A tres semanas del accidente de Leandro Brown, estoy comenzando a preocuparme de que la operación no haya salido como esperaba. No había podido contactar con Clara, las veces que la he intentado llamar, un par de veces cada lunes, no han dado resultado. Tampoco ella se ha acercado a mí de ninguna manera. Con el tiempo avanzando, las malas sensaciones han llenado mi cabeza.
También mi fijación sobre el estado de salud de Leandro hace que le vea en cada paciente cuyo diagnóstico es desafortunado. Lo veo una y otra vez reflejados en ellos. En aquel paciente del martes que perdió sus piernas, o en aquella paciente que sufrió un derrame cerebral. Sin embargo, mis preocupaciones podrían ser exageradas puesto que sí sabía algo era que continuaba con vida.
Hace dos semanas me llamaron para declarar en la estación de policías y no pasó de allí dicha citación. Esta vez no fui tratada como una criminal, pero lo que sí es que se me repitió constantemente que no debía hablar de este accidente con nadie. Para completar el hermetismo de este evento, no leí en los periódicos locales o internet sobre el choque.
Era extraño considerando la importancia que averigüé tenía la familia Brown para la economía nacional, también lo llamativo del accidente. Esperarías tener más información de este tipo de acontecimientos, un deportivo estrellándose contra una tienda con el CEO de todas estas empresas. Nada. Ni un reportaje o foto. La vitrina estaba siendo reparada la próxima vez que le vi de vuelta a mi departamento. Como si nada hubiese pasado además de esa remodelación.
En fin, tenía que seguir trabajando. Por lo que me encontraba arreglando un ramo de margaritas que traje para adornar la habitación en el área de cuidados paliativos de Jesús acompañado de su esposa Julia. Los días habían traído resignación a la pareja de ancianos. El señor poco podía hablar por la mascarilla que usaba, solo se dedicaba escuchar a su esposa.
—Las margaritas son mis flores favoritas, había un campo de ellas en nuestra primera casita — narra nostálgica Julia.
—¿Cómo recuerdan esa casita? — les pregunto para que ambos involuntariamente sonrían.
—Jesús compró el terreno con sus ahorros. Él mismo la construyó. Una habitación, un baño y eso nos bastó para ser felices en esos tiempos. ¿No viejo gruñón? — narra ella acariciando la mano de su esposo.
Los dos se miran de una forma que va más allá de las palabras. El amor transciende los cuerpos me gusta creer, por igual quisiera creer que algún día encontraré un amor así de incondicional. Sentía que nadie me había amado sin condiciones, no mi madre, yo había arruinado su vida con mi nacimiento. Menos los hombres que habían llegado a esta.
—Suena como un sueño. He vivido en departamentos sin áreas verdes toda mi vida. Es asfixiante, por eso me gustan mucho las flores — explico finalizando con el jarrón.
—Si supieras que Martín es soltero y trabaja como lechero en una finca. Una finca con muuuchas flores — vende la señora.
—¿Quiere emparejarme con su hijo? — rio de la ocurrencia de Julia.
—Yo no, estoy hablándote de lo buen partido que es… — se hace la desentendida.
—¿Cuántos años me dice que tiene? — bromeo sin tomarme en serio la propuesta.
—Reyes.
El buen ánimo en el ambiente es cortado con un bisturí, el de Samuel que entra en la habitación sin saludar o una sonrisa a los ancianos. Estos endurecen sus expresiones y dejan de mirar en nuestra dirección. Él me observa frío y exigente.
—Te necesito en la habitación del nuevo ingreso. Acompáñame — él sale de la habitación.
Avergonzada por su descortesía, me despido del matrimonio.
—Qué tengan una buena mañana — digo y sigo al doctor a la habitación que indicó.
Pero sus intenciones no eran profesionales, en lo que cruzamos el pasillo me arrastra hacia uno de los almacenes de servicio y dentro de este me fuerza a besarlo. El beso es repugnante y brusco, forcejeo con mis manos en sus hombros para tratar de alejarlo de mí. Cuando puedo hacerlo, doy varios pasos hacia atrás limpiando mi boca totalmente impotente.
