Eve escuchó desde su habitación cuando Gael entró a la parte trasera del rancho con sus hombres.
Sintió un escalofrío al saber lo que vendría después. Con suerte se emborracharía con ellos y se quedaría dormido sin molestarla.Su pequeño de tres años se encontraba descansando a su lado. Se levantó con rapidez para apagar la luz y cerrar la ventana para que el escándalo que harían no perturbara el sueño de su hijo.Su pareja la había engañado, se hizo pasar por alguien que no era y cuando la tuvo en sus manos le quitó toda su documentación y la secuestró. Llevaba más de cuatro años sufriendo un martirio, se mantenía viva por su pequeño, pero en la última paliza que le dio acabó en el hospital.Gael se había empeñado en que Mathew no era su hijo y cada día que pasaba los malos tratos eran cada vez peores. Se mantenía en pie a fuerza de voluntad y amor por su pequeño, pero cada día que pasaba sobrevivir a aquel lugar era cada vez más difícil.Eve estaba por quedarse dormida, cuando los gritos y las risas femeninas resonaron en sus oídos.Sabía bien que a Gael no le importaba meter a sus amantes en la casa, ni mostrarlas frente a ella, eso había dejado de importarle hace mucho tiempo.El amor que un día sintió por él se había agotado y solo deseaba sobrevivir para escapar de sus garras.Imaginaba el día en que pudiera volver a desplegar sus alas y volar en libertad. Casi no podía recordar ya lo que se sentía poder vivir sin miedo.Se cubrió los oídos y comenzó a llorar con desesperación cuando la fiesta derivó en que los hombres empezaran a hacer disparos al aire. A la primera detonación su hijo se despertó, abrió los ojos, asustado y comenzó a llorar presa del pánico.Eve lo abrazó, pero un nuevo disparo retumbó en la noche y solo provocó que el pequeño gritara con más furia.De pronto, todo se silenció menos el llanto de su hijo. Aunque la paz duró muy poco. Escuchó la maldición de Gael y su voz pastosa a la vez que pronunciaba su nombre.—¡Eve, asómate, m*****a perra! —el alarido furioso la hizo abrazarse con más fuerza a su hijo—. ¡Calla a ese jodido niño! ¡No me deja divertirme en paz!Atemorizada se acercó a la ventana, si ella no lo hacía él lo tomaría como una falta de respeto.Eve vio a la mujer que Gael tenía sobre el regazo y cerró los ojos. Le dolía la humillación, si no la quería, ¿por qué continuaba reteniéndola?Le cubrió el rostro a su hijo para evitarle ver la depravación, mientras ella temblaba sin poder contenerse.—Lo es-estoy inten-intentando —balbuceó casi sin poder hablar por el castañeo de sus dientes—. Vamos, bebé, deja de llorar, por favor. Te lo ruego, mi vida, no llores —susurró al pequeño y comenzó a canturrear una melodía, a pesar de que Gael se lo tenía prohibido.Ni su abrazo, ni sus palabras, ni su voz arrullándolo, lograron que el pequeño Mateo cesara de gritar. El bebé podía sentir el terror de Eve y lo manifestaba con su llanto.—¡Te voy a enseñar a obedecer! —volvió a gritar Gael y corrió al interior con la pistola en la mano.Eve miró a su alrededor buscando dónde esconderse, aunque sabía que no tenía escapatoria y que estaba atrapada.Todavía le dolía el cuerpo de los golpes de la última vez, no quería pensar en sufrir lo mismo de nuevo.Corrió hacia un rincón de la habitación y colocó a su pequeño en la esquina. Se sentó frente a él para cubrirlo con su cuerpo y se abrazó a sus rodillas sin dejar de temblar.—¡Pégame a mí! —gritó aterrada cuando la puerta se abrió y golpeó la pared—. Deja a Mateo, es un bebé, por favor, solo es un bebé —balbuceó sin mirarlo al rostro.Su hijo cada vez lloraba con más fuerza, los gritos y los disparos provocaban esa reacción en él porque entraba en crisis.Se lo había intentado explicar muchas veces a Gael, pero en todas ellas él se enfurecía y la golpeaba.A su hijo le habían diagnosticado autismo y, aunque casi no hablaba, ella sabía que podía entender mucho de lo que escuchaba.Sintió el metal de la pistola sobre su frente y deseó que jalara del gatillo y acabara de una vez con todo.Su deseo no se vio cumplido, él guardo el arma en su funda para tener las manos libres.