Dos años después…
Attica, Kansas.Evelyn había conseguido sobrevivir después de ser rescatada por los oficiales estadounidenses de protección fronteriza. Tras contar su historia a las autoridades, tanto ella como su pequeño Mateo, fueron puestos a resguardo en el programa de protección de testigos.Los problemas de Gael con la justicia iban más allá de ser un maltratador y ella lo sabía.Su expareja era un hombre peligroso, mucho más de lo que pensó en un principio. Sus nombres fueron cambiados a Evangelina y Mathew. Desde entonces, comenzaron una nueva vida en un pequeño pueblo llamado Attica, en el estado de Kansas.Su vida era tranquila y poco a poco fue perdiendo el miedo a ser encontrada por Gael, pero la condición de su hijo y el escaso dinero que cobraba en la cafetería donde trabajaba, los tenía en una situación crítica.—¡Eve, te tengo una noticia! —Adeline, su mejor amiga, llegó gritando como era su costumbre—. Te apunté a una entrevista de trabajo. Así que haz una maleta que te vas a Manhattan. Por Mathew no te preocupes que yo lo cuido.Eve la miró con una mueca de incredulidad en el rostro.—¿Estás ebria? Porque no veo otra explicación. —Negó con la cabeza y continuó preparando la cena—. No me puedo permitir un viaje a Kansas City, menos a Manhattan que está mucho más lejos.Adeline colocó los brazos en jarra y la miró desafiante.—Te estoy diciendo que te he conseguido una entrevista que les cambiará la vida. Y ya me conoces, no hago las cosas a medias, así que prepara la maleta que debo llevarte al aeropuerto.—No… Imposible, no puedo dejar solo a Mathew. Además, Manhattan, no, no, demasiada gente. Mucho ruido, ¿ya te dije que mucha gente? Ni lo sueñes.Adeline no aceptó un no por respuesta.Por ese motivo, Eve se encontraba en la ciudad de Manhattan, después de un vuelo que se le hizo eterno y con un sobre en la mano donde su amiga le había apuntado la dirección de la entrevista.Al llegar a la octava planta del edificio, lo primero que encontró fue a una mujer llorando a la vez que escapaba de una oficina.Al pasar a su lado le dio un empujón y Eve cayó al suelo, pero eso no fue lo más horrible del día. La falda que llevaba se alzó en la caída y terminó por dejarle cubierta la espalda y no su trasero.Con la cara contra el piso pensó que aquello no podía ser peor. Escuchó la risa de las mujeres, pero nadie la ayudó a levantarse.—¿Ya viste sus bragas? ¡Qué mal gusto! Parecen las de mi abuela —se carcajeó una de ellas y Eve se apresuró a bajarse la falda y ponerse de pie.Por más avergonzaba que se sintiera, no podía huir. Entró a la sala y las mujeres la observaron.Todas se veían hermosas, elegantes, muy maquilladas y más jóvenes que Eve.A sus treinta años y con la triste vida que había llevado, lo que menos le importaba era su aspecto físico.Con un carraspeo nervioso, se sentó en uno de los asientos y esperó, pero una voz muy masculina se escuchó a través de un altavoz.—Por favor, señoritas, mantengan la ropa en su lugar. No crean que mostrar sus atributos les dará más posibilidades.«Trágame tierra», pensó y supo que no había comenzado bien.***Rob Ellison contaba con una de las fortunas más importantes del país.Su familia siempre había tenido suerte en los negocios, pero hasta ahí llegaba su suerte, porque pertenecer a su familia era como encontrarse en la guillotina a la espera de ver esa enorme navaja caer y que acabara con su vida.Sin importar su fortuna, los Ellison llevaban generaciones luchando contra una maldición que afectaba en su mayoría a los varones de la familia. Por ese motivo había accedido a los planes de su primo y mano derecha.Harrison tuvo la brillante idea de apuntarlo en una agencia matrimonial para que pudiera escoger esposa. Él vivía su vida sin pensar en la maldición que pesaba sobre los Ellison porque era adoptado y no tenían la misma sangre.—Rob, deja de moverte de un lado a otro, me estás mareando —se quejó Harrison.—Tienes suerte de que solo te esté mareando, porque en realidad quisiera asesinarte. Esto no va a funcionar, siempre me acabas enredando en tus absurdas ideas. ¡Madura de una vez!Harrison entrecerró los ojos y bufó.—Con ese optimismo, seguro que no. Además, si te dejas enredar por mí es porque sabes que tengo razón. Mira, parece que ya todas llegaron —dijo señalando a la pantalla donde salían las imágenes de la cámara—. Y aquella te está enseñando las nalgas, vienen con ganas.Rob se fijó en la pobre mujer que acababa de caer al suelo, la vio levantarse, avergonzada y agarró el micrófono para hacerles llegar un mensaje.—Por favor, señoritas, mantengan la ropa en su lugar. No crean que mostrar sus atributos les dará más posibilidades.Ninguna de las mujeres que allí se encontraban eran lo que él estaba buscando.Quería a alguien sencilla, anodina, sin atractivo.Una mujer de la cual no enamorarse. Así formarían un matrimonio destinado a engendrar hijos lo más pronto posible y en la mayor cantidad. Solo por un mero trámite.—Diles a todas que se retiren, no continuaré con esto, la última salió llorando.—Rob, así no llegaremos a ningún lado, al menos permíteles hacer la entrevista. ¿Cuántos años llevamos trabajando juntos? Sé tus gustos, todas son bonitas como tus amantes.—Tú lo has dicho, «amantes». Necesito una esposa y pronto. Ya tengo treinta y cinco años y ya sabes que en nuestra familia…—Sí, sí, ya sé. Los Ellison no llegan a los cuarenta años con vida —pronunció Harrison haciendo una mala imitación de él.Volvió a fijarse en la mujer que había llegado en último lugar.—Enfoca a la que se cayó, quiero verla de cerca.Harrison obedeció.Tenía el cabello recogido en un moño estirado, llevaba una camisa blanca pasada de moda y abotonada hasta el cuello. Acompañaba la horrenda prenda con una falda que le llegaba mucho más abajo de la rodilla, de color violeta y unos zapatos negros dignos de una anciana.—Era mi candidata preferida —murmuró Harrison—, pero ahora comprendo por qué no adjuntaron su foto. Es una pena, tenía toda mi fe puesta en ella.Rob continuó mirándola.Se retorcía las manos sobre su regazo y parecía muy asustada.—Es la que más se acerca a lo que busco —pronunció pensativo.—¿Por qué quieres torturarte de esa forma? Está bien que no quieras enamorarte, pero recuerda que en nuestra familia son muy tradicionales y el matrimonio es hasta que la muerte los separe.—Tampoco me queda tanto, podré soportarlo. Esa mujer es justo lo que busco, poco llamativa, sencilla y que no me atraiga ni un poco. ¿Qué sabes de ella?—Su nombre es Evangelina Jones, vive en Attica, Kansas, mi pueblo natal. Dios, extraño a mi familia. —Harrison suspiró—. Cuando supe de dónde venía sentí que era una señal del destino, Rob. Tiene treinta años y un hijo de cinco, es fértil, justo lo que buscas, pero no esperaba que fuera… Así.—Ponte esto en la oreja —ordenó Rob dándole a Harrison un audífono—. Mi tiempo vale oro y quiero acabar con esto cuanto antes. Les harás las preguntas que yo te iré diciendo. Desde aquí lo veré todo y según eso escogeré.Harrison lo observó sin pestañear.