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Capítulo 2: La colisión de dos vidas opuestas

Al abrir los ojos, la luz le dice que es muy temprano, al menos las seis de la mañana.

Se levanta con algo de pereza, pero sabiendo que no puede quedarse ni un minuto más en la cama, hoy tiene demasiado por hacer.

Se mete a la ducha, deja que el agua la despierte y luego sale para enfundarse en un vestido azul marino ceñido al cuerpo, pero extra cómodo, unos tacones de cinco centímetros del mismo color y un cinturón que rompe con la monotonía, de color dorado.

Se peina con una coleta alta, toma sus cosas, su bolso, su carpeta de trabajo y sale de allí directo a la cocina, para un desayuno rápido.

Antes de salir de la casa, pasa por el baño de invitados para lavarse los dientes y aplicarse el único maquillaje llamativo que usa, labial rojo. Cuando abre la puerta principal, el auto la está esperando para llevarla a la oficina, en cuanto se sube, le da los buenos días al chofer y comienza a llamar a todos.

Del trayecto ni se entera, porque hay demasiadas cosas que hacer.

En cuanto el auto se detiene frente al enorme edificio de oficinas, Giselle baja corriendo, con el teléfono en una mano y su carpeta gruesa por la cantidad de papeles en la otra. Su día está al límite y le toca volar a cada lugar.

—No, eso no puede suceder otra vez —dice muy molesta—, porque soy yo quien debe apagar los incendios.

Nadie sabe a quién regaña, pero eso no es lo importante en este momento. Pasa por la puerta, haciéndole un gesto cordial con la cabeza al portero, que sonríe al verla así… porque todos los días entra de la misma manera.

En cuanto sube al ascensor, corta la llamada para iniciar otra. Hay cierto hombre en su vida que le debe explicaciones de por qué no ha dado señales de vida en los últimos cuatro días.

La vida de Giselle Sparks, una chica de veinticuatro años, heredera de Sparks Public Relations, es así de agitada. Es considerada la mejor en lo que hace y apenas está empezando. Su padre, Phil Sparks, es su más ferviente fan y admira la manera en que su hija mayor defiende la reputación de aquella empresa que le costó tanto levantar.

Por esa misma razón, no le importa irse de viaje, porque sabe que su hija, y mano derecha, hará un excelente trabajo, manteniendo la imagen de SPR en lo más alto de Los Ángeles.

En cuanto las puertas del ascensor se abren, sale disparada a su oficina, saludando a todos por el camino. Cuando llega al escritorio de su asistente, Tomy Joules, deja las carpetas, desiste de llamar a su padre y se sienta frente al hombre.

—Señor Joules, necesito que envíe esas propuestas lo antes posible, pero la primera que debe irse es… — saca unas hojas y se las entrega—, la de propuesta para el senador Smith.

—¿Cree que la acepte? —le pregunta tomando el documento y poniéndose de pie para escanearlo.

—Es un asunto de él, mi trabajo es mejorar las relaciones con el entorno, no los milagros —se encoge de hombros, se pone de pie y le sonríe—. Si mi padre me llama, me lo pasa de inmediato, cualquier otra llamada, no existo.

—Muy bien, señorita Sparks.

Se entierra en su escritorio, comienza a revisar los correos con detalle, mientras va apuntando ciertas cosas que deberá tomar en cuenta.

Algunos de esos correos son de clientes nuevos, buscando apoyo de la empresa para mejorar diversas áreas, algunas internas.

—Si nos necesitan para comunicarse con sus propios empleados, es porque están muy mal —sonríe mientras niega con la cabeza y sigue con lo suyo.

Está tan absorbida por la tarea, que cuando el teléfono suena la sobresalta, algo que le pasa al menos cinco veces en el día.

—Señorita Sparks, una llamada del senador Smith —Tomy se atreve a interrumpirla, porque sabe que esa no es «cualquier otra llamada».

—¿Su asistente? ¿Qué querrá decirme? —dice ella frunciendo el ceño.

—No, el senador en persona. Por la uno.

—¡Rayos! —se arregla un mechón de cabello que se le escapó de la coleta alta y luego se da en la frente, porque no es videoconferencia. Marca el «1» y respira antes de responder—. Giselle Sparks, ¿en qué puedo ayudarle?

—En absolutamente todo lo que me propuso, señorita Sparks —el tono del senador la hace relajarse un poco y se apoya en el respaldo de la silla.

