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LXI Un hombre puede soñar

Luka llegó con la bandeja del desayuno a la habitación. Alessa no se había levantado. Ya no tenía fiebre. Él se metió al guardarropa y salió con una tenida de oficina.

—Tengo una reunión importante. A menos que necesites que me quede contigo.

Alessa negó. Su desayuno seguía intacto.

—¿Quieres que te dé el cereal en la boca? Puedo hacerlo.

Ella volvió a negar y cogió la cuchara.

—Volveré lo más pronto que pueda —la besó y se fue.

Alessa dejó la bandeja en el velador sin probar bocado y se acostó otra vez, escondiendo la cabeza bajo la almohada.

En la oficina de Francesco, Luka revisaba unos documentos.

—¿Qué tan bien se lleva Florencia con su madre? —le preguntó.

—Hablan de vez en cuando por teléfono, casi siempre de la viña. Y casi siempre Flo termina de mal humor —dijo Francesco.

Luka sonrió, viendo en su hermano un posible cómplice.

—¿Y su relación con la niña?

—Ha ido a visitarla un par de veces. Más que pasar tiempo con Jo, se ha dedicado a criticar a Florencia por su desempeño
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