Los paramédicos comenzaron a trabajar en Royal con rapidez y precisión. Uno de ellos colocó un pulsioxímetro en su dedo para medir la saturación de oxígeno y la frecuencia cardíaca, mientras el otro palpaba la arteria carótida en su cuello para confirmar la presencia de pulso.
—Tiene pulso, pero es extremadamente débil. No supera los 40 latidos por minuto —dijo el primero.
—Respira, pero la ventilación es superficial. Vamos a colocar oxígeno.
Con movimientos rápidos, ajustaron una mascarilla de oxígeno en el rostro de Royal. Mientras tanto, el otro paramédico preparaba un monitor cardíaco. Le colocaron electrodos adhesivos en el pecho, conectando los cables para obtener un electrocardiograma.
—Bradicardia severa, podría entrar en paro si no se estabiliza —expuso uno de ellos.
Mientras tanto, Kisa observaba todo con nerviosismo. No entendía términos médicos, pero escuchando que su pulso era débil y que podía entrar en paro, era fácil deducir que su situación no era nada buena.
Por fortuna, Coral no podía comprender lo que estaba sucediendo, lo cual era mejor para ella, ya que lo que menos deseaba era que una niña tan pequeña sufriera de ansiedad debido a la gravedad de las circunstancias.
—¿Qué pasa? —preguntó la niña, mostrándose desorientada.
Kisa le apretó suavemente la mano y le respondió con ternura.
—Están haciendo todo para que tu papá se mejore, cariño. Ellos lo están cuidando.
Por otro lado, los paramédicos continuaron con su labor. Uno de ellos sacó un tensiómetro para medir la presión arterial y confirmó lo que temía.
—Hipotensión severa. Sin signos de trauma evidente, parece un evento médico. Podría ser un infarto o un accidente cerebrovascular —el paramédico a cargo miró a su compañero—. Su estado es crítico —expuso.
Varios minutos después, cuando llegaron al hospital, el equipo médico ya los esperaba con una camilla. Los paramédicos informaron rápidamente sobre su estado mientras transferían a Royal de la ambulancia hacia el área de urgencias.
En lo que los médicos trasladaban a Royal a toda prisa, Coral intentó seguirlos, pero Kisa la sujetó con cuidado y la abrazó, a lo que la niña se aferró a ella.
—¿Lo están ayudando, verdad? —preguntó Coral, con la voz quebrada.
Kisa le limpió las lágrimas y le respondió suavemente.
—Están haciendo todo lo posible, cariño. No tengas miedo, tú no estás sola. Yo me quedaré contigo todo el tiempo, lo prometo.
La sala de espera del hospital estaba en silencio, roto solo por el suave sollozo de Coral. Ambas estaban sentadas y la niña, con sus manitas entrelazadas en el regazo, había empezado a llorar de nuevo. Kisa, con una paciencia infinita, la mantuvo entre sus brazos, abrazándola con fuerza. De vez en cuando, acariciaba su espalda, buscando darle algo de consuelo.
Kisa miraba a la niña, intentando transmitirle paz con cada gesto, con cada palabra. Sabía que, en ese momento, lo único que la pequeña necesitaba era sentirse segura, sentir que alguien estaba ahí para ella.
—Tranquila, Coral. Todo va a estar bien. —susurró Kisa, sin dejar de abrazarla.
Coral levantó la cabeza lentamente, con los ojos enrojecidos de tanto llorar, y contempló a la mujer por un instante.
—¿Tú tienes hermanos? —preguntó Coral, con la voz aún quebrada. Su tono infantil denotaba la curiosidad que solo un niño podría tener en medio de un momento tan difícil.
Kisa sonrió suavemente, dándole un leve apretón en los hombros, y asintió.
—Sí, tengo una hermana menor. Se llama Marfil.
Coral frunció el ceño, pensando en el nombre.
—¿Marfil? —repitió, como si fuera una palabra que no le sonaba, pero que quería entender.
Kisa asintió, sonriendo más ampliamente ahora.
—Sí. Es un nombre bonito, ¿verdad?
Coral se limpió una lágrima con la mano, sin dejar de mirarla.
—¿Y cuántos años tiene? —preguntó, ahora con más interés—. ¿Puedo jugar con ella?
Kisa pensó por un momento antes de responder.
—Tiene dieciocho años. Acabó de cumplirlos hace poco. Creo que... será un poco difícil que juegue contigo —soltó una corta risa nerviosa.
—Ah... Yo tengo siete —dijo Coral, levantando su dedo índice, como si fuera una prueba de su edad. Kisa se echó a reír con ternura ante la seriedad de la niña.
—¿Siete años? ¡Qué grande! —comentó Kisa, impresionada. Luego, con suavidad, le preguntó—. ¿Y tú tienes hermanos?
Coral negó con la cabeza, mostrando una expresión de tristeza, lo que encogió el corazón de Kisa.