—Senador Smith, me agrada escuchar que le gustó nuestra propuesta, ¿para cuándo quiere concertar la cita?

—Hoy mismo, si es posible —y Giselle abre los ojos como si el hombre la estuviera mirando.

—Su asistente me dijo que su agenda estaba copada para hoy, por eso decidí enviarle la propuesta por correo, senador —si hay algo que le molesta es que le mientan y dispongan de su tiempo de esa manera.

—Bueno, eso es muy cierto, pero esto es más urgente para mí. Me disculpo si le causo molestias.

—No se preocupe, solo debe decirme la hora y el lugar, yo le enviaré a uno de nuestros mejores colaboradores…

—No —dice el hombre de manera categórica—, la única razón por la que acepté la propuesta es porque venía su firma en ella. Supuse que usted se haría cargo de mi imagen.

—Mi firma va en todas las propuestas, senador, como respaldo del trabajo que se hará, pero yo no tomo clientes de manera directa. También tengo una agenda apretada.

—Yo no soy cualquier cliente, señorita Sparks —Giselle rueda los ojos, porque de vez en cuando se topa con clientes así, que se creen más importantes que los demás—. Lamento que deba hacer ajustes para verme, queda en sus manos la decisión de ser mi relacionadora pública o me busco a otro.

—Podemos llegar a un acuerdo —si trata de negociar no es porque le urja el cliente, tienes cientos y mejores que el senador, porque le dan menos problemas. Pero no puede negar el prestigio que le dará a SPR atender a ese hombre tan importante—. Deberemos buscar la manera de que usted tenga lo que necesita de nosotros y yo, seguir a la cabeza de la empresa.

—Entiendo… al mediodía, en mi casa.

—Perfecto, allí nos veremos.

Al colgar la llamada, deja escapar un bufido porque detesta ir a las casas de sus clientes, pero una notificación de noticias en vivo le llega al teléfono, distrayéndola de su incomodidad. Cuando la abre, hace una mueca de desagrado ante lo que sus ojos ven.

El mismo empresario de siempre, con uno de sus escándalos semanales, apaga la pantalla y sigue con lo que estaba haciendo.

—No puedo creer que algunas mujeres se presten para esas cosas… en especial con hombres como ese, que horror.

La mañana se le pasa lenta, sin embargo, le quedan muchas cosas pendientes para cuando se llega la hora de salir con rumbo a la casa del senador.

—Señor Joules, tome todas las llamadas de mi oficina, por favor.

—¿Ya se va con el senador?

—Sí, no quiero correr…

—¡Señorita Sparks! —un de las chicas llega corriendo con unos documentos—, disculpe, pero necesito que me firme estos documentos…

—Maggie, voy saliendo, ¿tiene que ser ahora?

—Son de recursos humanos, lo siento…

Aunque va casi justa con la hora, debe firmar esos papeles, porque algunos son aumentos y otros son bonos de cumplimiento.

Revisa que los nombres y las cifras estén correctos, va firmando a medida que corrobora la información. Para cuando termina, ya va tarde si se encuentra tráfico en el camino.

Sale corriendo, toma el ascensor y ruega que nadie más se suba en el aparato. Afortunadamente para ella, ese día el universo está de su lado… hasta ese momento.

El trayecto lo hace con cuidado, va a la máxima velocidad permitida y siguiendo las indicaciones del GPS. Pero no todo podía ser tan bueno.

Un impacto la deja un poco aturdida por algunos segundos, se instala un dolor en su cuerpo hasta que ve el auto rojo que le ha dado por el lado del copiloto.

Se baja para pelear con él, pero toda la figura del hombre la deja impactada, más que el choque mismo. Se obliga a actuar como una mujer molesta, para no saltarle encima.

Tras discutir con el hombre, que estaba bastante bueno, se sube para cumplir su cita con el senador. Aunque sería mejor irse a un hospital, la llamada del senador la deja más irritada.

¡No le creyó lo del accidente!

Es un reto, un desafío a su credibilidad y prestigio, no dejará que un estúpido papacito en un convertible rojo la deje mal parada con uno de los hombres más importantes del estado de California, así que el hospital queda de lado, al menos por un par de horas o hasta que el cuerpo aguante.

Sin embargo, esos ojos grises no dejan de venirle a la mente una y otra vez, como si su destino hubiese quedado atado a ellos desde que sus autos colisionaron.

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