Capítulo 1: Tomar para olvidar

La música suena fuerte, el ritmo se siente hasta en las gruesas paredes de concreto, que vibran ante aquellos sonidos que llaman a los presentes a moverse, dejándose llevar por la sensación de libertad que solo la música les da en ese momento.

Pero cuando Max Hunter, CEO de una de las empresas de seguridad más importantes del país pone un pie dentro del lugar, es como su todo se detuviera a su alrededor, permitiéndole el paso.

Es uno de los clientes frecuentes y más generosos, por lo que todos los empleados se esmeran en darle un reservado, dejar los tragos que le gustan a su disposición y cuatro chicas que bailan allí, las más bellas, se van directo a esperar al hombre en su refugio.

—Buenas noches, señor Hunter —le dice el anfitrión—. Ya está listo su reservado, con todo lo que le gusta.

—Gracias.

Camina con la seguridad que un hombre de su estatura y posición debe tener, al llegar al reservado, las chicas lo reciben entre bailes, le quitan la chaqueta, la corbata y lo sientan en el sofá. Una de ellas le sirve uno de los tragos, mientras que otra le da suaves masajes en los hombros y las otras dos siguen bailando de manera provocativa.

—Ese mismo recibimiento debería tener en mi casa —dice mirando con deseo a cada una.

Ellas sonríen y se dedican a complacerlo, hasta que uno de los clientes del reservado del lado se acerca a ellos para reclamar.

—¿No crees que tienes demasiadas mujeres para ti solo? Deberías compartirme una… — se acerca a una de las chicas, la toma por el brazo y tira de ella, pero Max se pone de pie y detiene al hombre.

—Yo no comparto —le dice con voz fría—. Vete ahora, si no quieres terminar con la nariz rota.

—Uuuyyy, que miedo —le dice moviéndose como si estuviese temblando—. ¡Vámonos!

Pero no consigue mover a la chica ni un centímetro, porque Max cumple su amenaza, le da un puñetazo que impacta en su nariz, haciendo que la sangra salga de inmediato.

—Eres hombre muerto, no sabes con quién te metiste —el hombre se saca una placa de identificación militar, sonríe burlón y le regresa el golpe, pero Max lo reduce a nada en menos de diez segundos—. ¡Suéltame!

—Solo si prometes dejar en paz a las señoritas e irte de aquí —le susurra al oído, provocando un frío temblor en el hombre—. No suelo rendirles honores a los militares, menos a los que son como tú.

—¡Me voy!

Max lo suelta y el hombre se va de allí, dejando el ambiente algo tenso, pero en cuanto Max se sienta y les sonríe a las chicas, ellas comienzan a bailar para él.

Una de ellas se sienta a horcajadas sobre él, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Sus senos quedan a la altura del rostro del hombre, quien no espera más ante aquel ofrecimiento y muerde un pezón sobre la tela.

Sus manos van a la cintura de la chica, comienzan a bajar y lo que sigue después no es apto para todo público, porque las otras tres no se quedan solo para mirar.

En la bruma del alcohol, Max decide que no es buena idea irse conduciendo hasta su casa, así que pide un taxi. Al llegar al edificio, le da un fajo de billetes al taxista, quien trata de devolvérselos, pero Max le dice que se lo merece por llevar ebrios a las seis de la mañana.

Cuando entra al edificio, el portero de turno le hace un gesto con la cabeza y lo ayuda a llegar al ascensor.

—¿Estuvo buena la fiesta de hoy, señor?

—Commmo no te imaginas… — le pone una mano en el hombro, le sonríe y se sube al ascensor cuando las puertas se abren.

El portero marca el ático, que es donde Max vive y mueve la cabeza cuando las puertas se cierran.

—Tan joven y bueno, pero se está perdiendo en esa vida, que tristeza.

Las puertas se abren y Max sale a tropezones hacia el recibidor de su refugio. Su fiel amigo Ferny lo recibe con la cola agitada, unos lengüetazos en la mano y, como si supiera que su amo viene mal, lo ayuda a llegar a la habitación, para luego perderse por el departamento.

Como puede, el hombre se quita la ropa, se coloca un pantalón de algodón y se tira a dormir, esperando que esa noche los ojos castaños de esa mujer no lo atormenten, porque por años ni siquiera el alcohol ni los besos de otras mujeres lo han ayudado a olvidarla.

Pero, en esa búsqueda de olvidar, a veces se le pasa la mano.

Y alguien no está para nada feliz.

—¡¡Max Hunter!!

El grito de Lucy Hunter retumba en la habitación de su hijo, que salta de la cama asustado y cae al suelo.

—M-madreeee —las palabras le salen atropelladas, porque hace tan solo una hora que se acostó bastante ebrio—. ¿Qué hacesss aquí?

—¿Qué hago aquí? ¡¡¿Qué hago aquí?!! —le muestra su teléfono donde se puede ver la noticia de último minuto que circula en las redes y él frunce el ceño.

—Me grrrabaron…

—¡Por supuesto que sí! Estoy indignada, tu hermano está indignado, ambos tratando de tapar tus estupideces —la mujer se sienta en la cama de su hijo, guarda el teléfono y mira el techo—. No sé por qué haces esto, eres un hombre guapo, inteligente, realmente valioso, pero empañas todo con tu comportamiento. ¿Quieres matarme?

—No, madrrre —Max se pone de pie y se sienta al lado de su madre—. Ssssolo me gussta divertirrrme.

—Pero lo haces demasiado, a menudo y sin límites. Max… yo no estaré contigo para siempre y Kevin no quiere seguir limpiando tus desastres —el hombre coloca su cabeza en las piernas de su madre, ella suspira y le acaricia el cabello—. ¿Por qué haces esto?