—¿Estabas regresando de la escuela? —prefirió cambiar de tema.
Coral asintió con vehemencia.
—Sí... Aunque a veces no me gusta mucho ir —su voz se hizo un poco más suave, como si no quisiera que Kisa pensara que era una niña difícil.
—¿Por qué no te gusta? —cuestionó, queriendo saber más.
—Es que la maestra nos dice que tenemos que leer mucho y me da sueño —Coral hizo una carita, como si de verdad no entendiera por qué tenía que leer tanto.
Kisa se rió suavemente, comprendiendo lo que Coral quería decir.
—A mí también me pasaba cuando era pequeña, pero sabes, leer puede ser divertido si encuentras un buen libro —Kisa sonrió—. ¿Te gustan los cuentos?
Coral pensó por un momento, luego asintió.
—Sí... Me gustan los cuentos de princesas... y de dragones.
—¡Eso suena muy divertido! —respondió Kisa, animándola—. Yo solía leer sobre princesas que viajaban y hacían cosas muy valientes. Tal vez te gustaría uno de esos.
Coral pareció más animada ahora, con la curiosidad brillando en sus ojos.
—¿Y qué hacían esas princesas? —preguntó, casi olvidando su tristeza por un segundo.
—Hacían muchas cosas. Como montar dragones o salvar a otras personas. Algunas veces, las princesas tenían que ser valientes, aunque no siempre querían. Pero siempre tenían una buena razón.
Coral la miró, como si estuviera pensando en todo lo que le había dicho. De repente, su semblante triste regresó, pues acababa de recordar algo.
—Mi papá y yo... íbamos a ir al parque después de clases. Papá dijo que me merezco un premio por portarme bien en la escuela aunque no me guste ir...
—Suena como un buen papá —dijo Kisa con dulzura—. Y suena como un día bonito.
Coral asintió lentamente, mirando las manos de Kisa mientras las acariciaba.
—Sí... aunque no sé qué va a pasar ahora...
—Todo estará bien, cariño. No te preocupes —Kisa le sonrió, con el corazón lleno de compasión.
El equipo médico comenzó su trabajo de inmediato, pero las condiciones del paciente parecían cada vez más desconcertantes. La enfermera conectó rápidamente el monitor de signos vitales, esperando al menos ver alguna señal mínima de vida. Pero la pantalla permaneció en blanco, mostrando una línea plana, sin actividad cardíaca. El médico, un hombre experimentado con años de práctica en emergencias, se acercó al paciente con calma, pero su rostro reflejaba la seriedad del momento.—No hay signos vitales —dijo, mientras comenzaba a revisar manualmente las pulsaciones en el cuello y la muñeca del hombre, buscando alguna señal de vida en las arterias principales. Sin embargo, las dos pruebas fueron negativas. Ningún pulso detectable. Por lo tanto, procedió a la reanimación, realizando compresiones torácicas. Sin embargo, no hubo respuesta favorable.El médico suspiró, no sorprendido, pero preocupado por la inusitada rapidez con que el hombre había colapsado. Miró al equipo con una mirada de
Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por
Kisa la tomó de la mano y juntas salieron del hospital, con paso lento pero decidido. Al poco tiempo, llegaron a un pequeño local de comida rápida. El lugar era cálido y era como un respiro de normalidad en medio de toda la confusión que las rodeaba.Se sentaron en una mesa y Kisa pidió un par de hamburguesas. Coral, al principio, pareció no querer comer, observando la comida con una ligera expresión de duda en su rostro. —¿Por qué no comes? ¿No te gusta la hamburguesa? —preguntó Kisa.—Sí, me encanta… pero es que no me dejan comer esto en mi casa.Kisa, sorprendida, frunció el ceño mientras tomaba un bocado de su propia comida.—¿Por qué no puedes comerte una hamburguesa?Coral miró a su alrededor, asegurándose de que nadie prestara demasiada atención, y luego susurró, como si fuera un secreto.—Bueno, la novia de mi papá no quiere que coma estas cosas. Solo quiere darme pescado y verduras que no son para nada deliciosas... —dijo, haciendo una cara de disgusto.Kisa se quedó en sile
Royal estaba atrapado en una oscuridad insondable. No era un sueño ni una pesadilla, era algo mucho más inquietante. Era consciente de sí mismo, pero al mismo tiempo estaba desconectado de su cuerpo. Sabía que tenía brazos, piernas, un torso, pero no podía moverlos. Era como si estuvieran allí, presentes, pero fuera de su alcance, como si hubieran dejado de pertenecerle.No sentía dolor, ni calor, ni frío. No sentía nada. Y esa ausencia de todo lo aterraba más que cualquier sufrimiento imaginable. Quería gritar, pedir ayuda, pero no podía. Su garganta no emitía sonido alguno.Sin embargo, su mente seguía alerta, y en medio de esa prisión oscura, comenzó a escuchar algo, voces lejanas que parecían flotar en el vacío.Al principio, eran apenas un murmullo, fragmentos de palabras que no podía distinguir. Luego, se hicieron más claras, pero aún distantes, como si se originaran en un mundo al que ya no pertenecía. Intentó concentrarse en ellas, buscar un significado en ese mar de confusión,
