Al abrir los ojos, la luz le dice que es muy temprano, al menos las seis de la mañana.
Se levanta con algo de pereza, pero sabiendo que no puede quedarse ni un minuto más en la cama, hoy tiene demasiado por hacer.
Se mete a la ducha, deja que el agua la despierte y luego sale para enfundarse en un vestido azul marino ceñido al cuerpo, pero extra cómodo, unos tacones de cinco centímetros del mismo color y un cinturón que rompe con la monotonía, de color dorado.
Se peina con una coleta alta, toma sus cosas, su bolso, su carpeta de trabajo y sale de allí directo a la cocina, para un desayuno rápido.
Antes de salir de la casa, pasa por el baño de invitados para lavarse los dientes y aplicarse el único maquillaje llamativo que usa, labial rojo. Cuando abre la puerta principal, el auto la está esperando para llevarla a la oficina, en cuanto se sube, le da los buenos días al chofer y comienza a llamar a todos.
Del trayecto ni se entera, porque hay demasiadas cosas que hacer.
En cuanto el auto se detiene frente al enorme edificio de oficinas, Giselle baja corriendo, con el teléfono en una mano y su carpeta gruesa por la cantidad de papeles en la otra. Su día está al límite y le toca volar a cada lugar.
—No, eso no puede suceder otra vez —dice muy molesta—, porque soy yo quien debe apagar los incendios.
Nadie sabe a quién regaña, pero eso no es lo importante en este momento. Pasa por la puerta, haciéndole un gesto cordial con la cabeza al portero, que sonríe al verla así… porque todos los días entra de la misma manera.
En cuanto sube al ascensor, corta la llamada para iniciar otra. Hay cierto hombre en su vida que le debe explicaciones de por qué no ha dado señales de vida en los últimos cuatro días.
La vida de Giselle Sparks, una chica de veinticuatro años, heredera de Sparks Public Relations, es así de agitada. Es considerada la mejor en lo que hace y apenas está empezando. Su padre, Phil Sparks, es su más ferviente fan y admira la manera en que su hija mayor defiende la reputación de aquella empresa que le costó tanto levantar.
Por esa misma razón, no le importa irse de viaje, porque sabe que su hija, y mano derecha, hará un excelente trabajo, manteniendo la imagen de SPR en lo más alto de Los Ángeles.
En cuanto las puertas del ascensor se abren, sale disparada a su oficina, saludando a todos por el camino. Cuando llega al escritorio de su asistente, Tomy Joules, deja las carpetas, desiste de llamar a su padre y se sienta frente al hombre.
—Señor Joules, necesito que envíe esas propuestas lo antes posible, pero la primera que debe irse es… — saca unas hojas y se las entrega—, la de propuesta para el senador Smith.
—¿Cree que la acepte? —le pregunta tomando el documento y poniéndose de pie para escanearlo.
—Es un asunto de él, mi trabajo es mejorar las relaciones con el entorno, no los milagros —se encoge de hombros, se pone de pie y le sonríe—. Si mi padre me llama, me lo pasa de inmediato, cualquier otra llamada, no existo.
—Muy bien, señorita Sparks.
Se entierra en su escritorio, comienza a revisar los correos con detalle, mientras va apuntando ciertas cosas que deberá tomar en cuenta.
Algunos de esos correos son de clientes nuevos, buscando apoyo de la empresa para mejorar diversas áreas, algunas internas.
—Si nos necesitan para comunicarse con sus propios empleados, es porque están muy mal —sonríe mientras niega con la cabeza y sigue con lo suyo.
Está tan absorbida por la tarea, que cuando el teléfono suena la sobresalta, algo que le pasa al menos cinco veces en el día.
—Señorita Sparks, una llamada del senador Smith —Tomy se atreve a interrumpirla, porque sabe que esa no es «cualquier otra llamada».
—¿Su asistente? ¿Qué querrá decirme? —dice ella frunciendo el ceño.
—No, el senador en persona. Por la uno.
—¡Rayos! —se arregla un mechón de cabello que se le escapó de la coleta alta y luego se da en la frente, porque no es videoconferencia. Marca el «1» y respira antes de responder—. Giselle Sparks, ¿en qué puedo ayudarle?
