El amor no es una palabra, es un verbo

-Jonathan solo me ignora… - Le dijo a Daniel esa mañana, llorando.

-Son solo celos, Deanna – Intentaba consolarla.

Pero no lo conseguía. Al principio el pequeño saltamontes había tomado la noticia de la llegada de sus hermanos nuevos con mucho entusiasmo y alegría, pero a medida que se fueron haciendo más visibles debajo de la ropa de Deanna, le creció un sentimiento de aprehensión.

Esa mágica relación que siempre habían tenido de pronto se enfrío y por mucho que ella lo intentaba, parecía que el niño se alejaba más. La rutina en la que lo arropaba cuando se iba a la cama, comenzó a ser menos frecuente. Jonathan sencillamente desaparecía por las escaleras y cuando Deanna iba a buscarlo a su habitación, ya estaba dormido. O fingía estarlo.

La estabilidad emocional era frágil para ella; podía pasar de un estado eufórico y feliz a uno apesadumbrado en cuestión de horas. Y cualquier pequeña cosa la detonaba. Daniel la entendía, ya lo había visto suceder en los embarazos de sus tres hijos
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