Su expresión fría había pasado a una rogante y vulnerable. Una que no había tenido la oportunidad de conocer antes.
—¿Ya te has olvidado de mí? ¿De lo mucho que decías que me amabas? — él me acorrala en contra del estante con herramientas.
Su aroma me enferma, sus manos que tanto me gustaban son aterradoras.
—¿Cómo puedo continuar amando a un hombre casado? Deja que me vaya. Esto se puede malinterpretar — pido impotente separando su cuerpo del mío.
Mi pánico no es solo por cómo se está comportando después de haberlo evitado lo mejor que pude, sino por lo que dirían si me viesen saliendo de aquí. No quiero que todos sepan de mi humillación, no quiero convertirme en otra enfermera que es amante de un doctor casado. Destruiría mi reputación en el trabajo.
—¡Qué piensen lo que quieran! — golpea con fuerza el estante detrás de mí. Tiemblo del miedo — La que tiene que entender lo nuestro eres tú. No estoy con la madre mi hijo, estamos casados por él, no dormimos en la misma habitación. ¿Cómo puedes creer que te estoy mintiendo?
—¿Si eso es verdad por qué no me lo dijiste antes de acostarme contigo? — digo lastimada y repugnada con sus mentiras. No le creía.
—¡Sabía cómo te pondrías, como harías un drama de esto mujer! — vuelve golpear el estante y esta vez mis ojos se mojan del miedo en lugar de temblar.
Él se percata de mis ojos asustados y cambia su expresión rabiosa, a una de conciliación. Toma mi rostro entre sus manos.
—Cariño, no había sentido esto por alguien antes. Es la primera vez que lo hago, por eso te juro que buscaré asesoría legal para divorciarme de ella. Te lo juro.
Está manipulándome. Lo sé. Su careta había caído ante mí en ese hotel, ante su horrible comportamiento al negármele. Era un ser despreciable con promesas falsas en su boca. No obstante, me sigue doliendo su contacto y la forma en la me mira. Una parte de mí quisiera que fuera verdad, la otra sabe que no lo es.
—Suel-sueltame — digo y este me libera. Emprendo mi ida de aquí.
—No te quiero cerca de otros tipos Lucía. De ninguno — amenaza a mis espaldas y congela mi cuerpo.
Tomo valor para tragarme los escalofríos de peligro que experimentó. Salgo del armario sintiéndome como una pila de basura temblorosa e impotente. Voy al baño y de los nervios me dedico a vomitar. Vaciando mi estómago es que encuentro una pizca de paz, apenas una pizca de paz. Una que va esfumándose al momento de lavar mi boca en el lavamanos, no estaba sola en este espacio.
—¿Qué tienes? ¿Estás bien? — pregunta Teresa preocupada.
—Estoy bien — menciono esquiva.
Ella no luce como que me cree.
—Tu madre quiere verte en su oficina — informa.
Perfecto, para empeorar un día que es un buen candidato para el peor del mes. Cierro la llave del agua.
—Iré…
Emprendo mi camino a la oficina de Recursos Humanos, esa en la que trabajaba mi madre, la licenciada Rosa. Ser llamada por mi madre en horario de trabajo nunca era un buen presagio que digamos. No exageraba al decir que ella me odiaba, es un hecho que puede comprobarse con el saludo que me da al entrar en su zona.
—¿No te sabes peinar como una persona decente? No sabes hacer nada. No pareces hija mía — exclama desde su escritorio.
Los comentarios de lo inservible que soy, lo descuidada que soy y lo estúpida que soy, son una normalidad para ella. No sirve defenderse o será una pelea más grande de la que pueda soportar. Es mejor ir directo al punto. Los que trabajan en familia, lo entenderían.
—¿Para qué me llamaste mamá?
