La noticia de que Leonardo White iría a hacer una visita a la empresa, había sido una de la cual no se había dejado de hablar en por lo menos dos semanas completas.No había secretaría que no hablara de eso, o que no se encontrara intensamente contenta por el suceso. Emma, seguía sin comprenderlo del todo, en realidad, no lo comprendía en absoluto. Demasiadas eran las dudas que tenía con respecto a la visita de Leonardo, en primero lugar, ni siquiera sabía quien era Leonardo White, así de desorientada se encontraba.«Supongo que pronto lo conoceré», se dijo, mientras caminaba.Elevó la mano, para que así se le hiciera realizable ver la hora. Siete y diez de la mañana. Apretó el paso, casi corriendo, si se encontrara con unos zapatos un poco más cómodos, se permitiría a sí misma correr, lástima que aquellos tacones tan altos que exigían usar a las secretarias, no le permitían siquiera caminar de manera adecuada. Siempre le había parecido, injusto en el hecho de que se hiciera un hincap
Si había una palabra capaz de describir a Leonardo White, la palabra sería: inalcanzable. Inaccesible. Aunque también habían un montón más de palabras con las cuales describirlo: arrogante, frío, déspota, cruel, derrochador… y la lista se extendía sin algún fin, pero, desde la experiencia de Emma, no lo consideraba como un mal hombre, al contrario: le parecía un hombre agradable.Cada vez que la mujer le decía a alguien que había sido salvado de ser despedida por Leonardo White, la primera reacción, era la incredibilidad. “¿Leonardo White, el hombre más frío de Canadá, salvando a alguien más que no sea el mismo?”, decían, como si fuese inconcebible que él hiciera un buen acto. “Ha de ser cuestión de suerte”, le habían dicho más de una vez.Emma se preguntaba a que se debía la reputación de Leonardo White, pero nadie parecía tener el valor de responderlo directamente, lo poco que sabía del sujeto, era que era hijo del dueño de la empresa en donde trabajaba, tenía veintisiete años, era
No terminaba de procesarlo, y tal vez no terminaría de hacerlo por los demás días que se acercaban. Dos semanas habían transcurrido desde que había pasado de ser una simple secretaria más a ser la secretaría exclusiva de Leonardo White, y seguía sintiendo la misma perplejidad de la vez en la que él se había anunciado.En su momento, había querido rechazarlo y decirle que no quería trabajar en su oficina, pero aquello sería colgarse una soga en el cuello; viendo con la crueldad con la que había despedido a Sofía, se había visto a sí misma casi imposibilitada para negarse a la orden que él le había dado. Porque no se lo había pedido, Leonardo White no le había pedido ser su secretaria exclusiva, él se lo había ordenado, y parecía haber ido a donde ella solo para decir eso, pero para la desgracia de su amiga, había escuchado sus palabras.Todos hablaban sobre eso, todos decían que Emma había pasado a ser una secretaría más cercana a Leonardo White, ni siquiera la misma Emma sabía lo que
Los días se volvían cada vez más difíciles, más pesados, no había instante en el que no se arrepintiera de haber tenido que ser la secretaría de Leonardo White.Podría decir: de “aceptar ser su secretaria”, pero justo ahí radicaba: ella no había aceptado ser su secretaria, él solo se lo había ido a ordenar, y como resultado tenía el triple de trabajo que cuando era un simple secretaria, un peón más en una enorme empresa.Tres semanas habían transcurrido desde que ella era secretaria de él, y la calma había sido su más peligrosa enemiga: no tenía un segundo de sosiego, unas enormes y atrapantes ojeras se dibujaban debajo de su demacrado rostro, por petición de él, tenía que llegar horas más temprano, ella ni siquiera comprendía la razón de aquella orden: llegaba a la empresa y solo estaban él y ella y muy pocos empleados, tan pocos que una mano era necesario para contarlos, durante el periodo en el que ambos se encontraban casi solos en la empresa, lo único que Emma recibía, era pregun
