Luka revisaba unos documentos en su oficina. El fin de semana se lo había pasado pensando en su pasatiempo y los pasos a seguir de ahora en adelante. Y había decidido seguir con el juego, pero mejorando su estrategia. Se reclinó en la silla, acariciando el parche que le cubría las indecentes marcas del cuello. —Señor Bosch, la señorita Montoya necesita hablar con usted —avisó su secretaria. —Haz que pase. Alessa entró y se quedó apoyada en la puerta. —Revisé lo que me enviaste por correo y me gusta. Ya le di el visto bueno al programador. Encárgate de supervisarlo —. No la había mirado todavía. Su silencio y que siguiera parada allí lo hizo mirarla. Había recuperado su buena presencia de ser humano decente y racional. Y el color de la blusa que llevaba le combinaba con los zapatos. Se había puesto unos pantalones holgados que le daban un aire juvenil y fresco. Llevaba un maquillaje sutil y labios carmín. Nada de eso llamaba mucho la atención cuando su mirada era indescifrable. —
Despertarse en una cama que no fuera la suya empezaba a volverse habitual para Luka. Y la de Alessa era cómoda, ella había invertido en un buen colchón y ya imaginaba porqué. ¿Cuántos hombres habrían pasado por allí? El recuerdo del desarrapado que huyó por la ventana lo inquietaba. Ella llevaba extraños a la intimidad de su casa, los metía a su cama y muy probablemente dormía con ellos como ahora lo hacía con él, en completa calma, confiada, sin imaginar las intenciones oscuras que pudieran tener. Apreció su suave desnudez, la sábana le tapaba desde la cadera hacia abajo, ella se movía bastante en la noche. Lo acariciaba mientras dormía, se frotaba contra él perdida en sus sueños. Su cuerpo, voluptuoso, hablaba el idioma de las sensaciones, de las caricias y los roces. Iba y venía como las olas en la orilla, así era su deseo, jamás se dormía. Se inclinó hacia su pecho y sopló uno de los pezones rosados. Lo vio endurecerse y erguirse como una flor al amanecer. Ella soltó un ligero su
El bar estaba atestado de gente. Luka se abrió paso a choques con los que se reunían en el pasillo de la entrada. Vio la melena alborotada de Alessa en la barra. —¿Qué haces aquí? Alessa se sobresaltó al verlo. Se le colorearon las mejillas. —Qué sorpresa, señor Bosch, vine a tomar un trago con... —No mientas, viniste a buscar a un hombre —la interrumpió. —Señor... —No creas que esto es una escena de celos porque no lo es, sólo quiero entender por qué vienes a buscar pellejos cuando puedes comer filete en casa. A Alessa se le sonrojaron hasta las orejas. —Luka, espera... —intentó cubrirle la boca con las manos, él se las atrapó. —Si me vas a cambiar por otro, hazlo por uno que te folle mejor que yo o... —¡Luka vine con los topos! Jean y Lidia estaban tras ella, con la boca abierta. —Hola, señor Bosch —lo saludaron. Luka hizo un gesto con la mano y se dejó caer en un taburete. —Nosotros los dejaremos solos. —Lidia se llevó a Jean y se perdieron entre la multitud. Alessa
Luka no recordaba la última vez que desayunó con una mujer en su casa. No porque tuviera mala memoria o hubiera pasado mucho tiempo, sino porque había agarrado esos recuerdos y los había guardado en la última habitación de su cabeza, bajo llave. En parte para eso iba a terapia con Augusto, para no desear encontrar la llave. —Esto está muy bueno —dijo Alessa, llevándose una cucharada de cereal con leche a la boca. Un poco se le escurrió por la comisura y Luka sintió un tirón en la entrepierna. Nunca antes su cabeza había estado tan llena de pensamientos sexu4les como ahora, Alessa no sólo había abierto la habitación de la lujuria, había echado el muro abajo. —No hay nada como desayunar a las cuatro de la tarde. Te hace tener una nueva perspectiva de las cosas —aseguró ella, cómodamente enfundada en su camisa. La prenda le cubría lo justo. En la holgura él buscaba sus curvas, esas turgentes redondeces que lo hacían suspirar. Seguir sentado y con las manos quietas requería de mucho au