—En absolutamente todo lo que me propuso, señorita Sparks —el tono del senador la hace relajarse un poco y se apoya en el respaldo de la silla.
—Senador Smith, me agrada escuchar que le gustó nuestra propuesta, ¿para cuándo quiere concertar la cita?
—Hoy mismo, si es posible —y Giselle abre los ojos como si el hombre la estuviera mirando.
—Su asistente me dijo que su agenda estaba copada para hoy, por eso decidí enviarle la propuesta por correo, senador —si hay algo que le molesta es que le mientan y dispongan de su tiempo de esa manera.
—Bueno, eso es muy cierto, pero esto es más urgente para mí. Me disculpo si le causo molestias.
—No se preocupe, solo debe decirme la hora y el lugar, yo le enviaré a uno de nuestros mejores colaboradores…
—No —dice el hombre de manera categórica—, la única razón por la que acepté la propuesta es porque venía su firma en ella. Supuse que usted se haría cargo de mi imagen.
—Mi firma va en todas las propuestas, senador, como respaldo del trabajo que se hará, pero yo no tomo clientes de manera directa. También tengo una agenda apretada.
—Yo no soy cualquier cliente, señorita Sparks —Giselle rueda los ojos, porque de vez en cuando se topa con clientes así, que se creen más importantes que los demás—. Lamento que deba hacer ajustes para verme, queda en sus manos la decisión de ser mi relacionadora pública o me busco a otro.
—Podemos llegar a un acuerdo —si trata de negociar no es porque le urja el cliente, tienes cientos y mejores que el senador, porque le dan menos problemas. Pero no puede negar el prestigio que le dará a SPR atender a ese hombre tan importante—. Deberemos buscar la manera de que usted tenga lo que necesita de nosotros y yo, seguir a la cabeza de la empresa.
—Entiendo… al mediodía, en mi casa.
—Perfecto, allí nos veremos.
Al colgar la llamada, deja escapar un bufido porque detesta ir a las casas de sus clientes, pero una notificación de noticias en vivo le llega al teléfono, distrayéndola de su incomodidad. Cuando la abre, hace una mueca de desagrado ante lo que sus ojos ven.
El mismo empresario de siempre, con uno de sus escándalos semanales, apaga la pantalla y sigue con lo que estaba haciendo.
—No puedo creer que algunas mujeres se presten para esas cosas… en especial con hombres como ese, que horror.
La mañana se le pasa lenta, sin embargo, le quedan muchas cosas pendientes para cuando se llega la hora de salir con rumbo a la casa del senador.
—Señor Joules, tome todas las llamadas de mi oficina, por favor.
—¿Ya se va con el senador?
—Sí, no quiero correr…
—¡Señorita Sparks! —un de las chicas llega corriendo con unos documentos—, disculpe, pero necesito que me firme estos documentos…
—Maggie, voy saliendo, ¿tiene que ser ahora?
—Son de recursos humanos, lo siento…
Aunque va casi justa con la hora, debe firmar esos papeles, porque algunos son aumentos y otros son bonos de cumplimiento.
Revisa que los nombres y las cifras estén correctos, va firmando a medida que corrobora la información. Para cuando termina, ya va tarde si se encuentra tráfico en el camino.
Sale corriendo, toma el ascensor y ruega que nadie más se suba en el aparato. Afortunadamente para ella, ese día el universo está de su lado… hasta ese momento.
El trayecto lo hace con cuidado, va a la máxima velocidad permitida y siguiendo las indicaciones del GPS. Pero no todo podía ser tan bueno.
Un impacto la deja un poco aturdida por algunos segundos, se instala un dolor en su cuerpo hasta que ve el auto rojo que le ha dado por el lado del copiloto.
Se baja para pelear con él, pero toda la figura del hombre la deja impactada, más que el choque mismo. Se obliga a actuar como una mujer molesta, para no saltarle encima.
Tras discutir con el hombre, que estaba bastante bueno, se sube para cumplir su cita con el senador. Aunque sería mejor irse a un hospital, la llamada del senador la deja más irritada.
