Llevo dos semanas viniendo a este lugar, obsesionado con ella. Cada noche, busco el momento perfecto para acercarme. La observo moverse con una sensualidad hipnótica sobre ese tubo. Hay muchas mujeres aquí, pero ella es diferente. Ella es el centro de atención. Su mirada… tan enigmática, tan cargada de misterio.
Acabo de divorciarme de Jessica. Me cansé de su bipolaridad. Fueron años difíciles. Al principio, todo parecía bien, pero nunca se termina de conocer a alguien, ¿verdad? Odio las mentiras, y ella era la encarnación de la definición. Si tuviera que darle un segundo nombre, sería Mentirosa.
De pronto, una voz interrumpe mis pensamientos.
—Maicol.Levanto la mirada, y ahí está: de pie frente a mí, casi desnuda.
—Rosa —respondo, su nombre se desliza como un susurro.
Ella se inclina suavemente y comienza a masajearme los hombros. Su toque es electrizante, pero breve. Un hombre, a unos pasos, la llama con una mirada cargada de intenciones. Rosa deja de tocarme, se da media vuelta y camina hacia él.
—No te vayas —le digo, casi suplicante.
Ella me mira, pero al final vuelve a fijarse en el otro.
—Es mi trabajo —responde con indiferencia.
—Entonces te pagaré el doble —digo, tomando su mano. No puedo dejarla ir.
Salimos del prostíbulo juntos, ignorando las miradas reprobatorias del hombre al que acaba de dejar plantado.
Ya subidos en mi auto, la miro.
—¿A dónde quieres ir?
—Tú pagas, tú decides.
—Entonces nos quedamos aquí.
Ella arquea una ceja, sorprendida.
—Esto es raro.
—¿Por qué? —preguntó, apagando el motor.
—Tienes a la estrella del prostíbulo en tu auto y no piensas llevarla a un motel.
Su comentario me hace reír.
—Solo quiero conversar. ¿Tienes hambre?
—Un poco.
—Perfecto. Conozco un restaurante cerca.
—No estoy vestida para un restaurante.
Miro su ropa y tiene razón.
—Entonces comemos aquí. ¿Qué te gusta?
—Comida china.
Nos dirigimos al restaurante, y mientras espero el pedido, reviso mi celular. Un mensaje de Jessica aparece en la pantalla: “Tenemos que hablar”. Suspiro con frustración. Apago el teléfono. No hay nada que hablar. Estoy cansado de sus mentiras.
Cuando regreso al auto, ella está sentada en silencio, abrazándose como si tuviera frío. Le entrego la comida y le paso mi chaqueta.
—No era necesario, pero gracias.
Cenamos en el auto mientras la radio transmite las noticias.
—Parecemos dos policías en vigilancia —bromeo. Rosa sonríe, y por un instante, esa dureza que lleva encima desaparece. Tiene una sonrisa preciosa.
—Hablemos de ti —le digo—. ¿Cuántos años tienes?
Su sonrisa se esfuma, reemplazada por una expresión fría.
—Está bien, ¿cuál es tu película favorita? —trato de cambiar el tema.
—John Wick: Parabellum.
Me sorprendo.
—Vaya, ¿te gustan las películas de acción? Así que eres un poco sangrienta.
Ella no responde. De alguna manera, siento que cada palabra que digo la incomoda.
—A mí también me gusta John Wick —añado, tratando de aliviar la tensión.
—Gracias por la cena —dice de repente, su voz neutral, casi distante.
Hay algo en esta mujer que me atrapa. Su misterio, su dualidad… Me desconcierta y me fascina al mismo tiempo.
—¿Puedes llevarme de regreso?
Enciendo el motor, y el resto del camino lo hacemos en silencio. Al llegar al club, ella abre la puerta, pero antes de bajarse, se detiene un momento.
—¿Me regalas tu número? —le pregunto.
—No tengo celular —responde sin mirarme, cerrando la puerta.
Me quedo allí, observándola alejarse. Su perfume sigue impregnando el aire dentro del auto.
De regreso a casa, el silencio me resulta abrumador. Me quedo un momento en el auto, pensando en ella, en Rosa… Hasta que un par de luces ilumina el garaje. Es el auto de Jessica.
—¡Por Dios, no! —murmuro. Trato de esconderme, pero ya es tarde. Se baja y camina hacia mí con esa actitud que tanto detesto.
—Entonces me escribes y no respondes. ¿Qué es ese olor barato?
—¿Qué quieres, Jessica? —le digo, saliendo del auto y dirigiéndome a la casa.
—¡No me escuchaste! ¿A quién llevabas en el auto?
—No es asunto tuyo —respondo, cerrando la puerta detrás de mí. La veo regresar a su auto con frustración y marcharse. Respiro hondo. Gracias a Dios.
