Inicio / Romántica / Una cita a ciegas para el CEO / Capítulo 2: El ángel del Venetian
Capítulo 2: El ángel del Venetian

Una semana después de escaparse de Gael a Evelyn le faltaba el aire y las fuerzas. Había logrado que no la encontrara, pero su destino continuaba siendo incierto.

El pequeño se había dormido en sus brazos después de llorar hasta quedar exhausto. Por más que había priorizado a su hijo a la hora de beber y alimentarse, no había sido suficiente. Las pocas provisiones que tenían se habían acabado.

Estaba sedienta, con hambre, los labios se le habían agrietado y solo el miedo a que Gael los encontrara le daba las fuerzas para continuar.

Eve no sabía qué ángel los había cuidado en su camino, pero seguir con vida le parecía todo un milagro. Había recorrido más de 1000km para salvar la vida de su hijo y la de ella, pero aún no lo había logrado.

Evelyn era estadounidense, lo único que sabía de su familia era que su madre había sido una madre soltera que tuvo que darla en adopción por falta de medios para criarla. Estuvo a cargo del estado hasta que cumplió su mayoría de edad y desde ese momento, tuvo que buscarse la vida para sobrevivir.

Ese camino la llevó a las Vegas, nunca había sido una mujer despampanante ni tenía ese tipo de belleza que la hiciera llamativa, pero tenía una gran voz. Antes de que todo en su vida se hundiera, la habían bautizado como «El Ángel del Venetian», porque todo el que la escuchaba cantar decía que su voz lo trasportaba al cielo.

Poco quedaba ya de aquella mujer, Gael había roto su espíritu y destruido su alma. Se enamoró de él, de sus detalles, del cariño y el falso amor que le prometió. Lo siguió hasta México y poco a poco comprendió que él no era quien decía ser.

Por ser tan crédula se veía en esa situación. Huyendo del hombre que juró que si no era para él no sería para nadie. Eve no sería para nadie porque no deseaba saber nada más de los hombres, pero tampoco sería para él.

Antes de regresar a esa vida prefería la muerte.

Ella podría darse por vencida, ya no le quedaban fuerzas, pero su hijo… Evelyn no podía permitir que nada malo le sucediera a su pequeño. Él no tenía culpa de sus malas decisiones.

La visión del río Bravo la hizo exhalar un suspiro y caer de rodillas al suelo. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos.

No tenía documentación, dinero, ni una familia a la que llamar por ayuda. Intentó pedir protección al consulado de Estados Unidos, pero todos sus intentos fueron fallidos.

La justicia era corrupta en manos de quien tenía el poder para comprarla y Gael era un hombre poderoso. En eso no le mintió, lo que nunca le explicó era de la forma en que obtenía su dinero.

—Mami —escuchó la vocecita de su hijo contra su pecho.

El niño miraba al cielo con los ojos llorosos y el rostro lleno de polvo y suciedad.

Se veía agotado, sucio y hambriento.

No sabía cuánto más podría soportar de esa forma.

—Ya casi, peque, confía en mamá —le dijo e intentó sonreírle para infundirle calma—. Vuelve a dormir, cuando despiertes te prometo que estaremos a salvo.

Los labios del pequeño comenzaron a temblar, sabía que, lo que continuaría, sería un llanto desesperado casi imposible de calmar. Estaba hambriento y no tenía nada que ofrecerle.

Se quitó la pequeña mochila que había cargado todo el camino y buscó en ella con desesperación. Allí ya no encontraría nada, pero soñaba con un milagro y que, por arte de magia, en su interior apareciera algo con lo que alimentar a su hijo.

Agarró una botella de agua a la que le quedaban unas cuantas gotas y la colocó en los labios resecos del pequeño.

—Toma, mi amor, bebe un poquito —le susurró con cariño y con las lágrimas desbordándose en sus ojos.

El pequeño la agarró con sus manitas y la sostuvo como si fuera un biberón.

Eve miró el río, ese día le hacía honor a su nombre y se veía embravecido.

«Es ahora o nunca», se dijo a sí misma para darse ánimos. Sabía que no aguantaría mucho más.

Se mantenía de pie por convicción, pero la debilidad por el hambre y la ser comenzaban a hacer huella en su cuerpo. Se quitó el suéter que llevaba y lo colocó alrededor de su pecho para atar a su hijo a su cuerpo. Tenía miedo de perder las fuerzas al cruzar el río y que su pequeño cayera.

Cuando lo tuvo asegurado, apartó el miedo y miró al cielo.

—Dios mío, no me abandones ahora —pidió y, casi sin ver por dónde pisaba, se adentró en el agua.

La corriente era fuerte y Eve luchó por mantenerse en pie. Caminó unos pasos, pero las piedras del fondo resbalaban y la hicieron caer al suelo.

Apretó a su hijo contra su cuerpo cuando el agua los cubrió y volvió a emerger haciendo acopio de todas sus fuerzas.

Su pequeño tosía y los gritos de terror que escapaban de sus pulmones sería algo que nunca podría olvidar.

Continuó en una ardua lucha contra la corriente. La fuerza del agua no les daba tregua y el miedo a morir ahogados era cada vez mayor. En la última caída fueron arrastrados varios metros.

Se sentía desfallecer y la vista cada vez la tenía más nublada. Su cuerpo le pedía rendirse y dejarse arrastrar, pero de alguna forma milagrosa logró mantenerse con vida.

El frío le calaba hasta los huesos y el llanto de su hijo se mezclaba con el suyo. Tiritaba y lloraba con la misma fuerza.

Se colocó de espaldas para flotar y que el cuerpo del pequeño quedara en la superficie.

—Por favor —lloró y tomó aire para sacar el impulso de gritar—. ¡Ayuda! —el alarido resonó en el aire y lo dejó escapar con las últimas fuerzas.

No podía aguantar más.

La orilla estaba tan cerca, pero sus fuerzas ya eran inexistentes.

Iba a desmayarse y no había logrado salir del agua. Los ojos se le comenzaban a cerrar cuando unas voces se escucharon cada vez más cerca.

Hablaban en inglés.

Estaba de vuelta en casa, fue lo último que pensó antes de desvanecerse y pedir al cielo que su hijo lograra sobrevivir.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo