Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.
La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.
—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.
Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por este tipo de angustia.
—Lo que podemos hacer ahora es esperar y seguir investigando. Si encontramos algún dato adicional, lo informaremos. Pero, por ahora, debemos seguir con los procedimientos estándar —añadió el médico con tono profesional, pero también visiblemente preocupado por la desconexión entre el paciente y su familia.
—¿Permanecerá en la morgue hasta que encuentren a su familia?
—Así es.
Kisa frunció el ceño, sintiendo el peso de esas palabras. Aunque el hombre ya no estaba allí, la idea de que su cuerpo se quedara en la morgue sin que nadie viniera a reclamarlo le resultó profundamente triste.
El médico, notando su confusión y tristeza, le ofreció una expresión cálida y empática.
—Lo siento mucho, pero por ahora, eso es todo lo que podemos hacer. Continuaremos intentando contactar a la familia, pero hasta que lo logremos, él permanecerá en la morgue.
Tras decirle todo aquello, el médico se alejó lentamente del sitio.
Kisa se quedó allí, quieta, con la pequeña dormida sobre su regazo. De repente, las lágrimas comenzaron a caer sin previo aviso. Sabía lo que era perder a un padre, incluso si su propia historia había sido más compleja. El abandono de su padre, la muerte de su madre años atrás… todo eso la había marcado profundamente. Había tenido que crecer rápidamente, ponerse el rol de la hermana mayor, ser la cabeza de la familia y proteger a su hermana Marfil, quien ahora tenía 18 años. Pero el vacío que dejaba la pérdida de los padres era irreparable. Y ahora, ¿qué iba a hacer esta niña sin su padre? ¿Dónde estaba su madre?
El llanto de Kisa, contenido en su pecho, se hizo más fuerte, aunque de manera silenciosa. Sus sollozos, suaves pero intensos, no fueron lo suficientemente callados como para no despertar a Coral. La niña movió la cabeza con suavidad, despertando, y al instante levantó la mirada.
—¿Qué pasa? —preguntó Coral—. ¿Cómo está mi papá?
Kisa, limpiándose las lágrimas apresuradamente, se sintió abrumada. No podía… no debía decirle a la niña lo que había sucedido. No le correspondía a ella. La noticia debía ser dada por un familiar, alguien cercano. Pero, ¿y si no llegaban a tiempo? ¿Y si la niña nunca recibía la noticia como debía ser? Kisa no lo sabía, pero entendía que no podía ser ella quien destrozara el mundo de la pequeña.
—No pasa nada —dijo, forzando una sonrisa mientras la niña la miraba atentamente—. Solo tengo un poco de hambre. No he comido nada desde hace rato.
Coral la miró, claramente confundida pero sin insistir, y asintió.
—Yo también tengo hambre —respondió, con su voz suave.
Kisa, sintiendo cómo la presión se desvanecía un poco, pensó rápidamente en una solución. Quería distraerla, mantenerla tranquila por un momento más.
—Vamos a esperar un poco. Aquí están tratando de comunicarse con tu familia. Si se demoran mucho, podemos ir a un lugar cercano para comer algo. ¿Qué te parece?
Coral asintió con la cabeza, aparentemente satisfecha con la idea, pero Kisa vio en su rostro la pequeña chispa de duda que, sin saberlo, compartía con ella. ¿Qué iba a ser de esa niña? Qué destino cruel, pensó Kisa, el de enfrentar una realidad tan dura, tan pronto.
El tiempo continuaba pasando y Kisa no podía dejar de pensar en lo que le había dicho el médico. Estaba inquieta, con un nudo en el estómago por la situación, pero intentaba mantenerse serena por la niña. Coral, al parecer, no se había dado cuenta de la gravedad de la situación.
De pronto, Kisa vio a una de las enfermeras que sabía se había encargado de atender a Royal. Por lo tanto, se acercó a ella.
—¿Han podido contactarse con alguien de la familia del señor Royal? —preguntó.
—Todavía no. Está siendo difícil. Probablemente vamos a tener que llamar a las autoridades para que nos ayuden a identificar a la familia del hombre.
Kisa asintió con la cabeza, aunque esa respuesta no la tranquilizaba en absoluto. Pensó que ya habían pasado varias horas, y la incertidumbre sobre el destino de Coral, sumado a la situación trágica de su padre, hacía que el peso en su pecho fuera más fuerte con cada minuto que pasaba.
Se acercó a la pequeña y, con una sonrisa tentativa, le hizo una pregunta.
—Cariño, ¿quieres comer algo?