Me doy un baño, intentando relajarme. Mientras el agua caliente cae sobre mi piel, recuerdo algo: Rosa se quedó con mi chaqueta. Por alguna razón, eso me hace sonreír. Es como si fuera una señal de que la volveré a ver.
Más tarde, reviso unos correos en el comedor antes de ir a la cama. Pero mi mente sigue atrapada en esos ojos llenos de misterio. Ella, Rosa, es un enigma que no puedo dejar de querer descifrar.
Llegando a casa, cierro la puerta de un golpe, dejando caer mi peso contra la madera. Las lágrimas se apoderan de mí en cuanto me deslizo hasta quedar en una esquina. Estas dos semanas han sido extrañas, insoportablemente raras. Tanto así que, hoy, mientras estaba con ese hombre en su auto, un miedo inexplicable me recorrió el cuerpo, como si algo en mí supiera que todo iba mal.Me pongo de pie temblando y tomo dos pastillas para evitar caer, otra vez, en el pozo oscuro de la depresión. Me quito la ropa lentamente y me quedo con su chaqueta. Aún huele a él… a su esencia.Me dejo caer en el sofá, tratando de pensar, de ordenar el caos en mi cabeza. Mi última relación fue hace cinco años con Julien. El difunto Julien. El solo recordarlo hace que me encoja por dentro. No quiero pensar en eso, no ahora, pero el pasado nunca me deja tranquila. Enciendo un cigarro mientras las imágenes de aquella noche vuelven a mí, implacables.Esa noche… Él estaba pasado de copas, como siempre. Éramos dos
Con esta mujer en mis hombros, me siento extrañamente cómodo. Jessica nunca tuvo tiempo, ni aunque le pagara, para ver una película conmigo. A veces, las cosas buenas se encuentran en los lugares más oscuros, y las cosas malas en los lugares más luminosos. Perdí tanto tiempo con Jessica... Mi familia, incluso, se alegró cuando nuestra relación terminó.—Entonces... ¿Eres gay? ¿O virgen? —me pregunta, con una mezcla de picardía e inocencia.No puedo evitar reírme. —¿Parezco gay? —le respondo, clavando mi mirada en ella. Ella aparta la vista, incómoda. —Una pregunta no se responde con otra pregunta. —Qué astuta.—Buena respuesta. Pero no, señorita Rosa, no soy ninguno de los dos. —Le quito un mechón de cabello negro que cae sobre su hombro. —Perdón, pero no podía irme con la curiosidad. —Su forma de expresarse tiene algo que me gusta, algo diferente. —Lo entiendo, pero ¿por qué la pregunta? —insisto. Ella baja la mirada y responde en voz baja: —Es que esto nunca me había pasado. S
¿Qué se supone que quiere este hombre? Yo no le pertenezco a nadie.Camino hacia la puerta intentando ignorarlo, pero Joel sale a mi paso. Me toma de la mano con fuerza, sus dedos se clavan en mi piel como garras. Trato de soltarme, pero me arrastra hacia una esquina oscura.—¿¡Dónde estabas, perra!? —me grita con los ojos desorbitados. Su desesperación es casi palpable.—¿A qué te refieres? No tengo que darle explicaciones a nadie —respondo furiosa mientras quito sus manos de mi cuerpo con un tirón.Uno de los guardias se acerca. Al fin, gracias a Dios… pero Joel lo detiene con un grito autoritario.—¡No te metas, cabrón! ¡Vete! —ordena. El guardia titubea y, para mi horror, se va, dejando a Joel y su rabia conmigo. Intento escabullirme, pero vuelve a sujetarme con más fuerza.—Suéltame —exijo, mi voz temblorosa, aunque trato de sonar firme.—¿Que te suelte? Eso no me lo dices cuando estamos en la cama —responde con una sonrisa torcida que me revuelve el estómago.—Solo hago mi trabaj
No puedo creer que Joel se haya portado de esa manera. Por suerte, Maicol pudo apostar más que él. De no ser así, esta noche Joel habría actuado como un animal.—¿Por qué? ¿Por qué diste esa cantidad de dinero? —le reprocho con enojo.—¿Acaso se te olvidó nuestra conversación? —responde, desafiante.¿Cómo podría olvidarla? Sus palabras todavía resuenan en mi cabeza.—Pero diste esa cantidad de dinero, y no creo que planees irte sin obtener mis servicios.—No te preocupes por eso. Me gusta pasar tiempo contigo —responde con una sonrisa segura.—Te estás metiendo en problemas... ¿Qué es lo que realmente quieres, Maicol? —le espeto, porque claro que está metiéndose en problemas. Joel no se quedará tranquilo.—Tu compañía —dice con un tono seductor, mientras sus ojos se clavan en los míos.Suspiro profundamente, colocando mi mano sobre mi cuello, justo donde Joel me apretó con fuerza.—¿Te duele? ¿Cómo ese bastardo pudo hacerte algo así?—En este lugar pasan muchas cosas —digo en voz baja,
