No terminaba de procesarlo, y tal vez no terminaría de hacerlo por los demás días que se acercaban. Dos semanas habían transcurrido desde que había pasado de ser una simple secretaria más a ser la secretaría exclusiva de Leonardo White, y seguía sintiendo la misma perplejidad de la vez en la que él se había anunciado.
En su momento, había querido rechazarlo y decirle que no quería trabajar en su oficina, pero aquello sería colgarse una soga en el cuello; viendo con la crueldad con la que había despedido a Sofía, se había visto a sí misma casi imposibilitada para negarse a la orden que él le había dado. Porque no se lo había pedido, Leonardo White no le había pedido ser su secretaria exclusiva, él se lo había ordenado, y parecía haber ido a donde ella solo para decir eso, pero para la desgracia de su amiga, había escuchado sus palabras.
Todos hablaban sobre eso, todos decían que Emma había pasado a ser una secretaría más cercana a Leonardo White, ni siquiera la misma Emma sabía lo que implicaba eso, la única diferencia de su puesto anterior era que ahora tenía la mirada de un sujeto sobre su rostro… todo el día. Elevaba su mirada, y se encontraba con aquellos ojos masculinos, iba a levantarse… y se encontraba con aquellos ojos masculinos…
—Emma. —La voz de Leonardo la sacó de sus cavilaciones, ella elevó de manera rápida su mirada, poniendo recta su espalda, recordando las palabras que el hombre le había dicho una vez ambos se encontraron solos: “Desde este momento, no eres una secretaria más, eres mi secretaria, eso quiere decir, que te vestirás distinta, de manera más formal y elegante, te maquillarás, usarás tacones más altos y siempre mantendrás recta tu espalda, ¿lo entendiste, Emma?” ella había respondido que sí—. Te noto distraída.
—No, no, claro que no, señor, es que…
—Llámame Leonardo —la interrumpió—. O Leo.
Ella negó de manera casi imperceptible, no se veía a sí misma llamando a su jefe de esa manera tan poco formal.
—Lo siento es que…
—… no estás acostumbrada a llamar a tus jefes de esa manera. —Si había algo que no dejaba de sorprenderla de aquel sujeto, era su capacidad para casi leer su mente, no importaba lo que ella estuviera pensando, él parecía adivinarlo, ella se preguntaba si se debía a la expresión de sus ojos, a sus movimientos, no lo sabía, pero había dejado de gustarle días atrás que él parecía lo que ella tenía para decir, incluso antes de que ella lo concibiese—. Pues, si no estás acostumbrada a llamar a tus jefes de esa manera, deberías de ir acostumbrándote desde ahora, porque no quiero que me llames señor durante todos estos días.
—Lo siento, señ… Leonardo… Leo.
Una sonrisa se marcó en aquel rostro perfecto en el que más de una vez se encontró a sí misma fantaseando.
—Hace varios días que estás aquí, pero mi vida ocupada no me ha permitido el tiempo para conocerte mejor. —Emma tragó saliva, puso todo su empeño para evitar que el nerviosismo que aquellas simples palabras le causaron no fuera revelado, pero falló cuando lo escuchó hablar de nuevo—. No tienes por qué estar nerviosa.
—No lo estoy…, es s-solo q-que no estoy… acostumbrada a… olvídelo…
—¿A qué, Emma? —Él tomó una silla y la colocó frente a la mujer, tomando asiento—. Dime, ¿el qué?
—No tiene importancia, de verdad…, olvídelo…
—Pero quiero saberlo, Emma. —Aquello había sonado más como una orden que como una petición, lo cual despertó cierto miedo en ella. Ser el hijo del dueño y ser el dueño, según lo que había escuchado, en aquella empresa era casi lo mismo, entonces, técnicamente se encontraba frente al dueño de la empresa, sentía que un desliz, una palabra mal formulada o un comentario torpe podría hacer que ella fuera despedida. A pesar de que Leonardo no se había mostrado como un déspota frente a ella, temía que sacara las garras en cualquier momento.
—Es s-solo que nunca he tenido comunicación tan… directa con uno de los jefes… es solo eso…
—¿Uno de los jefes? —Él rió—. El jefe, Emma.
La mujer tragó saliva, asintiendo.
—Disculpe.
