Llegando a casa, cierro la puerta de un golpe, dejando caer mi peso contra la madera. Las lágrimas se apoderan de mí en cuanto me deslizo hasta quedar en una esquina. Estas dos semanas han sido extrañas, insoportablemente raras. Tanto así que, hoy, mientras estaba con ese hombre en su auto, un miedo inexplicable me recorrió el cuerpo, como si algo en mí supiera que todo iba mal.
Me pongo de pie temblando y tomo dos pastillas para evitar caer, otra vez, en el pozo oscuro de la depresión. Me quito la ropa lentamente y me quedo con su chaqueta. Aún huele a él… a su esencia.
Me dejo caer en el sofá, tratando de pensar, de ordenar el caos en mi cabeza. Mi última relación fue hace cinco años con Julien. El difunto Julien. El solo recordarlo hace que me encoja por dentro. No quiero pensar en eso, no ahora, pero el pasado nunca me deja tranquila. Enciendo un cigarro mientras las imágenes de aquella noche vuelven a mí, implacables.
Esa noche… Él estaba pasado de copas, como siempre. Éramos dos enfermos, enganchados en un ciclo tóxico que disfrazábamos de amor. ¿Era amor? No lo sé. No quiero saberlo.
No puedo dejar que esos recuerdos me arrastren otra vez. Me obligo a buscar consuelo en lo único que nunca me ha fallado: el alcohol. Encuentro una botella de vino y la destapo como si mi vida dependiera de ello. Doy vueltas por la sala, una y otra vez, dejando que la música ahogue mis pensamientos.
Cuando llego al espejo de mi habitación, me obligo a sonreír. Una sonrisa falsa, estúpida, como la mujer que refleja el vidrio: una mujer rota, inútil. La voz de mi madre resuena en mi cabeza como un eco cruel: “Eres mi mayor error. No vales nada.”
Mi garganta se cierra al recordar cómo todos me abandonaron después de lo de Julien. Nadie creyó que fue en defensa propia, ni siquiera cuando vieron las marcas en mi cuerpo. Yo estaba apuñalada junto a su cadáver frío, pero gané el caso, no fui a prisión. Y, aun así, todos me dieron la espalda.
Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, pero sigo sonriendo frente al espejo. ¡Soy una asesina! Me lo repito hasta que mi reflejo me devuelve la verdad que intento esconder.
Lo amaba, m*****a sea. Lo amaba como nunca podré amar a nadie más, aunque él nunca me amó igual.
La prostitución fue el camino fácil. Soy bonita, ¿y qué más tengo? Nada. Ni inteligencia, ni oportunidades. Solo un cuerpo marcado por hombres que ni siquiera recuerdo. Este rostro ya no es perfecto. Este cabello negro como la noche no brilla como antes. Pero sigo aquí, sobreviviendo en este infierno lleno de máscaras.
Estoy sola. En este mundo lleno de gente, estoy sola.
—¡Tú! ¡Tú arruinaste mi vida! —grito al espejo, señalándome como una loca. Las lágrimas caen descontroladas mientras mi propia voz me rompe.
Despierto tirada en el suelo, abrazada a la botella vacía. Mis ojos se abren con miedo al notar la sangre seca en mi muñeca. Otra vez.
—No vuelvo a beber… ¿A quién engaño? —susurro mientras me levanto tambaleándome. Busco a mi gatita por toda la casa, mi única compañía, y la acaricio mientras come. Su ternura me calma por un momento, pero el alivio no dura mucho.
Voy al baño, arrancándome la piel bajo el agua caliente, como si pudiera lavar el peso de lo que soy.
Pasé el día arreglándome: cabello, uñas, maquillaje. Esta noche tengo que lucir perfecta. Cubro las cicatrices de mis muñecas con base, ocultándolas como siempre. Nadie necesita ver lo que escondo.
Al llegar al club, entro sin saludar a nadie. No necesito su aprobación; ya me gané mi lugar aquí, a fuerza de golpes y peleas.
Me miro otra vez frente al espejo del camerino. Mi reflejo me devuelve una mirada cargada de rencor.
—Khloe… Khloe… ¿Cuándo aprenderás? —murmuro, burlándome de mí misma.
Llega mi turno de salir al escenario.
Allí está Maicol, sentado en su lugar de siempre, observándome como todos los demás. Camino hacia él, deslizando mis manos por sus brazos fuertes.
—Nos vamos —susurra mientras me siento en las piernas, acariciando su pecho.
—¿A dónde? —pregunto, rozando sus labios con los míos.
—A cenar —responde con una sonrisa que me desarma, susurrando cerca de mi oído.
Por alguna razón, sus palabras no me incomodan como las de los demás hombres en este lugar. Algo en él me descoloca. Veo a Joel llamándome desde su esquina habitual, pero lo ignoro. Me voy con Maicol, directa a su auto.
—Traje mi laptop —dice mientras maneja—. Vamos a ver tu película favorita, con algo de comida rápida. Quiero llevarte lejos de todo esto.