—Necesito descontarte la mitad de tu quincena para abonar tu deuda conmigo — impone, así como así.
Quedó estupefacta, pestañeando con tal lentitud que me siento ridícula.
—No puedes hacerlo. Vivo con lo justo, y quedamos en que tomarías solo el 15% de lo que saqué a quincena — explico anonadada.
—Tengo más gastos este mes con la compra de la casa. Luis quiere invertir en una buena barbacoa — informa.
Si con las amenazas de Samuel estaba llorando por fuera, con este golpe bajo de mi madre lloraba por dentro. ¿Cómo podía tratarme de esta manera? Compartíamos la misma sangre, me había tenido en su vientre, pero prefería que su marido tuviese una buena barbacoa en su nueva casa en lugar de que su hija, su hija bilógica, pudiese pagar el alquiler este mes.
La deuda que tengo con Rosa proviene de un préstamo que le pedí el año pasado, fue para lograr independizarme finalmente. Siendo esta la única forma de poder realizarlo con mi sueldo. Además de devolverle su dinero, este préstamo tuvo el costo de comentarios despectivos y crueles hacia mis pobres finanzas. Fui una tonta al aceptar su dinero, tuve que pedirlo mejor a un banco o uno de esos matones de la calle, esos dos serían más benevolentes que ella. Tampoco tendrían acceso directo a tus ingresos.
—No seas malagradecida, no me mires de esta forma. ¿Si no fuera por mí dónde estarías? Mucho hice con tenerte en la casa siendo una mantenida por más de 20 años. Vete, vete.
Aprieto mis puños para no soltar mis lágrimas, y volteo para irme.
—Usa lo que tienes en las piernas con inteligencia, no lo des de gratis niña estúpida.
Confundida, le miro. Ella no despega sus ojos vidriosos del monitor de su computadora. Sus lentes están en la punta de su nariz.
—Romero anda hablando de cómo te le metiste en la cama. Pídele dinero a él que sí le sobra.
Las lágrimas que luche por no soltar se me salen, al igual que yo salgo de su oficina. Estrujo mis ojos para evitar llorar más de lo que lo hago, bajo mi cabeza, pero desearía tenerla enterrada en el piso.
—¿Lucía? — escucho decir a Jason.
—¿Ahora qué? — digo mirando al suelo.
—En la cafetería te espera una mujer, dice que te conoce y que quiere hablar contigo. Se llama Clara.
—¿Clara? — exclamo sorprendida e incentivada con su nombre.
Saber de Clara, era saber del estado de Leandro. Le agradezco a mi compañero y voy apresurada a la cafetería. Allí me estaba esperando en una de las mesas, con un mini pastel de aspecto colorido en su caja. Me acerco y compartimos un beso de saludo. Ocupo el asiento a su frente.
—Me alegra saber de ti. Estaba preocupada de que no atendieses mis llamadas. Temía lo peor con respecto a Leandro — le hago saber.
—Lo sé. Las últimas semanas han sido una odisea, de buenas y malas noticias. Pero con las piezas más o menos en orden, he encontrado la forma perfecta de recompensarte — dice sonriente.
No sé de qué habla. Lo muestro en mi rostro.
—Necesito que renuncies hoy mismo a este hospital y vengas conmigo a la mansión Brown — comenta solemne — Te contrataremos como enfermera de Leandro.
Una sola reacción es lógica para semejante propuesta.
—¿Cómo dices?
Desconcierto.
