Luka llegó con la bandeja del desayuno a la habitación. Alessa no se había levantado. Ya no tenía fiebre. Él se metió al guardarropa y salió con una tenida de oficina. —Tengo una reunión importante. A menos que necesites que me quede contigo.Alessa negó. Su desayuno seguía intacto.—¿Quieres que te dé el cereal en la boca? Puedo hacerlo.Ella volvió a negar y cogió la cuchara.—Volveré lo más pronto que pueda —la besó y se fue.Alessa dejó la bandeja en el velador sin probar bocado y se acostó otra vez, escondiendo la cabeza bajo la almohada. En la oficina de Francesco, Luka revisaba unos documentos. —¿Qué tan bien se lleva Florencia con su madre? —le preguntó.—Hablan de vez en cuando por teléfono, casi siempre de la viña. Y casi siempre Flo termina de mal humor —dijo Francesco.Luka sonrió, viendo en su hermano un posible cómplice.—¿Y su relación con la niña?—Ha ido a visitarla un par de veces. Más que pasar tiempo con Jo, se ha dedicado a criticar a Florencia por su desempeño
En la tienda de artículos para el hogar, el pasillo de iluminación estaba hasta el final. Alessa los cruzó todos, con el corazón acelerado. La gente iba y venía de acá para allá. Tenía la impresión de que si pasaban muy cerca de ella la harían perder el equilibrio. Una horrible sensación de vértigo la había acompañado las primeras semanas del uso de la prótesis y a veces volvía, sobre todo en un lugar tan lleno de estímulos por todos lados.Luka iba con ella, unos pasos atrás. Si se concentraba en mirarle el trasero no veía el desorden en las estanterías. Esos lugares eran una pesadilla, peor que los supermercados. —No hay ninngunna parecida. Te compraré otra —dijo Alessa, mirando las lámparas—. Esta de metal durará mucho.—Me partirás la cabeza si se te ocurre tirármela.—¡No, Luka! Nunca más, nunca voy a tirártela. Te amo, te amo —se le colgó del cuello y lo besó, olvidándose de la lámpara, la gente alrededor y el vértigo. —¡Ey, espera! —La detuvo cuando empezaba a quitarse la blu
Alessa oía música mientras la estilista la peinaba. La mujer llevaba casi veinte minutos en tal tarea, una tortura. Ella habría sacudido la cabeza y listo, un peinado con volumen y movimiento, pero era un día muy especial y se portaría bien.—Listo, has quedado hermosa. Ahora el maquillaje.Alessa quiso salir corriendo, pero se aguantó. Cuando por fin estuvo lista fue a asomarse al salón aprovechando que los invitados todavía no llegaban. Los de la decoración seguían trabajando, alistando los últimos detalles. Olía a flores. Era un aroma en extremo dulce y prefirió irse al jardín. Allí la atrapó el equipo encargado de filmar toda la ceremonia.—¿Emocionada por la boda? —le preguntó el hombre, acercándole el micrófono.—Mucho. Todo está bellísimo.—Hagamos una toma completa de su atuendo —le indicó el hombre al camarógrafo.El vestido de Alessa le llegaba unos centímetros bajo la rodilla y su pierna de acero relucía con orgullo. Ella ya no la escondía, era testimonio de su lucha y amor
La boda era el evento más importante en la vida de muchas mujeres y ella no era la excepción. Vestida de radiante blanco en su traje de ensueño, hecho centímetro a centímetro para su deleite, avanzó por el pasillo sembrado de flores hacia donde su enamorado la esperaba con ojos soñadores, para amarla hasta que la muerte los separara. Estaba él vestido impecablemente, como un príncipe. Habían conseguido incluso un caballo blanco, que pastaba a la sombra, más allá de donde estaban los invitados. Sobre él se irían al terminar la ceremonia para comenzar su nueva vida. Todo era perfecto, ella se había esmerado en cada detalle, hasta las flores que pisaba combinaban en sus tonos con el ramo que cargaba y el vestido de su dama, que no era otra que su hermana menor, combinaba con el pañuelo de seda que llevaba en la solapa el padrino del novio. En el altar, su hermana no estaba junto al padrino. Y el padrino tampoco estaba. Con disimulo miró alrededor, ni rastros de la condenada. Ya se
