«No me queda mucho tiempo y quisiera conocer a mi nieto antes de morir».
Enterarse de que su madre estaba enferma y de que tenía un tumor en el cerebro que era inoperable, había dejado a William en shock.
Llevaba dos horas sentado en la barra de un bar con la intención de ahogar en cada trago la nefasta noticia, pero a su mente llegaba la conversación una y otra vez.
—No puede ser —le dijo y negó con la cabeza, pero su madre comenzó a mostrarle informes médicos.
—No hay nada que hacer, hijo. Nunca tuve síntomas, todo ocurrió de repente.
—¡¿De repente?! —gritó y se arrepintió al instante—. Lo siento, madre, pero me niego a creer que no se pueda hacer nada. Iremos a los mejores doctores, te llevaré…
—El dinero no siempre compra la vida, Will. Antes de darte la noticia me aseguré de ver todas las posibilidades, no hay solución.
Odió ver la aceptación de su madre, desde que su padre había fallecido dos años atrás, no había vuelto a ser la misma. Parecía como si aquella noticia no le causara dolor, era como si saber su destino la aliviara.
—Madre, yo puedo…
Ella sonrió y le acarició la mejilla como cuando era un niño.
—Contra mi enfermedad no puedes hacer nada, pero sí podrías hacer algo por mí. Quisiera que cumplieras mi última voluntad.
William tragó el nudo atorado en la garganta. No recordaba la última vez había llorado o si alguna vez lo había hecho. Su padre siempre lo educó con mano dura, pero aquello lo estaba superando.
—Lo que sea, es tuyo —asintió sin esperarse lo que ella le iba a pedir.
—No me queda mucho tiempo y quisiera conocer a mi nieto antes de morir.
William apuró lo que quedaba de su bebida, pagó y salió del local sin que el alcohol hubiera hecho mella en su cuerpo.
«Tengo que hacerlo», pensó. Hablaría con Shirley, llevaban cinco años de relación, le había propuesto vivir juntos seis meses atrás porque pensaba formalizar el compromiso, pero no quería dar el paso hasta saber cómo sería la convivencia. Después de ese medio año, llegó a la conclusión de que era el momento y le pidió matrimonio a su novia.
Por ese motivo había visitado a su madre, deseaba contarle las noticias, pero nunca esperó que el sorprendido fuese él.
Mientras se dirigía hacia su casa, reflexionaba en cómo se lo diría a su novia. Nunca habían mencionado el tema de tener hijos. Tenía treinta años y hasta el momento no se sentía preparado.
Eran casi las once de la noche cuando llegó a su casa. Al abrir la puerta lo recibió el rostro enfurecido de Shirley. Tenía las manos en la cintura y gesticulaba mostrándole el teléfono.
—¡Te llamé cuarenta veces! ¡¿Dónde se supone que estabas metido, William?!
Intentó contestar, pero cuando su novia estaba en ese estado, era mejor dejarla soltar sus celos incontrolables.
Ella era una mujer preciosa, a Will le encantaba, sentía que ese deseo que siempre lo envolvía cuando estaba a su lado era amor. Tal vez el único defecto que le podía atribuir es que era celosa en exceso.
—Hoy no, Shirley. No estoy para tus escenas en este momento —se quejó, e intentó apartarla cuando ella se acercó como una fiera y comenzó a revisarle si tenía marcas de pintalabios en el cuello de su camisa.
—Hueles a perfume de mujer, has estado con una zorra, ¿no? —murmuró, con los labios temblando y los ojos humedecidos.
—Siéntate, tenemos que hablar.
Su actitud seria provocó que ella lo mirara sorprendida. Will siempre la trataba con cariño y ni sus escenas fuera de lugar conseguían que él le hablara en ese tono, pero en aquel momento su paciencia estaba agotada.
—Will, cariño, ¿qué ocurre? —dijo con preocupación y lo siguió hasta el sofá.
Ambos se sentaron y antes de hablar cerró un momento los ojos para ordenar sus pensamientos.
—Mi madre se está muriendo —soltó sin más preámbulos.
La reacción de su novia no fue lo que esperó. Frunció los labios como si algo la molestara para después hablar:
—¿Eso quiere decir que tendremos que retrasar la boda? Will, llevo esperando cinco años que me pidas matrimonio, me prometiste que nos casaríamos pronto.
