A veces prefiero quedarme callada, porque sé que cuando hablo, tiro a matar. Digo las cosas como las pienso, sin disfrazar. Tal vez por eso no tengo amigos. O quizás… porque trabajo en un prostíbulo. A nadie le suena bien este trabajo. En cambio, para mí, ser la reina de este infierno es un placer. Nadie me quita este puesto. Soy la más cara de todas. Y si lo soy, es porque hago mi trabajo bastante bien.
Al principio no es fácil. Es como entrar a prisión: eres “la novata”. Pero después te acostumbras. Te cansas, aprendes, y te das a respetar de todas estas perras.
Reglas:
Los clientes no pueden saber tu nombre verdadero.
No des tu contacto personal.
Mientras más ganes, más gana la empresa.
No tengas nada serio con un cliente.
El sexo oral está prohibido, a menos que paguen lo suficiente.
Usa preservativos y mantente al día con el ginecólogo.
Las drogas son para los clientes. Pero cuidado, no abuses. (No somos responsables de las consecuencias).
Los obsequios que recibas de los clientes pasan por el club; ellos te los enviarán a casa.
Nunca reveles información personal.
El día que quieras salir, pagarás un alto precio en dinero. Será casi imposible.
Y la más importante: nunca rompas las reglas, porque juegas con tu vida.
Me miro en el espejo mientras peino mi cabello, vestida con lencería negra y unos tacones que parecen tan altos como el infierno.
—¿Estás lista? Hoy tu nombre es Rosa. Tenemos un cliente nuevo, y cuando digo nuevo, me refiero a que tiene mucho billete. Ya sabes… ¡Recuerda que eres mi favorita! —Dori, mi jefe, me coordina todo. Es como una maestra para mí. Una mujer en el cuerpo de un hombre.
Sin decirle nada, camino hacia el escenario.
La música suena fuerte, sensual, y yo me dejo llevar. Bailo como si estuviera sola, pero con todas las miradas clavadas en mi cuerpo. Los billetes de cien llueven sobre mí. Entre el humo y las luces, ya sé quién es el cliente nuevo: un hombre blanco, de pómulos marcados, cabello rizado, y debajo de ese traje caro, un cuerpo que promete.
Termino el baile y voy directo hacia él. Está sentado con un vaso de whisky en la mano.
—Me llamo Maicol. ¿Cuál es tu nombre? —Su voz es suave, pero segura.
—Rosa —respondo, sentándome en sus piernas.
—Eres linda.
Nada que no haya escuchado antes. Es obvio que este hombre no ha estado nunca en un lugar como este.
En la esquina, como siempre, está Joel. Es uno de los narcos más temidos de la ciudad. El rey de las drogas. Claro, según él, no las consume. Joel es un cliente frecuente, de esos que siempre dejan bien. Me llama con un gesto de su dedo y esa mirada de asesino que lleva en la sangre.
—Maicol, si necesitas algo, me llamas —le digo, levantándome de sus piernas.
Camino hacia Joel, un moreno lleno de tatuajes. Me siento en las piernas, y él saca un fajo de billetes, colocándolos en mi escote.
—Tú dime cuándo nos vamos. Y hoy, ¿cuál es tu nombre? —me pregunta, oliendo mi cabello.
—Rosa —respondo mientras saco el dinero, mojando un dedo para contarlo. Es más que suficiente para que me “pruebe”.
Lo sujeté de la mano para salir de este lugar.
Al pasar junto a Maicol, él toma mi mano.
—Espero volver a verte —me dice con una mirada que intenta ser cautivadora.
Lo miro y muerdo mi labio, dejándole ver mi lado más perverso.
—Busca otra chica, cabrón. Esta es mía —dice Joel, dándome una nalgada que me irrita.
—Vámonos —le respondo, fingiendo indiferencia.
Entramos en su auto y vamos al mismo motel de siempre. Apenas cierra la puerta, Joel empieza a besarme el cuello como un animal desesperado.
—¿Por qué no tomamos algo, como siempre? —le digo, apartándolo con suavidad.
—Ve y tráeme la misma cantidad de siempre —responde, acomodándose en la cama.
En la pequeña cocina del motel, preparo dos vasos de alcohol. En el mío dejo una marca de pintalabios. Del sostén saco una pastilla que disuelvo en su vaso, moviéndola con un dedo. Regreso, sentándome en sus piernas mientras le entrego la bebida. Joel lame el medio de mis pechos y se toma el trago de un solo golpe, como siempre.
A partir de aquí, todo es rutina. Hago mi trabajo: preservativo, movimientos falsos, gemidos fingidos. Este cerdo siempre cae, pensando que me tiene completamente. En unos minutos, está dormido como un bebé.
Le doy un par de golpes suaves en la cara para asegurarme de que no despierta. Con mi lápiz labial le dejo marcas en el pecho, araño su rostro y mojo un poco las sábanas para que piense que tuvimos “una gran noche”.
Enciendo un cigarrillo mientras salgo de la habitación. Paso por el club y le doy el dinero a Dori.