—Te escuché cantar, perra. ¿No decías que nunca más ibas a hacerlo? Ya sabes que solo puedes cantar para mí —dijo y sin darle tiempo a que se preparara el puño golpeó en su rostro reventándole el labio.Eve chocó con la pared debido al impacto, pero de ella solo escapó un gemido ahogado y un temblor incontrolable.Aquello no era nada, él podía ser mucho más cruel y mientras se desquitara con ella y no con su hijo lo soportaría.Lo miró con los ojos vacíos, sin vida, él se había llevado todo lo que ella era. Respiraba, pero Eve se sentía muerta por dentro.—Mátame de una vez —rogó entre lágrimas—. Prefiero morir a seguir aquí.La petición salió fruto de la impotencia y de la depresión que cada día podía con ella.Un nuevo golpe impactó al otro lado de su rostro, en esa ocasión fue un bofetón que le provocó un dolor terrible en el oído.Se mareó y luchó por mantenerse consciente.—Jamás, Eve. Ni la muerte te separará de mí, eres mía y siempre lo serás. Pero a ese chamaco gritón sí voy a matarlo, no serás de otro hombre, ni siquiera de tu propio hijo —siseó con todo el veneno que esa lengua de serpiente era capaz de dar.—¡También es tu hijo! —gritó con un valor que solo salía cuando se trataba de defender a su pequeño—. Si lo dañas, me mataré y se te acabará tu juguete. Me quieres viva para torturarme, aquí estoy, pero a él déjalo en paz.—¡¿Te atreves a amenazarme?! —La agarró del cabello hasta levantarla del suelo. Eve intentaba soltarse sin éxito—. ¡Martín! Ven aquí ahora mismo.Gael llamó a uno de sus hombres y este no tardó mucho en aparecer.—Dime, patrón.—Ayúdame con ese chamaco, agárralo. —Después la miró a ella con odio—. Obedecerás, porque si no lo haces no te dejaré ver a tu hijo —bajó el tono de voz a un susurro y le dijo junto al oído—: Yo no lo voy a matar, pero tampoco lo pienso cuidar. Ya sabes cómo debes portarte si lo quieres de vuelta.En ese momento su mente no podía comprender la crueldad de sus palabras. Hasta que vio como su empleado se llevaba a su hijo en brazos y a ella la encerraba en la habitación.Eve lloró y golpeó la puerta hasta caer rendida al agotamiento, pero no sirvió para que Gael escuchara sus súplicas. Hasta que Martín entró en la habitación en la mitad de la noche y le cubrió la boca para que no gritara.Llevaba a su bebé dormido en los brazos y se lo dio a ella para que lo sostuviera, después le colocó un suéter sobre los hombros, le dio una mochila y algo de dinero.—Te ayudaré a escapar, podré estar en malos pasos, pero jamás voy a permitir que dañen a una mujer y a su hijo. Hay un coche fuera esperándote, lo manejarás solo hasta el pueblo y de ahí lo abandonarás. Si no lo haces él podrá rastrearte.Eve agarró a su pequeño con cuidado y lo cubrió con el suéter.—¿Por qué lo haces? Si sabe que fuiste tú, él te matará.Martín la miró con dolor y después dijo:—Porque vi a mi hermana pasar por lo mismo y a ella no pude salvarla. No dejaré que te ocurra a ti lo mismo, sé que ella lo habría querido así. Huye, Eve y no mires atrás.Una semana después de escaparse de Gael a Evelyn le faltaba el aire y las fuerzas. Había logrado que no la encontrara, pero su destino continuaba siendo incierto. El pequeño se había dormido en sus brazos después de llorar hasta quedar exhausto. Por más que había priorizado a su hijo a la hora de beber y alimentarse, no había sido suficiente. Las pocas provisiones que tenían se habían acabado. Estaba sedienta, con hambre, los labios se le habían agrietado y solo el miedo a que Gael los encontrara le daba las fuerzas para continuar. Eve no sabía qué ángel los había cuidado en su camino, pero seguir con vida le parecía todo un milagro. Había recorrido más de 1000km para salvar la vida de su hijo y la de ella, pero aún no lo había logrado. Evelyn era estadounidense, lo único que sabía de su familia era que su madre había sido una madre soltera que tuvo que darla en adopción por falta de medios para criarla. Estuvo a cargo del estado hasta que cumplió su mayoría de edad y desde ese mom
