Su mirada se encontraba perdida, puesta en un lugar inexistente de la calle, ninguno de los dos había dicho demasiado, ella podía sentir como de vez en cuando Leonardo la miraba, pero no decía nada, aunque parecía hacerlo, parecía querer hablar, pero renunciaba cada vez que iba a ejecutar, ella por su parte, no hablaba por el dolor de garganta tan profundo que las náuseas le habían ocasionado, no podía sentirse más avergonzada, no solo había caído como un costal de tubérculos sobre los hombros de su jefe, sino que casi le había vomitado encima, quería eliminar su propia existencia.Él no parecía demasiado molesto —nada molesto en realidad—, o disgustado por lo que había ocurrido, aunque Emma no podía sacarse de la cabeza que solo fingía y que en realidad estaba asqueado por tener que lidiar con ella.—¿Vives sola, Emma? —le preguntó él, quebrando el extendido silencio que se había formado entre ambos.Ella lo miró, si no se equivocaba, él ya le había preguntado eso antes. Él estaba co
El lugar en donde vivía, era uno bastante humilde, no había demasiado con lo que presumir, y, como tenía muy mala suerte para los lugares en donde vivir —y por eso tenía que mudarse con mucha constancia—, nunca se preocupaba por la proporcionada decoración de su lugar de vivienda, de todas formas, casi nunca iba nadie, de hecho, Leonardo era una de las pocas personas que pisaban aquel lugar. Emma no tenía demasiados amigos, y los pocos que tenía, no eran invitados a su casa.—Perdón por el desorden —le dijo a su jefe, que lo miraba todo en el más completo silencio. Solo cuando quedó frente a Leonardo en ese momento, fue que se dio cuenta de lo pequeña que era en comparación con él. Y ella, no era una mujer pequeña, de hecho, sobresalía en estatura con el resto de sus amistades.—No hay ningún desorden aquí —observó él, riendo—. ¿Te sientes mejor, Emma?—Sí, señor —le respondió, sin saber muy bien como comportarse, nunca creyó que el no invitar a nadie a su apartamento, incluso ni a su
Por un instante, Emma se volvió ajena a todo lo que la rodeaba. Sus ojos se transformaron en dos circunferencias redondas y huecas que intentaba procesar las palabras que acababa de escuchar.Un temblor remeneó su cuerpo, sus labios fueron poco a poco abriéndose, tanto que el comienzo de sus dientes fue haciéndose visible. Por más que intentaba digerir lo que había escuchado, era algo sencillamente imposible, ¿ella? ¿Una simple secretaria saliendo con Leonardo White? ¿Qué clase de amarga broma era aquella?—¿Está h-hablando en s-serio, señor? —Apenas le salió la voz, sus ojos cargados por una profunda perplejidad no se alejaron ni un instante de su jefe. ¿Él? ¿Un hombre tan atractivo, pidiéndole una cita? Una risa nerviosa se escapó de los labios secos de Emma, todo debía de tratarse de una broma, a Leonardo le gustaba hacerle bromas, estaba segura de que esa era otra de las muchas que le había hecho en un tiempo tan corto.—¿De qué te ríes, Emma?La sonrisa de la mujer decayó hasta d
Él había acordado que la cena sería dentro de dos días que habían transcurrido con la rapidez de una bala atravesando el pecho de una persona para así arrancarle la vida. No había instante en el que Emma no se arrepintiera de haber aceptado salir con Leonardo White, sentía miedo, algo le decía que su vida no sería la misma desde aquella noche.Se asomó por la ventana, un suspiro se escapó de sus labios. La oscuridad cubría cualquier vestigio de luz, no había una sola estrella iluminando el cielo, era como si todas hubieran muerto de repente.No le había dicho a nadie que él la había invitado a una cena, tal vez porque todavía no terminaba de creérselo, había una parte de ella que elegía creer que se trataba todo de una broma que pronto tendría un final, que pronto él la llamaría y le diría que solo había sido un mal chiste.Durante cuarenta y ocho horas, solo había pensado en dos cosas: en Leonardo y en la cita con él. Era una muchacha algo tímida, cuando los nervios se apoderaban de
Por alguna razón, los nervios la invadieron todavía más, sacó el vestido de la caja por completo, deleitándose ante la belleza y delicadez que poseía cada trozo de tela. Se trataba de un vestido color gris oscuro con lentejuelas cubriéndole el pecho y la parte de los muslos, con toque traslucido en el área de la espalda y también el pecho, solo había que verlo para darse cuenta de que no había que usar sostén al ponérselo. No era demasiado largo, de hecho, ella dudaba que le llegara a las rodillas.Habían más cosas en la caja, se dijo Emma, sin salir de su sorpresa, mirando el vestido una vez más y preguntándose a sí misma cuanto dinero habría él gastado allí.Dentro de la caja, también había una cadena dorada. Reluciente como el sol mismo, cosa que llevó a Emma a preguntarse cuanto le había costado o si era de oro real.El sonido de un mensaje entrado a su teléfono capturó la atención de la sorprendida mujer. «¿Por qué me compró esto? ¿Cuánto habrá costado? ¿Por qué hizo el esfuerzo?
