Había transcurrido una semana desde que el peor suceso había tenido lugar en la vida de Emma y Liam. La vida se les había roto en solo un par de meses por un desastre natural que tenía el nombre de Leonardo.Y aunque él sabía que su decisión había causado miseria en la pareja, empezaba a creer que también había traído un montón más de miseria hacia su propia vida.El plan inicial que había cruzado por la cabeza de Leonardo, era compartir la custodia con Emma de aquella forma para así, en una de las oportunidades en las que ella fuera a su departamento a visitar a la pequeña, poder llevársela lejos, pero las cosas no habían salido como él esperaba, pues sorprendentemente, ella no había ido a visitar a Liliana ninguno de aquellos días, lo cual, considerando las lágrimas que ella había derramado al dejar a su hija irse con él, carecía de algún sentido.El enfado que aquello le causaba a Leonardo, no tenía alguna comparación. No había dormido en absoluto por aquel llanto infantil, cada ve
Miseria.Aquella era la única palabra que resonaba en su cabeza, en su vida.Eso era él, miseria.En eso lo había convertido aquel amor unilateral.En un mísero.Amaría poder recuperarse a sí mismo. Al antiguo Leonardo que no moría por un suspiro del corazón al que anhelaba.Cien cigarrillos le habían tomado aquella decisión.Por lo menos, mil lágrimas. Desesperación. Llanto. Furia. Arrepentimiento. Todo aquello le había tomado ejecutar esa decisión.Sabía que era lo mejor, aquello no implicaría que no fuera doloroso. Doloroso porque sabía lo que implicaba. Irónico.Había armado un juego que desde el principio, había perdido.Nada de lo que hiciera, recuperaría el amor que ella solía tener por él.Lo sabía, pero había sido el dolor de no querer aceptarlo el que lo había orillado a ganarse el odio de Emma.Pero de nada valían sus esfuerzos. De nada valía sumergirse en la miseria eternamente.Incluso, había ocasionado que la relación entre Emma y Liam se reforzara. Él la consolaba con m
CAPÍTULO FINAL: MI PRECIOSA EMMA. El tiempo continuó su acarreo, con la misma rapidez con la que él se alejó para siempre de aquella mujer que lo enloquecía, que lo poseía con solo una sencilla mirada. Cuando ella le vio irse, no creyó que lo hiciera para siempre. El temor de que Leonardo White algún día regresara, permanecía vivo en su corazón. Permaneció vivo hasta que llegaron las semanas, luego los meses y con estos, los años. Jamás había visto de nuevo aquella cabellera rubia, aquellos ojos color océano tempestuoso, jamás había escuchado aquella voz, jamás había vuelto a saber nada de Leonardo White, el hombre que con una mirada le mostró la mucha miseria que podía cargar un hombre. Doce años habían transcurrido desde aquella oscura tarde en la que él se había ido sin retorno. No había sabido nada de él, ni siquiera en los periódicos. Él se había desvanecido, como el humo de un cigarro. De vez en cuando, solo se encontraba presente en sus pensamientos. Lo había odiado, por al m
La noticia de que Leonardo White iría a hacer una visita a la empresa, había sido una de la cual no se había dejado de hablar en por lo menos dos semanas completas.No había secretaría que no hablara de eso, o que no se encontrara intensamente contenta por el suceso. Emma, seguía sin comprenderlo del todo, en realidad, no lo comprendía en absoluto. Demasiadas eran las dudas que tenía con respecto a la visita de Leonardo, en primero lugar, ni siquiera sabía quien era Leonardo White, así de desorientada se encontraba.«Supongo que pronto lo conoceré», se dijo, mientras caminaba.Elevó la mano, para que así se le hiciera realizable ver la hora. Siete y diez de la mañana. Apretó el paso, casi corriendo, si se encontrara con unos zapatos un poco más cómodos, se permitiría a sí misma correr, lástima que aquellos tacones tan altos que exigían usar a las secretarias, no le permitían siquiera caminar de manera adecuada. Siempre le había parecido, injusto en el hecho de que se hiciera un hincap