Era el auto más precioso que alguna vez sus desfallecidos y gastados ojos habían visto, ni siquiera estaba entre sus posibilidades imaginar que tan costoso había sido, tal vez era un número que ella ni siquiera podría pronunciar o escribir.Leonardo le había pedido que bajara delante de él, Emma así lo hizo, aunque cuando llegó al auto de su jefe, se frenó, dedicándole una mirada al rubio, quien le sonrió, fue un gesto apenas perceptible, tanto que así que se lo atribuyó a una alucinación a causa del profundo cansancio que sentía.—Esa falda te queda un poco corta, Emma, ¿no lo crees? —Las manos de la mujer temblaron cuando lo escuchó decir aquello, su rostro serio, agitado por un rubor se dirección de manera trémula hacia el hombre, el azul de los ojos de Leonardo parecía querer desnudar el alma de la secretaria, quien no dijo ni una sola palabra—. Te hice una pregunta.La mujer dudó que responder, recordó las veces en las que había pensado que aquella falda le quedaba un poco más aj
Su mirada se encontraba perdida, puesta en un lugar inexistente de la calle, ninguno de los dos había dicho demasiado, ella podía sentir como de vez en cuando Leonardo la miraba, pero no decía nada, aunque parecía hacerlo, parecía querer hablar, pero renunciaba cada vez que iba a ejecutar, ella por su parte, no hablaba por el dolor de garganta tan profundo que las náuseas le habían ocasionado, no podía sentirse más avergonzada, no solo había caído como un costal de tubérculos sobre los hombros de su jefe, sino que casi le había vomitado encima, quería eliminar su propia existencia.Él no parecía demasiado molesto —nada molesto en realidad—, o disgustado por lo que había ocurrido, aunque Emma no podía sacarse de la cabeza que solo fingía y que en realidad estaba asqueado por tener que lidiar con ella.—¿Vives sola, Emma? —le preguntó él, quebrando el extendido silencio que se había formado entre ambos.Ella lo miró, si no se equivocaba, él ya le había preguntado eso antes. Él estaba co
El lugar en donde vivía, era uno bastante humilde, no había demasiado con lo que presumir, y, como tenía muy mala suerte para los lugares en donde vivir —y por eso tenía que mudarse con mucha constancia—, nunca se preocupaba por la proporcionada decoración de su lugar de vivienda, de todas formas, casi nunca iba nadie, de hecho, Leonardo era una de las pocas personas que pisaban aquel lugar. Emma no tenía demasiados amigos, y los pocos que tenía, no eran invitados a su casa.—Perdón por el desorden —le dijo a su jefe, que lo miraba todo en el más completo silencio. Solo cuando quedó frente a Leonardo en ese momento, fue que se dio cuenta de lo pequeña que era en comparación con él. Y ella, no era una mujer pequeña, de hecho, sobresalía en estatura con el resto de sus amistades.—No hay ningún desorden aquí —observó él, riendo—. ¿Te sientes mejor, Emma?—Sí, señor —le respondió, sin saber muy bien como comportarse, nunca creyó que el no invitar a nadie a su apartamento, incluso ni a su
Por un instante, Emma se volvió ajena a todo lo que la rodeaba. Sus ojos se transformaron en dos circunferencias redondas y huecas que intentaba procesar las palabras que acababa de escuchar.Un temblor remeneó su cuerpo, sus labios fueron poco a poco abriéndose, tanto que el comienzo de sus dientes fue haciéndose visible. Por más que intentaba digerir lo que había escuchado, era algo sencillamente imposible, ¿ella? ¿Una simple secretaria saliendo con Leonardo White? ¿Qué clase de amarga broma era aquella?—¿Está h-hablando en s-serio, señor? —Apenas le salió la voz, sus ojos cargados por una profunda perplejidad no se alejaron ni un instante de su jefe. ¿Él? ¿Un hombre tan atractivo, pidiéndole una cita? Una risa nerviosa se escapó de los labios secos de Emma, todo debía de tratarse de una broma, a Leonardo le gustaba hacerle bromas, estaba segura de que esa era otra de las muchas que le había hecho en un tiempo tan corto.—¿De qué te ríes, Emma?La sonrisa de la mujer decayó hasta d