El abuelo de Alessa había sido como un padre para ella, tras la muerte del suyo cuando tenía cinco años. Su madre la llevaba a visitarlo y paseaban por los campos y viñedos que rodeaban la casona, al sur de la capital. Llegar hasta allá le tomó seis horas en bus. Fue directo a la iglesia, donde se llevaban a cabo todos los velorios. —¡Abuelo! —gritó al abrir de para en par las puertas de doble hoja. Adentro se estaba llevando a cabo un matrimonio. Corrió a la casona, hasta el final del pueblo, a los pies de la colina. —Tu abuelo fue sepultado hace una semana —le dijo su madre, con expresión severa. —¡¿Y por qué me dijeron hasta ahora?! —Porque nadie te quería aquí durante el funeral —escupió su hermana, Florencia. Era mayor que Alessa por dos años. Tenía una mirada fría y su busto parecía haber crecido desde la última vez que se vieron, hacía unos seis meses. —¡¿Por qué?! —¡¿Y todavía lo preguntas?! ¡¿Ya olvidaste lo que hiciste en mi matrimonio?! —Florencia... —llamó la m
La brisa matinal silbaba sobre los viñedos, trayendo un dulce aroma a uva cargado de recuerdos de la infancia. En el silencio del camposanto, Alessa suspiró frente a la tumba de su abuelo. Unas flores se marchitaban sobre la tierra oscura. Ya habían perdido su color. En una orilla junto a la lápida hizo un hueco en la tierra y sembró una planta que había comprado en el mercado. Ya no recordaba el nombre, tenía unas flores rojas de forma acampanada y hojas verde oscuro. Le dijeron que necesitaba poca agua y supuso que sobreviviría allí, para acompañar al abuelo. —Ojalá y hubiera podido ser alguien de quien te sintieras orgulloso. Se besó los dedos y tocó la lápida. Cuando iba dando la vuelta al terreno en que estaba el cementerio, la algarabía del festival empezó a sentirse: música en vivo, comidas caseras de todo tipo, los mejores vinos, juegos típicos. Nada que llamara su atención en un día tan gris. Hasta que vio a Luka. Lo creía dormido todavía en el hotel. Estaba comiendo una b
—¡Oh por el amor de Dios! —exclamó Luka. —Amén —dijo Alessa y volvió a devorarle el miembro que sabía a jugo de uva. La tenía encima desde que entraran a la habitación. Había tenido suerte evitando que lo desnudara en la calle. Estaba fuera de sí, ni siquiera lo había dejado bañarse y ahora lo succionaba como si quisiera absorberle hasta el alma. Esa mujer tenía una aspiradora en la garganta. Se dejó caer en la cama, verla era demasiado erótico y no quería correrse todavía. Estiró la mano para acariciarle la cabeza. —Alessa... respira... Se le iba a asfixiar con la mamada descomunal que estaba dándole. Su boca monstruosa lo liberó, la oyó aspirar una bocanada de aire. Luego sintió la lengua recorrer todo el largo y entretenerse en la punta. La chupó y frotó contra sus labios mientras su mano subía y bajaba. —¿Esto te gusta Luka? Déjame saber cuánto te gusta —dijo con la voz ronca y mirada de enajenada. Luka se cubrió la cara con el brazo. No quería verla cuando girara la cabeza
Luka revisaba unos documentos en su oficina. El fin de semana se lo había pasado pensando en su pasatiempo y los pasos a seguir de ahora en adelante. Y había decidido seguir con el juego, pero mejorando su estrategia. Se reclinó en la silla, acariciando el parche que le cubría las indecentes marcas del cuello. —Señor Bosch, la señorita Montoya necesita hablar con usted —avisó su secretaria. —Haz que pase. Alessa entró y se quedó apoyada en la puerta. —Revisé lo que me enviaste por correo y me gusta. Ya le di el visto bueno al programador. Encárgate de supervisarlo —. No la había mirado todavía. Su silencio y que siguiera parada allí lo hizo mirarla. Había recuperado su buena presencia de ser humano decente y racional. Y el color de la blusa que llevaba le combinaba con los zapatos. Se había puesto unos pantalones holgados que le daban un aire juvenil y fresco. Llevaba un maquillaje sutil y labios carmín. Nada de eso llamaba mucho la atención cuando su mirada era indescifrable. —