—¿Por qué no me dijiste que vivías con tu madre? Alessa acababa de confirmar que, pese a la enorme cantidad de vergüenza que una persona pudiera sufrir, era imposible volverse resistente a ella. —Porque no vivimos juntos. —Mis bragas no están. ¿Las tienes tú? La sirvienta de Luka le había dejado la ropa limpia en la cama. —No, eso es todo lo que llevabas encima. Tal vez se te quedaron en el bar. ¿No te da vergüenza? —Le apretó una nalga desnuda. —¡Ojalá y la vergüenza me salvara de acabar metida en estos líos! —Vístete rápido. Tal vez mi madre quiera conocerte. Disfrutó rememorando el horror en la cara de Alessa mientras iba a la sala. Su madre lo esperaba en el sillón, bebiendo un café. Era una mujer rubia. De ella había heredado los ojos azules. —¿Qué haces aquí? —Buenos días, querida madre. Gracias por preocuparte por mí y venir a visitarme. Si no vinieras, no nos veríamos jamás —espetó la mujer. Luka se sentó frente a ella, esperando por una respuesta. —Fui a verte a la
Una habitación muy iluminada es la que recibe a Alessa. Tal vez demasiado. Sus pensamientos le parecerán más oscuros si los revela allí.El doctor Edward la invita a tomar asiento. Un hombre joven. Creyó que Augusto la derivaría con una mujer.Agradece que le hubiera enviado su ficha. No tendrá que volver a decir que es peor que una perra callejera y que no puede mantener las piernas juntas. El hombre habla de lo frío que han estado estos días y de lo bien que le fue al equipo de fútbol de la ciudad en el último torneo. Temas superficiales para distender el ambiente y que ella se sienta cómoda al dejarlo meterse en su cabeza.Ella sabe que nunca se sentirá lo suficientemente cómoda, pero se esfuerza. Cree que la sanación es posible.—Háblame de tu primera vez, Alessa.—Fue a los dieciséis.—Eras muy joven. ¿Estabas enamorada?—No, estaba caliente.El hombre se remueve.—Háblame de él. ¿Cómo lo conociste?—En ese tiempo vivía con mi hermana y mi mamá en casa. Ella es viuda, empezó a s
Ahogarse. La muerte por ahogamiento ocurre cuando alguien presenta una imposibilidad para nadar o una disminución de su nivel de conciencia que le impide mantenerse a flote. Lo anterior se ve agravado cuando hay pánico y agotamiento. Luka no estaba en el agua ni cerca de ella, conducía su auto por la autopista, pero se ahogaba. Sentía sus pulmones llenándose de algo más espeso que el aire, algo que le quemaba las entrañas y lo llevaba a su límite.No encontró a Alessa en su casa. Y no le había contestado ninguna de sus llamadas.—¿Estás seguro de que no la has visto? —le preguntó al barman.—No podría decirlo, aquí viene mucha gente.—Tiene una melena negra, ojos pardos. Es la que siempre toma tequila, muy sociable.Suele irse a socializar a los baños, quiso agregar.—No, creo que no la he visto.Luka lamentó no tener ninguna fotografía de ella. Fue a revisar a los baños. Causó algunos reclamos cuando entró como un loco al de mujeres, y algunos halagos también. No hallarla tampoco all
—Es tu desayuno favorito, lo preparé para ti —dijo Rebeca.Hasta la cocina llegó Luka siguiendo el perfume de Rebeca. Era una fragancia única, ella la preparaba mezclando costosos perfumes cuyo nombre se había negado a revelarle. Él los descubrió igual. Se pasó toda una tarde recorriendo perfumerías italianas, analizando fragancias, mezclándolas en su cabeza, pero aun así seguía faltándole algo. El aroma de su piel.Se le acercó por detrás, le rozó el hombro con la nariz y se perdió en sus rojos cabellos. Ese aroma podía revivir a un moribundo y alzar hacia los cielos a alguien que se asaba en el mismísimo infierno.—Desayuna o llegarás tarde.—¿Me estás echando de mi propia casa? Acabamos de reencontrarnos. Además, ya no tengo ninguna razón para volver a la empresa.—No, Luka. No quiero que vuelvan a culparme si dejas el trabajo. Tu madre puede ser realmente fastidiosa, no quiero a tu familia metida en lo nuestro, no nos separarán esta vez.Luka se sentó, el desayuno que ella había