La razón por la que en aquel entonces, Leonardo había terminado con Sofía, era por la diferencia de edad que ambos mantenían, que a pesar de no ser una demasiado extensa, a él le molestaba. En la actualidad, ella tenía treinta y tres años y él veintiocho, una diferencia de solo cinco años había causado una herida muy profunda en la mujer, una que seguía indeleble, aunque, mirándola de frente aquella noche, lo único que pudo decirse, era que el destino la había tratado muy mal, lucía al menos diez años mayor que su edad original.Leonardo sabía que ella lo detestaba, en los ojos pequeños de la regordeta mujer, podía percibir el acumulado odio que sentía por él, tampoco era que ella le agradara demasiado de todas formas.—¿Qué es lo que hago aquí? ¡Sabes lo que hago aquí! —Sofía se acercó bruscamente hacia Leonardo, quien con una expresión dura como el hielo, la miró.—En realidad, no tengo la mínima idea de que haces aquí —le escupió, con un tono brusco y destemplado, se cruzó de brazo
Habían transcurrido diez días, y todo seguía con la suficiente normalidad como para que ni Leonardo ni Emma se sintieran incomodos, pero de vez en cuando, cuando sus miradas se cruzaban, el recuerdo del beso surgía al mismo tiempo en la mente de ambos, en especial, en la mente de Emma, quien había estado más callada de lo normal, en realidad, se había notado muy pensante, demasiado, como si analizara algo, como si tomara una decisión importante. A la cabeza de Leonardo llegó la idea de que era probable que pensara en las palabras de Sofía, eso condujo al hombre a fastidiarse imaginando la imagen de él que la mujer había ofrecido a Emma.Leonardo sujetó un cúmulo de papeles, y se encaminó hacia ellos en dirección a Emma, quien parecía no darse siquiera cuenta de que él se acercaba, escribía unas cosas, pero a la vez, parecía demasiado ida de la realidad.—¿Te encuentras bien? —preguntó Leonardo, viendo como la mujer se sorprendía por su repentina presencia, confirmando todavía más su t
Emma desvió la mirada de su madre ante la pregunta que consideró fuera de lugar e innecesaria.—Claro que no es mi novio, mamá.—¿Y quién es entonces?—Es mi jefe.Su madre guardó silencio por unos instantes, haciendo una mueca, como si luchara internamente por no carcajearse de las palabras de su hija.—No me puedes mentir, Emma, no soy estúpida.La muchacha sacó algo de la nevera y empezó a prepararlo con rapidez.—No te miento, es mi jefe…—¿Por qué tu jefe vendría a tu casa?Emma guardó silencio, no encontraba una respuesta lógica a aquella pregunta.—Es muy amable, solo eso.—Yo también decía que tu padre era muy amable conmigo —se rió la mujer—. Vamos, Emma, ambas sabemos que ese no es tu jefe, luce demasiado joven para serlo, tal vez no tenga la mejor memoria, pero tu jefe no era joven la última vez que lo vi.—Bueno, es el hijo de mi jefe, lo cual es técnicamente lo mismo, mamá, solo eso.Emma sacó la mantequilla, le preparaba un rápido sándwich a su madre, quien la miraba exp
Emma terminó de planchar su cabello, recogiéndoselo hacia un lado, para luego acomodarse el vestido que traía puesto, uno rojo como el vino que se suponía que su familia bebería aquel día.Observó la hora en su celular: las siete de la noche. Había acordado con Leonardo que él iría a las siete y media a la casa de ella, de ahí, Emma le indicaría hacia donde conducir para llegar a la casa de sus padres. Todavía seguía sin entender cual había sido la razón lógica que su mamá había encontrado para invitar a su jefe a una cena familiar, ni siquiera eran amigos, ¿por qué lo invitaría a su cena familiar? Peor aún, Leonardo ni siquiera sabía el nombre de su madre. Emma maldijo, sería demasiado incomodo que él fuera a una cena familiar, sabía que sus tías de inmediato empezarían con las suposiciones, con los comentarios fuera de lugar, pero incluso su padre pareció de acuerdo en que su jefe asistiera a una cena familiar, ¡familiar!El celular de Emma timbró, era un mensaje de él. Lo había agr