Era un lugar precioso, pocas veces Emma había visto algo tan precioso en su vida. Habían luces enormes colgando del techo, de color hueso, perfectamente pintado, las paredes carecían de alguna mancha, todos lucían elegantes y bien arreglados, todo tenía un aspecto pulcro y organizado, aquel sitio tenía una apariencia de antiguo, por un instante, Emma se sintió en el pasado.—Bienvenidos sean a Hjärtan i trä. —Un empleado les dio la cordial invitación a ambos, Emma agradeció con una sonrisa tímida, pero Leonardo no respondió nada, al contrario, su rostro se volvió más serio cuando el empleado le habló, ella notó aquel detalle, pero decidió pasarlo por alto, aunque la duda seguía allí. ¿Por qué se había comportado así?Durante el viaje en el carro, él le había estado haciendo unas cuantas preguntas a Emma, unas que ellas apenas había respondido, los nervios jugaban en su contra y se sentía demasiado débil, ella no era así, no entendía por qué cuando estaba con él se comportaba de aquel
Debía de admitirlo aunque no quisiera hacerlo: Leonardo White era un sujeto realmente interesante. Su voz, cuando así él lo quería, adquiría un ritmo interesante, casi no había hablado sobre ella, en realidad, no quería, además, la anécdotas de él, era mucho más interesantes de que lo que ella tuviera para decir.—¿Y así fue como tu padre se hizo millonario? —cuestionó Emma, por completo embelesada, no solo por su rostro, sino por él, por lo que le transmitió, incluso había olvidado la duda extrema que tenía sobre si era realidad que él había abandonado a un hijo.—Eso me dijo mi abuelo, pero, aquí entre nosotros; él es muy mentiroso. —Emma rió—. Lo digo en serio, le puedes hacer la misma pregunta quince veces, y quince veces te dará una respuesta distinta.Emma iba a agregar algo más, pero el camarero había llegado con la comida de ambos.La mujer no fue capaz de ocultar el desagrado que se expandió por todo su cuerpo cuando observó la apariencia que tenía aquella ensalada. Incluso e
Tan dulces como los más exóticos y prohibidos caramelos: así eran sus labios, así eran los labios de Emma, cuando su secretaria quiso alejarse del beso, él actuó con rapidez y la sujetó por la cintura, inclinando hacia él a medida que restregaba sus labios con un repentino deseo, nunca había probado unos labios tan dulces en toda su vida, aquello era demasiado decir, si se tenía en cuenta de las muchas bocas que había besado.Emma temblaba, como una adolescente que recibía su primer beso. Aquel no era precisamente su primer beso, pero era el único que la había puesto así, tan desesperada por terminarlo, pero con la suficiente curiosidad para no hacerlo. Pero sabía que tenía que romper el contacto, así que empujó bruscamente el cuerpo de su jefe, observándolo con una profunda perplejidad dibujada en su rostro. ¿Qué demonios había ocurrido? ¿Por qué de un segundo a otro su jefe se encontraba besándola? Emma tragó saliva, el aroma de Leonardo seguía plasmado en ella, en sus labios, en su