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Capítulo 3: Viejos conocidos

Si el cambio de actitud de los paramédicos me pareció sospechoso, el trato en la clínica me pareció aún más sospechoso. He de recalcar que el trato que nos dieron antes de la revelación de su nombre, no estuvo mal, pero este actual, excedía lo común. Hasta me ofrecieron acceso previo a la habitación en la que sería internado al salir de la operación, para descansar, y limpiarme. No hubo autorizaciones, ni llenado de formularios, atendieron a Leandro como si fuera la prioridad de las prioridades.

Sobre descansar y limpiarme, lo haría más tarde. Tenía que contactar con Clara.

Encontré su número del modo esperado y no me ha contestado. Era de esperarse por la hora, hasta que en el cuarto intento lo hace por fin.

—¿Buenas noches? ¿Con Clara? — saludo caminando de un punto a otro en el pasillo fuera de la sala de operaciones.

Escucho un bostezo antes que una respuesta.

—Sí, con ella habla… ¿quién es? — responde la mujer.

—Clara… no te debes acordar de mí, pero… nos hemos conocido antes. Y lo que te diré… quiero que te lo tomes con calma. ¿Estás sentada o acompañada?

—¿Qué está pasando? Si es una broma de mal gusto… — su tono es arisco ahora.

—No es una broma. Presencié un accidente de auto y auxilié al hombre en este, es Leandro Brown. ¿Es tu familiar no?

Hago memoria y Clara era… Clara era la esposa del primo de Leandro. Eso era. Además de buenos amigos por lo que pude notar.

—¿Cómo está Leandro? ¿Dónde está? — eleva la voz.

—En la clínica Hope, lo metieron a quirófano. Pero está estable, aunque su pierna… — dejo al aire la condición de su pierna, no quería alarmarla más — él pidió que contactase contigo. ¿Puedes venir?

—¿Ir? Voy volando — afirma y cuelga.

Bajo mi celular con el pecho más calmado. Había practicado RCP con éxito, había contactado con la familiar que Leandro pidió. Había hecho todo lo que estaba en mis manos para hacerle un bien. Rogaba porque estuviese bien.

Hago memoria de la impresión que me dio Leandro, de su amabilidad y calidez aquella vez que le conocí. Admitiré que hizo acelerar mi corazón la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, pero esa reacción quedó en un recuerdo lejano. Creí que nunca más lo volvería a ver en mi vida.

Me desplomo entonces en los asientos cercanos cruzando mis manos acalambradas, y con mi cuerpo sumamente cansado. Mis ojos se van cerrando sin poder evitarlo. Los cierro por lo que creo son unos minutos. En lo que llegué Clara, podré irme a descansar.

—¿Lucía Reyes?

Escucho la voz de un hombre desde arriba. Abro los ojos con dificultad y le miro. Es un oficial de policía.

—¿Sí?

—Acompáñenos a dar su declaración a la estación de policía — indica el hombre.

El sueño se me esfuma, y entro en alerta.

—¿Por-por qué? — digo viendo alrededor y dándome cuenta de que había tres policías más rodeándome.

Estoy asustada. Como es inevitable.

—Necesitamos su testimonio sobre lo ocurrido con Leandro Brown. Fue quien llamó al 911 y el único testigo del accidente — explica este.

Los nervios hacen que mi respuesta sea lenta y más nerviosa de la que debería ser.

—Sí-sí pero ¿tiene que ser ya? Estoy esperando que salga de la operación y que vengan… que vengan… — trago sumamente nerviosa al estar rodeada de policías.

—No es familiar del paciente, no tiene que quedarse.

—No, pero le conozco…

—¿En calidad de qué? — interroga duramente.

Ya decir que éramos amigos del alma en esta circunstancia sería problemático. No obstante, me hacen sentir como una criminal. Más me siento como una cuando el hombre me toma del brazo para levantarme.

—Acompáñenos sin poner resistencia señorita, serán unos minutos… — dice el oficial.

