Rob esperó en el coche por petición de Harrison, pero la verdad era que no tenía ningún interés en bajarse. Se encontraba en Attica siguiendo los absurdos consejos de su primo. Cada día estaba más seguro de que no heredó ni un poco de la inteligencia familiar. Por segunda vez lo había liado en uno de sus planes y este le apetecía mucho menos que el anterior. Aquel lugar parecía la entrada del infierno, polvo por todos lados, rodeado de una intensa bruma de calor en el aire que impedía respirar. Era casi como viajar en el tiempo a otro siglo, los pueblerinos usaban más el caballo para trasladarse que el coche y para colmo tuvieron que dejarle paso a una vaca en un paso de peatones. Él que era un hombre de ciudad acostumbrado al estrés y la rapidez que se movía el mundo en Manhattan, ver aquello era una pesadilla. Según Harrison habían viajado para que él conociera a mujeres que no le tendrían miedo a su maldición, pero desde su boda fallida no había dejado de pensar en esa mujer y d
Eve estaba desesperada. Cuando vio aparecer a Harrison en la cafetería sintió que su mundo se le venía encima. No tuvo otro remedio que ponerse de pie y enfrentarlo. —¿Qui-quiere un café? —tartamudeó con todas sus neuronas paralizadas por el miedo. —Tú sabes que no —dijo él. Eve vio que toda la atención estaba puesta en ellos, así que le hizo una señal con la cabeza para que pasara al interior de la barra y la siguiera a la bodega. Cuando ambos se encerraron en el interior, Eve colocó ambas manos unidas frente a su pecho. —Se lo ruego, no le diga a su jefe que me ha visto. Yo solo quiero vivir tranquila. —¿Por qué se marchó? Mi jefe puede parecer intimidante, pero le aseguro que si consigue sacarlo de su caparazón no encontrará hombre más bueno que él. —No puedo explicarlo y sé que usted no me debe nada, pero prométame que no le dirá dónde estoy. Harrison alzó una ceja y la miró con suficiencia. —Tienes mi palabra de que no le diré nada, además, ¿piensas que un hombre como é
Eve corría para cruzar la calle y alejarse cuanto antes de la cafetería, de la aglomeración de mujeres y de ese hombre.Estaba a punto de adentrarse en la oscuridad del camino que la llevaría a su casa cuando Adeline la interceptó.—¡Eve! ¿Dónde vas con tanta prisa? —No le quedó otro remedio que detenerse y mirar a su amiga. Adeline frunció el ceño y le dijo—: ¿Qué te has hecho en el bigote? Bueno, qué más da, te ves mucho mejor sin él.—Tengo prisa, Adeline, estoy cansada y quiero llegar a casa —respondió de malhumor. Intentó retirarse, lo único que deseaba era internarse en la oscuridad del camino de tierra y dar por finalizado ese horrible día.—¡Pero la noche es joven! —gritó su amiga que ya se notaba que había bebido varias cervezas—. Mi señor Himalaya tiene a los niños, no vas a despertar a Mathew a esta hora. Ven, disfruta, estamos hablando de las nalgas del millonario.Eve se envaró al escuchar nombrar el bien moldeado trasero de Rob. Para su mala suerte el alcohol que ingiri
Eve no podía dejar de disfrutar del agua del lago, era refrescante y todos sus pensamientos se habían adormecido.Primero nadó hasta terminar de agotarse, pero después solo se quedó quieta, flotando boca arriba y observando el cielo.En aquellos minutos que solo se dejó envolver por el agua, había dejado de pensar en esa horrible noche y su cuerpo se había relajado tanto que ya se sentía lista para regresar a casa.De pronto, como si la calma se convirtiera en pesadilla, escuchó un ruido en la orilla y el sonido característico que hacía el agua cuando alguien se adentraba con una zambullida.Quiso gritar, pero nada salió de su garganta.Su cuerpo y su mente, que poco a poco había aprendido a vivir con calma y a no estar siempre temiendo por su vida, regresó a su yo de dos años atrás.Después de tanto tiempo volvía a tener miedo. Su cerebro comenzó a trabajar con rapidez en las varias posibilidades que existían para protegerse.Debía regresar a casa con su hijo, ningún desalmado le arr