—No tienes por qué disculparte. —Leonardo acercó su silla más a Emma, dedicándole una mirada desde lo pies hasta la cabeza, aquellos ojos parecían contar con la capacidad de escudriñar en su espíritu—. ¿Cuántos años tienes, Emma?
—Veintitrés —respondió, evitando el contacto visual con Leonardo, había algo en sus ojos que la paralizaba, o tal vez, solo se trataban de estúpidos pensamientos que había permitido que entraran a su cabeza basándose en lo que todos decían de él.
—Eres joven —le dijo, mirándole el rostro con una expresión por completo indescifrable—. Yo tengo veintisiete, casi veintiocho.
—¿Cuándo los cumple? —preguntó ella, sin ni quiera saber por qué: no le importaba el cumpleaños de aquel hombre.
—En dos semanas —respondió, con una sonrisa ladina—. ¿Y tú? ¿Cuándo cumples veinticuatro?
—En un mes…
—Luces muy joven para tu edad, luces como una jovencita de dieciséis. —Emma no sabía como considerar aquello, si como una ofensa o como un halago, constantemente recibía comentarios similares, pero al venir de aquel enigmático sujeto, no sabía muy bien como sentirse—. Es un halago.
Otra vez, leyendo su mente.
—Gracias —respondió, desviando su mirada hacia los papeles que tenía frente a ella.
—¿Desde hace cuánto trabajas aquí, Emma?
—Dos años…
—¿Siempre fuiste secretaria?
—Sí…
—¿Cómo llegaste a esta empresa? —preguntó, él mismo sabía que no era demasiado sencillo conseguir un empleo allí y que la mayoría lo hacían por contactos, pero una muchacha tímida y joven como ella, no lucía como alguien con demasiados contactos. Podría estar equivocándose, dudó, aunque muy pocas veces lo hacía.
—Mi papá me ayudó a conseguir el puesto. —Ella no entendía la razón de aquellas preguntas, pero ante cada respuesta, su capacidad para hablar sin tartamudear se volvía un poco más y más nula.
—¿Vives con ellos?
—No. —Un hilo de voz con su respuesta fue lo que él le escuchó. Era, fácil notar sus nervios, no los entendía, Leonardo dudaba que él luciera como un sujeto intimidante, aunque debía de admitir que le gustaba ver aquel trémulo movimiento en el rostro de Emma cada vez que le realizaba una cuestión de cualquier naturaleza, tal vez eso más que nada era lo que le impulsaba a seguir con la conversación.
—¿Vives sola?
—Lo hago.
La mirada de Leonardo cayó sobre los papeles, luego regresó a ella, detallándola un poco: era una muchacha menuda, de cabello oscuro y rizado y piel blanca, la más exquisita piel blanca que había visto jamás, sus labios tenían dejes rosados, y su nariz era tan pequeña y delicada como lo era ella, el único defecto que a aquel rostro podía verle, eran las enormes bolsas oscuras que se dibujaban debajo de sus ojos de apariencia cansada.
—¿Dormiste mal? —adivinó.
—Un poco…
—¿Por qué?
Emma enarcó una ceja, luego señaló los papales que tenía sobre su escritorio, ¿no era acaso, demasiado evidente?
Él rió, alejando los papeles de ella.
—No dañes tú salud por trabajo.
—Pero es usted quien me pone todo ese trabajo… —se atrevió ella a decir.
—Para que así no tengas tiempo de verte con hombres. —Una carcajada emergió de aquellos labios masculinos, ella observó al suelo, sin tener idea de como responder específicamente a eso—. ¡Es una broma, Emma! ¡Vamos, ríete, mujer!
Una sonrisa pequeña se escapó de Emma, fue más por obligación que por verdadera gracia.
—Lo siento, Emma, pero es el trabajo de la empresa, no lo hago de manera intencional, lo entiendes, ¿no?
—Sí, sí…, claro que lo entiendo, señor… Leonardo.
—Pero, hablando de hombres… dime, Emma, ¿eres soltera?
La mujer jugó de manera nerviosa con sus dedos ante aquel cuestionamiento, no entendía la razón, no había necesidad de que él contara con tan información, pero por la mirada de Leonardo, ella sabía que responder era su única opción.
—Sí, lo soy.
La sonrisa del hombre se amplió, iba a decir algo, pero su teléfono empezó a timbrar.
