Paula rodó los ojos resopló, de nuevo tomó el cojín y se lo lanzó como pudo.—¡Cálmate! ¡Deja de ser payaso! ¡Me duele! —Se quejó encogiendo su cuerpo. —Tranquila, respira, inhala y exhala como aprendimos —recomendó, intentando calmar su nerviosismo. —¿Qué ocurre? —preguntó Inesita entrando a la alcoba, entonces se dio cuenta de lo que pasaba—, yo me quedo con los niños, ya les ayudo con las cosas de los bebés —comentó. Enseguida Juan Andrés ayudó a su esposa a bajar las escaleras, y luego a subir al auto. —¡Duele! —volvió a quejarse Paula, apretó el brazo de él con fuerza—, date prisa —gruñó, las contracciones eran muy dolorosas, sentía que se le fragmentaba la cadera. —Ya voy, ya voy —repitió él, encendió el vehículo y pisó a fondo el acelerador—, respira por favor. Paula restregaba su cabeza en el asiento, apretaba el brazo de él, se quejaba del dolor y eso lo ponía más nervioso. —¡Apúrate! —gritó Paula—, ya no resisto más —jadeó apretando sus dientes—, duele horrible. Con M
“¡El tumor es maligno, te queda poco tiempo de vida, si te operas hay esperanzas!”Aquella frase retumbó con violencia en los oídos de Paula, e hizo eco en su corazón.«¿Con quién voy a dejar a Cristhopher?»Fue lo primero que pensó, la garganta se le secó y la piel se le estremeció, no podía dejar a su pequeño hijo solo.—¿Y cuánto costaría la operación? —indagó con voz trémula y los ojos vidriosos.—Treinta y cinco millones de pesos —dijo el especialista.Paula palideció por completo, se sostuvo de una silla, jamás en su vida había escuchado esa exorbitante cantidad. Ella no tenía un trabajo estable, había días que vendía en las esquinas de Manizales, lo que podía, en otras ocasiones ayudaba de mesera en restaurantes, limpiaba edificios, casas, pero no conseguía un empleo que le pudiera ayudar a sobrellevar su enfermedad, no tenía un título universitario, y por mala suerte no alcanzó a terminar el colegio, y lo que más le angustiaba era su hijo, el pequeño apenas tenía cinco años.—
Luciana abrió sus ojos de par en par, se estremeció al escuchar esa historia. Abrazó con calidez a su amiga para darle consuelo. —Estamos peor que antes —resopló deglutiendo la saliva con dificultad—, aunque existe una posibilidad, si trabajaras conmigo, podrías reunir con mayor rapidez esa cantidad —propuso la joven—, esta noche uno de los clientes dará una gran fiesta, ha pedido una dama de compañía. —Miró de pies a cabeza a Paula—, con un vestido elegante, algo de maquillaje, unos tacones, no quedarás mal, además no tienes que acostarte con él, no es obligatorio —indicó—, el cliente del cual te hablo es muy lindo y no te obliga a lo que no quieres, pero es muy juguetón con sus manos, y te da unos besotes. —Suspiró profundo.Paula negó con la cabeza, y sus hermosos ojos marrones los abrió con amplitud.—No pienso convertirme en una prostituta, yo tengo dignidad —enfatizó y se puso de pie—, no creo que no te pidan sexo, esos hombres pagan por mujeres, es obvio que quieren algo más —
Paula se levantó con un fuerte dolor de cabeza, cada día su dolencia se acrecentaba, por lo que decidió no salir a laborar, aunque el dinero le hacía mucha falta.—¿Puedes llevar a Cristhopher a la escuela? —pidió a Luciana—, no me siento bien —indicó.Luciana, inspiró profundo la miró con pesar.—Tranquila, duerme un poco, yo me haré cargo del niño —aseguró y le pasó un analgésico a su amiga con un vaso con agua—, toma la pastilla —solicitó.Paula asintió, se tragó la medicina, y luego cerró los ojos con fuerza, intentó dormir.—¡Mami! ¡Mami! —exclamó el pequeño Cris, tocándole las mejillas.—Deja dormir a tu mamá —solicitó Luciana—, está un poco cansada.El pequeño parpadeó, y luego enfocó sus enormes ojos azules en su mamá.—¿Otra vez está enferma? —cuestionó, sus labios formaron una fina línea, haciendo un puchero.Luciana, se aproximó al chiquillo, se agachó a su misma altura.—Solo está cansada, no llores, mejor ven te ayudo con tu uniforme —solicitó.—Yo puedo solo, ya soy gran