Lo observo en silencio, confundida. Había asumido que quería lo mismo que todos: sexo. Pero no. Esto es diferente, extraño.
—Pensé que hoy tendríamos sexo —le digo sin filtro, esperando una reacción.
Él solo sonríe, con esa sonrisa que me desarma y que, de algún modo, me asusta.
Llegamos a la playa. Maicol rodea el auto y abre la puerta trasera.
—Ven, no tengas miedo. Es más cómodo aquí atrás.
Dudo un instante, pero cruzo con él. De una de las bolsas saca una colcha y cubre mis piernas. Mientras acomoda la laptop, yo trato de entender qué está pasando.
Reproduce la película y, por primera vez en mucho tiempo, dejo de pensar. Me recuesto en su hombro, y él apoya su cabeza en la mía.
Tal vez, solo tal vez… esta sea mi mejor noche.
Con esta mujer en mis hombros, me siento extrañamente cómodo. Jessica nunca tuvo tiempo, ni aunque le pagara, para ver una película conmigo. A veces, las cosas buenas se encuentran en los lugares más oscuros, y las cosas malas en los lugares más luminosos. Perdí tanto tiempo con Jessica... Mi familia, incluso, se alegró cuando nuestra relación terminó.—Entonces... ¿Eres gay? ¿O virgen? —me pregunta, con una mezcla de picardía e inocencia.No puedo evitar reírme. —¿Parezco gay? —le respondo, clavando mi mirada en ella. Ella aparta la vista, incómoda. —Una pregunta no se responde con otra pregunta. —Qué astuta.—Buena respuesta. Pero no, señorita Rosa, no soy ninguno de los dos. —Le quito un mechón de cabello negro que cae sobre su hombro. —Perdón, pero no podía irme con la curiosidad. —Su forma de expresarse tiene algo que me gusta, algo diferente. —Lo entiendo, pero ¿por qué la pregunta? —insisto. Ella baja la mirada y responde en voz baja: —Es que esto nunca me había pasado. S
¿Qué se supone que quiere este hombre? Yo no le pertenezco a nadie.Camino hacia la puerta intentando ignorarlo, pero Joel sale a mi paso. Me toma de la mano con fuerza, sus dedos se clavan en mi piel como garras. Trato de soltarme, pero me arrastra hacia una esquina oscura.—¿¡Dónde estabas, perra!? —me grita con los ojos desorbitados. Su desesperación es casi palpable.—¿A qué te refieres? No tengo que darle explicaciones a nadie —respondo furiosa mientras quito sus manos de mi cuerpo con un tirón.Uno de los guardias se acerca. Al fin, gracias a Dios… pero Joel lo detiene con un grito autoritario.—¡No te metas, cabrón! ¡Vete! —ordena. El guardia titubea y, para mi horror, se va, dejando a Joel y su rabia conmigo. Intento escabullirme, pero vuelve a sujetarme con más fuerza.—Suéltame —exijo, mi voz temblorosa, aunque trato de sonar firme.—¿Que te suelte? Eso no me lo dices cuando estamos en la cama —responde con una sonrisa torcida que me revuelve el estómago.—Solo hago mi trabaj
No puedo creer que Joel se haya portado de esa manera. Por suerte, Maicol pudo apostar más que él. De no ser así, esta noche Joel habría actuado como un animal.—¿Por qué? ¿Por qué diste esa cantidad de dinero? —le reprocho con enojo.—¿Acaso se te olvidó nuestra conversación? —responde, desafiante.¿Cómo podría olvidarla? Sus palabras todavía resuenan en mi cabeza.—Pero diste esa cantidad de dinero, y no creo que planees irte sin obtener mis servicios.—No te preocupes por eso. Me gusta pasar tiempo contigo —responde con una sonrisa segura.—Te estás metiendo en problemas... ¿Qué es lo que realmente quieres, Maicol? —le espeto, porque claro que está metiéndose en problemas. Joel no se quedará tranquilo.—Tu compañía —dice con un tono seductor, mientras sus ojos se clavan en los míos.Suspiro profundamente, colocando mi mano sobre mi cuello, justo donde Joel me apretó con fuerza.—¿Te duele? ¿Cómo ese bastardo pudo hacerte algo así?—En este lugar pasan muchas cosas —digo en voz baja,
—¡No! No te reconocía. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —dije, intentando mantener la compostura.—No pensé encontrarte en un lugar como este…— Jorge hizo una pausa, dejando que sus palabras cortaran el aire como una hoja afilada—. Hasta que te vi seduciendo a uno de mis hombres. Me disculparás, pero tengo que revisarte. Voltea.— Su voz era dura, como un golpe seco, y su mirada helaba.Mientras sentía sus manos recorriendo mi cuerpo en busca de algo que delatara mis secretos, no podía apartar los ojos de los suyos. Eran los mismos ojos de siempre, pero ahora cargaban una mezcla de odio y algo más que no lograba descifrar. Me estremecí cuando su voz resonó de nuevo.—Dame el bolso.Asentí, tragando el nudo en mi garganta. Abrí la puerta del auto con manos temblorosas, saqué el bolso y se lo pasé sin mirarlo. Lo observé mientras lo revisaba con una calma casi burlona, sacando todo lo que había dentro. ¡Maldita sea! No me había acordado de las pastillas. Ahí estaban, entre el desorden, brillando