—No lo sé —su voz sale con un susurro y su madre lo ve perdido, por completo.

—No puedo creer que no sepas, Max. Debe haber alguna razón por la que al menos una vez a la semana terminas borrado y el resto te dedicas a salir con diferentes mujeres. Ese no fue el ejemplo que les dejó su padre.

—Lo sé… es solo que me gusta —habla lento y bajito, para que no se le enrede la lengua—. ¿Puedo dormir un poco?

—Por supuesto, te necesito en excelentes condiciones, tenemos la reunión con el senador Smith a las dos de la tarde.

—¿No era al mediodía? —se pasa las manos por el rostro, tratando de mantenerse despierto.

—Sí, pero su asistente llamó para moverla, tiene una crisis de imagen seguramente.

—No más que yo, ¿verdad?

—Yo no preocuparía por tu imagen en este momento —deja un beso en la frente de su hijo y se pone de pie—. Mejor cuida tu pellejo, porque tu hermano está realmente furioso. Te espero a las doce en la oficina.

—Como digasss…

Se deja caer en la cama, Lucy lo cubre con las cobijas y sale del departamento de su hijo, sin dejar de mirar atrás con preocupación, porque no entiende que Max, su niño mayor, se comporte de esa manera.

—Algo debió sucederte, mi amor y no me quieres decir. Pero ya lo harás, lo sé.

Baja hasta el auto que la espera, el chofer le abre la puerta y le pide que la lleve hasta Hunter Security Solutions, sin dejar de pensar cómo encontrar la respuesta a esa interrogante que la tiene inquieta desde hace mucho tiempo, cuando se dio cuenta de la vida desenfrenada de su hijo.

Mientras Max se deja llevar en ese sueño reparador.

Para cuando abre los ojos, su cabeza retumba un poco, producto la fuerte música de la noche y los tragos de más, que fueron muchos.

Se levanta, se va a la ducha, deja que el agua le caiga por el cuerpo, mientras su frente queda apoyada en la pared de azulejos, que le da cierta frescura y alivio al dolor que siente.

Si alguien pudiera ver a ese hombre en esa pose, realmente se infartaría.

Sale de la ducha, se viste rápidamente con un traje de tres piezas, camisa blanca y su corbata favorita, de color burdeo oscuro. Se mira al espejo y sonríe, porque le encanta verse bien, sabe que es guapo, sería un tonto si pecara de modesto.

Se coloca el reloj y cuando ve la hora, pega un grito.

—¡Mi3rda, soy hombre muerto!

Si hay algo que su madre detesta es la impuntualidad y él también, pero la ducha le tomó más de lo que creyó, porque se quedó pensando miles de cosas, las mismas que piensa cada día.

Corre al ascensor, comprueba que tiene todas sus cosas en los bolsillos y cuando las puertas se abren en el subterráneo, sale disparado a su aparcamiento, se sube a su auto y sale raudo a la calle. La luz del sol le molesta un poco por algunos segundos, coloca algo de música tranquila, no como la que detesta, pero sirve para borrarla.

En la medida que se acerca al edificio de Hunter Security Solutions, las calles se vuelven más despejadas y sube la velocidad. Hasta que llega a una intersección vacía, o eso creía.

Se salta la señal de «pare» y un auto se le cruza, frena con el pie hasta el fondo, pero no consigue evitar el impacto.

Luego de pelear con la bolsa de aire, se baja y se queda helado.

Una mujer rubia, de hermosos ojos azules, piel blanca, bajita y muy enojada camina directo hacia él.

—¿Está bien, señorita? —es todo lo que le sale de la boca, aunque quisiera correr hacia ella, abrazarla y asegurarse que nada malo le sucedió—.

—¿Que si estoy bien? ¡¿Qué si estoy bien?! —Max se queda sorprendido que esa mujer pequeña sea capaz de volverlo un cachorro asustado—. ¡¡Te pasaste el alto, idiota!! ¡¡Tengo una cita super importante y no voy a llegar a tiempo por tu causa!!

—Oye, loca del camino —le dice Max acercándose a ella y algo decepcionado, porque no es soltera. Si va a una cita, es obvio que tiene a alguien. Así que, como no la puede conquistar, decide sacar ese ser odioso que lleva dentro—, ¿tu mamá no te enseñó a mirar a ambos lados antes de cruzar?

—¡¿Y tu papá no te enseñó a manejar?! —Max quisiera contestar que no, porque se murió cuando él tenía trece años, pero no vale la pena decirle eso a una extraña—.

—Mira, no tengo tiempo para discusiones, pasémonos los datos y que los seguros se encarguen de todo.

—¡¿Los seguros?! Querrás decir el tuyo, porque yo no fui quién se pasó la señal, yo iba bien en velocidad…

Max pierde la noción de la conversación y si responde algo más, no sabe qué es, porque la personalidad de la mujer lo tiene por completo cautivado. Su tamaño no la intimida, su apariencia no la embelesa… nada de lo que le funciona con todas las demás mujeres, resulta con ella.

Lo último que ve de ella es que lo amenaza con su dedo índice y camina a su auto.

Max se ha queda parado allí, con la tarjeta de la chica entre sus manos y una sonrisa boba.

—Esa es la mujer que quiero para mí, ¿dónde te encuentro… — mira la tarjeta y sonríe—, Giselle Sparks? Este debe ser mi día de suerte…

Se sube a su auto y sale de allí, marcándole a su madre para decirle que llegará un poco tarde por un imprevisto que ha tenido. Es cuestión de tiempo que pueda coincidir con ella y seguro será un bombazo, tenerlo a él de jefe.

Lo que no sabe es que Giselle Sparks no tiene jefes. Eso lo aprenderá con un golpe en la entrepierna, pero falta un poco para eso.

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