Piso de los topos. La mañana estaba nublada, había anunciada lluvia. Las ventanas falsas, que se habían inventado para prevenir la claustrofobia y el estrés, mostraban un día radiante. Siempre era de día en el piso de los todos.
—Aquí está la nómina de la nueva distribución de los empleados —dijo Anton, con el papel en alto.
—¿Esto es definitivo? —preguntó Lidia, la analista.
—Probablemente hasta que el hijo pródigo se aburra y vuelva a hacer lo que hacía antes de venir a revolver el gallinero. Dicen que se aburre rápido de todo. Les diré a qué equipo fueron asignados: Abarca, con Francesco, Castro...
Alessa cruzó los dedos, mientras repetía mentalmente el nombre de Francesco. Estaba en un rincón para evitar ser rozada entre la multitud. Se había puesto una blusa holgada y un brasier más grueso. Y llevaba dos pares de bragas de repuesto en su bolso, nunca salía sin ellas.
—Bien, los que están con Francesco, vayan al sexto piso, tendrán su reunión ahí.
—A mí no me nombraste —reclamó Alessa.
—Tú estás despedida ¡Jajajaja!
—No es gracioso.
—Sí, ya no funciona —dijo Anton tras mirarle el busto sin protuberancias—. Alégrate, ahora trabajaremos separados. Tú te vas al equipo del pródigo, séptimo piso.
Alessa cogió su bolso y salió al pasillo.
—Anímate, Ale. Algunos cambios son buenos —dijo Jean.
—¡Desafío laboral, yuju! —Siguió caminando con el mismo desánimo hasta las escaleras.
—¿No usarás el ascensor?
Ascensor, abrigo, chocolate, azul, dedo, boca, fuego en la entrepierna. Esa fue la sucesión de pensamientos que sacudieron la cabeza de Alessa.
—No... prefiero las escaleras. Es más saludable.
—Es el séptimo piso. Últimamente estás muy extraña.
Extraña era una palabra tan familiar para ella. Empezó a subir. Los síntomas del cansancio eran indistinguibles con los de la excitación sexual. Además, el ejercicio físico producía liberación de endorfinas, igual que el sex0. Igual que el chocolate.
Llegó jadeando al salón de reuniones. Había unas treinta personas dentro, eso contó a la rápida. Apenas y conocía a algunos programadores. Nadie se había sentado todavía, de seguro el nuevo jefe no estaba. Fue a la mesa del rincón y se sirvió un vaso con agua.
El embriagador perfume de su alucinación le llegó de pronto y se tensó. De reojo captó una silueta junto a ella.
El agua salió disparada de su boca.
Ahí estaba él, parado a su lado, tan cerca que podía tocarlo. Definitivamente estaba peor que nunca, alucinar rodeada de tantas personas la dejaría en evidencia. Eso le pasaba por no tomarse los ansiolíticos. Esperaba que el hombre no hiciera nada caliente, aunque sólo aparecerse ya lo fuera.
Se quedó quieta, pero alerta, con la vista fija al frente, esperando que desapareciera.
El hombre se preparó un café descafeinado y empezó a beberlo. Llevaba el abrigo negro. Ahora, con lo iluminada que estaba la habitación y sin alcohol o tanta calentura de por medio, se dedicó a analizarlo. Debía medir un metro ochenta, cabello castaño, piel clara. El largo abrigo tapaba demasiado, pero le pareció que tenía un buen trasero. Intentó ver el frente.
Se atrevió a tantearle un brazo. Estaba agradablemente duro para ser fruto de su mente enferma. Esperaba que le alcanzara la imaginación para que el resto de su cuerpo tuviera la misma consistencia.
—Disculpe, ¿qué hace? —dijo la alucinación.
—¿Ya no me tuteas? —le susurró Alessa—. Si voy al baño ahora, ¿me seguirás hasta ahí?
—¡Señoras, señores, señoritas y topos! Presten atención, por favor —dijo un hombre.
Debía ser el nuevo jefe. Todos se volvieron a verlo. Aprovechando la distracción y que estaban en el rincón, Alessa tanteó el trasero de la alucinación. El abrigo estorbaba, pero se sentía firme, apetitoso. El toque tuvo al instante ecos en su cuerpo y se removió, acalorada.
—En este nuevo rumbo que toma la empresa, tendremos la fortuna de ser guiados por un experto, lleno de ideas frescas y a la vanguardia, que nos llevará al siguiente nivel.
—Qué humilde —comentó Alessa, sin apartar su mano de ese caliente trasero imaginario que la estaba poniendo a mil.
—Tengo el agrado y el honor de presentarles a nuestro nuevo jefe, el señor Luka Bosch.
