Una madre para la hija del CEO resucitado
Una madre para la hija del CEO resucitado
Por: Yaz Salo
C1: Mi papá no despierta.

Era un día soleado cuando Kisa caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús, intentando calmar los nervios que le retumbaban en el pecho. Llevaba puesta una falda elegante y una camisa blanca de vestir, buscando proyectar un aire profesional pero cómodo. En sus manos llevaba una carpeta, con todos sus documentos importantes apretados con fuerza contra su pecho. Cada tanto, sus dedos tamborileaban sobre la cubierta, como si la presión de sostenerla la ayudara a mantenerse enfocada.

"Mi nombre es Kisa Maidana, tengo 23 años…" murmuraba en voz baja, repasando en su cabeza cómo iba a presentarse. Se repetía una y otra vez sus respuestas, practicando cómo sonaría todo: desde la presentación hasta la explicación de sus habilidades y de por qué creía que podía aportar algo a esa empresa tan distinguida.

No se había hecho muchas ilusiones cuando envió su solicitud en el área de "gestión de llamadas" en la prestigiosa empresa automotriz "Fankhauser Aether Motors". Honestamente, pensó que una llamada de vuelta era poco probable. Pero cuando la contactaron para una entrevista, se quedó tan sorprendida que apenas pudo balbucear su agradecimiento. Ahora estaba ahí, camino a esa oportunidad, con el corazón latiendo rápido y las manos un poco frías.

«Respira, Kisa. No te pongas más nerviosa. Solo… sé tú misma», se dijo, aunque la tranquilidad que intentaba darse no era tan fácil de alcanzar.

Tan absorta iba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien pequeño se acercaba a su lado. Sintió un tirón en la falda, algo que la hizo dar un respingo y dio un paso atrás con el corazón en la garganta. Bajó la vista rápidamente, con su mente aún en el modo de "entrevista importante", para encontrarse con una niña pequeña que la miraba con los ojos llenos de lágrimas.

La niña sollozaba tanto que apenas lograba mantenerse en pie. Sus mejillas estaban húmedas, la nariz roja, y su respiración era un jadeo entrecortado.

Kisa se agachó sin pensarlo, quedando a la altura de la pequeña, y le habló con la voz más suave que pudo.

—Oye, ¿qué pasa, preciosa? —preguntó, intentando no asustarla más—. ¿Por qué estás llorando? 

La niña se secó las lágrimas con el dorso de la mano, aunque seguían brotando más.

—Por favor… necesito que me ayude.

Kisa sintió el corazón encogérsele al ver la angustia en la cara de la niña. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y la nariz le goteaba un poco. La tomó suavemente de los hombros, tratando de infundirle seguridad.

—Claro, mi amor, claro que te ayudo —le respondió con dulzura—. Dime, ¿qué pasa? ¿Estás perdida?

La niña negó con la cabeza rápidamente, tragando saliva y tratando de recuperar el aliento.

—No… es mi papá. No se mueve. Está en el auto… y… no despierta.

Kisa sintió un escalofrío. Mantuvo la calma por la niña, pero su mente se activó al instante, procesando las palabras de la pequeña. Le dio una palmadita en el hombro y le sonrió con ternura, procurando que ella se sintiera segura.

—Muy bien, vamos a ver cómo está tu papá, ¿sí? No te preocupes, yo te ayudo.

Kisa caminó con paso decidido hacia el auto señalado por la niña, aunque en cada paso sentía que el corazón le latía más rápido. La pequeña, que había envuelto sus brazos alrededor de la pierna de Kisa como si fuera su ancla al mundo, la seguía con cada movimiento. Kisa, con la carpeta aún bajo el brazo, sentía el peso de la responsabilidad cayendo sobre sus hombros.

Cuando llegaron al vehículo, notó que las ventanas estaban completamente cerradas. Era un auto oscuro, de esos que se veían caros y bien cuidados. Se inclinó hacia la puerta del piloto y, al probar el tirador, esta se abrió con facilidad. Una pequeña ráfaga de aire denso salió del auto, lo que hizo que Kisa retrocediera un poco antes de asomarse.

Ahí estaba el hombre. Vestía un traje impecable, con una corbata floja en el cuello y la cabeza recostada contra el respaldo del asiento. Tenía los ojos cerrados, su rostro estaba pálido, y aunque sus labios conservaban algo de color, no parecía suficiente.

Kisa tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago. No era doctora ni tenía idea de primeros auxilios, pero algo en la escena no se sentía bien. Era evidente que le sucedía algo malo.

—Señor —articuló con voz firme, inclinándose levemente hacia él—. Señor, ¿me escucha?

Nada. Ni un parpadeo, ni un movimiento.

El corazón de Kisa comenzó a acelerarse nuevamente. Se acercó más, esta vez alargando la mano con cautela. Dudó un segundo antes de colocarla sobre su frente, pero lo hizo para percibir su temperatura y se asustó al darse cuenta de que su piel estaba fría. No helada, pero lo suficiente como para que el pánico empezara a asomarse en el pecho de Kisa. Dio un paso atrás, llevándose la mano al pecho para tranquilizarse mientras intentaba procesar lo que veía.

Miró hacia abajo, encontrándose con los ojos llorosos de la niña que aún estaba pegada a su pierna. Se agachó rápidamente para estar a su altura y le habló con cuidado, tratando de mantener la calma.

—Cariño, ¿puedes decirme cuánto tiempo ha estado tu papá así?

La niña se mordió el labio, limpiándose los ojos con la manga de su saquito mientras trataba de hablar entre pequeños sollozos. Llevaba puesto un uniforme escolar, por lo que Kisa dedujo que salían de la escuela, o iban para allá.

—Desde hace... hace un rato. Yo… yo le decía que se despertara, pero no… no quería despertar.

Kisa respiró hondo y asintió, acariciándole el cabello para tranquilizarla.

—Hiciste muy bien en buscar ayuda, preciosa. Ahora dime, ¿tu papá dijo algo antes de que esto pasara? ¿Se sintió mal? ¿Hizo algo raro?

La niña asintió con la cabeza, frotándose la nariz roja antes de hablar con su vocecita temblorosa.

—Dijo… dijo que se sentía mal. Así… como que la cabeza le daba vueltas. Y entonces paró el coche aquí.

—Muy bien. ¿Y después? —preguntó Kisa suavemente, animándola a continuar.

—Empezó a respirar feo, así como… —la niña inhaló y exhaló ruidosamente, imitando el sonido que había escuchado—. Y se quedó quieto.

El pecho de Kisa se apretó. La situación era peor de lo que había imaginado y cada detalle que la niña compartía hacía que la urgencia creciera. Miró hacia el auto y luego hacia la pequeña, que la observaba con esperanza, como si Kisa pudiera resolverlo todo.

—Está bien, cariño. Estás conmigo ahora y vamos a hacer todo lo posible por ayudar a tu papá, ¿sí? —le aseguró, aunque por dentro sentía cómo su propia ansiedad crecía.

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