Hacienda la Momposina: Manizales, Colombia.Los miembros de la familia Duque se hallaban reunidos en el amplio comedor de la finca, el jefe de la familia se colocó los lentes, miró con seriedad el puesto vacío de su hijo: Juan Andrés.—¿En dónde está tu hermano? —cuestionó a Juan Miguel, el gemelo de Andrew.—No debe tardar papá —respondió el joven.Joaquin Duque el padre de los muchachos, resopló, estaba por ponerse de pie para ir a buscarlo, cuando el joven apareció.—Perdón la demora —dijo, tenía el cabello enmarañado, los ojos rojos de la mala noche que pasó el día anterior en la fiesta que se había prolongado hasta la mañana.—Toma asiento —ordenó el señor Duque—. Los reuní porque pienso hacer cambios importantes en la organización administrativa del negocio.—¿Qué cambios? —cuestionó María Joaquina la menor de la familia.—He decidido nombrar a Juan Andrés el nuevo administrador de la hacienda.El joven de la impresión cayó de la silla. Sus hermanos soltaron una carcajada.—¿Te
—¡Hice una pregunta! —exclamó en voz fuerte la madre de Juan Andrés, observó a su hijo con la camisa manchada de sangre, el rostro lleno de rasguños, estaba desgreñado, y luego enfocó su vista en la muchacha, quien respiraba agitada y tenía el cabello enmarañado. —¡Esta loca me agredió, mamá! —se quejó él—, no la quiero en la hacienda, sáquenla —ordenó. —¿Qué le hiciste? —cuestionó la señora Duque a su hijo, mirándolo con profunda seriedad. El joven arrugó el ceño. —¡Nada! ¡Ella me estaba provocando y como no le hice caso! —¡No es cierto! ¡Eres un mentiroso! —gritó Paula, intentó soltarse del agarre de los hombres que la sostenían. —¡Eres un atrevido! —rugió—, dile a la señora como mandaste a los municipales para que me quitaran mi mercancía —gritó despavorida a los cuatro vientos. —¿Hiciste eso? —indagó María Paz, negando con la cabeza. Juan Andrés observó a Paula amenazante, y luego dirigió su vista a su madre. —¡Esta loca me confunde, no es cierto, mamá! —mintió él. Paula l
Paula no volvió a la Momposina, era cierto necesitaba el dinero, pero no deseaba encontrarse con el miserable de Juan Andrés Duque.—¿Qué piensas hacer? —indagó Luciana—, la casera nos presiona con la renta —mencionó con angustia—, te presté todo lo que tenía para que compraras las frutas para tus jugos.Paula alargó un suspiro, apretó los puños al recordar que todo su esfuerzo se esfumó gracias al insoportable de Juan Andrés Duque.—Hoy iré a ver si en los restaurantes del mercado, alguien requiere mi ayuda —comunicó con tristeza, su semblante cada día era más pálido, se veía desmejorada.Luciana se estremeció al verla, sabía que la vida de su amiga se agotaba lentamente.—No hagas mucho esfuerzo —suplicó—, yo me haré cargo del almuerzo, y de retirar a Cris de la escuela.—Gracias —dijo sin mucho ánimo Paula, y salió de la vivienda.La chica con su vestimenta sencilla: jeans desgastados, camiseta, sus envejecidos tenis y su andar ligero, caminó por las calles hasta llegar a uno de lo
—No te asustes, tranquila —susurró con voz suave María Paz—, no vengo a nada malo, solo deseo charlar contigo. —¿Conmigo? —indagó Paula, abriendo sus ojos de par en par. María Paz le brindó una cálida sonrisa. —¿En dónde tendremos privacidad? —cuestionó. Paula deglutió la saliva con dificultad, su pieza era muy sencilla, le dio pena con la elegante señora, sin embargo, no tenía otro sitio en el cual recibirla. —Mi habitación es muy sencilla, ¿desea seguir? —Señaló con su mano hacia una envejecida puerta de madera. —Vamos —respondió Paz, y caminó tras de ella. Paula con cierto recelo abrió la puerta, era humilde, pero le gustaba tener todo limpio y en orden. —Siga señora. María Paz ingresó a la pieza, miró a su alrededor, la pintura de las paredes estaba desgastada, el piso de madera crujía con sus pasos, observó dos camas sencillas, una mesa en donde reposaba una simple cocineta, tenían un estante plástico para verduras, un pequeño mini refrigerador. El olor a humedad se impr