El trasero se apartó de la mano de Alessa. El hombre avanzó entre los presentes y fue a pararse junto al que hablaba.
Y ella no escuchó nada de lo que dijo porque los oídos le empezaron a zumbar. El tiempo se ralentizó, los sonidos se fueron silenciando y todo se vio como una película frente a sus ojos, que ya no distinguían entre ficción y realidad. Alessa había estado corriendo y se había dado contra un muro, así de aturdida estaba, así de impactada. Tuvo que salir a tomar aire.
Sentada en la escalera, llamó a Augusto. No le contestó. Estaba abrumada. Toda la ardiente excitación que había calentado su cuerpo se estaba convirtiendo en horror. Un sudor frío le recorría la espalda, las manos le temblaban. Los límites de lo real se desdibujaban y ya no los distinguía.
La reunión terminó, los empleados empezaron a salir. Su teléfono sonó.
—¿Dónde estás? Ve al octavo piso, el jefe quiere hablar contigo —dijo Jean.
¿Sería el antiguo, el nuevo o el imaginario?
Para su mala suerte era el imaginario, al que de imaginario ya no le quedaba mucho.
—Tome asiento, señorita Montoya —dijo desde su escritorio.
Luka Bosch decía su gafete. No podía ser cierto, no se parecía en nada a su hermano Francesco, que era un moreno de ojos pardos igual que el padre. Tal vez era adoptado.
Alessa desfalleció en la silla, clamando por un infarto fulminante.
—¿Me puede explicar lo que ocurrió en el salón? El acoso sexual es un delito.
¡Acoso sexual! Esas dos palabras la hicieron reaccionar de inmediato.
—En mi defensa debo decir que lo confundí con alguien más.
—¿Puedo saber con quién?
—Con... con alguien que conocí en un bar.
—¿Y le parece apropiado toquetear a alguien en el trabajo, rodeada de otras personas?
Alessa no supo qué decir, la palabra "toquetear" se oía tan bien saliendo de esa boca, acompañada de esos ojos. Quería seguir toqueteando...
De pronto, la claridad llegó a su turbada mente. No estaba alucinando, eran fantasías muy vívidas. Probablemente debió ver al nuevo jefe por algún pasillo, su mente guardó la espectacular imagen y el resto lo hizo la calentura. Qué agradable fue saber que estaba menos loca. El hombre no era su alucinación, sino su fuente de inspiración.
—Estuve revisando su ficha. Tiene antecedentes penales. ¿Qué fue lo que hizo?
Ella suspiró, ya podía darse por despedida, qué más daba satisfacer la curiosidad del hombre cuando ella había gozado manoseándole el trasero.
—Ofensas a la moral.
—Sea más específica, por favor.
—Me sorprendieron intimando en público.
Confesar su crimen ante el hombre cuyo avatar imaginario le había chupado el dedo le produjo una morbosa satisfacción. Rogaba para que le pidiera detalles.
—Esa es una falta leve, no es suficiente para quedar en su expediente.
—Fueron varias veces.
—Ahora voy entendiendo. Está acostumbrada a ser públicamente indecente.
Esas palabras incendiaban. Apretó las piernas. Esperaba no dejarle mojada la silla. Tendría que conseguir bragas más gruesas también.
—¿Está pensando en indecencias ahora? Sea sincera, por favor.
—¡Sí¡ —gritó, aferrándose la cabeza—. Lo lamento mucho... Lamento haberlo ofendido, yo respeto mi lugar de trabajo. Sé que no es una excusa, pero no he estado bien últimamente. Si supiera lo confundida que estoy en este momento... ¡Lloraría conmigo!
—No se haga la víctima. ¿Ha acosado a alguno de sus compañeros?
—¡Claro que no!
—¿Ha "intimado" con alguno en estas instalaciones?
Ese hombre quería ver el mundo arder, la iba a volver loca. Su fantasía realmente le hacía justicia, era igual de candente.
—No, ya le dije que respeto mi lugar de trabajo.
El hombre se apoyó el mentón en la mano. Con el índice derecho se palpó los labios. Era el mismo dedo con el que había tocado los de ella en la fantasía del ascensor. Alessa quiso chupárselo también y probar de una vez esos labios de nube. Se removió en la silla, clavándose los dedos en las piernas.
—Creo que me está mintiendo. Las mentirosas me desagradan mucho más que las acosadoras. A una mentirosa la puedo despedir.
—¡No he follado con nadie aquí en el trabajo! —gritó ella.
Aunque ahora deseaba hacerlo con todas sus fuerzas. Se iba a morir si no lo hacía.
—Pero... —desvió la vista— me he toqueteado con algunos compañeros en el baño.
Cuando estaba caliente se le soltaba la lengua y el brasier y las bragas, se le soltaba todo.
