La música suena fuerte, el ritmo se siente hasta en las gruesas paredes de concreto, que vibran ante aquellos sonidos que llaman a los presentes a moverse, dejándose llevar por la sensación de libertad que solo la música les da en ese momento.
Pero cuando Max Hunter, CEO de una de las empresas de seguridad más importantes del país pone un pie dentro del lugar, es como su todo se detuviera a su alrededor, permitiéndole el paso.
Es uno de los clientes frecuentes y más generosos, por lo que todos los empleados se esmeran en darle un reservado, dejar los tragos que le gustan a su disposición y cuatro chicas que bailan allí, las más bellas, se van directo a esperar al hombre en su refugio.
—Buenas noches, señor Hunter —le dice el anfitrión—. Ya está listo su reservado, con todo lo que le gusta.
—Gracias.
Camina con la seguridad que un hombre de su estatura y posición debe tener, al llegar al reservado, las chicas lo reciben entre bailes, le quitan la chaqueta, la corbata y lo sientan en el sofá. Una de ellas le sirve uno de los tragos, mientras que otra le da suaves masajes en los hombros y las otras dos siguen bailando de manera provocativa.
—Ese mismo recibimiento debería tener en mi casa —dice mirando con deseo a cada una.
Ellas sonríen y se dedican a complacerlo, hasta que uno de los clientes del reservado del lado se acerca a ellos para reclamar.
—¿No crees que tienes demasiadas mujeres para ti solo? Deberías compartirme una… — se acerca a una de las chicas, la toma por el brazo y tira de ella, pero Max se pone de pie y detiene al hombre.
—Yo no comparto —le dice con voz fría—. Vete ahora, si no quieres terminar con la nariz rota.
—Uuuyyy, que miedo —le dice moviéndose como si estuviese temblando—. ¡Vámonos!
Pero no consigue mover a la chica ni un centímetro, porque Max cumple su amenaza, le da un puñetazo que impacta en su nariz, haciendo que la sangra salga de inmediato.
—Eres hombre muerto, no sabes con quién te metiste —el hombre se saca una placa de identificación militar, sonríe burlón y le regresa el golpe, pero Max lo reduce a nada en menos de diez segundos—. ¡Suéltame!
—Solo si prometes dejar en paz a las señoritas e irte de aquí —le susurra al oído, provocando un frío temblor en el hombre—. No suelo rendirles honores a los militares, menos a los que son como tú.
—¡Me voy!
Max lo suelta y el hombre se va de allí, dejando el ambiente algo tenso, pero en cuanto Max se sienta y les sonríe a las chicas, ellas comienzan a bailar para él.
Una de ellas se sienta a horcajadas sobre él, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Sus senos quedan a la altura del rostro del hombre, quien no espera más ante aquel ofrecimiento y muerde un pezón sobre la tela.
Sus manos van a la cintura de la chica, comienzan a bajar y lo que sigue después no es apto para todo público, porque las otras tres no se quedan solo para mirar.
En la bruma del alcohol, Max decide que no es buena idea irse conduciendo hasta su casa, así que pide un taxi. Al llegar al edificio, le da un fajo de billetes al taxista, quien trata de devolvérselos, pero Max le dice que se lo merece por llevar ebrios a las seis de la mañana.
Cuando entra al edificio, el portero de turno le hace un gesto con la cabeza y lo ayuda a llegar al ascensor.
—¿Estuvo buena la fiesta de hoy, señor?
—Commmo no te imaginas… — le pone una mano en el hombro, le sonríe y se sube al ascensor cuando las puertas se abren.
El portero marca el ático, que es donde Max vive y mueve la cabeza cuando las puertas se cierran.
—Tan joven y bueno, pero se está perdiendo en esa vida, que tristeza.