—Te acabo de decir que mi madre se está muriendo y ¿eso es lo que te preocupa?
Shirley se llevó la mano a los labios como si estuviera muy afectada. Después lo abrazó hasta provocar que tuviera que apoyar la espalda en el respaldo del sofá y sentarla sobre sus piernas.
—Lo siento, mi amor, he sido tan desconsiderada. Estoy en shock, no puedo creer la noticia.
—Ella me ha pedido que le cumpla una última voluntad, cariño —susurró junto a su oído mientras se rendía a las caricias relajantes que Shirley le obsequiaba sobre sus hombros.
Subyugado por sus atenciones comenzó a perder la tensión que hasta el momento habían tenido sus músculos.
—Imagino que le dijiste que íbamos a casarnos y quiere que se celebre cuanto antes para estar presente. Así es la buena de Elena, siempre pensando en los demás antes que en sí misma. No te preocupes, me ocuparé de acelerarlo, contrataré a la mejor planificadora de bodas para que organice todo en el menor tiempo posible.
Will le agarró las manos y las separó de sus hombros para obligarla a que lo mirara.
—No es eso, no llegué a contarle de nuestro compromiso, pero eso ahora es lo de menos.
—¡¿Lo de menos?! ¿Cómo puedes decir eso?
William la observó por unos segundos e intentó justificar su actitud. Su madre y ella se llevaban muy bien, tal vez estaba tan afectada por la noticia que no sabía cómo reaccionar.
—Mi madre quiere conocer a su nieto antes de morir, sé que no hemos hablado de tener hijos, pero si vamos a casarnos tarde o temprano es algo que ocurrirá, solo debemos adelantarlo.
Shirley se levantó de un salto de su regazo y lo miró, retadora.
—Ni lo sueñes, Will. Tengo veintisiete años, no pienso estropear mi figura. Si ahora que luzco así, debo estar detrás de ti para que no me vayas engañando con la primera que se te cruza, imagina cuando todo esto se caiga —dijo, recorriendo su cuerpo con las manos.
Amaba a Shirley, estaba seguro. A pesar de ser tan superficial y celosa, era una buena mujer. En cualquier otro momento, habría aceptado sus condiciones con tal de hacerla feliz, pero había dado su palabra y no estaba dispuesto a incumplirla.
—Entonces, si no eres tú, lo será otra —siseó con enfado ante la mirada estupefacta de ella.
—¿Quieres aban-abandonarme? —tartamudeó y comenzó a llorar—. Eres tan inhumano.
Will sabía cómo iba a terminar esa conversación. Por ese motivo había pasado horas en el bar antes de enfrentarla, pero anticipándose a su respuesta creyó haber dado con una solución.
—No voy a dejarte, pero voy a cumplir la última voluntad de mi madre. Alquilaremos un vientre, buscaré a una mujer que quiera prestar su cuerpo a esta locura.
Sin dejarle responder, William se levantó del sofá y se marchó a una de las habitaciones de invitados. Esa noche dormiría solo porque no quería que ella lo convenciera de cambiar de opinión con sus artimañas sexuales.
Al día siguiente, sin falta, comenzaría a buscar a la mujer que llevaría a su hijo. Le pagaría lo que fuese necesario.
