¡Hola! Por error no dividí el capítulo anterior en dos y se me quedó la parte final para publicar. Para no esperar los cambios se lo agrego junto con el epílogo. Como no ha tenido mucho apoyo la historia la cerraré aquí. Muchas gracias por llegar hasta aquí a todas las lectoras que se quedaron hasta el final. La historia de Rob y Eve termina, espero que la hayan disfrutado y dejen sus comentarios. No les lleva más de unos minutos y ayuda mucho al autor.
Eve escuchó desde su habitación cuando Gael entró a la parte trasera del rancho con sus hombres.Sintió un escalofrío al saber lo que vendría después. Con suerte se emborracharía con ellos y se quedaría dormido sin molestarla.Su pequeño de tres años se encontraba descansando a su lado. Se levantó con rapidez para apagar la luz y cerrar la ventana para que el escándalo que harían no perturbara el sueño de su hijo.Su pareja la había engañado, se hizo pasar por alguien que no era y cuando la tuvo en sus manos le quitó toda su documentación y la secuestró. Llevaba más de cuatro años sufriendo un martirio, se mantenía viva por su pequeño, pero en la última paliza que le dio acabó en el hospital.Gael se había empeñado en que Mathew no era su hijo y cada día que pasaba los malos tratos eran cada vez peores. Se mantenía en pie a fuerza de voluntad y amor por su pequeño, pero cada día que pasaba sobrevivir a aquel lugar era cada vez más difícil.Eve estaba por quedarse dormida, cuando los gr
Una semana después de escaparse de Gael a Evelyn le faltaba el aire y las fuerzas. Había logrado que no la encontrara, pero su destino continuaba siendo incierto. El pequeño se había dormido en sus brazos después de llorar hasta quedar exhausto. Por más que había priorizado a su hijo a la hora de beber y alimentarse, no había sido suficiente. Las pocas provisiones que tenían se habían acabado. Estaba sedienta, con hambre, los labios se le habían agrietado y solo el miedo a que Gael los encontrara le daba las fuerzas para continuar. Eve no sabía qué ángel los había cuidado en su camino, pero seguir con vida le parecía todo un milagro. Había recorrido más de 1000km para salvar la vida de su hijo y la de ella, pero aún no lo había logrado. Evelyn era estadounidense, lo único que sabía de su familia era que su madre había sido una madre soltera que tuvo que darla en adopción por falta de medios para criarla. Estuvo a cargo del estado hasta que cumplió su mayoría de edad y desde ese mom
Dos años después… Attica, Kansas. Evelyn había conseguido sobrevivir después de ser rescatada por los oficiales estadounidenses de protección fronteriza. Tras contar su historia a las autoridades, tanto ella como su pequeño Mateo, fueron puestos a resguardo en el programa de protección de testigos. Los problemas de Gael con la justicia iban más allá de ser un maltratador y ella lo sabía. Su expareja era un hombre peligroso, mucho más de lo que pensó en un principio. Sus nombres fueron cambiados a Evangelina y Mathew. Desde entonces, comenzaron una nueva vida en un pequeño pueblo llamado Attica, en el estado de Kansas. Su vida era tranquila y poco a poco fue perdiendo el miedo a ser encontrada por Gael, pero la condición de su hijo y el escaso dinero que cobraba en la cafetería donde trabajaba, los tenía en una situación crítica. —¡Eve, te tengo una noticia! —Adeline, su mejor amiga, llegó gritando como era su costumbre—. Te apunté a una entrevista de trabajo. Así que haz una male
Eve estaba a punto de levantarse y salir corriendo cuando un hombre vestido de forma elegante y con el cabello demasiado largo y engominado hacía atrás, salió de la oficina. —Muy bien, señoritas, para no perder mi tiempo y el vuestro, decidí hacer la entrevista grupal. —Todas asintieron y se colocaron en sus mejores poses. Eve curvó la espalda, sacó joroba y deseó haberse marchado antes. El hombre colocó el índice en su oreja y después habló—. ¿Qué buscan de una relación? Las candidatas fueron contestando en orden. «Amor, romanticismo, un marido atento, detalles, viajes», fueron las respuestas que una a una fue dando hasta llegar a ella. —¿Evangelina? —el hombre se dirigió a Eve al verla en silencio—. Faltas tú por responder. —¿Yo? Ah, sí, yo, por supuesto. Hum, la realidad es que no busco una relación. —¿No quieres una relación? —preguntó con incredulidad—. ¿Entonces qué te llevó a presentarte? Eve no comprendía la extraña situación, podía esperar que le preguntaran por qué deb
