La penumbra envolvía la ciudad y Juan Miguel llegó de su viaje, Lu lo sabía y por eso se envolvió en las sábanas y fingió estar dormida. A Miguel se le hizo extraño que ella no bajara a recibirlo, todo estaba oscuro. —Lu, amor, ya llegué —gritó desde las escaleras, pero no obtuvo respuesta. Entró a la alcoba, y encendió la luz, frunció el ceño, ella estaba dormida. Se aproximó con delicadeza, le delineó el rostro con la yema de sus dedos. —Despierta dormilona —murmuró. Lu deseaba no hacerlo, no despertar jamás, pero no podía esconderse de él. «No tengo el valor de verte a los ojos» se dijo mientras permanencia con los párpados cerrados. Juan Miguel le hacía cosquillas, entonces no tuvo más remedio que despertar. —Hola amor —susurró él—, ¿tuviste mucho trabajo? Lu parpadeó, pasó la saliva con dificultad, lo miró vacilante. —Sí bastante, estoy rendida. ¿Cómo te fue? —Bien, te traje un regalo, cierra los ojos —solicitó. Lu no muy animada obedeció, y luego de un par de
Miguel se hallaba en una junta en la fábrica, pero su mente estaba dispersa. La escena de la mañana cuando despertó y no encontró a Lu a su lado no lo dejaba tranquilo. Había estirado su brazo y el lugar de ella estaba vacío, se levantó y pensó que estaría en la ducha, pero no fue así, entonces escuchó ruido en la cocina, bajó sin hacer ruido. Se había quedado estático bajo el umbral de la puerta contemplando su belleza. Lu ya estaba lista para la oficina, lucía un hermoso vestido estampado en tonos azul, verde y amarillo, el retal le quedaba entallado a su esbelta figura. «Eres preciosa» dijo en su mente Miguel, se aproximó la tomó por la cintura. Sintió como ella se sobresaltó. —Madrugaste —le había dicho él. Se quedó estático cuando ella se soltó de sus brazos, se alejó y abrió la puerta del refrigerador, sacó el jugo de naranja. —Dijiste que tenías una junta —le había respondido Lu con frialdad—, siéntate te sirvo, se te hará tarde. La actitud de Luciana provocó un escalofrío
Desde el consultorio del doctor Esparza. Sergio a través de las cámaras instaladas en esa habitación, miraba y escuchaba todo. Su risa siniestra retumbó en las paredes. —Por fin te veo sufrir, desgraciado, eso y más te mereces. —Apretó sus puños con todas sus fuerzas. —Tu castigo será perder a la mujer que amas, pero ese no será tu fin, porque no tienes idea de lo que te espera. —Bebió un sorbo de whisky y volvió a carcajear—. Por ti hermano, haré justicia, y por mí más, ese Duque jamás debió meterse con nosotros. —Su azulada mirada se volvió oscura. ****Juan Andrés pegó sus labios a los fríos de Paula, y su corazón se fragmentó aún más, no podía pensar que ya jamás ella volvería a corresponderle, no sabía cuánto tiempo ella estaría en coma, días, meses, años. Resopló, cerró sus ojos. —Ojalá pudieras escucharme, y lucharas por tu vida, por nosotros, Paula no te rindas —suplicó y un gran torrente de lágrimas inundaron sus mejillas, colocó su cabeza en el pecho de ella. Así permane
Esa noche la familia entera estuvo junto a Juan Andrés apoyándolo, agradecía que todos estuvieran a su lado, pero no dejaba de sentirse desolado, con ese nudo que le ahogaba. Se acostó junto al niño, lo abrazó, no había tenido el valor de decirle sobre lo de Paula, pero el pequeño era muy inteligente y no le podía ocultar las cosas por más tiempo. Deambuló como un alma en pena durante el resto de horas, miraba la oscura noche, desde la terraza, y pensó que quizás perder a Paula era el castigo justo luego de que en esa ocasión no pudo hacer nada por su hermana. —Quizás me lo merezco, tal vez la maldición de Luz Aída aún nos persigue, o es el castigo justo por la vida que llevaba, nunca supe apreciar lo que tenía. —La voz se le quebró, y dejó caer su cuerpo en el piso de madera del balcón, se abrazó a sus piernas—, dicen que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde… **** Una semana después y las cosas seguían igual. Paula en coma, Andrés visitándola a diario, haciéndole c