—Pero Rob, no se van a casar conmigo. Además, el guapo eres tú. Si me ven a mí se desilusionarán.Él se ajustó la corbata y después se frotó el cuello para aliviar el dolor que toda aquella tensión le estaba provocando.—La que acepte sin verme será la que está lo suficiente desesperada por casarse. No quiero cuentos de amor, quiero una mujer para que mi familia me deje de atosigar con mi deber de tener hijos.—Está bien, haré lo que me pides.Eve estaba a punto de levantarse y salir corriendo cuando un hombre vestido de forma elegante y con el cabello demasiado largo y engominado hacía atrás, salió de la oficina. —Muy bien, señoritas, para no perder mi tiempo y el vuestro, decidí hacer la entrevista grupal. —Todas asintieron y se colocaron en sus mejores poses. Eve curvó la espalda, sacó joroba y deseó haberse marchado antes. El hombre colocó el índice en su oreja y después habló—. ¿Qué buscan de una relación? Las candidatas fueron contestando en orden. «Amor, romanticismo, un marido atento, detalles, viajes», fueron las respuestas que una a una fue dando hasta llegar a ella. —¿Evangelina? —el hombre se dirigió a Eve al verla en silencio—. Faltas tú por responder. —¿Yo? Ah, sí, yo, por supuesto. Hum, la realidad es que no busco una relación. —¿No quieres una relación? —preguntó con incredulidad—. ¿Entonces qué te llevó a presentarte? Eve no comprendía la extraña situación, podía esperar que le preguntaran por qué deb
Horas después, había sido llevada por Harrison a que le hicieran un cambio radical. Por más que se negó al principio, no pudo evitarlo. El maquillaje, el arreglo en su cabello, el precioso y elegante vestido… Era como retroceder en el tiempo y volver a ser Evelyn, el ángel del Venetian. Cuando se miró al espejo se sintió fuera de su cuerpo y de su actual vida. Cerró por un momento los ojos y recordó su camerino, el sonido del piano indicando su entrada al escenario y las expresiones embelesadas del público al escucharla cantar. Su vida antes de que Gael destrozara todos sus sueños, la admiración de la gente, la confianza en el ser humano, vivir sin miedo. Eve parpadeó para ocultar las lágrimas cuando escuchó: —¿Estás lista? Nos están esperando para firmar el contrato. Ella asintió, aunque continuaba sin saber para qué puesto de trabajo era, ya no estaba tan asustada. Hacía años que nadie la trataba tan bien. Todos fueron amables con ella, incluso la adularon por el color de ojos
Eve regresó a Attica casi de la misma forma que lo hizo dos años atrás. Asustada, con el alma rota y una desesperación que le oprimía los pulmones. Todo su proceso de recuperación psicológica se había desestabilizado con ese viaje. Por si no tenía suficiente con temer que Gael la buscara, acababa de descubrir una verdad que siempre tuvo frente a ella. Su hijo no era de su expareja. No tenía el menor parecido con Gael, pero sí mucho con el hombre al que había abofeteado y del que había huido por segunda vez en su vida. Había transcurrido un mes desde su horrible viaje a Manhattan y desde que llegó no se había sincerado con Adeline. Su amistad poco a poco estaba volviendo a la normalidad, pero la primera semana solo la visitó para llevarse a su hijo de vuelta a casa y no quiso cruzar palabra con ella. Esa mañana se encontraba trabajando en la cafetería cuando Adeline entró. —Siempre las mismas caras, Eve. No entiendo por qué desaprovechaste tu viaje a Manhattan y regresaste aquí.