—Tengo que dejarte, Emma —le avisó, situándose de pie y dirigiéndose hacia la salida, pero antes de irse, se frenó y la miró una vez más—. Por cierto, yo también soy soltero al igual que tú, ¿qué crees que signifique eso, Emma?
Y se retiró, antes de que ella le diera alguna respuesta.
Los días se volvían cada vez más difíciles, más pesados, no había instante en el que no se arrepintiera de haber tenido que ser la secretaría de Leonardo White.Podría decir: de “aceptar ser su secretaria”, pero justo ahí radicaba: ella no había aceptado ser su secretaria, él solo se lo había ido a ordenar, y como resultado tenía el triple de trabajo que cuando era un simple secretaria, un peón más en una enorme empresa.Tres semanas habían transcurrido desde que ella era secretaria de él, y la calma había sido su más peligrosa enemiga: no tenía un segundo de sosiego, unas enormes y atrapantes ojeras se dibujaban debajo de su demacrado rostro, por petición de él, tenía que llegar horas más temprano, ella ni siquiera comprendía la razón de aquella orden: llegaba a la empresa y solo estaban él y ella y muy pocos empleados, tan pocos que una mano era necesario para contarlos, durante el periodo en el que ambos se encontraban casi solos en la empresa, lo único que Emma recibía, era pregun
Era el auto más precioso que alguna vez sus desfallecidos y gastados ojos habían visto, ni siquiera estaba entre sus posibilidades imaginar que tan costoso había sido, tal vez era un número que ella ni siquiera podría pronunciar o escribir.Leonardo le había pedido que bajara delante de él, Emma así lo hizo, aunque cuando llegó al auto de su jefe, se frenó, dedicándole una mirada al rubio, quien le sonrió, fue un gesto apenas perceptible, tanto que así que se lo atribuyó a una alucinación a causa del profundo cansancio que sentía.—Esa falda te queda un poco corta, Emma, ¿no lo crees? —Las manos de la mujer temblaron cuando lo escuchó decir aquello, su rostro serio, agitado por un rubor se dirección de manera trémula hacia el hombre, el azul de los ojos de Leonardo parecía querer desnudar el alma de la secretaria, quien no dijo ni una sola palabra—. Te hice una pregunta.La mujer dudó que responder, recordó las veces en las que había pensado que aquella falda le quedaba un poco más aj
Su mirada se encontraba perdida, puesta en un lugar inexistente de la calle, ninguno de los dos había dicho demasiado, ella podía sentir como de vez en cuando Leonardo la miraba, pero no decía nada, aunque parecía hacerlo, parecía querer hablar, pero renunciaba cada vez que iba a ejecutar, ella por su parte, no hablaba por el dolor de garganta tan profundo que las náuseas le habían ocasionado, no podía sentirse más avergonzada, no solo había caído como un costal de tubérculos sobre los hombros de su jefe, sino que casi le había vomitado encima, quería eliminar su propia existencia.Él no parecía demasiado molesto —nada molesto en realidad—, o disgustado por lo que había ocurrido, aunque Emma no podía sacarse de la cabeza que solo fingía y que en realidad estaba asqueado por tener que lidiar con ella.—¿Vives sola, Emma? —le preguntó él, quebrando el extendido silencio que se había formado entre ambos.Ella lo miró, si no se equivocaba, él ya le había preguntado eso antes. Él estaba co
El lugar en donde vivía, era uno bastante humilde, no había demasiado con lo que presumir, y, como tenía muy mala suerte para los lugares en donde vivir —y por eso tenía que mudarse con mucha constancia—, nunca se preocupaba por la proporcionada decoración de su lugar de vivienda, de todas formas, casi nunca iba nadie, de hecho, Leonardo era una de las pocas personas que pisaban aquel lugar. Emma no tenía demasiados amigos, y los pocos que tenía, no eran invitados a su casa.—Perdón por el desorden —le dijo a su jefe, que lo miraba todo en el más completo silencio. Solo cuando quedó frente a Leonardo en ese momento, fue que se dio cuenta de lo pequeña que era en comparación con él. Y ella, no era una mujer pequeña, de hecho, sobresalía en estatura con el resto de sus amistades.—No hay ningún desorden aquí —observó él, riendo—. ¿Te sientes mejor, Emma?—Sí, señor —le respondió, sin saber muy bien como comportarse, nunca creyó que el no invitar a nadie a su apartamento, incluso ni a su
