Cap. 4- Maicol.

Con esta mujer en mis hombros, me siento extrañamente cómodo. Jessica nunca tuvo tiempo, ni aunque le pagara, para ver una película conmigo. A veces, las cosas buenas se encuentran en los lugares más oscuros, y las cosas malas en los lugares más luminosos. Perdí tanto tiempo con Jessica... Mi familia, incluso, se alegró cuando nuestra relación terminó.

—Entonces... ¿Eres gay? ¿O virgen? —me pregunta, con una mezcla de picardía e inocencia.

No puedo evitar reírme.

—¿Parezco gay? —le respondo, clavando mi mirada en ella.

Ella aparta la vista, incómoda.

—Una pregunta no se responde con otra pregunta. —Qué astuta.

—Buena respuesta. Pero no, señorita Rosa, no soy ninguno de los dos. —Le quito un mechón de cabello negro que cae sobre su hombro.

—Perdón, pero no podía irme con la curiosidad. —Su forma de expresarse tiene algo que me gusta, algo diferente.

—Lo entiendo, pero ¿por qué la pregunta? —insisto.

Ella baja la mirada y responde en voz baja:

—Es que esto nunca me había pasado. Se supone que todos los que me llevan buscan... una cosa.

Levanto su rostro con delicadeza.

—Yo no busco eso... por ahora —susurro en su oído. Su sonrisa aparece, y luego se muerde esos labios carnosos que son difíciles de ignorar.

—¿Me dirás tu edad? —le pregunto, mirándola fijamente a los ojos.

—Lo siento, las reglas no puedo romperlas. —Ahora resulta que hay reglas.

—¿Reglas? —pregunto, intrigado.

—Parte del trabajo. Te mentiría y te diría cualquier número, pero... ¿cuántos años me echas?

Me tomo mi tiempo para observarla. Su rostro perfecto no pasa de los veinticinco.

—Veinticuatro.

Ella sonríe, confirmando que acerté.

—Casi no hablas. No tengas miedo, nada de esto saldrá de aquí. Me interesa conocerte. —Pauso la película para que me preste atención.

—No puedo hablar de mí. —Un aire de misterio rodea sus palabras.

—Tanto misterio... Eso me gusta. —Sus ojos tienen algo indescriptible, algo que me llama más de lo que debería.

—Eres el primero que se interesa por mí... Bueno, por mí, en lo personal. —Sonríe de nuevo, esa sonrisa que me desarma.

—No creo que pertenezcas a ese infierno. —Le beso la mano, dejándola sin palabras.

—¿Cuántos años tienes? —pregunta, mientras sirvo la cena que traje.

—Te llevo cuatro años, señorita.

—¿Por qué haces esto? Eres un hombre apuesto y joven.

—Seré claro: me agradas. Mucho. Me pareces alguien interesante. Estas semanas solo he pensado en ti. Te juro que me gusta todo de ti... "y eso que no te he probado". —Mis palabras la hacen reír, una risa sincera que llena el ambiente.

—Pero, si fuera así, hace rato ya me habrías... ya sabes. —Ahora soy yo quien ríe.

—No, no me agradas solo para eso. Bueno, obviamente también, pero quiero algo más serio. ¿Entiendes?

—¿Qué te hace pensar que tendría algo serio contigo? ¡Soy una prostituta! —Me interrumpe con dureza.

Le pongo un dedo en los labios, deteniéndola.

—No vuelvas a decirte así. Si ese es el problema, ya no lo seas. Te pondré a trabajar en algo mejor.

Suspira, y por un segundo pienso que va a decir que sí.

—Como si fuera tan fácil.

—Piénsalo. Mientras lo haces, iré todos los días a verte. No quiero que te vayas con otro. Creo que me moriría de rabia.

Mis palabras la dejan pasmada. Finalmente, pregunta:

—¿Estás dispuesto a hacer eso?

—Eso y más.

—No eres el primero que quiere salvarme. —Su respuesta me molesta, y desvío la mirada hacia la ventana.

—Pero quiero ser el último. —Mi voz suena firme mientras coloco mi mano en la mandíbula, pensativo.

Ella toma mi mano, obligándome a mirarla otra vez.

—¿Estás dispuesto a pagar el precio?

—Lo que sea. Sé que sufres día a día, y quiero ayudarte. Pero tienes que ayudarme a mí también.

—¿En qué te ayudo? —acaricio su rostro perfecto.

—Déjate querer. Y prométeme algo: no quiero que estés con otro. Si algún día falto al club, espérame. Llegaré. Pero nunca me mientas.

Rosa ríe amargamente.

—Buscas mucho de alguien como yo. Hay mujeres buenas en el mundo; yo no pertenezco a ese lado.

—Rosa, sé que algo bueno hay en ti. Confío en ti.

—No deberías. Tú no perteneces a este lado. Deberías buscarte a otra. Además, no me conoces. Estás loco.

—Mírame. Sé que puedes. Eres única. Eres una mujer con experiencia, no quiero esas que fingen ser buenas pero son demonios disfrazados.

—Entonces, ¿quieres algo malo que finja ser bueno? —me dice con una sonrisa.

—Quiero a la gran chica que sé que llevas dentro.

—Estás loco. Un hombre como tú fijándose en una mujer como yo...

Ella busca algo en su bolso.

—¿Y qué? ¿Qué tiene de malo?

—Gustas.

Me ofrece un cigarrillo. Lo tomo, pero lo tiro por la ventana.

—No hagas eso. No te hace bien.

Ella enciende otro y lo lleva a sus labios.

—Mírame hacerlo. Y lo siento, pero no le pertenezco a nadie ni quiero pertenecer a nadie. Además, no creo en el amor. Es una gran mentira.

Sonríe, pero detrás de esa sonrisa se esconde algo que no puedo descifrar.

—Por la forma en que me miras, diría lo contrario —Me acerco y susurré en su oído, provocando que muerda sus jugosos labios.

El silencio lo dice todo. Al terminar la película, nos movemos al asiento delantero del auto. La llevo de regreso a ese lugar que tanto detesto.

—¿Me darás tu número? —pregunté, deteniendo el auto frente al lugar.

—Dame el tuyo —respondió con una sonrisa traviesa, recorriéndome con la mirada—. Entrenas mucho, ¿eh? Se nota por toda esa musculatura.

—A veces voy al gimnasio... otras veces boxeo —dije, tratando de sonar casual, pero su forma de mirarme me desarmaba. Era como si pudiera ver algo más allá de mi fachada. 

—Esta es mi tarjeta. Espero volver a verte, Rosa —le dije, extendiéndole la tarjeta con el dinero.

Ella la tomó con una elegancia que parecía innata, pero antes de irse, se inclinó hacia mí. El leve roce de sus labios en mi mejilla encendió algo dentro de mí, una chispa inesperada y peligrosa.

La observé alejarse mientras sentía que su presencia aún me envolvía. Y aunque traté de mantenerme firme, sabía que esa mujer ya había dejado una marca en mí. Una que tal vez no podría borrar.

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