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C5: Cariño, ¿quieres comer algo?

Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.

La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.

—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.

Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por este tipo de angustia. 

—Lo que podemos hacer ahora es esperar y seguir investigando. Si encontramos algún dato adicional, lo informaremos. Pero, por ahora, debemos seguir con los procedimientos estándar —añadió el médico con tono profesional, pero también visiblemente preocupado por la desconexión entre el paciente y su familia.

—¿Permanecerá en la morgue hasta que encuentren a su familia?

—Así es.

Kisa frunció el ceño, sintiendo el peso de esas palabras. Aunque el hombre ya no estaba allí, la idea de que su cuerpo se quedara en la morgue sin que nadie viniera a reclamarlo le resultó profundamente triste. 

El médico, notando su confusión y tristeza, le ofreció una expresión cálida y empática.

—Lo siento mucho, pero por ahora, eso es todo lo que podemos hacer. Continuaremos intentando contactar a la familia, pero hasta que lo logremos, él permanecerá en la morgue.

Tras decirle todo aquello, el médico se alejó lentamente del sitio.

Kisa se quedó allí, quieta, con la pequeña dormida sobre su regazo. De repente, las lágrimas comenzaron a caer sin previo aviso. Sabía lo que era perder a un padre, incluso si su propia historia había sido más compleja. El abandono de su padre, la muerte de su madre años atrás… todo eso la había marcado profundamente. Había tenido que crecer rápidamente, ponerse el rol de la hermana mayor, ser la cabeza de la familia y proteger a su hermana Marfil, quien ahora tenía 18 años. Pero el vacío que dejaba la pérdida de los padres era irreparable. Y ahora, ¿qué iba a hacer esta niña sin su padre? ¿Dónde estaba su madre?

El llanto de Kisa, contenido en su pecho, se hizo más fuerte, aunque de manera silenciosa. Sus sollozos, suaves pero intensos, no fueron lo suficientemente callados como para no despertar a Coral. La niña movió la cabeza con suavidad, despertando, y al instante levantó la mirada.

—¿Qué pasa? —preguntó Coral—. ¿Cómo está mi papá?

Kisa, limpiándose las lágrimas apresuradamente, se sintió abrumada. No podía… no debía decirle a la niña lo que había sucedido. No le correspondía a ella. La noticia debía ser dada por un familiar, alguien cercano. Pero, ¿y si no llegaban a tiempo? ¿Y si la niña nunca recibía la noticia como debía ser? Kisa no lo sabía, pero entendía que no podía ser ella quien destrozara el mundo de la pequeña.

—No pasa nada —dijo, forzando una sonrisa mientras la niña la miraba atentamente—. Solo tengo un poco de hambre. No he comido nada desde hace rato.

Coral la miró, claramente confundida pero sin insistir, y asintió.

—Yo también tengo hambre —respondió, con su voz suave.

Kisa, sintiendo cómo la presión se desvanecía un poco, pensó rápidamente en una solución. Quería distraerla, mantenerla tranquila por un momento más.

—Vamos a esperar un poco. Aquí están tratando de comunicarse con tu familia. Si se demoran mucho, podemos ir a un lugar cercano para comer algo. ¿Qué te parece?

Coral asintió con la cabeza, aparentemente satisfecha con la idea, pero Kisa vio en su rostro la pequeña chispa de duda que, sin saberlo, compartía con ella. ¿Qué iba a ser de esa niña? Qué destino cruel, pensó Kisa, el de enfrentar una realidad tan dura, tan pronto.

El tiempo continuaba pasando y Kisa no podía dejar de pensar en lo que le había dicho el médico. Estaba inquieta, con un nudo en el estómago por la situación, pero intentaba mantenerse serena por la niña. Coral, al parecer, no se había dado cuenta de la gravedad de la situación. 

De pronto, Kisa vio a una de las enfermeras que sabía se había encargado de atender a Royal. Por lo tanto, se acercó a ella.

—¿Han podido contactarse con alguien de la familia del señor Royal? —preguntó.

—Todavía no. Está siendo difícil. Probablemente vamos a tener que llamar a las autoridades para que nos ayuden a identificar a la familia del hombre.

Kisa asintió con la cabeza, aunque esa respuesta no la tranquilizaba en absoluto. Pensó que ya habían pasado varias horas, y la incertidumbre sobre el destino de Coral, sumado a la situación trágica de su padre, hacía que el peso en su pecho fuera más fuerte con cada minuto que pasaba.

Se acercó a la pequeña y, con una sonrisa tentativa, le hizo una pregunta.

—Cariño, ¿quieres comer algo?

—¡Sí, quiero comer algo!

—Bueno, vamos a comer, y luego volvemos. ¿Qué te parece?

Coral, ahora con los ojos brillando de hambre, no tardó en responder.

—Sí, sí, quiero ir. ¡Muero de hambre!

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