—Tienes a ese hijo de perra loco. Cada vez deja más billetes.
—Dame lo que me corresponde —le respondo.
—Ya, leona. Esto es lo tuyo, más las propinas del baile.
Recojo mi parte y salgo en busca de mi auto.
Antes de irme, Maicol reaparece. Está nervioso, un niño rico que no tiene idea de dónde está.
—Disculpa, soy nuevo en esto. ¿Cómo se supone que funciona?
Bajo el cristal del auto y le respondo con frialdad:
—Mientras más dinero, mejores servicios. Espero volver a verte, Maicol.
Pisé el acelerador sin agregar una palabra más, dejándolo parado en medio de la calle, con la palabra atorada en la boca.
Cuando llego a casa, mi gatita está dormida en el sofá. Su pequeño cuerpo se mueve al compás de su respiración, ajena al caos que cargo conmigo.
Me quito el maquillaje, la ropa y los recuerdos de este día asqueroso. En la ducha, me esmero en frotarme la piel, como si el agua pudiera borrar todo lo que soy. Al menos por un instante, quiero sentirme nueva, aunque sé que es una ilusión que nunca dura.
Llevo dos semanas viniendo a este lugar, obsesionado con ella. Cada noche, busco el momento perfecto para acercarme. La observo moverse con una sensualidad hipnótica sobre ese tubo. Hay muchas mujeres aquí, pero ella es diferente. Ella es el centro de atención. Su mirada… tan enigmática, tan cargada de misterio.Acabo de divorciarme de Jessica. Me cansé de su bipolaridad. Fueron años difíciles. Al principio, todo parecía bien, pero nunca se termina de conocer a alguien, ¿verdad? Odio las mentiras, y ella era la encarnación de la definición. Si tuviera que darle un segundo nombre, sería Mentirosa.De pronto, una voz interrumpe mis pensamientos. —Maicol.Levanto la mirada, y ahí está: de pie frente a mí, casi desnuda.—Rosa —respondo, su nombre se desliza como un susurro.Ella se inclina suavemente y comienza a masajearme los hombros. Su toque es electrizante, pero breve. Un hombre, a unos pasos, la llama con una mirada cargada de intenciones. Rosa deja de tocarme, se da media vuelta y
Llegando a casa, cierro la puerta de un golpe, dejando caer mi peso contra la madera. Las lágrimas se apoderan de mí en cuanto me deslizo hasta quedar en una esquina. Estas dos semanas han sido extrañas, insoportablemente raras. Tanto así que, hoy, mientras estaba con ese hombre en su auto, un miedo inexplicable me recorrió el cuerpo, como si algo en mí supiera que todo iba mal.Me pongo de pie temblando y tomo dos pastillas para evitar caer, otra vez, en el pozo oscuro de la depresión. Me quito la ropa lentamente y me quedo con su chaqueta. Aún huele a él… a su esencia.Me dejo caer en el sofá, tratando de pensar, de ordenar el caos en mi cabeza. Mi última relación fue hace cinco años con Julien. El difunto Julien. El solo recordarlo hace que me encoja por dentro. No quiero pensar en eso, no ahora, pero el pasado nunca me deja tranquila. Enciendo un cigarro mientras las imágenes de aquella noche vuelven a mí, implacables.Esa noche… Él estaba pasado de copas, como siempre. Éramos dos
Con esta mujer en mis hombros, me siento extrañamente cómodo. Jessica nunca tuvo tiempo, ni aunque le pagara, para ver una película conmigo. A veces, las cosas buenas se encuentran en los lugares más oscuros, y las cosas malas en los lugares más luminosos. Perdí tanto tiempo con Jessica... Mi familia, incluso, se alegró cuando nuestra relación terminó.—Entonces... ¿Eres gay? ¿O virgen? —me pregunta, con una mezcla de picardía e inocencia.No puedo evitar reírme. —¿Parezco gay? —le respondo, clavando mi mirada en ella. Ella aparta la vista, incómoda. —Una pregunta no se responde con otra pregunta. —Qué astuta.—Buena respuesta. Pero no, señorita Rosa, no soy ninguno de los dos. —Le quito un mechón de cabello negro que cae sobre su hombro. —Perdón, pero no podía irme con la curiosidad. —Su forma de expresarse tiene algo que me gusta, algo diferente. —Lo entiendo, pero ¿por qué la pregunta? —insisto. Ella baja la mirada y responde en voz baja: —Es que esto nunca me había pasado. S
¿Qué se supone que quiere este hombre? Yo no le pertenezco a nadie.Camino hacia la puerta intentando ignorarlo, pero Joel sale a mi paso. Me toma de la mano con fuerza, sus dedos se clavan en mi piel como garras. Trato de soltarme, pero me arrastra hacia una esquina oscura.—¿¡Dónde estabas, perra!? —me grita con los ojos desorbitados. Su desesperación es casi palpable.—¿A qué te refieres? No tengo que darle explicaciones a nadie —respondo furiosa mientras quito sus manos de mi cuerpo con un tirón.Uno de los guardias se acerca. Al fin, gracias a Dios… pero Joel lo detiene con un grito autoritario.—¡No te metas, cabrón! ¡Vete! —ordena. El guardia titubea y, para mi horror, se va, dejando a Joel y su rabia conmigo. Intento escabullirme, pero vuelve a sujetarme con más fuerza.—Suéltame —exijo, mi voz temblorosa, aunque trato de sonar firme.—¿Que te suelte? Eso no me lo dices cuando estamos en la cama —responde con una sonrisa torcida que me revuelve el estómago.—Solo hago mi trabaj