—¡Déjela en paz por Dios! — escucho exclamar a una mujer que se abre paso entre el circulo de policías.

Era Clara.

Clara en pijamas.

—¿No ven en el estado en el que está? — reclama y se acerca a mí siendo liberada.

Creo que quiere saludarme forzando amabilidad a través de sus nervios, pero que me detalle de pies a cabeza borra cualquier rastro de sus intenciones. No sé qué tan mal luzco, pero veo lo mismo que ella. Mis zapatos blancos manchados de sangre, mi uniforme en la misma condición, y ni qué decir de la sangre seca en mis manos. Mi rostro tampoco debe lucir muy bien.

Está aterrada.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿De quién es esa sangre? — dice temblorosa.

—No es mía… es de… — rasco mi brazo y no puedo mirarla directamente a los ojos — Salí de mi guardia, iba a mi departamento cuando… vi el choque. Lo auxilié y llamé a emergencias. Están operándolo. Me pidió que te llamase como pudo…

—¿Cómo chocó para perder tanta sangre? ¿Es así de grave como se ve? — pregunta angustiada.

—Tuve que… tuve que practicarle RCP en el sitio… perdió mucha sangre.

Noto que está limpiando sus lágrimas. Al secárselas mira con dureza al policía.

—¿La escuchó no? Ella puede dar sus declaraciones otro día.

—Señora Clara… — el hombre trata de calmarla, le habla tan diferente a mí — Hay pertenencias perdidas del señor Brown, se nos informó desde la clínica. Al igual que desde la escena del incidente por los daños…

Ladrona. ¿Me están acusando de ladrona? Toca una tecla sensible para mí. De mi mayor orgullo, y único. Mi ética profesional.

—¿En cuál momento tuve tiempo de robarle a un hombre en ese estado? — digo ofendida y recordando lo único que tenía de él — si es por su billetera… él mismo pidió que la sacara.

La saco de mi pantalón y se la paso a Clara que está más irritada que antes al entregársela. Más al abrirla y notar que tiene un gran fajo de dólares, junto con muchas tarjetas. No las vi en su momento, estaba enfocada en encontrar una identificación.

—¿Este es el objeto perdido? ¿Quiere que se la entregue también como evidencia? ¡Déjenos tranquilas! — le grita Clara a los hombres que se apartan de nosotras.

 A continuación, Clara tira la billetera en los asientos, como si no le importase y se concentra en mí destruida. También descubriendo algo.

—¿Eres enfermera no? ¿Nos ayudaste a buscar información de mi suegra?

—Lo soy… es lamentable que nos volvamos a encontrar de esta forma. Lo siento…

—Estamos en la misma sintonía… — sonríe con pesadez, se cruza de brazos y mira a sus espaldas.

Sin los policías acechando puedo concentrarme en que a la distancia un hombre de aspecto similar a Leandro está hablando con uno de los doctores tratantes. Él no iba en pijamas, aunque sí en ropa arrugada, y su actitud molesta no era disimulada. Estaba peleándole al doctor.

—Te juro que mi marido y yo tenemos mejores versiones de nosotros mismos… — intenta bromear a través del dolor Clara — Él es mi esposo Leonel, es primo hermano de Leandro ¿Recuerdas? Escuchó nuestra conversación, estaba a mi lado durmiendo. Lucía… dime la verdad. ¿Cuán grave es el estado de Leandro? ¿Por qué… por qué Leo está hablando así con el doctor?

La desorientación y vulnerabilidad de Clara me conmueven. También me entristecen.

—No estoy capacitada para dar diagnósticos Clara, pero… pudo ser peor… Está vivo, es un triunfo después de un accidente como ese.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no dices que mejorará rápido? — cuestiona adolorida.

—El estado de su pierna, es… preocupante. Muy preocupante — admito con el mayor tacto posible.

Pero no hay tacto posible para este tipo de situaciones. Ella pone sus manos en su cabeza.

—Está m*****a, esa m*****a fortuna está m*****a. Lo sabía… — se dice a sí misma reprochándose.