Estoy alegre de tener a Clara conmigo, de poder hacerle miles de preguntas sobre la salud de Leandro. Pero es complicado procesar lo que acaba de decirme, es absurdo lo que acaba de decirme, mejor dicho. —Clara… — analizo la mejor forma de rechazarla sin sonar grosera — no puedo renunciar a mi trabajo de años para ir con ustedes. Me gusta mi trabajo.Era una confesión sincera. Amaba mi trabajo en este hospital, tenía buenas compañeras, la mayoría de los pacientes eran agradecidos y era mi lugar seguro. Había sido el primer y único trabajo que había tenido.—Lucía… — imita los mismos movimientos que yo hice — No dudo de lo que dices, pero, es imposible que en este sitio te paguen más de lo que nosotros estamos dispuestos a pagarte como enfermera a domicilio.—¿Quieres que me interne en la casa de Leandro? — hablo extrañada — Han pasado tres semanas de su operación. ¿Qué tipo de asistencia necesita con el tiempo transcurrido?Es sospechoso que un hombre joven necesite de asistencia per
Pensar que con una recomendación directa iba a entrar en la mansión Brown como Pedro por su casa, fue ingenuo. Esta propuesta laboral no es una ordinaria como esperé, dando como resultado que, al siguiente día de mi llamada con Clara, fuese citada para una entrevista formal con la compañía encargada del equipo médico.Atravesé más que una entrevista exhaustiva y complicada, también me hicieron pruebas de sangre, examinaciones físicas y hasta un test psicológico. La peor parte no fue lo anterior, fue el examen oral al que fui sometida cuestionando mis conocimientos en enfermería. Las cejas levantadas comenzaron desde que mencioné de dónde me había graduado y dónde había trabajado.Me daba la impresión de que sus estándares eran elitistas porque sí, me había graduado de una universidad comunitaria, y había trabajado en un hospital en una zona pobre. No estaba acostumbrada a lidiar con pacientes de alto perfil, llegaron a recriminarme que no supiese inglés avanzado y que no hubiese traba
Evito demostrar mi desconcierto y procedo a entrar con la bandeja de medicinas. Saludo al doctor.—Buenos días doctor Smith. Buenos días Leandro — digo a ambos.—Buenos días Lucía. Un gusto tenerte en nuestro equipo — responde este.Es el único que responde, Leandro no ha dejado de ver por la inmensa ventana a su lado. Aquí me cuesta dejar de mirarle preocupada. ¿Es que no escuchaba?—¿Te explicaron la condición mental de Leandro?—¿Condición mental?—Suele recurrir a la disociación en momentos de confrontación con su familia. Especialmente en la presencia de su madre. Si estabas fuera y pudiste escuchar sus gritos, entenderás qué tipo de comportamiento ha adoptado.El profesional lo describe con suma paciencia, como si fuese una costumbre que esa señora le gritase. Su actitud es asombrosa considerando que se nota es mayor que la madre de Leandro, y en el interminable proceso de selección no pararon de remarcarme lo ridículamente bien capacitados que estaban en el equipo.—¿Sale de la
Leandro quiere ir a la cama, pero no se lo iba a dejar tan sencillo luego de horas de espera para interactuar con él. Se lo impido tomando el mando de su silla de ruedas. Mis misiones me las tomaba en serio, muy en serio.—¿Qué haces? — protesta.—Acompáñame a comer. Eres de los pacientes más silenciosos que he tenido en mucho. Me aburro — digo cualquier tontería para acomodarlo en la mesa que da con la ventana que me gustaba. Esa donde está la comida que nos trajeron hace horas.Ocupó un lugar en esta, dejo a un lado la sopa fría, y descubro el emparedado. Los olores que desprende son dignos de admiración. Una admiración exagerada que doy al picarle por la mitad.—El queso fundido y la salsa César se ven… — doy un mordisco dramático y gesticulo como no lo suelo hacer — Saben mejor de lo que esperaba. Whoa.Mi histrionismo da el resultado que esperaba.Si Leandro podía razonar, e ir al baño por su cuenta. ¿Por qué no habría de tener apetito? Moderado, pero apetito. Su carita de que el
