?
La niña se secó las lágrimas con el dorso de la mano, aunque seguían brotando más.
—Por favor… necesito que me ayude.
Kisa sintió el corazón encogérsele al ver la angustia en la cara de la niña. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y la nariz le goteaba un poco. La tomó suavemente de los hombros, tratando de infundirle seguridad.
—Claro, mi amor, claro que te ayudo —le respondió con dulzura—. Dime, ¿qué pasa? ¿Estás perdida?
La niña negó con la cabeza rápidamente, tragando saliva y tratando de recuperar el aliento.
—No… es mi papá. No se mueve. Está en el auto… y… no despierta.
Kisa sintió un escalofrío. Mantuvo la calma por la niña, pero su mente se activó al instante, procesando las palabras de la pequeña. Le dio una palmadita en el hombro y le sonrió con ternura, procurando que ella se sintiera segura.
—Muy bien, vamos a ver cómo está tu papá, ¿sí? No te preocupes, yo te ayudo.
Kisa caminó con paso decidido hacia el auto señalado por la niña, aunque en cada paso sentía que el corazón le latía más rápido. La pequeña, que había envuelto sus brazos alrededor de la pierna de Kisa como si fuera su ancla al mundo, la seguía con cada movimiento. Kisa, con la carpeta aún bajo el brazo, sentía el peso de la responsabilidad cayendo sobre sus hombros.
Cuando llegaron al vehículo, notó que las ventanas estaban completamente cerradas. Era un auto oscuro, de esos que se veían caros y bien cuidados. Se inclinó hacia la puerta del piloto y, al probar el tirador, esta se abrió con facilidad. Una pequeña ráfaga de aire denso salió del auto, lo que hizo que Kisa retrocediera un poco antes de asomarse.
Ahí estaba el hombre. Vestía un traje impecable, con una corbata floja en el cuello y la cabeza recostada contra el respaldo del asiento. Tenía los ojos cerrados, su rostro estaba pálido, y aunque sus labios conservaban algo de color, no parecía suficiente.
Kisa tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago. No era doctora ni tenía idea de primeros auxilios, pero algo en la escena no se sentía bien. Era evidente que le sucedía algo malo.
—Señor —articuló con voz firme, inclinándose levemente hacia él—. Señor, ¿me escucha?
Nada. Ni un parpadeo, ni un movimiento.
El corazón de Kisa comenzó a acelerarse nuevamente. Se acercó más, esta vez alargando la mano con cautela. Dudó un segundo antes de colocarla sobre su frente, pero lo hizo para percibir su temperatura y se asustó al darse cuenta de que su piel estaba fría. No helada, pero lo suficiente como para que el pánico empezara a asomarse en el pecho de Kisa. Dio un paso atrás, llevándose la mano al pecho para tranquilizarse mientras intentaba procesar lo que veía.
Miró hacia abajo, encontrándose con los ojos llorosos de la niña que aún estaba pegada a su pierna. Se agachó rápidamente para estar a su altura y le habló con cuidado, tratando de mantener la calma.
—Cariño, ¿puedes decirme cuánto tiempo ha estado tu papá así?
La niña se mordió el labio, limpiándose los ojos con la manga de su saquito mientras trataba de hablar entre pequeños sollozos. Llevaba puesto un uniforme escolar, por lo que Kisa dedujo que salían de la escuela, o iban para allá.
—Desde hace... hace un rato. Yo… yo le decía que se despertara, pero no… no quería despertar.
Kisa respiró hondo y asintió, acariciándole el cabello para tranquilizarla.
—Hiciste muy bien en buscar ayuda, preciosa. Ahora dime, ¿tu papá dijo algo antes de que esto pasara? ¿Se sintió mal? ¿Hizo algo raro?
La niña asintió con la cabeza, frotándose la nariz roja antes de hablar con su vocecita temblorosa.
—Dijo… dijo que se sentía mal. Así… como que la cabeza le daba vueltas. Y entonces paró el coche aquí.
—Muy bien. ¿Y después? —preguntó Kisa suavemente, animándola a continuar.