—¡Sí, quiero comer algo!
—Bueno, vamos a comer, y luego volvemos. ¿Qué te parece?
Coral, ahora con los ojos brillando de hambre, no tardó en responder.
—Sí, sí, quiero ir. ¡Muero de hambre!
Kisa la tomó de la mano y juntas salieron del hospital, con paso lento pero decidido. Al poco tiempo, llegaron a un pequeño local de comida rápida. El lugar era cálido y era como un respiro de normalidad en medio de toda la confusión que las rodeaba.Se sentaron en una mesa y Kisa pidió un par de hamburguesas. Coral, al principio, pareció no querer comer, observando la comida con una ligera expresión de duda en su rostro. —¿Por qué no comes? ¿No te gusta la hamburguesa? —preguntó Kisa.—Sí, me encanta… pero es que no me dejan comer esto en mi casa.Kisa, sorprendida, frunció el ceño mientras tomaba un bocado de su propia comida.—¿Por qué no puedes comerte una hamburguesa?Coral miró a su alrededor, asegurándose de que nadie prestara demasiada atención, y luego susurró, como si fuera un secreto.—Bueno, la novia de mi papá no quiere que coma estas cosas. Solo quiere darme pescado y verduras que no son para nada deliciosas... —dijo, haciendo una cara de disgusto.Kisa se quedó en sile
Royal estaba atrapado en una oscuridad insondable. No era un sueño ni una pesadilla, era algo mucho más inquietante. Era consciente de sí mismo, pero al mismo tiempo estaba desconectado de su cuerpo. Sabía que tenía brazos, piernas, un torso, pero no podía moverlos. Era como si estuvieran allí, presentes, pero fuera de su alcance, como si hubieran dejado de pertenecerle.No sentía dolor, ni calor, ni frío. No sentía nada. Y esa ausencia de todo lo aterraba más que cualquier sufrimiento imaginable. Quería gritar, pedir ayuda, pero no podía. Su garganta no emitía sonido alguno.Sin embargo, su mente seguía alerta, y en medio de esa prisión oscura, comenzó a escuchar algo, voces lejanas que parecían flotar en el vacío.Al principio, eran apenas un murmullo, fragmentos de palabras que no podía distinguir. Luego, se hicieron más claras, pero aún distantes, como si se originaran en un mundo al que ya no pertenecía. Intentó concentrarse en ellas, buscar un significado en ese mar de confusión,
—Estoy... en una morgue... ¿no es así? —preguntó Royal. Le costaba hablar, aún no podía mover muy bien los labios. El forense asintió con la cabeza rápidamente, todavía incapaz de hablar.—¿Por qué... estoy aquí? —agregó Royal—. Estabas... a punto de hacerme... una autopsia, ¿verdad? ¿Acaso alguien de mi familia... lo autorizó?El forense seguía sin poder creer lo que estaba viendo, y Royal comenzó a impacientarse.—Deja de... mirarme así. Estoy vivo, realmente vivo, así que... contéstame ya —ordenó—. ¿Alguien de mi familia... autorizó la autopsia? —N-No exactamente. En casos de muerte súbita, cuando la causa no es específica, se realiza automáticamente una autopsia, sin necesitar el consentimiento de los familiares.—¿Cómo es... eso posible? ¡Estabas a punto de matarme! —se mostró irritado.—Se suponía que estabas muerto. No había signos vitales, tu cuerpo experimentó rigidez y enfriamento post mortem, no reaccionabas al RCP...—¡No pueden hacer una autopsia sin la autorización de
Royal, decidido y sacando fuerzas de donde sea, se forzó a vestirse rápidamente y salió de la habitación.—Tú conoces a esa mujer, ¿no? —preguntó Royal al médico, en lo que caminaban uno al lado del otro—. La viste y hablaste de frente con ella, lo que significa que la reconocerás con facilidad.—Sí, podré hacerlo —replicó el médico.Sin perder tiempo, ambos se dirigieron hacia la sala de espera, suponiendo que encontrarían a la mujer o habría alguna pista de ella. Pero al llegar, no había rastro de la desconocida. Tampoco estaba Coral, lo cual hizo que Royal comenzara a alterarse todavía más.—¡Mal-dita sea! ¿Dónde demonios están? ¿Cómo es posible que nadie haya preguntado quién era? ¡Dejaron a mi hija con una completa desconocida! —se quejó, a lo que el médico intentó calmarlo.—Señor Fankhauser, por favor, comprende. Nuestra prioridad era salvarte la vida. Estábamos enfocados en ti —trató de explicarle, pero Royal no quiso escuchar.—¡Solo son excusas! ¡Quiero que encuentren a mi hi