Kathleen estaba desesperada.Desde el accidente de tráfico que la había dejado huérfana de madre y con un padre en silla de ruedas, ella se había convertido en el único sostén de su casa.Tuvo que abandonar sus estudios para hacerse cargo de su padre y de su hermano pequeño cinco años atrás.Desde entonces, Kath era empleada de la compañía Hudson, una de las empresas tecnológicas más importantes del país. Su jefe, William Hudson, era uno de los empresarios que encabezaban la lista de los más adinerados y poderosos.Suspiró al recordar las contadas ocasiones en las que coincidió con él. Era un hombre guapo a la par de enigmático. Amable con todos los empleados sin importar a qué se dedicaran.En su primer día allí estaba tan nerviosa, que al verlo no pudo evitar tropezarse con la cubeta que usaba para limpiar el suelo de la entrada. Con el ruido que provocó, y el desastre del agua esparciéndose por las baldosas, quiso escapar de su humillación, pero terminó ocurriendo lo peor.Kathleen
Kathleen sabía que parecía un besugo con la boca abierta intentando procesar lo que su jefe acababa de decirle.Por más enamorada que hubiera estado siempre de él, no iba a permitir que creyera que podía comprar su cuerpo. Ella era una chica decente, le había confiado sus problemas porque él se lo había pedido, pero no para que la humillara de esa forma.Si quería acostarse con una mujer que lo hiciera con su novia, Kath sabía muy bien que tenía pareja. La había envidiado en silencio desde que comenzaron la relación. Siempre salían en la prensa y se veían muy enamorados, pero después de lo que le acababa de proponer ya lo dudaba.Esa fachada de hombre perfecto que siempre había imaginado se acababa de caer de un solo golpe.—¡¿Cómo se atreve?! —se defendió y comenzó a levantarse para huir de allí—. Yo no soy ese tipo de mujer.William la miró como si estuviera loca y le ordenó que se sentara de nuevo.—Siéntate.—No, señor, necesito el trabajo y el dinero, pero no pienso… Hmm, ¡prosti
William decidió salir de su oficina unas horas después, le había dicho a su secretaria que anulara todos sus compromisos de ese día y que si ocurría algo urgente lo llamara.En aquel momento, solucionar el tema de ser padre era lo más importante.Primero se dirigió a la oficina de personal para hablar con Roger, el encargado de los empleados, y pedirle todas las referencias que tuviera de Kathleen.—¡Señor Hudson! —lo recibió Roger con asombro—. ¿En qué puedo ayudarlo?Ese hombre ya trabajaba allí cuando su padre aún vivía y era de su total confianza.—Quería que me dieras información sobre una de las empleadas.—Sí, claro, ¿ocurrió algo?William negó con la cabeza.—Se llama Kathleen —intentó recordar su apellido, pero nunca llegó a preguntárselo—. Ella se ocupa…No le dio tiempo a terminar su frase, cuando una sonrisa se dibujó en el rostro de Roger. La expresión afable del hombre, le hizo presagiar que lo que tenía que contar era bueno.—Es una excelente joven, por eso le encomendé
Kathleen no podía creer lo que acababa de ocurrir.Se encontraba saliendo del banco junto con su jefe. Ese hombre estaba loco, no solo había conseguido que descongelaran su cuenta. Además, había liquidado la deuda de los meses atrasados de la hipoteca y completó el pago de la casa.Ella debía estar soñando, lo que acababa de vivir era imposible que fuese real.—No sé cómo agradecérselo, señor Hudson —le dijo cuando por fin estuvieron en la calle—. Le prometo que trabajaré sin descanso para pagárselo todo. Puede descontarme todos los meses de mi nómina y…—Kathleen —la detuvo y, sin que lo esperara, le sujetó ambas manos—. Perdón, estabas gesticulando mucho y me ponías nervioso.—Lo siento, señor Hudson —murmuró y agachó la cabeza, avergonzaba.—Creo que podrías comenzar a llamarme William, vamos a pasar mucho tiempo juntos. Ahora ven, te llevaré a la clínica para que te hagan algunas pruebas y no aseguremos de que todo esté bien.Kath sintió un calor que se expandía por su cuerpo. Él
Shirley no podía creer que William se hubiera presentado en la cafetería donde estaba compartiendo un desayuno con sus amigas. Casi sin saludar a nadie entró, la hizo levantarse y se despidió mostrando esa sonrisa que tantas veces le había dicho que era solo para ella. ¿Acaso no se daba cuenta de que cuando sonreía de esa no había mujer que no se derritiera a sus pies? Después, sin darle más explicaciones, la había hecho subir a su coche… ¡En el asiento de atrás! No podía creerlo, ese mujeriego se había atrevido a llevar a otra mujer junto a él y tenía el descaro de restregárselo en la cara. Esa gata, que no tenía comparación alguna con su belleza, había pasado todo el camino disculpándose y rogándole a William que cambiaran de lugar, pero él se había negado. Estaba furiosa. A lo largo del trayecto no dejó de escuchar una y otra vez: ¿Kath estás cómoda? ¿Kath quieres que suba el clima? ