C6: ¿Dónde está mi hija?

Kisa la tomó de la mano y juntas salieron del hospital, con paso lento pero decidido. Al poco tiempo, llegaron a un pequeño local de comida rápida. El lugar era cálido y era como un respiro de normalidad en medio de toda la confusión que las rodeaba.

Se sentaron en una mesa y Kisa pidió un par de hamburguesas. Coral, al principio, pareció no querer comer, observando la comida con una ligera expresión de duda en su rostro. 

—¿Por qué no comes? ¿No te gusta la hamburguesa? —preguntó Kisa.

—Sí, me encanta… pero es que no me dejan comer esto en mi casa.

Kisa, sorprendida, frunció el ceño mientras tomaba un bocado de su propia comida.

—¿Por qué no puedes comerte una hamburguesa?

Coral miró a su alrededor, asegurándose de que nadie prestara demasiada atención, y luego susurró, como si fuera un secreto.

—Bueno, la novia de mi papá no quiere que coma estas cosas. Solo quiere darme pescado y verduras que no son para nada deliciosas... —dijo, haciendo una cara de disgusto.

Kisa se quedó en silencio por un momento, asimilando las palabras de la niña. Coral no la miraba, pero la mujer sentía que había algo en su tono que indicaba más tristeza de la que la niña intentaba mostrar.

—¿La novia de tu papá? —preguntó, sin poder evitar la sorpresa—. ¿Te refieres a tu mamá?

Coral levantó la mirada por un momento, luego desvió los ojos hacia su hamburguesa.

—No… ella no es mi mamá —respondió, con una expresión seria y algo distante—. Mi mamá… no la he visto.

Kisa se quedó callada, percibiendo la incomodidad de Coral. No insistió, no quería presionar a la niña. Sabía que había demasiadas cosas que no comprendía de la situación de la pequeña, y por respeto a ella, decidió no adentrarse más en ese tema.

—Ya veo —dijo con suavidad—. No tienes de qué preocuparte, cariño. Nadie aquí te dirá nada. Puedes comerte la hamburguesa tranquila, no te preocupes, tampoco le diré a nadie que te comiste una hamburguesa, ¿está bien?

Coral la miró con algo de duda, pero finalmente le devolvió una sonrisa tímida y asintió.

—¿De verdad? —preguntó, buscando asegurarse de que podía confiar en Kisa.

—Sí, claro que sí, confía en mí, Cori —respondió Kisa con una sonrisa tranquila—. ¿Te molesta si te llamo Cori?

—¡No, me gusta! —hizo un gesto de aprobación.

Entonces Coral, aliviada, empezó a comer con gusto. Su rostro se iluminó, y con cada bocado se veía más feliz, moviendo las piernas de emoción. Disfrutaba mucho de la comida, como si fuera un pequeño placer prohibido.

Sin embargo, en su entusiasmo, la salsa se derramó sobre su ropa. Un pequeño susto la invadió y rápidamente se empezó a frotar la mancha con las manos.

—¡Ay! Me ensucié la ropa… lo siento, lo siento —dijo, apenada.

Kisa, sin perder la calma, le pasó una servilleta.

—No pasa nada, cariño, solo es un poco de salsa. Tranquila.

—Es que yo de verdad no quise hacerlo… solo fue un accidente —insistió Coral, mostrándose ansiosa.

—No te preocupes, Cori. Los niños como tú tienden a ensuciarse de vez en cuando. Esto es normal —dijo, tratando de calmarla—. Pero… ¿por qué tienes tanto miedo?

La niña bajó la mirada y se restregó las manos.

—Es que la novia de mi papá… ella no quiere que yo me ensucie.

Kisa frunció el ceño, sintiendo que algo no estaba bien. Había algo en la manera en que Coral hablaba de la novia de su padre que no parecía ser simple preocupación por la limpieza. La niña no parecía hablar con respeto, sino con miedo. Un miedo que Kisa no podía ignorar.

—¿Acaso la novia de tu papá te hace algo? ¿Te trata mal? —preguntó Kisa, sin poder contener la curiosidad y el deseo de ayudarla.

Pero Coral se quedó callada. No dijo ni una palabra. Su rostro reflejaba tristeza y temor, y su cuerpo se tensó, apretando su falda con las manos, como si quisiera esconderse en sí misma. Kisa sintió un nudo en el estómago al ver esa expresión, un nudo que le decía que algo grave estaba ocurriendo en la vida de Coral, algo que la niña no quería compartir.

Kisa, preocupada, no sabía qué hacer. No era parte de la familia de Coral, no tenía autoridad sobre ella y mucho menos conocía a la mujer de la que la niña hablaba. Pero no podía ignorar el sufrimiento que estaba viendo.