Los ojos de Gladys revelaron una sorpresa inmediata, pero no era ni siquiera un cuarto de la sorpresa que se asomó por los ojos de Emma y Leonardo, quienes se ofrecieron una mirada mutua de perplejidad. Un rubor se apoderó de las dulces mejillas de Emma, quien en aquel momento pensó en que huir era la mejor alternativa, evidentemente, no lo hizo.—¿Q-qué? —preguntó Emma, apretando sus puños, la perplejidad fue cubierta por furia—. Acaso…—Sí, soy su novio —interrumpió Leonardo, ganándose la mirada desconcertada de Emma, quien le miró como si un tercer brazo crecía en su cráneo. La muchacha se vio obligada a parpadear cinco veces, como si se encontraba en uno de esos extraños sueños en los que despertar era muy complicado, en uno de esos sueños en donde todos actuaban de una manera estúpida e incoherente, porque solo es podría explicar las palabras que salieron de los labios de Leonardo, tanta seguridad se escuchó en ellos que Emma incluso por un instante, se vio propensa a creerle.—¡
Se encontraban todos reunidos, como la familia que eran, en un círculo en donde los puntos de atención principal, era Leonardo y Emma, más Leonardo. Nunca se había visto a nadie tan elegante aquí, se escuchaba decir, algunas veces se formaba un silencio mórbido, y todas las miradas caían sobre ellos, quienes apenas hablaban, Emma estaba demasiado avergonzada y estresada como para que las palabras le fluyeran con la suficiente naturalidad, por lo que tenía que obligarse a sí misma a hablar.—Y bien, Emma. —La muchacha elevó sus ojos cuando escuchó la voz de su tío llamándola, maldijo para su interior, sabiendo que se aproximaba una pregunta incomoda y fuera de lugar—. Háblanos un poco de tu acompañante, es muy silencioso.En aquel momento, Leonardo sonrió, como quien escucha que le cantan “feliz cumpleaños” y no sabe precisamente que es lo que debería hacer, o como debería actuar, sus ojos cayeron sobre Emma, quien parecía saber menos que él sobre como responder a su familia.—Sí, él e
El rubor no se había apartado de sus mejillas aún, a pesar de que el beso había transcurrido hace unos diez minutos completos. Sabía que sus familiares jamás dejarían de hablar de aquello, en todas las reuniones familiares le recordaría como ella había besado a un hombre en frente de todos, o más bien, en como ella había sido besada por él, por un adinerado sujeto. Podía casi escuchar a las voces de todos, embriagados por la felicidad, sabía que ninguno veía más allá del dinero que Leonardo tenía, era evidente aquello. Más de una vez, ella había llevado a sus novios a una cena familiar, y estos habían sido fuertemente criticados y rechazados, no porque fueran peores que él —de hecho, muchos de sus antiguos novios, no eran tan malos como su familia quería hacerle pensar—, sino porque no eran ricos, como el hombre que conducía el auto en donde ella se encontraba, mirando de manera perdida por la ventana. Pensando, pensando. Su mente se deshacía de gota a gota, los pensamientos la enloqu
Se quedó paralizada, por completo estática, el color abandonó a su rostro, sus extremidades perdieron la fuerza, y no caerse resultó para ella, una completa lucha. Con mucho esfuerzo, le miró a los ojos, completamente perpleja, las palabras de Leonardo retumbaron como violentos truenos en sus oídos, el habla por un instante la abandonó. Sostenida de la mano de su jefe, que le acababa de proponer que fuera su novia, Emma tembló. ¿Se trataba todo de una cruda broma? Quiso saber, todavía sin otorgarle alguna respuesta. Le miró, esperando que el arrepentimiento se dejara ver entre sus ojos, pero solo firmeza vio en ellos, había dicho lo que había dicho y no parecía arrepentirse.—¿S-su novia? —balbuceó ella cuando por fin pudo deshacer un poco el nudo asfixiante en su garganta.—Emma, ¿no te das cuenta de que me gustaste desde la primera vez que te vi? —La muchacha no respondió, sostenida aún permanecía de él, miraba hacia todas las direcciones, como si intentara buscar una escapatoria a