—Empezó a respirar feo, así como… —la niña inhaló y exhaló ruidosamente, imitando el sonido que había escuchado—. Y se quedó quieto.
El pecho de Kisa se apretó. La situación era peor de lo que había imaginado y cada detalle que la niña compartía hacía que la urgencia creciera. Miró hacia el auto y luego hacia la pequeña, que la observaba con esperanza, como si Kisa pudiera resolverlo todo.
—Está bien, cariño. Estás conmigo ahora y vamos a hacer todo lo posible por ayudar a tu papá, ¿sí? —le aseguró, aunque por dentro sentía cómo su propia ansiedad crecía.
Kisa extrajo su celular de su pequeña cartera y sus dedos temblaron un poco mientras marcaba el número de emergencias. Sabía que no podía hacer más por su cuenta, pero tenía claro que no dejaría sola a esa niña ni por un segundo.La mujer se agachó de nuevo y tomó el rostro de la pequeña entre sus manos, secándole las lágrimas con la delicadeza de quien sostiene algo frágil. La niña seguía llorando, su carita estaba roja y húmeda, y los mocos se mezclaban con sus lágrimas.—Hiciste muy bien en pedir ayuda, eres una chica valiente —manifestó Kisa, con una voz suave y tranquilizadora, aunque su pecho aún estaba apretado por la preocupación.La niña sollozó, pero asintió débilmente mientras Kisa seguía limpiándole la cara con cuidado.—Ahora llamaré a alguien para que lleve a tu papá al hospital, ¿está bien? —agregó, acariciándole el cabello para calmarla un poco más.La niña asintió de nuevo con la respiración aún temblorosa, pero empezando a regularse. Kisa finalmente marcó al número y
Los paramédicos comenzaron a trabajar en Royal con rapidez y precisión. Uno de ellos colocó un pulsioxímetro en su dedo para medir la saturación de oxígeno y la frecuencia cardíaca, mientras el otro palpaba la arteria carótida en su cuello para confirmar la presencia de pulso.—Tiene pulso, pero es extremadamente débil. No supera los 40 latidos por minuto —dijo el primero.—Respira, pero la ventilación es superficial. Vamos a colocar oxígeno.Con movimientos rápidos, ajustaron una mascarilla de oxígeno en el rostro de Royal. Mientras tanto, el otro paramédico preparaba un monitor cardíaco. Le colocaron electrodos adhesivos en el pecho, conectando los cables para obtener un electrocardiograma.—Bradicardia severa, podría entrar en paro si no se estabiliza —expuso uno de ellos.Mientras tanto, Kisa observaba todo con nerviosismo. No entendía términos médicos, pero escuchando que su pulso era débil y que podía entrar en paro, era fácil deducir que su situación no era nada buena. Por for
El equipo médico comenzó su trabajo de inmediato, pero las condiciones del paciente parecían cada vez más desconcertantes. La enfermera conectó rápidamente el monitor de signos vitales, esperando al menos ver alguna señal mínima de vida. Pero la pantalla permaneció en blanco, mostrando una línea plana, sin actividad cardíaca. El médico, un hombre experimentado con años de práctica en emergencias, se acercó al paciente con calma, pero su rostro reflejaba la seriedad del momento.—No hay signos vitales —dijo, mientras comenzaba a revisar manualmente las pulsaciones en el cuello y la muñeca del hombre, buscando alguna señal de vida en las arterias principales. Sin embargo, las dos pruebas fueron negativas. Ningún pulso detectable. Por lo tanto, procedió a la reanimación, realizando compresiones torácicas. Sin embargo, no hubo respuesta favorable.El médico suspiró, no sorprendido, pero preocupado por la inusitada rapidez con que el hombre había colapsado. Miró al equipo con una mirada de
Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por