Por un instante, Emma se volvió ajena a todo lo que la rodeaba. Sus ojos se transformaron en dos circunferencias redondas y huecas que intentaba procesar las palabras que acababa de escuchar.Un temblor remeneó su cuerpo, sus labios fueron poco a poco abriéndose, tanto que el comienzo de sus dientes fue haciéndose visible. Por más que intentaba digerir lo que había escuchado, era algo sencillamente imposible, ¿ella? ¿Una simple secretaria saliendo con Leonardo White? ¿Qué clase de amarga broma era aquella?—¿Está h-hablando en s-serio, señor? —Apenas le salió la voz, sus ojos cargados por una profunda perplejidad no se alejaron ni un instante de su jefe. ¿Él? ¿Un hombre tan atractivo, pidiéndole una cita? Una risa nerviosa se escapó de los labios secos de Emma, todo debía de tratarse de una broma, a Leonardo le gustaba hacerle bromas, estaba segura de que esa era otra de las muchas que le había hecho en un tiempo tan corto.—¿De qué te ríes, Emma?La sonrisa de la mujer decayó hasta d
Él había acordado que la cena sería dentro de dos días que habían transcurrido con la rapidez de una bala atravesando el pecho de una persona para así arrancarle la vida. No había instante en el que Emma no se arrepintiera de haber aceptado salir con Leonardo White, sentía miedo, algo le decía que su vida no sería la misma desde aquella noche.Se asomó por la ventana, un suspiro se escapó de sus labios. La oscuridad cubría cualquier vestigio de luz, no había una sola estrella iluminando el cielo, era como si todas hubieran muerto de repente.No le había dicho a nadie que él la había invitado a una cena, tal vez porque todavía no terminaba de creérselo, había una parte de ella que elegía creer que se trataba todo de una broma que pronto tendría un final, que pronto él la llamaría y le diría que solo había sido un mal chiste.Durante cuarenta y ocho horas, solo había pensado en dos cosas: en Leonardo y en la cita con él. Era una muchacha algo tímida, cuando los nervios se apoderaban de
Por alguna razón, los nervios la invadieron todavía más, sacó el vestido de la caja por completo, deleitándose ante la belleza y delicadez que poseía cada trozo de tela. Se trataba de un vestido color gris oscuro con lentejuelas cubriéndole el pecho y la parte de los muslos, con toque traslucido en el área de la espalda y también el pecho, solo había que verlo para darse cuenta de que no había que usar sostén al ponérselo. No era demasiado largo, de hecho, ella dudaba que le llegara a las rodillas.Habían más cosas en la caja, se dijo Emma, sin salir de su sorpresa, mirando el vestido una vez más y preguntándose a sí misma cuanto dinero habría él gastado allí.Dentro de la caja, también había una cadena dorada. Reluciente como el sol mismo, cosa que llevó a Emma a preguntarse cuanto le había costado o si era de oro real.El sonido de un mensaje entrado a su teléfono capturó la atención de la sorprendida mujer. «¿Por qué me compró esto? ¿Cuánto habrá costado? ¿Por qué hizo el esfuerzo?
Era un lugar precioso, pocas veces Emma había visto algo tan precioso en su vida. Habían luces enormes colgando del techo, de color hueso, perfectamente pintado, las paredes carecían de alguna mancha, todos lucían elegantes y bien arreglados, todo tenía un aspecto pulcro y organizado, aquel sitio tenía una apariencia de antiguo, por un instante, Emma se sintió en el pasado.—Bienvenidos sean a Hjärtan i trä. —Un empleado les dio la cordial invitación a ambos, Emma agradeció con una sonrisa tímida, pero Leonardo no respondió nada, al contrario, su rostro se volvió más serio cuando el empleado le habló, ella notó aquel detalle, pero decidió pasarlo por alto, aunque la duda seguía allí. ¿Por qué se había comportado así?Durante el viaje en el carro, él le había estado haciendo unas cuantas preguntas a Emma, unas que ellas apenas había respondido, los nervios jugaban en su contra y se sentía demasiado débil, ella no era así, no entendía por qué cuando estaba con él se comportaba de aquel