¡No le creyó lo del accidente!
Es un reto, un desafío a su credibilidad y prestigio, no dejará que un estúpido papacito en un convertible rojo la deje mal parada con uno de los hombres más importantes del estado de California, así que el hospital queda de lado, al menos por un par de horas o hasta que el cuerpo aguante.
Sin embargo, esos ojos grises no dejan de venirle a la mente una y otra vez, como si su destino hubiese quedado atado a ellos desde que sus autos colisionaron.
Llega a penas unos diez minutos tarde, la enorme reja metálica se abre, la seguridad la revisa y le pide su identificación, todo va bien hasta ese momento, cuando uno de los guardias mira el costado de su auto y le dice lo evidente.—Aquí la chocaron.—No me diga… —las palabras salen con tanto sarcasmo, que el hombre se encoje y sigue revisando.—Puede pasar, está limpia —sentencia otro y ella lo agradece, porque está comenzando a dolerle el cuello.—Gracias —sisea molesta y sigue el camino hasta la casa.Cuando se estaciona frente a la entrada principal, ve al senador y se queda sorprendida, porque esperaba que fuera alguien mayor. Se dedicó a leer la vida del senador, pero pasó por alto las fotografías y la fecha de nacimiento, porque eso no le interesa, sin embargo, es evidente que se equivocó de no hacerlo.Es un hombre de unos treinta y cinco años o menos, alto, pero no tanto como el destructor de autos, de cabello castaño y unos ojos oscuros penetrantes… pero no como los del irr
Cuando Max llega a la oficina, el guardia corre hacia él asustado, para ver en qué condiciones llegó su jefe, si el auto está así de malogrado…—¡Señor Hunter! ¿Se encuentra usted bien?—Sí, tranquilo, no me pasó nada grave, excepto que el airbag se activó y casi me rompe la nariz.—¡Por dios, su madre debería saberlo!—¡No! Yo seré quien se lo diga, gracias… solo deje esa cosa ahí —dice señalando el auto y camina con cierta dificultad para respirar—.Entra al edificio y todos lo saludan con cordialidad, aunque puede notar que algunas de las mujeres lo miran con lascivia, algunas no se cohíben en pasar la lengua por sus labios de manera seductora, lanzarle besos o cerrarle el ojo.—Rayos, sí que me grabaron —dice para sí mismo con remordimientos, se rasca la frente y sigue su camino al ascensor—.Cuando las puertas se abren, sube y aprieta el botón para que se cierren las puertas lo antes posible, esas mujeres le dan miedo precisamente porque pueden convencerlo de hacer algo que no de
Mientras que en aquel lugar se podría cortar la tensión con un cuchillo, Lucy se queda mirando la expresión de ambos hombres, que se observan retadoramente, como si fuera un partido de tenis.Ella pensó que lo de Max era un chiste, tal vez, que solo se trataba de un asunto de ego o que le quitó alguna chica en el pasado, pero lo que veía entre los dos era la mirada de dos hombres que se hicieron daño, que se enfrentaron por algo más que una chica de ocasión.La afrenta de la que habló su hijo es por un amor intenso.El tema era dilucidar de quién había sido el amor y quién se la llevó luego, aunque creía saber quién era el principal afectado y esta vez no se quedaría sin respuestas. Pero, por ahora, debía hacer algo antes de que esos dos hombres se mataran telepáticamente.Se aclara la garganta y Max le suelta la mano a Evan
Max mira a Evan con molestia, ¿por qué tiene que sacarla a ella a colación?—Siempre he sabido dónde está.—Entonces te diré por qué yo me quedé solo, como tú —Max duda un momento y se vuelve a sentar, con la risa más burlona de toda su vida—. Supongo que sigues siendo el mismo chismoso de siempre.—Sí, pero quiero saber cómo el gran Evan Smith terminó tirado… imagino que peor que yo.—No te equivocas —llega el mesero con las entradas, momento que Evan aprovecha para sonreír con cierta tristeza—. Creo que los dos lo tomamos de manera distinta, tú te fuiste por la diversión, yo por alejarme de la gente.—Sí, y para eso te hiciste senador, para estar lejos de la gente.—Contrario de lo que crees, esto te aleja mucho de las personas, porque no te ven de la misma
