C3: Su estado es crítico.

Los paramédicos comenzaron a trabajar en Royal con rapidez y precisión. Uno de ellos colocó un pulsioxímetro en su dedo para medir la saturación de oxígeno y la frecuencia cardíaca, mientras el otro palpaba la arteria carótida en su cuello para confirmar la presencia de pulso.

—Tiene pulso, pero es extremadamente débil. No supera los 40 latidos por minuto —dijo el primero.

—Respira, pero la ventilación es superficial. Vamos a colocar oxígeno.

Con movimientos rápidos, ajustaron una mascarilla de oxígeno en el rostro de Royal. Mientras tanto, el otro paramédico preparaba un monitor cardíaco. Le colocaron electrodos adhesivos en el pecho, conectando los cables para obtener un electrocardiograma.

—Bradicardia severa, podría entrar en paro si no se estabiliza —expuso uno de ellos.

Mientras tanto, Kisa observaba todo con nerviosismo. No entendía términos médicos, pero escuchando que su pulso era débil y que podía entrar en paro, era fácil deducir que su situación no era nada buena. 

Por fortuna, Coral no podía comprender lo que estaba sucediendo, lo cual era mejor para ella, ya que lo que menos deseaba era que una niña tan pequeña sufriera de ansiedad debido a la gravedad de las circunstancias.

—¿Qué pasa? —preguntó la niña, mostrándose desorientada.

Kisa le apretó suavemente la mano y le respondió con ternura.

—Están haciendo todo para que tu papá se mejore, cariño. Ellos lo están cuidando.

Por otro lado, los paramédicos continuaron con su labor. Uno de ellos sacó un tensiómetro para medir la presión arterial y confirmó lo que temía.

—Hipotensión severa. Sin signos de trauma evidente, parece un evento médico. Podría ser un infarto o un accidente cerebrovascular —el paramédico a cargo miró a su compañero—. Su estado es crítico —expuso.

Varios minutos después, cuando llegaron al hospital, el equipo médico ya los esperaba con una camilla. Los paramédicos informaron rápidamente sobre su estado mientras transferían a Royal de la ambulancia hacia el área de urgencias.

En lo que los médicos trasladaban a Royal a toda prisa, Coral intentó seguirlos, pero Kisa la sujetó con cuidado y la abrazó, a lo que la niña se aferró a ella.

—¿Lo están ayudando, verdad? —preguntó Coral, con la voz quebrada.

Kisa le limpió las lágrimas y le respondió suavemente.

—Están haciendo todo lo posible, cariño. No tengas miedo, tú no estás sola. Yo me quedaré contigo todo el tiempo, lo prometo.

La sala de espera del hospital estaba en silencio, roto solo por el suave sollozo de Coral. Ambas estaban sentadas y la niña, con sus manitas entrelazadas en el regazo, había empezado a llorar de nuevo. Kisa, con una paciencia infinita, la mantuvo entre sus brazos, abrazándola con fuerza. De vez en cuando, acariciaba su espalda, buscando darle algo de consuelo.

Kisa miraba a la niña, intentando transmitirle paz con cada gesto, con cada palabra. Sabía que, en ese momento, lo único que la pequeña necesitaba era sentirse segura, sentir que alguien estaba ahí para ella.

—Tranquila, Coral. Todo va a estar bien. —susurró Kisa, sin dejar de abrazarla.

Coral levantó la cabeza lentamente, con los ojos enrojecidos de tanto llorar, y contempló a la mujer por un instante.

—¿Tú tienes hermanos? —preguntó Coral, con la voz aún quebrada. Su tono infantil denotaba la curiosidad que solo un niño podría tener en medio de un momento tan difícil.

Kisa sonrió suavemente, dándole un leve apretón en los hombros, y asintió.

—Sí, tengo una hermana menor. Se llama Marfil.

Coral frunció el ceño, pensando en el nombre.

—¿Marfil? —repitió, como si fuera una palabra que no le sonaba, pero que quería entender.

Kisa asintió, sonriendo más ampliamente ahora.

—Sí. Es un nombre bonito, ¿verdad?

Coral se limpió una lágrima con la mano, sin dejar de mirarla.

—¿Y cuántos años tiene? —preguntó, ahora con más interés—. ¿Puedo jugar con ella?

Kisa pensó por un momento antes de responder.

—Tiene dieciocho años. Acabó de cumplirlos hace poco. Creo que... será un poco difícil que juegue contigo —soltó una corta risa nerviosa. 

—Ah... Yo tengo siete —dijo Coral, levantando su dedo índice, como si fuera una prueba de su edad. Kisa se echó a reír con ternura ante la seriedad de la niña.

—¿Siete años? ¡Qué grande! —comentó Kisa, impresionada. Luego, con suavidad, le preguntó—. ¿Y tú tienes hermanos?

Coral negó con la cabeza, mostrando una expresión de tristeza, lo que encogió el corazón de Kisa.

—¿Estabas regresando de la escuela? —prefirió cambiar de tema.

Coral asintió con vehemencia.

—Sí... Aunque a veces no me gusta mucho ir —su voz se hizo un poco más suave, como si no quisiera que Kisa pensara que era una niña difícil.

—¿Por qué no te gusta? —cuestionó, queriendo saber más.

—Es que la maestra nos dice que tenemos que leer mucho y me da sueño —Coral hizo una carita, como si de verdad no entendiera por qué tenía que leer tanto.

Kisa se rió suavemente, comprendiendo lo que Coral quería decir.

—A mí también me pasaba cuando era pequeña, pero sabes, leer puede ser divertido si encuentras un buen libro —Kisa sonrió—. ¿Te gustan los cuentos?

Coral pensó por un momento, luego asintió.

—Sí... Me gustan los cuentos de princesas... y de dragones.

—¡Eso suena muy divertido! —respondió Kisa, animándola—. Yo solía leer sobre princesas que viajaban y hacían cosas muy valientes. Tal vez te gustaría uno de esos.

Coral pareció más animada ahora, con la curiosidad brillando en sus ojos.

—¿Y qué hacían esas princesas? —preguntó, casi olvidando su tristeza por un segundo.

—Hacían muchas cosas. Como montar dragones o salvar a otras personas. Algunas veces, las princesas tenían que ser valientes, aunque no siempre querían. Pero siempre tenían una buena razón.

Coral la miró, como si estuviera pensando en todo lo que le había dicho. De repente, su semblante triste regresó, pues acababa de recordar algo.

—Mi papá y yo... íbamos a ir al parque después de clases. Papá dijo que me merezco un premio por portarme bien en la escuela aunque no me guste ir...

—Suena como un buen papá —dijo Kisa con dulzura—. Y suena como un día bonito.

Coral asintió lentamente, mirando las manos de Kisa mientras las acariciaba.

—Sí... aunque no sé qué va a pasar ahora...

—Todo estará bien, cariño. No te preocupes —Kisa le sonrió, con el corazón lleno de compasión.

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