Una habitación a media luz es el lugar donde inicia esta historia. No es un dormitorio, pero hay un sillón que algunos usan como cama. Hay un escritorio, con tallados al estilo victoriano. Es una imitación, pero brinda elegancia. Sobre él descansa un portátil. En su pantalla se aprecia un extenso documento cuyo contenido es confidencial. Detrás de él, en el centro del librero, un busto de Sigmund Freud mira con expresión severa por entre las bragas que cuelgan de su cabeza. Son azules. La habitación tiene dos puertas, una para salir y otra para entrar, así las personas que salen jamás se encontrarán con las que entran. En la de entrada alguien ya espera su turno. Hay un brasier junto a la pata del elegante escritorio y, más allá, en la mesita, un envoltorio de preservativo. La habitación no está vacía, hay una mujer enferma y un hombre que prometió curarla. Y la terapia continúa. El hombre que embiste a la mujer sobre el sillón suelta un largo suspiro. Su espalda, brillante de su
—Alessa, estás despedida. La fatídica noticia fue lo primero que recibió de su jefe por la mañana. Y ella que le había dado los buenos días. —¡¿Por qué?! El hombre rompió en carcajadas, aferrándose el vientre mientras ella tomaba asiento frente a su escritorio. Estaba hiperventilando. —¿Sabías que, cuando te asustas, tus pezones se endurecen? Cuando se asustaba, cuando se enojaba, cuando corría el viento, cuando le daba calor, cuando hablaban de ellos... —Eres un degenerado, Anton. Voy a renunciar. Las risas se intensificaron y resonaron por la acústica del lugar. Estaban en el subsuelo, piso menos uno, también conocido como la madriguera, el hogar de los topos de empresas IABOSCH, líderes en tecnología. Alessa era un topo y con mucho orgullo: menos gente, menos reglas y libertad creativa, aunque su jefe directo fuera un patán. Tampoco tenía moral para juzgarlo cuando bien sabía que a ella le gustaba provocar. Provocaba incluso cuando no se daba cuenta que estaba provocando y s
Piso de los topos. La mañana estaba nublada, había anunciada lluvia. Las ventanas falsas, que se habían inventado para prevenir la claustrofobia y el estrés, mostraban un día radiante. Siempre era de día en el piso de los todos. —Aquí está la nómina de la nueva distribución de los empleados —dijo Anton, con el papel en alto. —¿Esto es definitivo? —preguntó Lidia, la analista. —Probablemente hasta que el hijo pródigo se aburra y vuelva a hacer lo que hacía antes de venir a revolver el gallinero. Dicen que se aburre rápido de todo. Les diré a qué equipo fueron asignados: Abarca, con Francesco, Castro... Alessa cruzó los dedos, mientras repetía mentalmente el nombre de Francesco. Estaba en un rincón para evitar ser rozada entre la multitud. Se había puesto una blusa holgada y un brasier más grueso. Y llevaba dos pares de bragas de repuesto en su bolso, nunca salía sin ellas. —Bien, los que están con Francesco, vayan al sexto piso, tendrán su reunión ahí. —A mí no me nombraste —recla
El bar de siempre recibió a Alessa con su barra limpia y su fuerte tequila. Rara vez iba allí con amigas, ella tenía otros propósitos y ya casi no le quedaban amigas. —Nunca lo he hecho en un baño —dijo José. ¿O había dicho Joseph? —Para todo hay una primera vez, date prisa. —Alessa lo tenía arrinconado contra el inodoro. Le bajó los pantalones y empezó a jalárselo. —Huele a orina —se quejó él, arrugando la nariz. —¿A quién le importa? —Alessa se escupió la mano y siguió frotando, apretando—. Te quiero dentro de mí ahora. —Lo sé, nena. Yo también te deseo. Con la otra mano ella liberó uno de sus pechos y se lo ofreció. Él se lamió los labios. Acercó la boca, su aliento cálido causó hormigueos en su pezón endurecido. —¡Alguien está orinando al lado!—Se alejó antes de probarlo. Alessa se rindió, el tipo seguía flácido. Tal vez debía ir con la que orinaba. —¡Espera! Busquemos otro lugar, uno más cómodo. Te invito a mi casa —dijo él, aferrándole el brazo. —Olvídalo, podrías ser