Por un instante, Emma se volvió ajena a todo lo que la rodeaba. Sus ojos se transformaron en dos circunferencias redondas y huecas que intentaba procesar las palabras que acababa de escuchar.Un temblor remeneó su cuerpo, sus labios fueron poco a poco abriéndose, tanto que el comienzo de sus dientes fue haciéndose visible. Por más que intentaba digerir lo que había escuchado, era algo sencillamente imposible, ¿ella? ¿Una simple secretaria saliendo con Leonardo White? ¿Qué clase de amarga broma era aquella?—¿Está h-hablando en s-serio, señor? —Apenas le salió la voz, sus ojos cargados por una profunda perplejidad no se alejaron ni un instante de su jefe. ¿Él? ¿Un hombre tan atractivo, pidiéndole una cita? Una risa nerviosa se escapó de los labios secos de Emma, todo debía de tratarse de una broma, a Leonardo le gustaba hacerle bromas, estaba segura de que esa era otra de las muchas que le había hecho en un tiempo tan corto.—¿De qué te ríes, Emma?La sonrisa de la mujer decayó hasta d
Él había acordado que la cena sería dentro de dos días que habían transcurrido con la rapidez de una bala atravesando el pecho de una persona para así arrancarle la vida. No había instante en el que Emma no se arrepintiera de haber aceptado salir con Leonardo White, sentía miedo, algo le decía que su vida no sería la misma desde aquella noche.Se asomó por la ventana, un suspiro se escapó de sus labios. La oscuridad cubría cualquier vestigio de luz, no había una sola estrella iluminando el cielo, era como si todas hubieran muerto de repente.No le había dicho a nadie que él la había invitado a una cena, tal vez porque todavía no terminaba de creérselo, había una parte de ella que elegía creer que se trataba todo de una broma que pronto tendría un final, que pronto él la llamaría y le diría que solo había sido un mal chiste.Durante cuarenta y ocho horas, solo había pensado en dos cosas: en Leonardo y en la cita con él. Era una muchacha algo tímida, cuando los nervios se apoderaban de
Por alguna razón, los nervios la invadieron todavía más, sacó el vestido de la caja por completo, deleitándose ante la belleza y delicadez que poseía cada trozo de tela. Se trataba de un vestido color gris oscuro con lentejuelas cubriéndole el pecho y la parte de los muslos, con toque traslucido en el área de la espalda y también el pecho, solo había que verlo para darse cuenta de que no había que usar sostén al ponérselo. No era demasiado largo, de hecho, ella dudaba que le llegara a las rodillas.Habían más cosas en la caja, se dijo Emma, sin salir de su sorpresa, mirando el vestido una vez más y preguntándose a sí misma cuanto dinero habría él gastado allí.Dentro de la caja, también había una cadena dorada. Reluciente como el sol mismo, cosa que llevó a Emma a preguntarse cuanto le había costado o si era de oro real.El sonido de un mensaje entrado a su teléfono capturó la atención de la sorprendida mujer. «¿Por qué me compró esto? ¿Cuánto habrá costado? ¿Por qué hizo el esfuerzo?