Despertarse en una cama que no fuera la suya empezaba a volverse habitual para Luka. Y la de Alessa era cómoda, ella había invertido en un buen colchón y ya imaginaba porqué. ¿Cuántos hombres habrían pasado por allí? El recuerdo del desarrapado que huyó por la ventana lo inquietaba. Ella llevaba extraños a la intimidad de su casa, los metía a su cama y muy probablemente dormía con ellos como ahora lo hacía con él, en completa calma, confiada, sin imaginar las intenciones oscuras que pudieran tener. Apreció su suave desnudez, la sábana le tapaba desde la cadera hacia abajo, ella se movía bastante en la noche. Lo acariciaba mientras dormía, se frotaba contra él perdida en sus sueños. Su cuerpo, voluptuoso, hablaba el idioma de las sensaciones, de las caricias y los roces. Iba y venía como las olas en la orilla, así era su deseo, jamás se dormía. Se inclinó hacia su pecho y sopló uno de los pezones rosados. Lo vio endurecerse y erguirse como una flor al amanecer. Ella soltó un ligero su
El bar estaba atestado de gente. Luka se abrió paso a choques con los que se reunían en el pasillo de la entrada. Vio la melena alborotada de Alessa en la barra. —¿Qué haces aquí? Alessa se sobresaltó al verlo. Se le colorearon las mejillas. —Qué sorpresa, señor Bosch, vine a tomar un trago con... —No mientas, viniste a buscar a un hombre —la interrumpió. —Señor... —No creas que esto es una escena de celos porque no lo es, sólo quiero entender por qué vienes a buscar pellejos cuando puedes comer filete en casa. A Alessa se le sonrojaron hasta las orejas. —Luka, espera... —intentó cubrirle la boca con las manos, él se las atrapó. —Si me vas a cambiar por otro, hazlo por uno que te folle mejor que yo o... —¡Luka vine con los topos! Jean y Lidia estaban tras ella, con la boca abierta. —Hola, señor Bosch —lo saludaron. Luka hizo un gesto con la mano y se dejó caer en un taburete. —Nosotros los dejaremos solos. —Lidia se llevó a Jean y se perdieron entre la multitud. Alessa
Luka no recordaba la última vez que desayunó con una mujer en su casa. No porque tuviera mala memoria o hubiera pasado mucho tiempo, sino porque había agarrado esos recuerdos y los había guardado en la última habitación de su cabeza, bajo llave. En parte para eso iba a terapia con Augusto, para no desear encontrar la llave. —Esto está muy bueno —dijo Alessa, llevándose una cucharada de cereal con leche a la boca. Un poco se le escurrió por la comisura y Luka sintió un tirón en la entrepierna. Nunca antes su cabeza había estado tan llena de pensamientos sexu4les como ahora, Alessa no sólo había abierto la habitación de la lujuria, había echado el muro abajo. —No hay nada como desayunar a las cuatro de la tarde. Te hace tener una nueva perspectiva de las cosas —aseguró ella, cómodamente enfundada en su camisa. La prenda le cubría lo justo. En la holgura él buscaba sus curvas, esas turgentes redondeces que lo hacían suspirar. Seguir sentado y con las manos quietas requería de mucho au
—¿Por qué no me dijiste que vivías con tu madre? Alessa acababa de confirmar que, pese a la enorme cantidad de vergüenza que una persona pudiera sufrir, era imposible volverse resistente a ella. —Porque no vivimos juntos. —Mis bragas no están. ¿Las tienes tú? La sirvienta de Luka le había dejado la ropa limpia en la cama. —No, eso es todo lo que llevabas encima. Tal vez se te quedaron en el bar. ¿No te da vergüenza? —Le apretó una nalga desnuda. —¡Ojalá y la vergüenza me salvara de acabar metida en estos líos! —Vístete rápido. Tal vez mi madre quiera conocerte. Disfrutó rememorando el horror en la cara de Alessa mientras iba a la sala. Su madre lo esperaba en el sillón, bebiendo un café. Era una mujer rubia. De ella había heredado los ojos azules. —¿Qué haces aquí? —Buenos días, querida madre. Gracias por preocuparte por mí y venir a visitarme. Si no vinieras, no nos veríamos jamás —espetó la mujer. Luka se sentó frente a ella, esperando por una respuesta. —Fui a verte a la