—¿Sólo eso?
—Con algunas compañeras también.
—Suficiente. Su escabrosa vida no es de mi incumbencia. Haré como que el episodio del salón jamás ocurrió y usted dejará sus cuestionables hábitos fuera de la empresa. ¿Entendido?
Ese autoritarismo...
—Sí, señor.
En cuanto la mujer salió, Luka accedió desde su computador al circuito de vigilancia de la empresa. La vio correr por los pasillos como una rata en un laberinto hasta meterse en un baño. Quería saber cuánto tiempo estaría allí, cuánto necesitaría para apagar la hoguera que él había encendido.
Qué ganas tuvo de estar allí con ella. Supuso que ya había llegado el momento de dar el siguiente paso.
El bar de siempre recibió a Alessa con su barra limpia y su fuerte tequila. Rara vez iba allí con amigas, ella tenía otros propósitos y ya casi no le quedaban amigas. —Nunca lo he hecho en un baño —dijo José. ¿O había dicho Joseph? —Para todo hay una primera vez, date prisa. —Alessa lo tenía arrinconado contra el inodoro. Le bajó los pantalones y empezó a jalárselo. —Huele a orina —se quejó él, arrugando la nariz. —¿A quién le importa? —Alessa se escupió la mano y siguió frotando, apretando—. Te quiero dentro de mí ahora. —Lo sé, nena. Yo también te deseo. Con la otra mano ella liberó uno de sus pechos y se lo ofreció. Él se lamió los labios. Acercó la boca, su aliento cálido causó hormigueos en su pezón endurecido. —¡Alguien está orinando al lado!—Se alejó antes de probarlo. Alessa se rindió, el tipo seguía flácido. Tal vez debía ir con la que orinaba. —¡Espera! Busquemos otro lugar, uno más cómodo. Te invito a mi casa —dijo él, aferrándole el brazo. —Olvídalo, podrías ser
Un nuevo puesto de trabajo implicaba también una nueva oficina y nuevos compañeros. Alessa metió las cosas de su cubículo en una caja y dejó el piso de los topos. —Hay tanta luz aquí. Las ventanas eran de verdad y no tenían cortinas. Sentía que se deshacía, como un vampiro. Tendría que llevar gafas de sol hasta tolerarlo. —Acostúmbrate. Ya no serás más un topo —dijo Fabián, su nuevo supervisor. Era más joven que Anton, pero se estaba quedando calvo. Ocultaba su pelada echándose un mechón hacia el costado. No importaba, probablemente lo que menos le miraran fuera la cabeza. Tenía un bultote bajo el pantalón al que Alessa le clavó los ojos al instante. No podía ser real. Ella había visto falos de todo tipo, colores, tamaños y formas, pero nunca uno tan grande. Era monstruoso. Descubrir si era real se volvió un deseo urgente, las manos le picaban por tocarlo. Le llegó un codazo. —Disimula un poco —Era Andrea, su rubia compañera—. Parece que fuera el primer hombre que ves. Se nota q
El busto de Freud, que ha recuperado por completo su dignidad, nos recibe en la habitación a media luz. "Nombre: Luka Bosch" "Edad: 28 años" "Diagnóstico: trastorno de personalidad obsesivo-compulsiva". "Observaciones: El paciente muestra una preocupación excesiva en lo referente al orden, las reglas y el control, hasta el punto de haber resultado peligroso para sí mismo y los demás en el pasado..." "Tratamiento actual: se retiran los antidepresivos dada la buena evolución del cuadro clínico. Se mantienen los ansiolíticos y la terapia cognitivo-conductual". —¿Cómo te has sentido, Luka? —Muy optimista. Realmente veo un avance en mi terapia. —¿Podrías darme un ejemplo de ese avance? —Hmm... No le diré lo horrorosa que es la combinación de camisa y corbata que ha elegido hoy, doctor. Usted se viste como le plazca. Las risas de Augusto contribuyen a distender el ambiente. Luka está sentado en el sofá. Sabe perfectamente que ya no hay restos de sudor en el tapiz de cuero. Tampoco
El abuelo de Alessa había sido como un padre para ella, tras la muerte del suyo cuando tenía cinco años. Su madre la llevaba a visitarlo y paseaban por los campos y viñedos que rodeaban la casona, al sur de la capital. Llegar hasta allá le tomó seis horas en bus. Fue directo a la iglesia, donde se llevaban a cabo todos los velorios. —¡Abuelo! —gritó al abrir de para en par las puertas de doble hoja. Adentro se estaba llevando a cabo un matrimonio. Corrió a la casona, hasta el final del pueblo, a los pies de la colina. —Tu abuelo fue sepultado hace una semana —le dijo su madre, con expresión severa. —¡¿Y por qué me dijeron hasta ahora?! —Porque nadie te quería aquí durante el funeral —escupió su hermana, Florencia. Era mayor que Alessa por dos años. Tenía una mirada fría y su busto parecía haber crecido desde la última vez que se vieron, hacía unos seis meses. —¡¿Por qué?! —¡¿Y todavía lo preguntas?! ¡¿Ya olvidaste lo que hiciste en mi matrimonio?! —Florencia... —llamó la m