—¡No! No te reconocía. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —dije, intentando mantener la compostura.—No pensé encontrarte en un lugar como este…— Jorge hizo una pausa, dejando que sus palabras cortaran el aire como una hoja afilada—. Hasta que te vi seduciendo a uno de mis hombres. Me disculparás, pero tengo que revisarte. Voltea.— Su voz era dura, como un golpe seco, y su mirada helaba.Mientras sentía sus manos recorriendo mi cuerpo en busca de algo que delatara mis secretos, no podía apartar los ojos de los suyos. Eran los mismos ojos de siempre, pero ahora cargaban una mezcla de odio y algo más que no lograba descifrar. Me estremecí cuando su voz resonó de nuevo.—Dame el bolso.Asentí, tragando el nudo en mi garganta. Abrí la puerta del auto con manos temblorosas, saqué el bolso y se lo pasé sin mirarlo. Lo observé mientras lo revisaba con una calma casi burlona, sacando todo lo que había dentro. ¡Maldita sea! No me había acordado de las pastillas. Ahí estaban, entre el desorden, brillando
Esperaba, al menos, un mensaje anoche. No me importa que me haya hablado de esa manera; de hecho, me pareció divertido. Voy a sacarla de ese lugar. Algo me dice que no pertenece a ese infierno. No puedo dejar de pensar en esos ojos de luna que tiene.—¡Papá! —oí la voz emocionada de mi princesa, que corría hacia mí con una hoja de papel en la mano.Vi a mi hermana bajarse del auto. Al parecer, ya no puede soportar más a Valeria.—¿Cómo está la niña más hermosa del mundo? —le pregunté, besando su mejilla.—Bien, papi —respondió con esa carita de santica, aunque era más traviesa que nadie.—Hola. Te traje a tu pequeña. Me rompió mi perfume más caro, así que espero que me lo pagues —dijo Emma, mirándome con un toque de ironía.—¿Pagarte? Nadie te mandó a llevártela por dos semanas. Eres una ladrona. Cualquiera pensaría que no quiero a mi hija.—Bueno, ¿entonces qué? ¿Me invitarás a pasar, gruñón? —replicó con descaro, abrazándome. Pero entonces, la vi mirar con fastidio hacia la calle—. Y
Después de visitar al ginecólogo y hacer una parada en el salón de belleza, decidí comprar un par de cajas de cigarrillos y un encendedor. No llevo maquillaje, tan solo una blusa de escote pronunciado, un jean ajustado y unos tacones altos. Aunque admito que me falta algo... un labial rojo oscuro. Por suerte, lo llevo en mi bolso nuevo.Al encender mi auto, siento un antojo insaciable de helado. Busco rápidamente en mi móvil una heladería cercana. Al llegar, encuentro un lugar para estacionar. Mientras salgo, un auto lujoso se detiene justo al lado del mío.No. No puede ser él.Volteo disimuladamente y me pongo las gafas de sol. Lo observo de reojo. Está cargando a una niña pequeña, probablemente su hija. Pero... ¿y ella? No parece ser la mujer de la foto que vi. En persona, se ve mucho mejor.Sacudo la cabeza, intentando apartarlo de mi mente. Nada ni nadie me quitará las ganas de comerme ese helado.Entro al local.—Hola. Quiero un helado de yogur. Le agradecería si me despachara ráp
Al subir a mi auto, mientras miraba aquella dirección en el GPS, comenzó la batalla en mi interior: ir o no ir a ese lugar. A pesar de haberme puesto mi mejor vestido, sentía que algo me faltaba. Seguridad. Confianza en mí misma. ¿Qué estaba haciendo? No quería que me descubrieran con un cliente, pero tampoco quería pasar el resto de mi vida bajo unas malditas reglas. Ya no soy una niña. Soy una mujer, y debo tomar mis propias decisiones... no, mis propias reglas.Sin embargo, esta dirección... según G****e Maps, no es un hotel. ¿Adónde planeas llevarme, Maicol? Pensaba mientras conducía con los nervios apretándome el pecho.Entonces lo vi. No podía ser... ¿Es su casa? Frente a mí se alzaba una hacienda enorme, imponente, de una elegancia que parecía sacada de una película. Sabía que Maicol era un empresario adinerado, pero jamás imaginé algo de este nivel. Estacioné frente a la gran puerta principal, y un hombre con porte impecable salió a mi encuentro.—Señorita Rosa, el señor la esp