Paula ya había rendido el examen escrito, tomó sus cosas y salió del salón a esperar que la llamaran para el oral. —¿Cómo te fue? —cuestionó Juan Andrés, quién sostenía de la mano a Cris, los dos la estaban acompañando ese día tan importante. —Pues, creo que bien. —Apretó los labios. —Estudiaste mucho, estoy seguro de que vas a pasar —le dijo Juan Andrés le dio ánimos. Treinta minutos más tarde Paula escuchó su nombre, el momento de rendir el examen oral había llegado. Cris y Andrés la acompañaron. —Esperamos llegar a tiempo —dijo María Paz acompañada de su esposo. Paula sonrió complacida, para ella era muy importante estar acompañada de las personas que quería, y los padres de Juan Andrés se habían ganado su cariño. —Gracias por venir, sí en este instante rendiré la prueba oral, pueden pasar si lo desean. —Claro —dijo Joaquín. Los señores Duque se adelantaron con el niño. Juan Andrés detuvo el andar de Paula. —Recuerda que estoy muy orgulloso de ti, lo harás bien. —Rozó sus
Luciana llegó con el semblante lleno de palidez a la oficina, pedirle dinero a Juan Miguel, no era una opción para ella, pero no tenía otra alternativa, no podía hablar, no era tan sencillo como la gente pensaba, no cuando la persona que la estaba extorsionando era un asesino a sueldo, capaz de cometer los peores crímenes. —Te recuerdo que, en unos días, yo dejo el cargo, y tú no has aprendido nada —refutó Isabel—, ser la querida del jefe no es suficiente. —La miró con desdén—, aunque aquí comentan que eres buena para otro tipo de funciones. Lu apretó los puños, se quedó callada, no tenía ánimos de discutir con nadie, no tenía sentido, todos en esa empresa sabían su antigua profesión, murmuraban en los pasillos, los hombres la veían con morbo, las mujeres no se le acercaban, era como si tuviera una enfermedad contagiosa. —Organiza esas carpetas —ordenó Isabel. Justo en ese momento Juan Miguel abrió la puerta de su oficina y salió, frunció el ceño al ver a Lu en el escritorio, y qu
En otra de las chozas los hombres de la tribu realizaron el mismo ritual con Juan Andrés, él se vistió con una camisa tipo guayabera blanca y pantalones del mismo tono. —Estamos listos —indicó un aborigen. Juan Andrés salió de la cabaña, anochecía, y habían prendido varias antorchas para iluminar el ambiente. Entonces su mirada se perdió con la presencia de Paula, ella vestida de blanco no parecía real, sino un ángel, se veía tan hermosa, caminaba hacia él sonriente. —Estás preciosa —le dijo Juan Andrés. —También tú —contestó ella, suspiró al verlo—, pareces un príncipe. —Lo soy —respondió él orgulloso. —No dejas de ser idiota —rebatió ella. La charla se vio interrumpida por el jefe de la tribu, quién los llevó a su santuario, ahí les brindó una charla, explicándoles la importancia de haberse escogido uno al otro. —Nada ocurre por casualidad, sus destinos debían juntarse, nacieron el uno para el otro —habló el sacerdote. Juan Andrés observó a Paula, y ella a él, ambos se refle
Un par de días pasaron luego de que Juan Andrés y Paula volvieron de Santa Marta, y su salud cada día empeoraba, él sabía que el tiempo se iba agotando, pero se negaba a aceptar la realidad. —¿A dónde me llevas? —cuestionó Paula, agarrando con fuerza la mano de Juan Andrés, ya que no podía ver nada porque tenía una venda en los ojos. —No seas impaciente, es una sorpresa —comunicó Andrés, entonces la ayudó a llegar al sitio indicado, y le retiró el pañuelo. Paula parpadeó, arrugó el ceño. —¿Qué hacemos en este galpón? —indagó dubitativa. —En este lugar construiremos un comedor comunitario para todos los indigentes, las personas que no tienen como alimentarse aquí en el barrio —expresó. Los ojos de Paula se cristalizaron, su corazón se conmovió y abrazó a su esposo. —¿En serio? —indagó balbuceando—, no tienes idea de lo que eso significa para todos, hay mucha gente que duerme sin cenar. —Suspiró profundo, y recordó aquellos días en los cuales pasaba sin alimentarse. —Por eso, po