Al ver la tensión de Coral, Kisa decidió no presionar más. En lugar de insistir, trató de ofrecerle algo de consuelo.

—La novia de tu papá… tal vez solo quiera lo mejor para ti, tal vez quiera que tengas una buena educación, pero si te trata mal, si notas que no es amable, si ves que sus intenciones no son buenas… entonces tienes que hablar con alguien. Tienes que contarle a tu tío, a alguna tía, a tus abuelos… a quien sea que confíes. No te quedes callada, mi amor, ¿entendido?

Coral la miró con tristeza, pero no respondió. Solo se quedó quieta, apretando su falda con ambas manos y los ojos fijos en el suelo. Había un miedo profundo en ella, una angustia que no podía expresar con palabras, y eso hizo que Kisa se sintiera aún más impotente. ¿Qué podría hacer para ayudarla? ¿Cómo podría aliviar todo lo que esa niña estaba viviendo?

Finalmente, Kisa trató de suavizar el momento y de darle un pequeño respiro a Coral.

—Mira, cariño, no te preocupes por nada. Si quieres, compramos algo de ropa nueva para ti, luego vamos a mi casa, ¿te parece? Puedes cambiarte y descansar un poco. ¿Está bien?

Coral, aún sin palabras, asintió rápidamente con la cabeza. Era evidente que lo que más quería en ese momento era cambiarse de ropa, para dejar de sentirse vulnerable y distinta a los demás. Kisa entendió perfectamente su deseo y, aunque no podía solucionar todo de inmediato, decidió que lo menos que podía hacer era darle a Coral un espacio para respirar, donde se sintiera un poco más segura, aunque fuera por unas horas.

Tomó su mano con suavidad y juntas comenzaron a caminar. Por un momento, solo serían Kisa y Coral, sin presiones, sin secretos oscuros ni personas que pudieran herirla.

Kisa caminó por la pequeña tienda del barrio con Coral a su lado, eligiendo algunas prendas sencillas para que la niña pudiera cambiarse. Después de comprar la ropa, Kisa la llevó a su casa, una casa pequeña, sencilla, decorada con lo mínimo necesario.

No era lujosa, pero tenía lo esencial: una mesa, un par de sillas, una cocina simple con utensilios comunes, un sofá desgastado pero cómodo, y un par de cuadros colgados en las paredes. La casa no mostraba grandes riquezas, pero a Kisa nunca le importó eso. Lo que realmente importaba era tener lo suficiente para vivir tranquila.

Una vez dentro, Kisa le ofreció a Coral la oportunidad de bañarse, y la niña aceptó agradecida. Le dejó toallas limpias y se retiró hacia la sala.

Mientras Coral se bañaba, la casa quedó en un silencio tranquilo, con el sonido de las gotas de agua cayendo en la ducha. Kisa no pudo evitar pensar en lo que Coral le había contado sobre la novia de su padre, sobre el miedo que parecía tener, sobre lo poco que hablaba de su situación. No tenía muchas respuestas, pero sentía que algo oscuro acechaba en la vida de la niña.

De repente, el silencio fue interrumpido por un golpe fuerte en la puerta. Kisa se levantó con rapidez, sorprendida por la brusquedad del sonido. Abrió la puerta sin pensarlo mucho, pero al ver quién estaba frente a ella, la sorpresa se convirtió en algo mucho más profundo.

Un hombre alto, de rostro serio y muy familiar, se encontraba en el umbral de la puerta. Pero lo que más le llamó la atención a Kisa no fue su presencia, sino el hecho de que este hombre se suponía que estaba muerto.

—¿Dónde está mi hija? —la voz del hombre era profunda, autoritaria, como si estuviera acostumbrado a dar órdenes que debían cumplirse de inmediato. Detrás de él, había un par de policías que la observaban con una actitud distante.

Kisa sintió como si el suelo se le estuviera abriendo bajo los pies. Su mente empezó a trabajar a toda velocidad, pero su cuerpo no respondió. Ese hombre... él había muerto, ¡El médico había confirmado su muerte! ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo podía estar ahí?

Su mente se nubló de pánico, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo. El hombre, con una mirada fija en ella, no parecía preocupado por el caos que había causado en su mente. Solo se repetía la misma pregunta, con una fuerza que parecía atravesar todo a su alrededor.

—¿No me escuchaste? ¿Dónde tienes a mi hija?

Kisa, incapaz de pensar con claridad, dejó escapar un grito ahogado, uno lleno de horror y desconcierto. El sonido salió de su boca sin que pudiera detenerlo. La incredulidad la inundó por completo, y antes de que pudiera reaccionar, sus piernas cedieron bajo ella. Un mareo intenso la golpeó como un muro, y sin poder evitarlo, se desmayó en el instante en que el hombre dio un paso al frente, como si su presencia fuera suficiente para derribarla.

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