Las puertas se abren y Max sale a tropezones hacia el recibidor de su refugio. Su fiel amigo Ferny lo recibe con la cola agitada, unos lengüetazos en la mano y, como si supiera que su amo viene mal, lo ayuda a llegar a la habitación, para luego perderse por el departamento.
Como puede, el hombre se quita la ropa, se coloca un pantalón de algodón y se tira a dormir, esperando que esa noche los ojos castaños de esa mujer no lo atormenten, porque por años ni siquiera el alcohol ni los besos de otras mujeres lo han ayudado a olvidarla.
Pero, en esa búsqueda de olvidar, a veces se le pasa la mano.
Y alguien no está para nada feliz.
—¡¡Max Hunter!!
El grito de Lucy Hunter retumba en la habitación de su hijo, que salta de la cama asustado y cae al suelo.
—M-madreeee —las palabras le salen atropelladas, porque hace tan solo una hora que se acostó bastante ebrio—. ¿Qué hacesss aquí?
—¿Qué hago aquí? ¡¡¿Qué hago aquí?!! —le muestra su teléfono donde se puede ver la noticia de último minuto que circula en las redes y él frunce el ceño.
—Me grrrabaron…
—¡Por supuesto que sí! Estoy indignada, tu hermano está indignado, ambos tratando de tapar tus estupideces —la mujer se sienta en la cama de su hijo, guarda el teléfono y mira el techo—. No sé por qué haces esto, eres un hombre guapo, inteligente, realmente valioso, pero empañas todo con tu comportamiento. ¿Quieres matarme?
—No, madrrre —Max se pone de pie y se sienta al lado de su madre—. Ssssolo me gussta divertirrrme.
—Pero lo haces demasiado, a menudo y sin límites. Max… yo no estaré contigo para siempre y Kevin no quiere seguir limpiando tus desastres —el hombre coloca su cabeza en las piernas de su madre, ella suspira y le acaricia el cabello—. ¿Por qué haces esto?
—No lo sé —su voz sale con un susurro y su madre lo ve perdido, por completo.
—No puedo creer que no sepas, Max. Debe haber alguna razón por la que al menos una vez a la semana terminas borrado y el resto te dedicas a salir con diferentes mujeres. Ese no fue el ejemplo que les dejó su padre.
—Lo sé… es solo que me gusta —habla lento y bajito, para que no se le enrede la lengua—. ¿Puedo dormir un poco?
—Por supuesto, te necesito en excelentes condiciones, tenemos la reunión con el senador Smith a las dos de la tarde.
—¿No era al mediodía? —se pasa las manos por el rostro, tratando de mantenerse despierto.
—Sí, pero su asistente llamó para moverla, tiene una crisis de imagen seguramente.
—No más que yo, ¿verdad?
—Yo no preocuparía por tu imagen en este momento —deja un beso en la frente de su hijo y se pone de pie—. Mejor cuida tu pellejo, porque tu hermano está realmente furioso. Te espero a las doce en la oficina.
—Como digasss…
Se deja caer en la cama, Lucy lo cubre con las cobijas y sale del departamento de su hijo, sin dejar de mirar atrás con preocupación, porque no entiende que Max, su niño mayor, se comporte de esa manera.
—Algo debió sucederte, mi amor y no me quieres decir. Pero ya lo harás, lo sé.
Baja hasta el auto que la espera, el chofer le abre la puerta y le pide que la lleve hasta Hunter Security Solutions, sin dejar de pensar cómo encontrar la respuesta a esa interrogante que la tiene inquieta desde hace mucho tiempo, cuando se dio cuenta de la vida desenfrenada de su hijo.
Mientras Max se deja llevar en ese sueño reparador.
Para cuando abre los ojos, su cabeza retumba un poco, producto la fuerte música de la noche y los tragos de más, que fueron muchos.
Se levanta, se va a la ducha, deja que el agua le caiga por el cuerpo, mientras su frente queda apoyada en la pared de azulejos, que le da cierta frescura y alivio al dolor que siente.
