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Capítulo 4: Ese día tendría una esposa y sería Evangelina

Eve estaba a punto de levantarse y salir corriendo cuando un hombre vestido de forma elegante y con el cabello demasiado largo y engominado hacía atrás, salió de la oficina.

—Muy bien, señoritas, para no perder mi tiempo y el vuestro, decidí hacer la entrevista grupal. —Todas asintieron y se colocaron en sus mejores poses. Eve curvó la espalda, sacó joroba y deseó haberse marchado antes. El hombre colocó el índice en su oreja y después habló—. ¿Qué buscan de una relación?

Las candidatas fueron contestando en orden.

«Amor, romanticismo, un marido atento, detalles, viajes», fueron las respuestas que una a una fue dando hasta llegar a ella.

—¿Evangelina? —el hombre se dirigió a Eve al verla en silencio—. Faltas tú por responder.

—¿Yo? Ah, sí, yo, por supuesto. Hum, la realidad es que no busco una relación.

—¿No quieres una relación? —preguntó con incredulidad—. ¿Entonces qué te llevó a presentarte?

Eve no comprendía la extraña situación, podía esperar que le preguntaran por qué debían contratarla, o por qué podría ser buena para ese puesto. Ignoró lo de la relación y contestó su verdadero motivo para estar allí.

—La necesidad de dinero, ¿qué más podría ser?

Escuchó una carcajada en la oficina y supo que había alguien más escuchando detrás de esa puerta.

—Sinceridad ante todo, creo que acerté con mi intuición —murmuró el hombre rascándose la oreja—. De acuerdo, siguiente pregunta, si tuvieran que puntuar su fertilidad… ¿En serio tengo que decir eso? —dijo mirando a una cámara que había en el techo, después se escuchó la voz de otro hombre que gritó: «¡hazlo!»—. Está bien, como iba diciendo, hum. ¿Cuántas relaciones sexuales calculan que deberían tener para quedar embarazadas?

Las candidatas al puesto se miraron unas a otras sin entender, una murmuró un: «¿Me puede repetir la pregunta?». Otras fueron contestando que todavía no se habían planteado ser madres, seguido de un no estoy segura y demás respuestas ambiguas.

Eve cada vez estaba más incómoda, cuando llegó su turno de contestar no quería hacerlo. Ya no estaba segura de necesitar ese extraño puesto, pero aun así tomó aire y contestó.

—Imagino que le preocupa que alguna de nosotras se embarace y no pueda atender su trabajo —susurró y lo dijo en plural para no sentirse tan observada.

Eve no era capaz de mirar a ese hombre a los ojos, así que se concentró en la punta de sus zapatos.

—Dígame, Evangelina, en la información que tengo sobre usted dice que tiene un hijo. —El hombre parecía igual de avergonzado que ella cuando continuó—. ¿Cu-cuántas relaciones sexuales necesitó antes de…, ya sabe, embarazarse?

—Yo… Yo… —Al otro lado de la puerta se escuchó un: «¡Ya quedó claro que fue ella, dile que conteste!»—. No sabría decirle, fue rápido, mi… El padre de mi hijo era muy insistente, en el primer mes estaba embarazada —logró pronunciar—. ¡Pero ya no lo hago! Soy una mujer muy casta y no salgo con hombres.

***

Rob se estaba divirtiendo con aquella entrevista. Le pidió a su primo que despidiera a las demás candidatas y se quedara solo con Evangelina.

Ya tenía la decisión tomada, pero quería molestarla un poco más.

—Pregúntale hace cuánto tiempo dejó de hacerlo. —Harrison miró a la cámara con expresión horrorizada y lo obedeció.

—Eso… ¡Eso no es de su incumbencia! Pero ¿qué clase de entrevista es esta? —gritó ella y se levantó del asiento.

—No dejes que se marche —le ordenó a su primo sin dejar de reír—. La quiero preparada a las cuatro de la tarde, ni un minuto más.

Dispuesto a marcharse miró una vez más a la cámara y vio como Harrison intentaba retener a la mujer.

Ese día tendría una esposa, estaba decidido.

***

Eve estaba dispuesta a marcharse cuando ese hombre la retuvo.