Dos años después… Attica, Kansas. Evelyn había conseguido sobrevivir después de ser rescatada por los oficiales estadounidenses de protección fronteriza. Tras contar su historia a las autoridades, tanto ella como su pequeño Mateo, fueron puestos a resguardo en el programa de protección de testigos. Los problemas de Gael con la justicia iban más allá de ser un maltratador y ella lo sabía. Su expareja era un hombre peligroso, mucho más de lo que pensó en un principio. Sus nombres fueron cambiados a Evangelina y Mathew. Desde entonces, comenzaron una nueva vida en un pequeño pueblo llamado Attica, en el estado de Kansas. Su vida era tranquila y poco a poco fue perdiendo el miedo a ser encontrada por Gael, pero la condición de su hijo y el escaso dinero que cobraba en la cafetería donde trabajaba, los tenía en una situación crítica. —¡Eve, te tengo una noticia! —Adeline, su mejor amiga, llegó gritando como era su costumbre—. Te apunté a una entrevista de trabajo. Así que haz una male
Eve estaba a punto de levantarse y salir corriendo cuando un hombre vestido de forma elegante y con el cabello demasiado largo y engominado hacía atrás, salió de la oficina. —Muy bien, señoritas, para no perder mi tiempo y el vuestro, decidí hacer la entrevista grupal. —Todas asintieron y se colocaron en sus mejores poses. Eve curvó la espalda, sacó joroba y deseó haberse marchado antes. El hombre colocó el índice en su oreja y después habló—. ¿Qué buscan de una relación? Las candidatas fueron contestando en orden. «Amor, romanticismo, un marido atento, detalles, viajes», fueron las respuestas que una a una fue dando hasta llegar a ella. —¿Evangelina? —el hombre se dirigió a Eve al verla en silencio—. Faltas tú por responder. —¿Yo? Ah, sí, yo, por supuesto. Hum, la realidad es que no busco una relación. —¿No quieres una relación? —preguntó con incredulidad—. ¿Entonces qué te llevó a presentarte? Eve no comprendía la extraña situación, podía esperar que le preguntaran por qué deb
Horas después, había sido llevada por Harrison a que le hicieran un cambio radical. Por más que se negó al principio, no pudo evitarlo. El maquillaje, el arreglo en su cabello, el precioso y elegante vestido… Era como retroceder en el tiempo y volver a ser Evelyn, el ángel del Venetian. Cuando se miró al espejo se sintió fuera de su cuerpo y de su actual vida. Cerró por un momento los ojos y recordó su camerino, el sonido del piano indicando su entrada al escenario y las expresiones embelesadas del público al escucharla cantar. Su vida antes de que Gael destrozara todos sus sueños, la admiración de la gente, la confianza en el ser humano, vivir sin miedo. Eve parpadeó para ocultar las lágrimas cuando escuchó: —¿Estás lista? Nos están esperando para firmar el contrato. Ella asintió, aunque continuaba sin saber para qué puesto de trabajo era, ya no estaba tan asustada. Hacía años que nadie la trataba tan bien. Todos fueron amables con ella, incluso la adularon por el color de ojos
Eve regresó a Attica casi de la misma forma que lo hizo dos años atrás. Asustada, con el alma rota y una desesperación que le oprimía los pulmones. Todo su proceso de recuperación psicológica se había desestabilizado con ese viaje. Por si no tenía suficiente con temer que Gael la buscara, acababa de descubrir una verdad que siempre tuvo frente a ella. Su hijo no era de su expareja. No tenía el menor parecido con Gael, pero sí mucho con el hombre al que había abofeteado y del que había huido por segunda vez en su vida. Había transcurrido un mes desde su horrible viaje a Manhattan y desde que llegó no se había sincerado con Adeline. Su amistad poco a poco estaba volviendo a la normalidad, pero la primera semana solo la visitó para llevarse a su hijo de vuelta a casa y no quiso cruzar palabra con ella. Esa mañana se encontraba trabajando en la cafetería cuando Adeline entró. —Siempre las mismas caras, Eve. No entiendo por qué desaprovechaste tu viaje a Manhattan y regresaste aquí.