Si alguien pudiera ver a ese hombre en esa pose, realmente se infartaría.
Sale de la ducha, se viste rápidamente con un traje de tres piezas, camisa blanca y su corbata favorita, de color burdeo oscuro. Se mira al espejo y sonríe, porque le encanta verse bien, sabe que es guapo, sería un tonto si pecara de modesto.
Se coloca el reloj y cuando ve la hora, pega un grito.
—¡Mi3rda, soy hombre muerto!
Si hay algo que su madre detesta es la impuntualidad y él también, pero la ducha le tomó más de lo que creyó, porque se quedó pensando miles de cosas, las mismas que piensa cada día.
Corre al ascensor, comprueba que tiene todas sus cosas en los bolsillos y cuando las puertas se abren en el subterráneo, sale disparado a su aparcamiento, se sube a su auto y sale raudo a la calle. La luz del sol le molesta un poco por algunos segundos, coloca algo de música tranquila, no como la que detesta, pero sirve para borrarla.
En la medida que se acerca al edificio de Hunter Security Solutions, las calles se vuelven más despejadas y sube la velocidad. Hasta que llega a una intersección vacía, o eso creía.
Se salta la señal de «pare» y un auto se le cruza, frena con el pie hasta el fondo, pero no consigue evitar el impacto.
Luego de pelear con la bolsa de aire, se baja y se queda helado.
Una mujer rubia, de hermosos ojos azules, piel blanca, bajita y muy enojada camina directo hacia él.
—¿Está bien, señorita? —es todo lo que le sale de la boca, aunque quisiera correr hacia ella, abrazarla y asegurarse que nada malo le sucedió—.
—¿Que si estoy bien? ¡¿Qué si estoy bien?! —Max se queda sorprendido que esa mujer pequeña sea capaz de volverlo un cachorro asustado—. ¡¡Te pasaste el alto, idiota!! ¡¡Tengo una cita super importante y no voy a llegar a tiempo por tu causa!!
—Oye, loca del camino —le dice Max acercándose a ella y algo decepcionado, porque no es soltera. Si va a una cita, es obvio que tiene a alguien. Así que, como no la puede conquistar, decide sacar ese ser odioso que lleva dentro—, ¿tu mamá no te enseñó a mirar a ambos lados antes de cruzar?
—¡¿Y tu papá no te enseñó a manejar?! —Max quisiera contestar que no, porque se murió cuando él tenía trece años, pero no vale la pena decirle eso a una extraña—.
—Mira, no tengo tiempo para discusiones, pasémonos los datos y que los seguros se encarguen de todo.
—¡¿Los seguros?! Querrás decir el tuyo, porque yo no fui quién se pasó la señal, yo iba bien en velocidad…
Max pierde la noción de la conversación y si responde algo más, no sabe qué es, porque la personalidad de la mujer lo tiene por completo cautivado. Su tamaño no la intimida, su apariencia no la embelesa… nada de lo que le funciona con todas las demás mujeres, resulta con ella.
Lo último que ve de ella es que lo amenaza con su dedo índice y camina a su auto.
Max se ha queda parado allí, con la tarjeta de la chica entre sus manos y una sonrisa boba.
—Esa es la mujer que quiero para mí, ¿dónde te encuentro… — mira la tarjeta y sonríe—, Giselle Sparks? Este debe ser mi día de suerte…
Se sube a su auto y sale de allí, marcándole a su madre para decirle que llegará un poco tarde por un imprevisto que ha tenido. Es cuestión de tiempo que pueda coincidir con ella y seguro será un bombazo, tenerlo a él de jefe.
Lo que no sabe es que Giselle Sparks no tiene jefes. Eso lo aprenderá con un golpe en la entrepierna, pero falta un poco para eso.