Me la pasé cada minuto de la mañana maquinando conspiraciones entre Leandro y Clara mientras mi cuerpo hacía su trabajo. El asistir en el gimnasio a Manuel y Hugo con los masajes/ejercicios a nuestro paciente. No podía parar de relacionar cualquier comentario con la relación de ambos. Por ejemplo, los elogios sobre lo animado que parecía hoy, o lo bueno que sería que así fuesen todas las mañanas.¿Tanto había sido el cambio que le había propiciado la compañía de Clara? ¿Esta inyección de energía era común de recibir de una amiga o familiar? ¿Por qué le miraba de esa forma? Aparentaba lo que aparentaba ser, un hombro idiotizado por una mujer.Una mujer ajena.¿Ella le correspondía? ¿Habían tenido algo en el pasado o era en el presente o nada y aquí estaba yo mintiéndome donde no me incumbía?—¿Subimos? — me pregunta Hugo sacándome de mis dramas mentales injustificados.No era mi problema si esos dos tenían una aventura, yo era una empleada más. Una empleada a la que le tocaba hoy estar
La mañana está preciosa, así de preciosa que ando hipnotizada por su belleza mientras bebo de mi taza de café. Estoy enfocada en apreciar su belleza desde la ventana que da con el lavaplatos de la cocina de servicio, de fondo está el bullicio habitual de esta área de la mansión Brown de costumbre. —Hoy será mejor que ayer — me consuelo con una firme convicción. No podía dejar que mis sentimientos personales se interpusiesen en mi trabajo, este trabajo que había decido cambiaría mi vida para mejor. Leandro era mi paciente, yo era una de sus enfermeras. Era tan claro como el agua. —¿Qué se te ocurre para el almuerzo del patrón esta vez? — pregunta Suzy mientras se pone a mi lado con una tabla sobre la encimera para picar champiñones. —¿Sabes preparar hamburguesas? — le pregunto de vuelta con una sonrisa divertida. —¿Qué es lo siguiente? ¿Preguntarme si puedo freír un huevo? — responde sumamente ofendida en juego — Obviamente sé hacer hamburguesas. —No es que desconfié de tus habili
Leandro temiendo a apariciones era ridículo considerando que sus principales problemas estaban en condiciones físicas y reales. Por ejemplo, el estado de su pierna. Por ejemplo, esa fijación que tiene por Clara. Clara, la esposa de su primo.Pensando en ello, golpeo con más fuerza de la que debería la tostada con el cuchillo con mermelada. Esa que estoy untando para comer de cena en la cocina de servicio. Es de noche, como las diez. Más tarde de lo que debería cenar con un horario tan cómodo como el de hoy, sin embargo, al salir de mi turno con Leandro, me fui derecho a ver series en mi celular tirada en mi cama.—¿Fantasmas? Mis polainas — susurro como una viejita cascarrabias.Escucho un ruido de metal cayendo en el suelo. Volteo en automático.No había nadie. Lo que había caído era una bandeja de metal, estaba en el piso.De fondo, el pasillo que interconectaba con la estancia común, en la oscuridad tenue que había notado invadía la casa muy entrada la noche. Dejo la tostada en el
Escuchar los rumores que hay dentro del personal sobre la condición de Leandro, es fuerte y complicado de procesar. Suicidio. Un intento de suicidio no fue lo que le ocurrió a Leandro.—Chicas, yo sé que quién es Leandro, su fortuna y posición da pie a muchos rumores. Pero les puedo asegurar que lo que tuvo él, no fue un intento de suicidio — defiendo mi posición.No compro ni a Lulu, ni a Ana con mis palabras.—Lo dices porque a todos nos están ocultando información Lucía. Hasta a ti — asegura Lulu.—¿Por qué habrían de ocultarme que fue un intento de suicidio si tuve acceso a su condición médica? Cada fractura que tuvo, cada droga que entra en su cuerpo, yo la sé — les explico.Sigo sin comprarlas.—Hay algo que no debes saber. Porque a nosotras nos vinieron preguntando cosas la policía. A todo el personal de limpieza, cocina, seguridad y mantenimiento. ¿Para qué? — dice Ana.Recordar el aparatoso accidente de Leandro, me mantiene firme en mi posición.—Ese accidente que tuvo, fue g