Si había una palabra capaz de describir a Leonardo White, la palabra sería: inalcanzable. Inaccesible. Aunque también habían un montón más de palabras con las cuales describirlo: arrogante, frío, déspota, cruel, derrochador… y la lista se extendía sin algún fin, pero, desde la experiencia de Emma, no lo consideraba como un mal hombre, al contrario: le parecía un hombre agradable.Cada vez que la mujer le decía a alguien que había sido salvado de ser despedida por Leonardo White, la primera reacción, era la incredibilidad. “¿Leonardo White, el hombre más frío de Canadá, salvando a alguien más que no sea el mismo?”, decían, como si fuese inconcebible que él hiciera un buen acto. “Ha de ser cuestión de suerte”, le habían dicho más de una vez.Emma se preguntaba a que se debía la reputación de Leonardo White, pero nadie parecía tener el valor de responderlo directamente, lo poco que sabía del sujeto, era que era hijo del dueño de la empresa en donde trabajaba, tenía veintisiete años, era
No terminaba de procesarlo, y tal vez no terminaría de hacerlo por los demás días que se acercaban. Dos semanas habían transcurrido desde que había pasado de ser una simple secretaria más a ser la secretaría exclusiva de Leonardo White, y seguía sintiendo la misma perplejidad de la vez en la que él se había anunciado.En su momento, había querido rechazarlo y decirle que no quería trabajar en su oficina, pero aquello sería colgarse una soga en el cuello; viendo con la crueldad con la que había despedido a Sofía, se había visto a sí misma casi imposibilitada para negarse a la orden que él le había dado. Porque no se lo había pedido, Leonardo White no le había pedido ser su secretaria exclusiva, él se lo había ordenado, y parecía haber ido a donde ella solo para decir eso, pero para la desgracia de su amiga, había escuchado sus palabras.Todos hablaban sobre eso, todos decían que Emma había pasado a ser una secretaría más cercana a Leonardo White, ni siquiera la misma Emma sabía lo que
Los días se volvían cada vez más difíciles, más pesados, no había instante en el que no se arrepintiera de haber tenido que ser la secretaría de Leonardo White.Podría decir: de “aceptar ser su secretaria”, pero justo ahí radicaba: ella no había aceptado ser su secretaria, él solo se lo había ido a ordenar, y como resultado tenía el triple de trabajo que cuando era un simple secretaria, un peón más en una enorme empresa.Tres semanas habían transcurrido desde que ella era secretaria de él, y la calma había sido su más peligrosa enemiga: no tenía un segundo de sosiego, unas enormes y atrapantes ojeras se dibujaban debajo de su demacrado rostro, por petición de él, tenía que llegar horas más temprano, ella ni siquiera comprendía la razón de aquella orden: llegaba a la empresa y solo estaban él y ella y muy pocos empleados, tan pocos que una mano era necesario para contarlos, durante el periodo en el que ambos se encontraban casi solos en la empresa, lo único que Emma recibía, era pregun
Era el auto más precioso que alguna vez sus desfallecidos y gastados ojos habían visto, ni siquiera estaba entre sus posibilidades imaginar que tan costoso había sido, tal vez era un número que ella ni siquiera podría pronunciar o escribir.Leonardo le había pedido que bajara delante de él, Emma así lo hizo, aunque cuando llegó al auto de su jefe, se frenó, dedicándole una mirada al rubio, quien le sonrió, fue un gesto apenas perceptible, tanto que así que se lo atribuyó a una alucinación a causa del profundo cansancio que sentía.—Esa falda te queda un poco corta, Emma, ¿no lo crees? —Las manos de la mujer temblaron cuando lo escuchó decir aquello, su rostro serio, agitado por un rubor se dirección de manera trémula hacia el hombre, el azul de los ojos de Leonardo parecía querer desnudar el alma de la secretaria, quien no dijo ni una sola palabra—. Te hice una pregunta.La mujer dudó que responder, recordó las veces en las que había pensado que aquella falda le quedaba un poco más aj