Al abrir los ojos, la luz le dice que es muy temprano, al menos las seis de la mañana.Se levanta con algo de pereza, pero sabiendo que no puede quedarse ni un minuto más en la cama, hoy tiene demasiado por hacer.Se mete a la ducha, deja que el agua la despierte y luego sale para enfundarse en un vestido azul marino ceñido al cuerpo, pero extra cómodo, unos tacones de cinco centímetros del mismo color y un cinturón que rompe con la monotonía, de color dorado.Se peina con una coleta alta, toma sus cosas, su bolso, su carpeta de trabajo y sale de allí directo a la cocina, para un desayuno rápido.Antes de salir de la casa, pasa por el baño de invitados para lavarse los dientes y aplicarse el único maquillaje llamativo que usa, labial rojo. Cuando abre la puerta principal, el auto la está esperando para llevarla a la oficina, en cuanto se sube, le da los buenos días al chofer y comienza a llamar a todos.Del trayecto ni se entera, porque hay demasiadas cosas que hacer.En cuanto el aut
Llega a penas unos diez minutos tarde, la enorme reja metálica se abre, la seguridad la revisa y le pide su identificación, todo va bien hasta ese momento, cuando uno de los guardias mira el costado de su auto y le dice lo evidente.—Aquí la chocaron.—No me diga… —las palabras salen con tanto sarcasmo, que el hombre se encoje y sigue revisando.—Puede pasar, está limpia —sentencia otro y ella lo agradece, porque está comenzando a dolerle el cuello.—Gracias —sisea molesta y sigue el camino hasta la casa.Cuando se estaciona frente a la entrada principal, ve al senador y se queda sorprendida, porque esperaba que fuera alguien mayor. Se dedicó a leer la vida del senador, pero pasó por alto las fotografías y la fecha de nacimiento, porque eso no le interesa, sin embargo, es evidente que se equivocó de no hacerlo.Es un hombre de unos treinta y cinco años o menos, alto, pero no tanto como el destructor de autos, de cabello castaño y unos ojos oscuros penetrantes… pero no como los del irr
Cuando Max llega a la oficina, el guardia corre hacia él asustado, para ver en qué condiciones llegó su jefe, si el auto está así de malogrado…—¡Señor Hunter! ¿Se encuentra usted bien?—Sí, tranquilo, no me pasó nada grave, excepto que el airbag se activó y casi me rompe la nariz.—¡Por dios, su madre debería saberlo!—¡No! Yo seré quien se lo diga, gracias… solo deje esa cosa ahí —dice señalando el auto y camina con cierta dificultad para respirar—.Entra al edificio y todos lo saludan con cordialidad, aunque puede notar que algunas de las mujeres lo miran con lascivia, algunas no se cohíben en pasar la lengua por sus labios de manera seductora, lanzarle besos o cerrarle el ojo.—Rayos, sí que me grabaron —dice para sí mismo con remordimientos, se rasca la frente y sigue su camino al ascensor—.Cuando las puertas se abren, sube y aprieta el botón para que se cierren las puertas lo antes posible, esas mujeres le dan miedo precisamente porque pueden convencerlo de hacer algo que no de
Mientras que en aquel lugar se podría cortar la tensión con un cuchillo, Lucy se queda mirando la expresión de ambos hombres, que se observan retadoramente, como si fuera un partido de tenis.Ella pensó que lo de Max era un chiste, tal vez, que solo se trataba de un asunto de ego o que le quitó alguna chica en el pasado, pero lo que veía entre los dos era la mirada de dos hombres que se hicieron daño, que se enfrentaron por algo más que una chica de ocasión.La afrenta de la que habló su hijo es por un amor intenso.El tema era dilucidar de quién había sido el amor y quién se la llevó luego, aunque creía saber quién era el principal afectado y esta vez no se quedaría sin respuestas. Pero, por ahora, debía hacer algo antes de que esos dos hombres se mataran telepáticamente.Se aclara la garganta y Max le suelta la mano a Evan