Eve intentó resistir los avances de Rob, pero antes de que pudiera percatarse de lo que estaba por ocurrir, él había unidos sus labios con los de ella. Por un momento, se quedó impactada y no logró defenderse de aquel asalto de esa boca que se apropió de la suya hasta dejarla sin aire.No necesitó mantenerse a flote porque él la tenía agarrada de la cintura con un brazo y con la mano que le quedó libre había sostenido su nuca para hacerle imposible escapar. Eve dejó de pensar en que sus cuerpos desnudos estaban unidos y que ella debía huir a como diese lugar.Su mente entró en receso, se quedó sin una sola neurona viva que le indicara que lo correcto era que saliera huyendo y en lugar de eso, en lo único que podía pensar era en que ese momento no terminara.Para su eterna vergüenza sus brazos se enredaron de forma inconsciente en el cuello de Rob y, al hacerlo, él lo tomó como una rendición de ella para dejarlo avanzar. El abrazo de él se hizo mucho más posesivo, sus manos se tornaron
Eve se detuvo antes de que la bajada del agua descubriera su trasero desnudo y se quedó a la espera de que él fuese un poco caballeroso y tomara el primer lugar. Carraspeó y movió la cabeza en dirección a la orilla, pero él continuó detrás de ella sin moverse.Casi se dejó el cuello haciendo gestos para que él lo entendiera y no ocurrió.—¿Quieres salir del agua de una vez y dejarme vestirme tranquila? —lo enfrentó—. No quiero que me veas desnuda.—Para tu mala suerte tuve que dejar mi ropa fuera para salvarte la vida, así que estamos en igualdad de condiciones, yo tampoco quiero que me veas desnudo.—¡Ja! ¿Qué piensas que voy a abusar de ti? Ya quisieras, mejor deja de soñar despierto y compórtate como un caballero.Rob sonrió con malicia y salió lo suficiente para que pudiera ver su musculoso torso desnudo. Eve contuvo la respiración y sintió un molesto palpitar entre sus piernas.Su cuerpo se había empeñado en traicionarla y mostrarle esa noche que continuaba más vivo que nunca. Es
Eve prosiguió su camino a casa con un sinfín de sentimientos encontrados.Rob había desaparecido y daba gracias por eso, porque ese hombre la alteraba demasiado y ella no estaba acostumbrada a sentirse de esa forma. Se sentía molesta, colérica y ¡excitada!¿Cómo era eso posible? Ella debería estar huyendo de esa clase de hombres y no solo de los de esa clase, de todos en general. Pero de los que eran como Rob Ellison mucho más, prepotentes, que se creían los dueños del mundo y que pensaban que con su dinero podían comprar todo. Tenía que controlarse y olvidar lo ocurrido.Para su suerte, que le dijera que tenía menos atractivo que una de las abuelas del geriátrico había aplacado esas hormonas desatadas a las que había sucumbido.Al llegar a casa y saberse sola, entró a la habitación de su hijo. La cama estaba intacta y por más que sabía que estaba seguro en casa de Adeline, se le oprimió el pecho de la angustia.Rob Ellison no podía descubrirla, no confiaba en él.Para calmarse, se di
Eve se levantó sudorosa y con los recuerdos del sueño todavía palpitando en su mente.Se encontraba temblorosa y asustada, las lágrimas le corrían por las mejillas y sabía, por el dolor de garganta, que había gritado en sueños.Se sentó en la cama y se abrazó a sus piernas. Daba gracias a que su pequeño no estaba en la casa y no había escuchado sus gritos. Eve lloró durante más de media hora, pero le tocó reponerse, levantarse y comenzar a vestirse con rapidez.No tardó mucho en su arreglo diario, su atuendo consistía en el uniforme del trabajo que le llegaba por debajo de las rodillas y la hacía parecer una tabla sin formas, una rebeca verde, un estirado moño recogido en la nunca y un par de ojeras que parecían haber llegado para quedarse.Tras lo ocurrido la noche anterior, no se molestó en intentar parecer más fea, Rob ya sabía que era la mujer que había huido y no tenía sentido ocultarse. Se encontraba muy nerviosa cuando caminó un par de metros para ir a la casa de Adeline y reco