No puedo nada más si ti

El sol se comenzaba a colar por entre las cortinas de la ventana. Deanna dormía sobre el pecho de su esposo y Daniel la abrazaba. La cama era un desastre, la habitación era un desastre.

La pasión de haber regresado, el deseo por ese hombre y el amor que compartían; desató una oleada incontenible de bocas, manos y cuerpos que se tocaban, se besaban y se conectaban. Entre grosería, jadeos, gemidos y declaraciones de amor; ambos habían dejado salir todos los sentimientos. Deanna llevaba las marcas de sus dedos en las piernas y Daniel el labio mordido por su esposa.

Pero ese rayo de sol insistente le dio de lleno en la cara y ella se estiró molesta. Se sentía cómoda y cálida entre sus brazos; Daniel también se movió. Por un momento permanecieron despiertos, pero letárgicos. La piel se les sentía todavía ardiente.

Deanna abrió los ojos lentamente y lo miró a la cara, su cabello despeinado y el brillo en sus ojos que siempre la hacía sentir sensual.

-Buenos días - Le susurró con voz ronca
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