Los días pasaron para Giselle, sumergida entre el trabajo y su nula vida social.Ya le habían entregado el auto del taller, parecía como nuevo, como si nunca ese patán de ojos grises y cuerpo de dios griego lo hubiese impactado, pero aprovechando la generosidad del hombre, se quedó con el nuevo.Ahora mismo, iba recorriendo la ruta a su trabajo, escuchando su música favorita, que iba entre el pop, el rock y el metal. Sus dedos van tocando al ritmo de la música sobre el volante, hasta que una de las canciones que la desordena comienza a sonar, sube el volumen y comienza a cantar fuerte.—This ain’t a song for the broken-hearted…Mueve la cabeza al ritmo de la música, el cabello se le comienza a soltar de a poco, hasta que ella misma se quita el broche que lo sostiene. Es un verdadero espectáculo para aquellos autos que la rodean, algunos comienzan a grabarla, aprovechando el atochamiento.Ella no se cohíbe, sigue con lo suyo hasta que una llamada le entra y debe detener la música.—¿Al
—Hola, chica del choque… —pero una bofetada lo calla y lo obliga a ponerse la mano en la mejilla.Cuando ve a la cara a Giselle, se da cuenta que su cabello va desaliñado, como si alguien se lo hubiese revuelto.—No puedo creer que fueras tú… por eso te me hacías conocido, ¡patán!—¿Te sirvió el auto que te mandé?—¡Sí! —le dice ella amenazando con un puño frente a su cara—.—Lo siento, ese día no era yo.—¡Por supuesto que no! ¡¡Seguro seguías con la resaca de la fiesta de la noche anterior!!—Disculpen —dice Lucy tímidamente, parándose entre ellos, para evitar que Giselle la deje sin hijo mayor—. ¿Se conocen?—Lamentablemente, sí —responde Giselle, sin dejar de fulminarlo con la mirada—.Su enojo no es por el choque, sino por recordar que Max Hunter es el suripanto más grande de la ciudad… que ciudad, ¡del estado!Y ella pensando todos esos días en él, dedicándole suspiros. Se siente como una perfecta idiota.—Mamá… ella es la chica a la que choqué el otro día.—¡No puede ser! ¡Tú s
Los días fueron pasando para Giselle, entre papeles, reuniones y llamadas infructuosas a su padre. Es casi cerca del mediodía, el estómago le ruge y ya no puede concentrarse en el trabajo de esa manera, así que decide parar e ir a comer, antes que su estómago la absorba por completo.Guarda los documentos en el computador, arregla un poco su escritorio y toma su bolso. Mientras camina a la salida, coge su teléfono para llamar otra vez a su padre, a ver si esta vez le responde. Cuando sale, le hace un gesto a Tomy y este le sonríe. También es su hora de almuerzo.Como nadie responde del otro lado, guarda su teléfono en el bolsillo y espera el ascensor, balanceándose sobre sus pies y con el dedo índice derecho entre sus dientes, pensando en lo tranquila que ha estado su vida por esos días.Y me refiero a que para ella tranquila, es sin contratiempos.Las puertas se abren, se
—Evan… me contrataste para que te ayudara a mejorar las relaciones con los medios de comunicación y todo el resto de la humanidad, pero yo no veo que tengas problemas para relacionarte. ¿Me dirás por qué llegaste a SPR?—Créeme, con la única persona que me comporto así es contigo, porque siento que puedo relajarme contigo.—¿Por qué?—Porque me pusiste en la cara tu accidente como un reto abierto que habías superado y me dejaste como payaso.—No fue así…—Para mí sí. Creo que nunca me voy a olvidar de la primera vez que te vi, llegaste como si nada, desafiante, con tu mirada me dijiste “aquí estoy, idiota”.—No estaba pensando eso… más bien “no era tan viejo como esperaba”.—¿Creías que era viejo? ¡¿Por qué