—Estoy... en una morgue... ¿no es así? —preguntó Royal. Le costaba hablar, aún no podía mover muy bien los labios. El forense asintió con la cabeza rápidamente, todavía incapaz de hablar.—¿Por qué... estoy aquí? —agregó Royal—. Estabas... a punto de hacerme... una autopsia, ¿verdad? ¿Acaso alguien de mi familia... lo autorizó?El forense seguía sin poder creer lo que estaba viendo, y Royal comenzó a impacientarse.—Deja de... mirarme así. Estoy vivo, realmente vivo, así que... contéstame ya —ordenó—. ¿Alguien de mi familia... autorizó la autopsia? —N-No exactamente. En casos de muerte súbita, cuando la causa no es específica, se realiza automáticamente una autopsia, sin necesitar el consentimiento de los familiares.—¿Cómo es... eso posible? ¡Estabas a punto de matarme! —se mostró irritado.—Se suponía que estabas muerto. No había signos vitales, tu cuerpo experimentó rigidez y enfriamento post mortem, no reaccionabas al RCP...—¡No pueden hacer una autopsia sin la autorización de
Royal, decidido y sacando fuerzas de donde sea, se forzó a vestirse rápidamente y salió de la habitación.—Tú conoces a esa mujer, ¿no? —preguntó Royal al médico, en lo que caminaban uno al lado del otro—. La viste y hablaste de frente con ella, lo que significa que la reconocerás con facilidad.—Sí, podré hacerlo —replicó el médico.Sin perder tiempo, ambos se dirigieron hacia la sala de espera, suponiendo que encontrarían a la mujer o habría alguna pista de ella. Pero al llegar, no había rastro de la desconocida. Tampoco estaba Coral, lo cual hizo que Royal comenzara a alterarse todavía más.—¡Mal-dita sea! ¿Dónde demonios están? ¿Cómo es posible que nadie haya preguntado quién era? ¡Dejaron a mi hija con una completa desconocida! —se quejó, a lo que el médico intentó calmarlo.—Señor Fankhauser, por favor, comprende. Nuestra prioridad era salvarte la vida. Estábamos enfocados en ti —trató de explicarle, pero Royal no quiso escuchar.—¡Solo son excusas! ¡Quiero que encuentren a mi hi
Kisa miró a Royal fijamente, todavía aturdida por todo lo que estaba sucediendo.—Su hija estaba muy preocupada por usted, debería estar celebrando su recuperación con ella...Royal giró la cabeza hacia ella, con una mirada cargada de desprecio.—Tú no tienes ningún derecho a decirme lo que debo o no hacer con mi hija. Además, sé exactamente qué clase de trucos estás usando. Te ganaste su confianza, fuiste amable y buena con ella solo para traerla aquí. Personas como tú hacen eso. Manipulan.—¿Personas como yo?—Mira este lugar —señaló, observando a su alrededor con desagrado—. Es un asco. Huele a... pobreza. Gente como tú no tiene nada que perder y mucho que ganar al involucrarse con familias como la mía.El insulto fue como un golpe para Kisa. Atónita, se quedó en silencio durante unos segundos antes de responder con firmeza, aunque su voz reflejaba la indignación que sentía.—Disculpe, señor, pero no lo conozco para nada. No voy a permitir que venga a mi casa a insultarme de esa m
—Pero... ¿porqué? —insistió Coral—. Kisa es linda, es buena...—No, hija, no es buena —respondió, controlando su tono para no asustarla—. Se aprovechó de la situación. Te llevó sin mi permiso, y eso está mal, muy mal. Tenía malas intenciones, quería alejarte de mí.—¿D-De verdad? —preguntó Coral, con la voz quebrada por la sorpresa, sin entender completamente.—Sí, pequeña, ella quería llevarte lejos. Pero no volverás a verla, lo prometo. Ella trató de usarte para sus propios fines, pero ya he tomado medidas para que no vuelva a acercarse.Coral lo miró, todavía desconcertada, como si algo no encajara en todo lo que acababa de escuchar.—Pero... papá... —murmuró, buscando las palabras—. No me hizo daño... Ella fue... amable.Royal la miró fijamente, pero su tono fue tajante.—Yo sé lo que te estoy diciendo, hija. Será difícil que lo entiendas, pero sé lo que pasó, y sé lo que es mejor para ti. Confía en mí. Ella no volverá a cruzarse contigo.Coral solo permaneció en silencio, jugando