Horas después, había sido llevada por Harrison a que le hicieran un cambio radical. Por más que se negó al principio, no pudo evitarlo. El maquillaje, el arreglo en su cabello, el precioso y elegante vestido… Era como retroceder en el tiempo y volver a ser Evelyn, el ángel del Venetian. Cuando se miró al espejo se sintió fuera de su cuerpo y de su actual vida. Cerró por un momento los ojos y recordó su camerino, el sonido del piano indicando su entrada al escenario y las expresiones embelesadas del público al escucharla cantar. Su vida antes de que Gael destrozara todos sus sueños, la admiración de la gente, la confianza en el ser humano, vivir sin miedo. Eve parpadeó para ocultar las lágrimas cuando escuchó: —¿Estás lista? Nos están esperando para firmar el contrato. Ella asintió, aunque continuaba sin saber para qué puesto de trabajo era, ya no estaba tan asustada. Hacía años que nadie la trataba tan bien. Todos fueron amables con ella, incluso la adularon por el color de ojos
Eve regresó a Attica casi de la misma forma que lo hizo dos años atrás. Asustada, con el alma rota y una desesperación que le oprimía los pulmones. Todo su proceso de recuperación psicológica se había desestabilizado con ese viaje. Por si no tenía suficiente con temer que Gael la buscara, acababa de descubrir una verdad que siempre tuvo frente a ella. Su hijo no era de su expareja. No tenía el menor parecido con Gael, pero sí mucho con el hombre al que había abofeteado y del que había huido por segunda vez en su vida. Había transcurrido un mes desde su horrible viaje a Manhattan y desde que llegó no se había sincerado con Adeline. Su amistad poco a poco estaba volviendo a la normalidad, pero la primera semana solo la visitó para llevarse a su hijo de vuelta a casa y no quiso cruzar palabra con ella. Esa mañana se encontraba trabajando en la cafetería cuando Adeline entró. —Siempre las mismas caras, Eve. No entiendo por qué desaprovechaste tu viaje a Manhattan y regresaste aquí.
Rob esperó en el coche por petición de Harrison, pero la verdad era que no tenía ningún interés en bajarse. Se encontraba en Attica siguiendo los absurdos consejos de su primo. Cada día estaba más seguro de que no heredó ni un poco de la inteligencia familiar. Por segunda vez lo había liado en uno de sus planes y este le apetecía mucho menos que el anterior. Aquel lugar parecía la entrada del infierno, polvo por todos lados, rodeado de una intensa bruma de calor en el aire que impedía respirar. Era casi como viajar en el tiempo a otro siglo, los pueblerinos usaban más el caballo para trasladarse que el coche y para colmo tuvieron que dejarle paso a una vaca en un paso de peatones. Él que era un hombre de ciudad acostumbrado al estrés y la rapidez que se movía el mundo en Manhattan, ver aquello era una pesadilla. Según Harrison habían viajado para que él conociera a mujeres que no le tendrían miedo a su maldición, pero desde su boda fallida no había dejado de pensar en esa mujer y d
Eve estaba desesperada. Cuando vio aparecer a Harrison en la cafetería sintió que su mundo se le venía encima. No tuvo otro remedio que ponerse de pie y enfrentarlo. —¿Qui-quiere un café? —tartamudeó con todas sus neuronas paralizadas por el miedo. —Tú sabes que no —dijo él. Eve vio que toda la atención estaba puesta en ellos, así que le hizo una señal con la cabeza para que pasara al interior de la barra y la siguiera a la bodega. Cuando ambos se encerraron en el interior, Eve colocó ambas manos unidas frente a su pecho. —Se lo ruego, no le diga a su jefe que me ha visto. Yo solo quiero vivir tranquila. —¿Por qué se marchó? Mi jefe puede parecer intimidante, pero le aseguro que si consigue sacarlo de su caparazón no encontrará hombre más bueno que él. —No puedo explicarlo y sé que usted no me debe nada, pero prométame que no le dirá dónde estoy. Harrison alzó una ceja y la miró con suficiencia. —Tienes mi palabra de que no le diré nada, además, ¿piensas que un hombre como é