Juan Andrés derramaba un gran torrente de lágrimas, su corazón estaba fragmentando, miró como el féretro era metido en una fría tumba. Contuvo las ganas de gritar de dolor, no lo hizo por el niño, a quién tenía en sus brazos, abrazado a él. Cris se aferraba a él, pero en realidad era Juan Andrés el que se aferraba al niño, era por él que no se dejaba vencer, era lo único que le quedaba de Paula. —¿Ya no volverá mi mamá? —cuestionó el pequeño. Juan Andrés pasó la saliva con dificultad, miró al niño a los ojos. —No, ella ahora nos cuida desde el cielo, pero no te preocupes, me tienes a mí, yo voy a cuidarte, y protegerte, lo juro. El pequeño lo abrazó con sus tiernas manitas, y él lo estrechó con más fuerza, ese juramento tenía que cumplirlo, Paula había confiado en él, no podía fallarles, había llegado el momento de ser fuerte, de enfrentar su perdida, de empezar de cero, como un hombre de bien, ahora tenía un hijo quién seguiría su ejemplo, y aunque tenía el alma destrozada, prome
—¡Qué empiece el show! —dijo Albeiro al escuchar el rechinido de las llantas del Mercedes de Miguel. Luciana tembló, presionó sus ojos, quería desaparecer en ese momento, pero estaba atada de manos. Se colocó con rapidez la cadena que Miguel le regaló con el dije de saturno, era lo único que pensaba llevarse. Miguel entró como un desquiciado la sangre se le congeló, miró prendas regadas en el piso, apretó la mandíbula, abría y cerraba sus puños. Subió en un par de zancadas, y abrió la puerta de la habitación de un solo golpe. —¡Luciana! —gritó iracundo, sus pupilas estaban dilatadas. —¡Así los quería encontrar! Lu derramó varias lágrimas, miró a Miguel, y notó la rabia, la decepción en sus ojos, el corazón de Lu se hizo pedazos. «¡Soy inocente!» Miguel la miró con desprecio, se acercó a Albeiro lo agarró del cuello, le lanzó un puño, pero el hombre se defendió. Empezaron una batalla campal. Lu se estremeció, estaba pálida, temía por sus bebés, como pudo se envolvió en u
«Yo no quería amarte, tú me enseñaste a odiarte, todos los besos que me imaginé vuelven al lugar donde los vi crecer…»Las notas de la melodía Saturno de Pablo Alboran sonaban en las bocinas del bar donde Juan Miguel ahogaba sus penas en alcohol. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Su mente no hacía más que recordar las palabras de Lu.«No te amo, me voy con Albeiro»—¿Por qué Luciana? —susurraba mientras alzaba su copa con whisky y se la bebía hasta el fondo. —¿Por qué lo preferiste a él? Yo te ofrecía una nueva vida, no me importaba tu pasado, tenía tantos planes para los dos. —Bebió de nuevo otro trago, el licor pasaba raspando su garganta, y el ardor de la ausencia de Lu, se hacía cada vez más grande. —Por fin te encuentro —Se escuchó en la voz de Juan Andrés, quién, por el contrario, a su hermano, y aunque la perdida de Paula aún dolía, estaba sobrellevando su ausencia de la mejor manera—, vamos a casa, no solucionas nada bebiendo —aconsejó. Miguel alzó su rostro, negó
—Señor, ¿ha visto alguna vez la película Hostel? —indagó el oficial a cargo de la investigación de las mujeres desaparecidas a su jefe. El hombre arrugó el ceño, resopló. —No estamos para ir al cine ahora, no hemos resuelto este caso —refutó. —No, no me refiero a eso, sino que descubrí que estas personas operan de la misma forma, mire resulta que, en la película, ponen en un catálogo a chicas muy bellas que pueden aparecer en cualquier parte, las fotos son tomadas desde un parque, un centro comercial, una piscina en fin, con eso hacen una subasta y millonarios alrededor del mundo las compran. —Pero entonces nos enfrentamos a un caso de trata de blancas. —No señor, no las contratan para sexo, las hacen ir con engaños a un sitio, luego las secuestran, y se la ponen como mercancía, para que un sádico millonario las torture, les cortan partes de su cuerpo con diferentes aparatos, las pueden ultrajar, y nadie se entera porque luego incineran los restos. El agente abrió sus ojos, se q