Era un lugar precioso, pocas veces Emma había visto algo tan precioso en su vida. Habían luces enormes colgando del techo, de color hueso, perfectamente pintado, las paredes carecían de alguna mancha, todos lucían elegantes y bien arreglados, todo tenía un aspecto pulcro y organizado, aquel sitio tenía una apariencia de antiguo, por un instante, Emma se sintió en el pasado.—Bienvenidos sean a Hjärtan i trä. —Un empleado les dio la cordial invitación a ambos, Emma agradeció con una sonrisa tímida, pero Leonardo no respondió nada, al contrario, su rostro se volvió más serio cuando el empleado le habló, ella notó aquel detalle, pero decidió pasarlo por alto, aunque la duda seguía allí. ¿Por qué se había comportado así?Durante el viaje en el carro, él le había estado haciendo unas cuantas preguntas a Emma, unas que ellas apenas había respondido, los nervios jugaban en su contra y se sentía demasiado débil, ella no era así, no entendía por qué cuando estaba con él se comportaba de aquel
Debía de admitirlo aunque no quisiera hacerlo: Leonardo White era un sujeto realmente interesante. Su voz, cuando así él lo quería, adquiría un ritmo interesante, casi no había hablado sobre ella, en realidad, no quería, además, la anécdotas de él, era mucho más interesantes de que lo que ella tuviera para decir.—¿Y así fue como tu padre se hizo millonario? —cuestionó Emma, por completo embelesada, no solo por su rostro, sino por él, por lo que le transmitió, incluso había olvidado la duda extrema que tenía sobre si era realidad que él había abandonado a un hijo.—Eso me dijo mi abuelo, pero, aquí entre nosotros; él es muy mentiroso. —Emma rió—. Lo digo en serio, le puedes hacer la misma pregunta quince veces, y quince veces te dará una respuesta distinta.Emma iba a agregar algo más, pero el camarero había llegado con la comida de ambos.La mujer no fue capaz de ocultar el desagrado que se expandió por todo su cuerpo cuando observó la apariencia que tenía aquella ensalada. Incluso e
Tan dulces como los más exóticos y prohibidos caramelos: así eran sus labios, así eran los labios de Emma, cuando su secretaria quiso alejarse del beso, él actuó con rapidez y la sujetó por la cintura, inclinando hacia él a medida que restregaba sus labios con un repentino deseo, nunca había probado unos labios tan dulces en toda su vida, aquello era demasiado decir, si se tenía en cuenta de las muchas bocas que había besado.Emma temblaba, como una adolescente que recibía su primer beso. Aquel no era precisamente su primer beso, pero era el único que la había puesto así, tan desesperada por terminarlo, pero con la suficiente curiosidad para no hacerlo. Pero sabía que tenía que romper el contacto, así que empujó bruscamente el cuerpo de su jefe, observándolo con una profunda perplejidad dibujada en su rostro. ¿Qué demonios había ocurrido? ¿Por qué de un segundo a otro su jefe se encontraba besándola? Emma tragó saliva, el aroma de Leonardo seguía plasmado en ella, en sus labios, en su
Se encontraban ambas sentadas en el sofá de Emma, quien le había brindado un poco de té en una taza a Sofía, quien parecía desesperada por hablar, pero Emma se encontraba tan estresada, que lo que menos quería escuchar, era a su amiga reprochándole algo como si fuera su madre, pero se dijo que no debía de ser prejuiciosa, que tal vez ella quería de algo ajeno a Leonardo.Supo que se equivocaba cuando Sofía abrió la boca.—¿Dónde estabas, Emma? —preguntó la mujer, en un tono de reproche que fastidió a Emma.—Salí —se limitó a responderle, dándole un trago a su té, tal vez tomar té en aquella noche la dejaría sin dormir.—Estabas con él. —No preguntó, lo había afirmado, Emma no le dio alguna respuesta, solo el silencio se escuchó, resonar como siempre—. Emma, ¿estabas con Leonardo?—¿Viniste solo para preguntarme eso, Sofía? Es demasiado tarde en la noche, quiero dormir.—Justo por eso vine, se supone que siempre estás aquí en tú casa, vine, y no estabas, siempre estás, que casualidad q
La razón por la que en aquel entonces, Leonardo había terminado con Sofía, era por la diferencia de edad que ambos mantenían, que a pesar de no ser una demasiado extensa, a él le molestaba. En la actualidad, ella tenía treinta y tres años y él veintiocho, una diferencia de solo cinco años había causado una herida muy profunda en la mujer, una que seguía indeleble, aunque, mirándola de frente aquella noche, lo único que pudo decirse, era que el destino la había tratado muy mal, lucía al menos diez años mayor que su edad original.Leonardo sabía que ella lo detestaba, en los ojos pequeños de la regordeta mujer, podía percibir el acumulado odio que sentía por él, tampoco era que ella le agradara demasiado de todas formas.—¿Qué es lo que hago aquí? ¡Sabes lo que hago aquí! —Sofía se acercó bruscamente hacia Leonardo, quien con una expresión dura como el hielo, la miró.—En realidad, no tengo la mínima idea de que haces aquí —le escupió, con un tono brusco y destemplado, se cruzó de brazo