Reprochándose algo que sale fuera de mi conocimiento. Voy a consolarla, pero más ruido llega al pasillo. Un ruido distractor y que augura un mayor circo del vivido hace poco.

—¿¡MI HIJO!? ¿DÓNDE TIENEN A MI HIJO? — grita una mujer igual de rubia como los primos.

Sus gritos van dirigidos al doctor y a Leonel, el cual ve a la que supongo es su tía con el mayor de los desprecios. La tía no se queda atrás. Quienes se quedan atrás son los dos hombres uniformados que llegaron con la mujer. Parecían guardaespaldas.

—Está en la sala de operaciones señora… — informa el doctor.

La mujer hace una locura, intenta entrar en la sala a la fuerza. Pero es detenida por su sobrino por el brazo. El médico se interpone entre la puerta y ella como precaución, asombrado por su reacción.

—¿Podrías comportarte Leah? Esto ya es lo suficientemente malo como para que lo empeores — exclama Leonel.

Leah se suelta iracunda y mirando con un gran resentimiento al esposo de Clara.

—¿¡Estás feliz de esto no!? ¡Si mi hijo se muere será tu culpa! ¡¿Cómo lo planeaste?! ¿Con quién lo planeaste? — le grita.

Leonel pierde el atisbo de contención que tenía y le grita de vuelta.

—¡La única que ganaría con la muerte de Leandro serías tú!

Bueno.

Es previsible lo que ocurre después. Los ánimos aumentan en toxicidad.

—¡Eres un asqueroso irrespetuoso! ¡Tal cual tu padre!

—Ay por favor, tú tampoco te quedas atrás tía — responde con más saña Leonel.

—Señores cálmense por favor… Mantengan el silencio durante… — el doctor hace su mejor esfuerzo por contener a esos dos.

A mi lado Clara está abochornada y preocupada a partes iguales. Me da un vistazo de lado.

—¿Juan? Acércate — pide a uno de los hombres que llegó a Leah. Este se acerca a nosotras.

—Dígame señora Clara.

—Esto va para largo, así que, ¿podrías hacerme el favor de llevar a su casa a Lucia? Ha sido una larga noche y madrugada para ella. Necesita descansar.

Estoy sorprendida con el ofrecimiento.

—Si es mucha molestia, no es necesario… — digo apenada.

—No es molestia. No después de hacer lo que hiciste por Leandro. Esta vez juro que sí sabremos cómo recompensarte — ofrece esta.

Niego con mi cabeza. Niego una recompensa como aquella vez que nos conocimos.

—No hay nada que compensar. A excepción de…

Sí hay una especie de recompensa que quiero me percato. Sé que somos casi desconocidos, pero… quisiera. Yo quisiera…

—¿Podrías mantenerme informada de la evolución de Leandro? Me gustaría… poder visitarle cuando esté preparado para ello. ¿Habría inconveniente?

Clara contiene sus ojos y boca de reírse. Lo sé. Y ahora la abochornada soy yo. Una abochornada que ve hacia el piso.

—Me comunicaré contigo en lo que esta pesadilla acabe — dice ella viendo a la tía y sobrino pelándose, luego a mí — También llámame si llegas a necesitar de mí. No tengas pena, que esta vez, lo reitero, me pondré creativa en la forma de recompensarte. Gracias por todo Lucia.

Aprieto la mano que Clara está ofreciendo.

Más tarde llegó a mi pequeño departamento a desvestirme y ducharme. Al momento de hacerlo la luz del día estaba inundando mi baño, pero la energía que solía darme, no estaba haciendo efecto en mí. Tan cansada me encontraba que no tallé bien la sangre seca para sacarla de mi piel. Limpié lo mejor que pude, me sequé lo mejor que pude y me lancé a mi cama envuelta en mi toalla.

Me quedé dormida así mismo.

Pensando en los últimos segundos en los ojos de Leandro.

Eran los más cautivantes que hubiese visto en mi vida.

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