—Discúlpeme, Evangelina, pero no se vaya —le dijo y con su mirada de arrepentimiento parecía intentar calmarla—. Mi jefe nunca tiene sentido del humor, pero justo hoy decidió sacarlo. Por favor, ¿podría acompañarme a la oficina para tener más intimidad?

Eve se quedó en el umbral de la puerta, con los músculos contraídos y una expresión de perplejidad.

—No… No voy a acostarme con usted si eso es lo que piensa. Esto es un error, no qui-quiero ningún tipo de intimidad. —Sintió el párpado de su ojo derecho comenzar a palpitar.

Estaba tan nerviosa y tenía tanto miedo en ese momento que su cuerpo se negaba a moverse del lugar. No podía dar un solo paso.

—Mi nombre es Harrison Foster, aunque ahora no lo crea, soy una persona seria y Dios me libre de pedirle que se acueste conmigo. Me gustan los hombres… machos, grandes, con pelo en el pecho. Está muy segura conmigo.

Eve apretó su pequeño bolso contra su pecho y se abrazó a él antes de entrar en la oficina.

Cuando regresara a Attica ajustaría cuentas con su mejor amiga. En cuanto ese hombre la dejara marchar saldría corriendo de allí.

—Siéntese, no tenemos mucho tiempo, le haré unas preguntas rápidas y saldremos. —La miró de arriba abajo y frunció el ceño—. Debo llevarte a una estética, conseguirte ropa decente y convertirte en… Dios, ayúdame.

Eve se sentó, colocó las manos en su regazo y fijó su mirada ahí.

—Señor Foster —pronunció en un susurro—. Creo que ha habido un error, mi mejor amiga me presentó a esta entrevista, pero yo no estoy segura de ser lo que está buscando. Preferiría marcharme ahora, ya no me interesa el puesto.

El hombre pareció ignorar sus palabras.

Abrió una carpeta y comenzó a leer.

—Vives en Attica, trabajas en la única cafetería del pueblo. ¿Sigue perteneciendo al viejo Jason? Bueno, no importa, seguro es así. —Pasó a la siguiente hoja sin esperar a que ella contestara y prosiguió—: Tienes un hijo de cinco años llamado Mathew, padece autismo y según la información que dejaste en la agencia… Cito de forma literal: «Evangelina necesita un padre para su hijo, dinero para salir de este pueblo de mala muerte y un hombre sexualmente activo que le quite lo mustia».

Eve entreabrió los labios con sorpresa, después, cuando asimiló lo que su amiga había puesto en su información, los unió en una fina línea y enrojeció hasta la raíz de su cabello.

—Hum, todo es falso, menos lo del dinero. Eso es cierto que lo necesito, pero no a costa de venderme a mí misma —sintió su voz aflautada y unas terribles ganas de salir corriendo—. Mi hijo me tiene a mí y ni él necesita un padre ni yo un hombre. Ahora, si me disculpa, voy a retirarme.

No había terminado de levantarse cuando Harrison habló.

—Tendrá un millón de dólares en su cuenta bancaria con solo decir «sí, quiero». —Como Eve no contestó y solo lo miró, incrédula, Harrison subió su oferta—. Cinco millones solo para su uso personal, pero sus gastos y los de su hijo serán cubiertos aparte. Vivirá como una reina. —Ella continuó en silencio, sin entender.

»¡Oh, vamos! Eres buena negociando, pero yo lo soy más. Conozco Attica como la palma de mi mano y sé que allí no hay nada, aparte de cabras y menos hay futuro. Tu hijo, Evangelina, podrá crecer con todo lo que necesite. Todo —recalcó.

Eve pensó en Mathew, en todos los problemas que estaba teniendo, en las dificultades que tenía para aprender en la pequeña escuela, en todas las carencias.

Continuaba sin saber para qué la querían, pero su amiga no la habría apuntado a algo malo, ¿no?

Con ese pensamiento miró a Harrison y pronunció en tono de pregunta:

—¿Sí, quiero? —El hombre sonrió, se apoyó en el respaldo de la silla como si un gran peso se le hubiera quitado de los hombros y dijo:

—¡Perfecto!

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