—Es una prenda demasiado costosa, y no encaja en los lugares en los cuales yo trabajo —habló Paula con sinceridad. —No te lo compré para ir a trabajar —rebatió Juan Andrés—, sino para salir conmigo. —La miró a los ojos. Paula sacudió la cabeza, se estremeció, recordó su primera cita con él. —No creo que sea buena idea, nuestros encuentros a solas siempre terminan mal, no quiero estropear el vestido, cuando tenga que golpearte otra vez. —Elevó una ceja. Juan Andrés soltó una carcajada. —¿Vives repartiendo golpes? —cuestionó. —Tuve que aprender a defenderme desde joven, tú no sabes lo que es vivir en el medio en el cual yo me he criado, ahí debes aprender a sobrevivir —explicó. Juan Andrés recordó su incidente en el bus, entendió. —Comprendo —expresó—, traje comida china, ¿la han probado? —indagó. Paula negó con la cabeza. Cris estaba concentrado en la pelota que no dijo nada. —Nunca —contestó ella. Juan Andrés volvió a deglutir con dificultad. —Entonces ve a ponerte el vest
—El padre de mi hijo se llama: Paula Osorio, porque yo soy su papá y su mamá, y no he necesitado de un hombre para sacar adelante a mi niño —enfatizó con firmeza, y la frente en alto, llena de orgullo. —Muy bien —respondió Juan Andrés, entonces si tus amigas, esas viejas chismosas, me interrogaran, les daré tu versión —indicó y se puso de pie—, ahora que nos vamos entiendo, ¿no crees que es momento de dormir juntos? —Ladeó los labios, y elevó una de sus cejas. Paula rodó los ojos, resopló con molestia. —Eso no será posible, tú no compartes nada con gente de estrato bajo como yo, si dormimos juntos seguramente te pasaré mis piojos. —Sonrió con cinismo—, así que descansa, buenas noches. —Se retiró de la sala. Juan Andrés bufó, y se mordió los labios, había sido víctima de sus propias palabras. —¿Es que siempre tienes algo que refutar? —se cuestionó susurrando—, eres una altanera Paula Osorio. —Suspiró profundo—, pero muy diferente a las mujeres que he conocido. —Se quedó pensati
—¿Cómo está Paula? —indagó Juan Andrés, reflejando en su mirada preocupación. —Mejor —carraspeó intentó recomponerse—, tu esposa sufre migraña —mintió, pues Paula luego de que había recuperado la conciencia, le había pedido no decirle sobre su enfermedad a Juan Andrés. —¿Migraña? —cuestionó dubitativo. —Así es, pero le estamos realizando otros estudios, la estabilizamos y con el medicamento que le administré se va a sentir mejor, deben esperar que se termine el suero —mencionó. —Gracias —contestó a secas Juan Andrés. Sergio volvió a clavar su mirada en el niño, deglutió la saliva con dificultad y desapareció entre los pasillos del hospital, de inmediato llegó a su consultorio, sacó de uno de sus cajones unos medicamentos, los sacó del blíster y los engulló con rapidez, bebió un vaso con agua, luego de eso colocó sus manos sobre el escritorio, respiraba agitado, mantenía los ojos cerrados, intentaba desechar de su mente, recuerdos pasados, que lo atormentaban. —Voy a descubrir tod
La señora Duque frunció el entrecejo cuando le informaron que la cuenta había sido cancelada por su hijo. «¿De dónde sacó el dinero?» se preguntó, pensativa, entonces recordó que Paula le había mencionado que Andrés estaba trabajando. «¿En qué estará trabajando?» se cuestionó, sacudió la cabeza, y agradeció a la cajera. Cuando regresó a la alcoba, Paula ya se había vestido de nuevo, aún se sentía algo débil y un poco mareada. —Le pediré a una enfermera que te ayude, Juan Andrés ya canceló la cuenta —mencionó con un semblante lleno de preocupación. —¿Sabes en qué empresa trabaja mi hijo?Paula negó con lentitud la cabeza. —Tan solo me dijo que había realizado un proyecto, una campaña publicitaria.—Entiendo —dijo Paz, se aclaró la garganta, sabía que su hijo era muy talentoso, y que si se lo proponía podría ser el mejor, pero no dejaba de percibir ese sentimiento de angustia, sabía que Andrés siempre se metía en problemas, eso era parte de su vida. ****Christopher seguía impacien