Kisa miró a Royal fijamente, todavía aturdida por todo lo que estaba sucediendo.—Su hija estaba muy preocupada por usted, debería estar celebrando su recuperación con ella...Royal giró la cabeza hacia ella, con una mirada cargada de desprecio.—Tú no tienes ningún derecho a decirme lo que debo o no hacer con mi hija. Además, sé exactamente qué clase de trucos estás usando. Te ganaste su confianza, fuiste amable y buena con ella solo para traerla aquí. Personas como tú hacen eso. Manipulan.—¿Personas como yo?—Mira este lugar —señaló, observando a su alrededor con desagrado—. Es un asco. Huele a... pobreza. Gente como tú no tiene nada que perder y mucho que ganar al involucrarse con familias como la mía.El insulto fue como un golpe para Kisa. Atónita, se quedó en silencio durante unos segundos antes de responder con firmeza, aunque su voz reflejaba la indignación que sentía.—Disculpe, señor, pero no lo conozco para nada. No voy a permitir que venga a mi casa a insultarme de esa m
—Pero... ¿porqué? —insistió Coral—. Kisa es linda, es buena...—No, hija, no es buena —respondió, controlando su tono para no asustarla—. Se aprovechó de la situación. Te llevó sin mi permiso, y eso está mal, muy mal. Tenía malas intenciones, quería alejarte de mí.—¿D-De verdad? —preguntó Coral, con la voz quebrada por la sorpresa, sin entender completamente.—Sí, pequeña, ella quería llevarte lejos. Pero no volverás a verla, lo prometo. Ella trató de usarte para sus propios fines, pero ya he tomado medidas para que no vuelva a acercarse.Coral lo miró, todavía desconcertada, como si algo no encajara en todo lo que acababa de escuchar.—Pero... papá... —murmuró, buscando las palabras—. No me hizo daño... Ella fue... amable.Royal la miró fijamente, pero su tono fue tajante.—Yo sé lo que te estoy diciendo, hija. Será difícil que lo entiendas, pero sé lo que pasó, y sé lo que es mejor para ti. Confía en mí. Ella no volverá a cruzarse contigo.Coral solo permaneció en silencio, jugando
Cuando Royal vio los moretones oscuros en el torso y la espalda de la niña, su corazón se detuvo. Sus ojos se abrieron de par en par y un frío recorrió su cuerpo.—Coral... —susurró de repente.Coral giró sobresaltada, cubriéndose el torso con sus brazos.—¡Papá! ¿Porqué volviste a entrar? —gritó, con la voz temblorosa y cargada de vergüenza y miedo.Royal se acercó rápidamente, cayendo de cuclillas frente a ella, buscando nivelarse con su pequeña. Sus ojos exploraban cada rincón de su cuerpo, cada marca, cada sombra. Era como si el aire lo asfixiara.—¿Qué te pasó? —preguntó con urgencia, tratando de tomar sus manos, pero Coral las apartó.—Nada, nada... solo me lastimé jugando en la escuela —dijo rápidamente, pero su voz carecía de convicción.Royal frunció el ceño y, con suavidad pero con firmeza, tomó sus pequeños brazos para apartarlos del torso que trataba de proteger.—Coral, estos moretones no son de jugar —un fuego se encendió en su interior mientras intentaba mantener la cal
Royal salió de la mansión en un torbellino de furia. Cada paso que daba resonaba como un eco de su enojo por los pasillos silenciosos de la casa. Su mandíbula estaba tensada y sus ojos inyectados de rabia.Al llegar al vestíbulo, se encontró con Magalí.—¿A dónde vas de nuevo? —preguntó ella con curiosidad al notar la urgencia en Royal.—Tengo que salir —respondió él, con un tono seco y apresurado.—¿No vas a llevarme a casa? ¿O prefieres que me quede aquí? —agregó, ya que Magalí no vivía en la mansión, sino sola en un departamento.Royal se detuvo un instante, mirando a Magalí como si su presencia fuera un obstáculo.—Vete por tu cuenta —declaró—. Estoy ocupado. Me surgió algo importante.—¿No puedes acercarme a mi casa al menos? Solo será un momento —insistió Magalí, algo desconcertada.—Tengo prisa —replicó Royal, girándose hacia la puerta—. Nos vemos mañana.Royal subió al coche con movimientos rápidos, como si cada minuto fuera crucial, y se dirigió hacia la comisaría. Su rostro