La penumbra envolvía la ciudad y Juan Miguel llegó de su viaje, Lu lo sabía y por eso se envolvió en las sábanas y fingió estar dormida. A Miguel se le hizo extraño que ella no bajara a recibirlo, todo estaba oscuro. —Lu, amor, ya llegué —gritó desde las escaleras, pero no obtuvo respuesta. Entró a la alcoba, y encendió la luz, frunció el ceño, ella estaba dormida. Se aproximó con delicadeza, le delineó el rostro con la yema de sus dedos. —Despierta dormilona —murmuró. Lu deseaba no hacerlo, no despertar jamás, pero no podía esconderse de él. «No tengo el valor de verte a los ojos» se dijo mientras permanencia con los párpados cerrados. Juan Miguel le hacía cosquillas, entonces no tuvo más remedio que despertar. —Hola amor —susurró él—, ¿tuviste mucho trabajo? Lu parpadeó, pasó la saliva con dificultad, lo miró vacilante. —Sí bastante, estoy rendida. ¿Cómo te fue? —Bien, te traje un regalo, cierra los ojos —solicitó. Lu no muy animada obedeció, y luego de un par de
Miguel se hallaba en una junta en la fábrica, pero su mente estaba dispersa. La escena de la mañana cuando despertó y no encontró a Lu a su lado no lo dejaba tranquilo. Había estirado su brazo y el lugar de ella estaba vacío, se levantó y pensó que estaría en la ducha, pero no fue así, entonces escuchó ruido en la cocina, bajó sin hacer ruido. Se había quedado estático bajo el umbral de la puerta contemplando su belleza. Lu ya estaba lista para la oficina, lucía un hermoso vestido estampado en tonos azul, verde y amarillo, el retal le quedaba entallado a su esbelta figura. «Eres preciosa» dijo en su mente Miguel, se aproximó la tomó por la cintura. Sintió como ella se sobresaltó. —Madrugaste —le había dicho él. Se quedó estático cuando ella se soltó de sus brazos, se alejó y abrió la puerta del refrigerador, sacó el jugo de naranja. —Dijiste que tenías una junta —le había respondido Lu con frialdad—, siéntate te sirvo, se te hará tarde. La actitud de Luciana provocó un escalofrío
Desde el consultorio del doctor Esparza. Sergio a través de las cámaras instaladas en esa habitación, miraba y escuchaba todo. Su risa siniestra retumbó en las paredes. —Por fin te veo sufrir, desgraciado, eso y más te mereces. —Apretó sus puños con todas sus fuerzas. —Tu castigo será perder a la mujer que amas, pero ese no será tu fin, porque no tienes idea de lo que te espera. —Bebió un sorbo de whisky y volvió a carcajear—. Por ti hermano, haré justicia, y por mí más, ese Duque jamás debió meterse con nosotros. —Su azulada mirada se volvió oscura. ****Juan Andrés pegó sus labios a los fríos de Paula, y su corazón se fragmentó aún más, no podía pensar que ya jamás ella volvería a corresponderle, no sabía cuánto tiempo ella estaría en coma, días, meses, años. Resopló, cerró sus ojos. —Ojalá pudieras escucharme, y lucharas por tu vida, por nosotros, Paula no te rindas —suplicó y un gran torrente de lágrimas inundaron sus mejillas, colocó su cabeza en el pecho de ella. Así permane
Esa noche la familia entera estuvo junto a Juan Andrés apoyándolo, agradecía que todos estuvieran a su lado, pero no dejaba de sentirse desolado, con ese nudo que le ahogaba. Se acostó junto al niño, lo abrazó, no había tenido el valor de decirle sobre lo de Paula, pero el pequeño era muy inteligente y no le podía ocultar las cosas por más tiempo. Deambuló como un alma en pena durante el resto de horas, miraba la oscura noche, desde la terraza, y pensó que quizás perder a Paula era el castigo justo luego de que en esa ocasión no pudo hacer nada por su hermana. —Quizás me lo merezco, tal vez la maldición de Luz Aída aún nos persigue, o es el castigo justo por la vida que llevaba, nunca supe apreciar lo que tenía. —La voz se le quebró, y dejó caer su cuerpo en el piso de madera del balcón, se abrazó a sus piernas—, dicen que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde… **** Una semana después y las cosas seguían igual. Paula en coma, Andrés visitándola a diario, haciéndole c