Kisa la tomó de la mano y juntas salieron del hospital, con paso lento pero decidido. Al poco tiempo, llegaron a un pequeño local de comida rápida. El lugar era cálido y era como un respiro de normalidad en medio de toda la confusión que las rodeaba.Se sentaron en una mesa y Kisa pidió un par de hamburguesas. Coral, al principio, pareció no querer comer, observando la comida con una ligera expresión de duda en su rostro. —¿Por qué no comes? ¿No te gusta la hamburguesa? —preguntó Kisa.—Sí, me encanta… pero es que no me dejan comer esto en mi casa.Kisa, sorprendida, frunció el ceño mientras tomaba un bocado de su propia comida.—¿Por qué no puedes comerte una hamburguesa?Coral miró a su alrededor, asegurándose de que nadie prestara demasiada atención, y luego susurró, como si fuera un secreto.—Bueno, la novia de mi papá no quiere que coma estas cosas. Solo quiere darme pescado y verduras que no son para nada deliciosas... —dijo, haciendo una cara de disgusto.Kisa se quedó en sile
Royal estaba atrapado en una oscuridad insondable. No era un sueño ni una pesadilla, era algo mucho más inquietante. Era consciente de sí mismo, pero al mismo tiempo estaba desconectado de su cuerpo. Sabía que tenía brazos, piernas, un torso, pero no podía moverlos. Era como si estuvieran allí, presentes, pero fuera de su alcance, como si hubieran dejado de pertenecerle.No sentía dolor, ni calor, ni frío. No sentía nada. Y esa ausencia de todo lo aterraba más que cualquier sufrimiento imaginable. Quería gritar, pedir ayuda, pero no podía. Su garganta no emitía sonido alguno.Sin embargo, su mente seguía alerta, y en medio de esa prisión oscura, comenzó a escuchar algo, voces lejanas que parecían flotar en el vacío.Al principio, eran apenas un murmullo, fragmentos de palabras que no podía distinguir. Luego, se hicieron más claras, pero aún distantes, como si se originaran en un mundo al que ya no pertenecía. Intentó concentrarse en ellas, buscar un significado en ese mar de confusión,
—Estoy... en una morgue... ¿no es así? —preguntó Royal. Le costaba hablar, aún no podía mover muy bien los labios. El forense asintió con la cabeza rápidamente, todavía incapaz de hablar.—¿Por qué... estoy aquí? —agregó Royal—. Estabas... a punto de hacerme... una autopsia, ¿verdad? ¿Acaso alguien de mi familia... lo autorizó?El forense seguía sin poder creer lo que estaba viendo, y Royal comenzó a impacientarse.—Deja de... mirarme así. Estoy vivo, realmente vivo, así que... contéstame ya —ordenó—. ¿Alguien de mi familia... autorizó la autopsia? —N-No exactamente. En casos de muerte súbita, cuando la causa no es específica, se realiza automáticamente una autopsia, sin necesitar el consentimiento de los familiares.—¿Cómo es... eso posible? ¡Estabas a punto de matarme! —se mostró irritado.—Se suponía que estabas muerto. No había signos vitales, tu cuerpo experimentó rigidez y enfriamento post mortem, no reaccionabas al RCP...—¡No pueden hacer una autopsia sin la autorización de
Royal, decidido y sacando fuerzas de donde sea, se forzó a vestirse rápidamente y salió de la habitación.—Tú conoces a esa mujer, ¿no? —preguntó Royal al médico, en lo que caminaban uno al lado del otro—. La viste y hablaste de frente con ella, lo que significa que la reconocerás con facilidad.—Sí, podré hacerlo —replicó el médico.Sin perder tiempo, ambos se dirigieron hacia la sala de espera, suponiendo que encontrarían a la mujer o habría alguna pista de ella. Pero al llegar, no había rastro de la desconocida. Tampoco estaba Coral, lo cual hizo que Royal comenzara a alterarse todavía más.—¡Mal-dita sea! ¿Dónde demonios están? ¿Cómo es posible que nadie haya preguntado quién era? ¡Dejaron a mi hija con una completa desconocida! —se quejó, a lo que el médico intentó calmarlo.—Señor Fankhauser, por favor, comprende. Nuestra prioridad era salvarte la vida. Estábamos enfocados en ti —trató de explicarle, pero Royal no quiso escuchar.—¡Solo son excusas! ¡Quiero que encuentren a mi hi