Juan Andrés se quedó estático. Para sorpresa de Paula, él no reaccionó como ella esperaba, la chica frunció el ceño, desconcertada. «¿Qué pasó?» se cuestionó en la mente Paula, no entendía nada, él en dos ocasiones intentó propasarse con ella, y se la pasaba haciendo insinuaciones; sin embargo, no quiso investigar, sabía que él era demasiado vanidoso, entonces se alejó de él, percibiendo una sensación de rechazo que no le agradó en lo absoluto. —Descansa, pediré más tarde algo de comer —informó, él aclarándose la garganta. Paula no rebatió, no tenía ganas de discutir. —Está bien. —Se acomodó sobre el lecho, y cerró sus ojos. Juan Andrés abandonó la alcoba, en el pasillo, suspiró profundo. —Si fueras de otra clase social, quizás podría tomarte en serio —susurró, y se llevó los dedos a los labios, suspiró—, pero Juan Andrés Duque no se mezcla con gente de tu nivel, aunque eres diferente a las demás. —Sacudió la cabeza, y en ese momento su móvil sonó y era de nuevo Mariela, resopló
Juan Andrés acomodó sobre los dos platos, las hamburguesas con doble carne, y queso azul, inhaló ese exquisito aroma, y se le hizo agua la boca. Sacó de las cajitas las patatas fritas y las colocó en cada plato. —Eso se ve riquísimo —dijo Cris, y se lamió los labios. Juan Andrés sonrió al ver al pequeño, le acarició el cabello. —Y sabe delicioso, a ti te pedí una sorpresa. —Miró al niño. Cris abrió los labios, sus ojos se iluminaron. —¿Qué sorpresa? —indagó con curiosidad. Juan Andrés sacó de una bolsa grande, una cajita pequeña, impresa con dibujos. —¿Qué es? —cuestionó el niño. —Es una cajita feliz —contestó Andrés—, ábrela. El pequeño con sus manitas la abrió, inhaló el aroma de su hamburguesa, y saboreó con su lengua los labios. —Huele muy bien —expresó, y sacó su comida, miró las patatas fritas y de inmediato se llevó una a la boca, sacó en envase con su jugo de frutas natural, abrió los ojos cuando miró un muñeco de Mario Bros en un auto. —¡Gracias papá! —Corr
Gracias a los medicamentos que Sergio le envió a Paula, el dolor extenuante de cabeza fue cediendo. Aquella mañana ella se levantó temprano, y preparó el desayuno, observó todas las cosas de exclusivas marcas que Juan Andrés había adquirido para llenar la alacena. Resopló y negó con la cabeza. «De todos modos no se ha portado egoísta y comparte con nosotros» pensó ella, la mala apreciación que tenía de él, empezó a cambiar, y mientras el agua para el café hervía y los huevos se cocinaban, fue a sacar a Juancho y Leoncio del gallinero, los dos animales habían pasado en cautiverio estos días y a ella no le agradaba eso. —Pórtate bien Leoncio con el príncipe Andrew —bromeó—, no lo vayas a perseguir, no queremos que le dé un ataque de pánico. El ave abrió sus alas y sacudió su cuerpo, como que intentó decir que no prometía nada. Paula carcajeó al verlo. Juancho solía subirse a un viejo estante que daba a una de las ventanas de las habitaciones, en especial la de Juan Andrés y se ponía
El bus llegó y de nuevo Juan Andrés subió con el pequeño Cris en brazos, observó los asientos llenos, y ningún hombre se levantaba a cederle el lugar a Paula. —Parece que ya no existen caballeros —refunfuñó. —¿Acaso no les enseñan normas de educación? —indagó a viva voz. Paula abrió los ojos de golpe, se estremeció cuando un sujeto con un gran machete en un costado se aproximó. —¿Y quién nos va a enseñar eso, gomelito, acaso vos? —indagó y acercó su rostro sucio al joven. Andrés frunció la nariz, el hombre apestaba a aguardiente. —Pues sí, no está de más aprender. —Ya no sigas —suplicó Paula en voz baja, lo tomó de la mano, sentía su pecho agitado. —Hazle caso a tu… novia. —El sujeto devoró con los ojos a Paula—, mamacita, estás bien rica, dame tu dirección, y te hago un hijo. —Hizo un gesto obsceno con la mano, sonrió mostrando sus dientes amarillos. Paula apretó los puños, Juan Andrés se hallaba frente a ella, entonces él, le entregó a Christopher, y sin pensar un segundo la