Esperaba, al menos, un mensaje anoche. No me importa que me haya hablado de esa manera; de hecho, me pareció divertido. Voy a sacarla de ese lugar. Algo me dice que no pertenece a ese infierno. No puedo dejar de pensar en esos ojos de luna que tiene.—¡Papá! —oí la voz emocionada de mi princesa, que corría hacia mí con una hoja de papel en la mano.Vi a mi hermana bajarse del auto. Al parecer, ya no puede soportar más a Valeria.—¿Cómo está la niña más hermosa del mundo? —le pregunté, besando su mejilla.—Bien, papi —respondió con esa carita de santica, aunque era más traviesa que nadie.—Hola. Te traje a tu pequeña. Me rompió mi perfume más caro, así que espero que me lo pagues —dijo Emma, mirándome con un toque de ironía.—¿Pagarte? Nadie te mandó a llevártela por dos semanas. Eres una ladrona. Cualquiera pensaría que no quiero a mi hija.—Bueno, ¿entonces qué? ¿Me invitarás a pasar, gruñón? —replicó con descaro, abrazándome. Pero entonces, la vi mirar con fastidio hacia la calle—. Y
Después de visitar al ginecólogo y hacer una parada en el salón de belleza, decidí comprar un par de cajas de cigarrillos y un encendedor. No llevo maquillaje, tan solo una blusa de escote pronunciado, un jean ajustado y unos tacones altos. Aunque admito que me falta algo... un labial rojo oscuro. Por suerte, lo llevo en mi bolso nuevo.Al encender mi auto, siento un antojo insaciable de helado. Busco rápidamente en mi móvil una heladería cercana. Al llegar, encuentro un lugar para estacionar. Mientras salgo, un auto lujoso se detiene justo al lado del mío.No. No puede ser él.Volteo disimuladamente y me pongo las gafas de sol. Lo observo de reojo. Está cargando a una niña pequeña, probablemente su hija. Pero... ¿y ella? No parece ser la mujer de la foto que vi. En persona, se ve mucho mejor.Sacudo la cabeza, intentando apartarlo de mi mente. Nada ni nadie me quitará las ganas de comerme ese helado.Entro al local.—Hola. Quiero un helado de yogur. Le agradecería si me despachara ráp
Al subir a mi auto, mientras miraba aquella dirección en el GPS, comenzó la batalla en mi interior: ir o no ir a ese lugar. A pesar de haberme puesto mi mejor vestido, sentía que algo me faltaba. Seguridad. Confianza en mí misma. ¿Qué estaba haciendo? No quería que me descubrieran con un cliente, pero tampoco quería pasar el resto de mi vida bajo unas malditas reglas. Ya no soy una niña. Soy una mujer, y debo tomar mis propias decisiones... no, mis propias reglas.Sin embargo, esta dirección... según G****e Maps, no es un hotel. ¿Adónde planeas llevarme, Maicol? Pensaba mientras conducía con los nervios apretándome el pecho.Entonces lo vi. No podía ser... ¿Es su casa? Frente a mí se alzaba una hacienda enorme, imponente, de una elegancia que parecía sacada de una película. Sabía que Maicol era un empresario adinerado, pero jamás imaginé algo de este nivel. Estacioné frente a la gran puerta principal, y un hombre con porte impecable salió a mi encuentro.—Señorita Rosa, el señor la esp
Un abrazo... su abrazo me hace sentir viva. Esta noche es perfecta.—Señor, perdone que lo interrumpa, pero Jessica está afuera. ¿Qué hacemos con ella? —dijo una voz tras la puerta.Jessica. ¿Quién es Jessica? Miro a Maicol y, por su expresión, me doy cuenta de quién se trata. Es la madre de su hija.—No le permitan entrar.—Yo me iré, tranquilo —le digo, levantándome de la cama.—No, tú no te vas —me toma de la mano con firmeza.—Como diga, mi señor —respondo, con una mezcla de desafío y sumisión, al tiempo que escucho al hombre tras la puerta.—Dígale que Valeria se fue con Emma al cine. Y si insiste, dile que tengo asuntos más importantes que hablar con ella —ordena Maicol, mirando hacia la puerta.—Maicol, es mejor que me vaya... —insisto, incómoda por la situación.—No. Quiero que te quedes. Toda la noche, si es posible —acaricia mi rostro, y luego me besa lentamente, haciendo que olvide mis dudas. Me guía de regreso a la cama, como si esa fuera la única opción.¿Cómo podría haber