No puedo creer que Joel se haya portado de esa manera. Por suerte, Maicol pudo apostar más que él. De no ser así, esta noche Joel habría actuado como un animal.—¿Por qué? ¿Por qué diste esa cantidad de dinero? —le reprocho con enojo.—¿Acaso se te olvidó nuestra conversación? —responde, desafiante.¿Cómo podría olvidarla? Sus palabras todavía resuenan en mi cabeza.—Pero diste esa cantidad de dinero, y no creo que planees irte sin obtener mis servicios.—No te preocupes por eso. Me gusta pasar tiempo contigo —responde con una sonrisa segura.—Te estás metiendo en problemas... ¿Qué es lo que realmente quieres, Maicol? —le espeto, porque claro que está metiéndose en problemas. Joel no se quedará tranquilo.—Tu compañía —dice con un tono seductor, mientras sus ojos se clavan en los míos.Suspiro profundamente, colocando mi mano sobre mi cuello, justo donde Joel me apretó con fuerza.—¿Te duele? ¿Cómo ese bastardo pudo hacerte algo así?—En este lugar pasan muchas cosas —digo en voz baja,
—¡No! No te reconocía. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —dije, intentando mantener la compostura.—No pensé encontrarte en un lugar como este…— Jorge hizo una pausa, dejando que sus palabras cortaran el aire como una hoja afilada—. Hasta que te vi seduciendo a uno de mis hombres. Me disculparás, pero tengo que revisarte. Voltea.— Su voz era dura, como un golpe seco, y su mirada helaba.Mientras sentía sus manos recorriendo mi cuerpo en busca de algo que delatara mis secretos, no podía apartar los ojos de los suyos. Eran los mismos ojos de siempre, pero ahora cargaban una mezcla de odio y algo más que no lograba descifrar. Me estremecí cuando su voz resonó de nuevo.—Dame el bolso.Asentí, tragando el nudo en mi garganta. Abrí la puerta del auto con manos temblorosas, saqué el bolso y se lo pasé sin mirarlo. Lo observé mientras lo revisaba con una calma casi burlona, sacando todo lo que había dentro. ¡Maldita sea! No me había acordado de las pastillas. Ahí estaban, entre el desorden, brillando
Esperaba, al menos, un mensaje anoche. No me importa que me haya hablado de esa manera; de hecho, me pareció divertido. Voy a sacarla de ese lugar. Algo me dice que no pertenece a ese infierno. No puedo dejar de pensar en esos ojos de luna que tiene.—¡Papá! —oí la voz emocionada de mi princesa, que corría hacia mí con una hoja de papel en la mano.Vi a mi hermana bajarse del auto. Al parecer, ya no puede soportar más a Valeria.—¿Cómo está la niña más hermosa del mundo? —le pregunté, besando su mejilla.—Bien, papi —respondió con esa carita de santica, aunque era más traviesa que nadie.—Hola. Te traje a tu pequeña. Me rompió mi perfume más caro, así que espero que me lo pagues —dijo Emma, mirándome con un toque de ironía.—¿Pagarte? Nadie te mandó a llevártela por dos semanas. Eres una ladrona. Cualquiera pensaría que no quiero a mi hija.—Bueno, ¿entonces qué? ¿Me invitarás a pasar, gruñón? —replicó con descaro, abrazándome. Pero entonces, la vi mirar con fastidio hacia la calle—. Y
Después de visitar al ginecólogo y hacer una parada en el salón de belleza, decidí comprar un par de cajas de cigarrillos y un encendedor. No llevo maquillaje, tan solo una blusa de escote pronunciado, un jean ajustado y unos tacones altos. Aunque admito que me falta algo... un labial rojo oscuro. Por suerte, lo llevo en mi bolso nuevo.Al encender mi auto, siento un antojo insaciable de helado. Busco rápidamente en mi móvil una heladería cercana. Al llegar, encuentro un lugar para estacionar. Mientras salgo, un auto lujoso se detiene justo al lado del mío.No. No puede ser él.Volteo disimuladamente y me pongo las gafas de sol. Lo observo de reojo. Está cargando a una niña pequeña, probablemente su hija. Pero... ¿y ella? No parece ser la mujer de la foto que vi. En persona, se ve mucho mejor.Sacudo la cabeza, intentando apartarlo de mi mente. Nada ni nadie me quitará las ganas de comerme ese helado.Entro al local.—Hola. Quiero un helado de yogur. Le agradecería si me despachara ráp