La brisa matinal silbaba sobre los viñedos, trayendo un dulce aroma a uva cargado de recuerdos de la infancia. En el silencio del camposanto, Alessa suspiró frente a la tumba de su abuelo. Unas flores se marchitaban sobre la tierra oscura. Ya habían perdido su color. En una orilla junto a la lápida hizo un hueco en la tierra y sembró una planta que había comprado en el mercado. Ya no recordaba el nombre, tenía unas flores rojas de forma acampanada y hojas verde oscuro. Le dijeron que necesitaba poca agua y supuso que sobreviviría allí, para acompañar al abuelo. —Ojalá y hubiera podido ser alguien de quien te sintieras orgulloso. Se besó los dedos y tocó la lápida. Cuando iba dando la vuelta al terreno en que estaba el cementerio, la algarabía del festival empezó a sentirse: música en vivo, comidas caseras de todo tipo, los mejores vinos, juegos típicos. Nada que llamara su atención en un día tan gris. Hasta que vio a Luka. Lo creía dormido todavía en el hotel. Estaba comiendo una b
—¡Oh por el amor de Dios! —exclamó Luka. —Amén —dijo Alessa y volvió a devorarle el miembro que sabía a jugo de uva. La tenía encima desde que entraran a la habitación. Había tenido suerte evitando que lo desnudara en la calle. Estaba fuera de sí, ni siquiera lo había dejado bañarse y ahora lo succionaba como si quisiera absorberle hasta el alma. Esa mujer tenía una aspiradora en la garganta. Se dejó caer en la cama, verla era demasiado erótico y no quería correrse todavía. Estiró la mano para acariciarle la cabeza. —Alessa... respira... Se le iba a asfixiar con la mamada descomunal que estaba dándole. Su boca monstruosa lo liberó, la oyó aspirar una bocanada de aire. Luego sintió la lengua recorrer todo el largo y entretenerse en la punta. La chupó y frotó contra sus labios mientras su mano subía y bajaba. —¿Esto te gusta Luka? Déjame saber cuánto te gusta —dijo con la voz ronca y mirada de enajenada. Luka se cubrió la cara con el brazo. No quería verla cuando girara la cabeza
Luka revisaba unos documentos en su oficina. El fin de semana se lo había pasado pensando en su pasatiempo y los pasos a seguir de ahora en adelante. Y había decidido seguir con el juego, pero mejorando su estrategia. Se reclinó en la silla, acariciando el parche que le cubría las indecentes marcas del cuello. —Señor Bosch, la señorita Montoya necesita hablar con usted —avisó su secretaria. —Haz que pase. Alessa entró y se quedó apoyada en la puerta. —Revisé lo que me enviaste por correo y me gusta. Ya le di el visto bueno al programador. Encárgate de supervisarlo —. No la había mirado todavía. Su silencio y que siguiera parada allí lo hizo mirarla. Había recuperado su buena presencia de ser humano decente y racional. Y el color de la blusa que llevaba le combinaba con los zapatos. Se había puesto unos pantalones holgados que le daban un aire juvenil y fresco. Llevaba un maquillaje sutil y labios carmín. Nada de eso llamaba mucho la atención cuando su mirada era indescifrable. —
Despertarse en una cama que no fuera la suya empezaba a volverse habitual para Luka. Y la de Alessa era cómoda, ella había invertido en un buen colchón y ya imaginaba porqué. ¿Cuántos hombres habrían pasado por allí? El recuerdo del desarrapado que huyó por la ventana lo inquietaba. Ella llevaba extraños a la intimidad de su casa, los metía a su cama y muy probablemente dormía con ellos como ahora lo hacía con él, en completa calma, confiada, sin imaginar las intenciones oscuras que pudieran tener. Apreció su suave desnudez, la sábana le tapaba desde la cadera hacia abajo, ella se movía bastante en la noche. Lo acariciaba mientras dormía, se frotaba contra él perdida en sus sueños. Su cuerpo, voluptuoso, hablaba el idioma de las sensaciones, de las caricias y los roces. Iba y venía como las olas en la orilla, así era su deseo, jamás se dormía. Se inclinó hacia su pecho y sopló uno de los pezones rosados. Lo vio endurecerse y erguirse como una flor al amanecer. Ella soltó un ligero su