XXV Perdición

A mediodía el sonido del timbre hizo a Alessa estremecer. Se quitó el mandil, guardó algo en su bolsillo y abrió la puerta. Ahí estaba Luka.

La tercera recomendación de Teo había sido que cerrara bien puertas y ventanas.

Lo invitó a sentarse en un banco de la entrada. La visión desoladora del jardín feo contribuyó a la pesadumbre que había en los ojos de Luka. El cielo se había nublado.

—Te escucho.

—Las acusaciones de Rebecca no son ciertas. Ella lo inventó todo.

—¿Y su auto destrozado? ¿Y los moretones en su cara?

—Ella lo hizo.

—¿Se golpeó sola?

—Alessa, sé lo absurdo que suena, pero yo no le hice nada, salvo decirle que ya no quería verla. Luego me fui a buscarte.

—Y eso de que la secuestraste, ¿también es mentira?

—No.

Alessa se tensó. Acercó la mano a su bolsillo.

—Yo me la llevé a la fuerza, eso es cierto, pero luego tuvo la oportunidad de irse, ella no quiso.

—Tal vez estaba asustada de ti.

—No, Alessa. Todo partió como un juego que quizás se nos salió un poco de las manos.

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