—Alessa, estás despedida. La fatídica noticia fue lo primero que recibió de su jefe por la mañana. Y ella que le había dado los buenos días. —¡¿Por qué?! El hombre rompió en carcajadas, aferrándose el vientre mientras ella tomaba asiento frente a su escritorio. Estaba hiperventilando. —¿Sabías que, cuando te asustas, tus pezones se endurecen? Cuando se asustaba, cuando se enojaba, cuando corría el viento, cuando le daba calor, cuando hablaban de ellos... —Eres un degenerado, Anton. Voy a renunciar. Las risas se intensificaron y resonaron por la acústica del lugar. Estaban en el subsuelo, piso menos uno, también conocido como la madriguera, el hogar de los topos de empresas IABOSCH, líderes en tecnología. Alessa era un topo y con mucho orgullo: menos gente, menos reglas y libertad creativa, aunque su jefe directo fuera un patán. Tampoco tenía moral para juzgarlo cuando bien sabía que a ella le gustaba provocar. Provocaba incluso cuando no se daba cuenta que estaba provocando y s
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