Rob esperó en el coche por petición de Harrison, pero la verdad era que no tenía ningún interés en bajarse. Se encontraba en Attica siguiendo los absurdos consejos de su primo. Cada día estaba más seguro de que no heredó ni un poco de la inteligencia familiar. Por segunda vez lo había liado en uno de sus planes y este le apetecía mucho menos que el anterior. Aquel lugar parecía la entrada del infierno, polvo por todos lados, rodeado de una intensa bruma de calor en el aire que impedía respirar. Era casi como viajar en el tiempo a otro siglo, los pueblerinos usaban más el caballo para trasladarse que el coche y para colmo tuvieron que dejarle paso a una vaca en un paso de peatones. Él que era un hombre de ciudad acostumbrado al estrés y la rapidez que se movía el mundo en Manhattan, ver aquello era una pesadilla. Según Harrison habían viajado para que él conociera a mujeres que no le tendrían miedo a su maldición, pero desde su boda fallida no había dejado de pensar en esa mujer y d
Eve estaba desesperada. Cuando vio aparecer a Harrison en la cafetería sintió que su mundo se le venía encima. No tuvo otro remedio que ponerse de pie y enfrentarlo. —¿Qui-quiere un café? —tartamudeó con todas sus neuronas paralizadas por el miedo. —Tú sabes que no —dijo él. Eve vio que toda la atención estaba puesta en ellos, así que le hizo una señal con la cabeza para que pasara al interior de la barra y la siguiera a la bodega. Cuando ambos se encerraron en el interior, Eve colocó ambas manos unidas frente a su pecho. —Se lo ruego, no le diga a su jefe que me ha visto. Yo solo quiero vivir tranquila. —¿Por qué se marchó? Mi jefe puede parecer intimidante, pero le aseguro que si consigue sacarlo de su caparazón no encontrará hombre más bueno que él. —No puedo explicarlo y sé que usted no me debe nada, pero prométame que no le dirá dónde estoy. Harrison alzó una ceja y la miró con suficiencia. —Tienes mi palabra de que no le diré nada, además, ¿piensas que un hombre como é
Eve corría para cruzar la calle y alejarse cuanto antes de la cafetería, de la aglomeración de mujeres y de ese hombre.Estaba a punto de adentrarse en la oscuridad del camino que la llevaría a su casa cuando Adeline la interceptó.—¡Eve! ¿Dónde vas con tanta prisa? —No le quedó otro remedio que detenerse y mirar a su amiga. Adeline frunció el ceño y le dijo—: ¿Qué te has hecho en el bigote? Bueno, qué más da, te ves mucho mejor sin él.—Tengo prisa, Adeline, estoy cansada y quiero llegar a casa —respondió de malhumor. Intentó retirarse, lo único que deseaba era internarse en la oscuridad del camino de tierra y dar por finalizado ese horrible día.—¡Pero la noche es joven! —gritó su amiga que ya se notaba que había bebido varias cervezas—. Mi señor Himalaya tiene a los niños, no vas a despertar a Mathew a esta hora. Ven, disfruta, estamos hablando de las nalgas del millonario.Eve se envaró al escuchar nombrar el bien moldeado trasero de Rob. Para su mala suerte el alcohol que ingiri