Rob esperó en el coche por petición de Harrison, pero la verdad era que no tenía ningún interés en bajarse. Se encontraba en Attica siguiendo los absurdos consejos de su primo. Cada día estaba más seguro de que no heredó ni un poco de la inteligencia familiar. Por segunda vez lo había liado en uno de sus planes y este le apetecía mucho menos que el anterior. Aquel lugar parecía la entrada del infierno, polvo por todos lados, rodeado de una intensa bruma de calor en el aire que impedía respirar. Era casi como viajar en el tiempo a otro siglo, los pueblerinos usaban más el caballo para trasladarse que el coche y para colmo tuvieron que dejarle paso a una vaca en un paso de peatones. Él que era un hombre de ciudad acostumbrado al estrés y la rapidez que se movía el mundo en Manhattan, ver aquello era una pesadilla. Según Harrison habían viajado para que él conociera a mujeres que no le tendrían miedo a su maldición, pero desde su boda fallida no había dejado de pensar en esa mujer y d
Eve estaba desesperada. Cuando vio aparecer a Harrison en la cafetería sintió que su mundo se le venía encima. No tuvo otro remedio que ponerse de pie y enfrentarlo. —¿Qui-quiere un café? —tartamudeó con todas sus neuronas paralizadas por el miedo. —Tú sabes que no —dijo él. Eve vio que toda la atención estaba puesta en ellos, así que le hizo una señal con la cabeza para que pasara al interior de la barra y la siguiera a la bodega. Cuando ambos se encerraron en el interior, Eve colocó ambas manos unidas frente a su pecho. —Se lo ruego, no le diga a su jefe que me ha visto. Yo solo quiero vivir tranquila. —¿Por qué se marchó? Mi jefe puede parecer intimidante, pero le aseguro que si consigue sacarlo de su caparazón no encontrará hombre más bueno que él. —No puedo explicarlo y sé que usted no me debe nada, pero prométame que no le dirá dónde estoy. Harrison alzó una ceja y la miró con suficiencia. —Tienes mi palabra de que no le diré nada, además, ¿piensas que un hombre como é
Eve corría para cruzar la calle y alejarse cuanto antes de la cafetería, de la aglomeración de mujeres y de ese hombre.Estaba a punto de adentrarse en la oscuridad del camino que la llevaría a su casa cuando Adeline la interceptó.—¡Eve! ¿Dónde vas con tanta prisa? —No le quedó otro remedio que detenerse y mirar a su amiga. Adeline frunció el ceño y le dijo—: ¿Qué te has hecho en el bigote? Bueno, qué más da, te ves mucho mejor sin él.—Tengo prisa, Adeline, estoy cansada y quiero llegar a casa —respondió de malhumor. Intentó retirarse, lo único que deseaba era internarse en la oscuridad del camino de tierra y dar por finalizado ese horrible día.—¡Pero la noche es joven! —gritó su amiga que ya se notaba que había bebido varias cervezas—. Mi señor Himalaya tiene a los niños, no vas a despertar a Mathew a esta hora. Ven, disfruta, estamos hablando de las nalgas del millonario.Eve se envaró al escuchar nombrar el bien moldeado trasero de Rob. Para su mala suerte el alcohol que ingiri
Eve no podía dejar de disfrutar del agua del lago, era refrescante y todos sus pensamientos se habían adormecido.Primero nadó hasta terminar de agotarse, pero después solo se quedó quieta, flotando boca arriba y observando el cielo.En aquellos minutos que solo se dejó envolver por el agua, había dejado de pensar en esa horrible noche y su cuerpo se había relajado tanto que ya se sentía lista para regresar a casa.De pronto, como si la calma se convirtiera en pesadilla, escuchó un ruido en la orilla y el sonido característico que hacía el agua cuando alguien se adentraba con una zambullida.Quiso gritar, pero nada salió de su garganta.Su cuerpo y su mente, que poco a poco había aprendido a vivir con calma y a no estar siempre temiendo por su vida, regresó a su yo de dos años atrás.Después de tanto tiempo volvía a tener miedo. Su cerebro comenzó a trabajar con rapidez en las varias posibilidades que existían para protegerse.Debía regresar a casa con su hijo, ningún desalmado le arr
Eve intentó resistir los avances de Rob, pero antes de que pudiera percatarse de lo que estaba por ocurrir, él había unidos sus labios con los de ella. Por un momento, se quedó impactada y no logró defenderse de aquel asalto de esa boca que se apropió de la suya hasta dejarla sin aire.No necesitó mantenerse a flote porque él la tenía agarrada de la cintura con un brazo y con la mano que le quedó libre había sostenido su nuca para hacerle imposible escapar. Eve dejó de pensar en que sus cuerpos desnudos estaban unidos y que ella debía huir a como diese lugar.Su mente entró en receso, se quedó sin una sola neurona viva que le indicara que lo correcto era que saliera huyendo y en lugar de eso, en lo único que podía pensar era en que ese momento no terminara.Para su eterna vergüenza sus brazos se enredaron de forma inconsciente en el cuello de Rob y, al hacerlo, él lo tomó como una rendición de ella para dejarlo avanzar. El abrazo de él se hizo mucho más posesivo, sus manos se tornaron