Max mira a Evan con molestia, ¿por qué tiene que sacarla a ella a colación?—Siempre he sabido dónde está.—Entonces te diré por qué yo me quedé solo, como tú —Max duda un momento y se vuelve a sentar, con la risa más burlona de toda su vida—. Supongo que sigues siendo el mismo chismoso de siempre.—Sí, pero quiero saber cómo el gran Evan Smith terminó tirado… imagino que peor que yo.—No te equivocas —llega el mesero con las entradas, momento que Evan aprovecha para sonreír con cierta tristeza—. Creo que los dos lo tomamos de manera distinta, tú te fuiste por la diversión, yo por alejarme de la gente.—Sí, y para eso te hiciste senador, para estar lejos de la gente.—Contrario de lo que crees, esto te aleja mucho de las personas, porque no te ven de la misma
Los días pasaron para Giselle, sumergida entre el trabajo y su nula vida social.Ya le habían entregado el auto del taller, parecía como nuevo, como si nunca ese patán de ojos grises y cuerpo de dios griego lo hubiese impactado, pero aprovechando la generosidad del hombre, se quedó con el nuevo.Ahora mismo, iba recorriendo la ruta a su trabajo, escuchando su música favorita, que iba entre el pop, el rock y el metal. Sus dedos van tocando al ritmo de la música sobre el volante, hasta que una de las canciones que la desordena comienza a sonar, sube el volumen y comienza a cantar fuerte.—This ain’t a song for the broken-hearted…Mueve la cabeza al ritmo de la música, el cabello se le comienza a soltar de a poco, hasta que ella misma se quita el broche que lo sostiene. Es un verdadero espectáculo para aquellos autos que la rodean, algunos comienzan a grabarla, aprovechando el atochamiento.Ella no se cohíbe, sigue con lo suyo hasta que una llamada le entra y debe detener la música.—¿Al
—Hola, chica del choque… —pero una bofetada lo calla y lo obliga a ponerse la mano en la mejilla.Cuando ve a la cara a Giselle, se da cuenta que su cabello va desaliñado, como si alguien se lo hubiese revuelto.—No puedo creer que fueras tú… por eso te me hacías conocido, ¡patán!—¿Te sirvió el auto que te mandé?—¡Sí! —le dice ella amenazando con un puño frente a su cara—.—Lo siento, ese día no era yo.—¡Por supuesto que no! ¡¡Seguro seguías con la resaca de la fiesta de la noche anterior!!—Disculpen —dice Lucy tímidamente, parándose entre ellos, para evitar que Giselle la deje sin hijo mayor—. ¿Se conocen?—Lamentablemente, sí —responde Giselle, sin dejar de fulminarlo con la mirada—.Su enojo no es por el choque, sino por recordar que Max Hunter es el suripanto más grande de la ciudad… que ciudad, ¡del estado!Y ella pensando todos esos días en él, dedicándole suspiros. Se siente como una perfecta idiota.—Mamá… ella es la chica a la que choqué el otro día.—¡No puede ser! ¡Tú s
Los días fueron pasando para Giselle, entre papeles, reuniones y llamadas infructuosas a su padre. Es casi cerca del mediodía, el estómago le ruge y ya no puede concentrarse en el trabajo de esa manera, así que decide parar e ir a comer, antes que su estómago la absorba por completo.Guarda los documentos en el computador, arregla un poco su escritorio y toma su bolso. Mientras camina a la salida, coge su teléfono para llamar otra vez a su padre, a ver si esta vez le responde. Cuando sale, le hace un gesto a Tomy y este le sonríe. También es su hora de almuerzo.Como nadie responde del otro lado, guarda su teléfono en el bolsillo y espera el ascensor, balanceándose sobre sus pies y con el dedo índice derecho entre sus dientes, pensando en lo tranquila que ha estado su vida por esos días.Y me refiero a que para ella tranquila, es sin contratiempos.Las puertas se abren, se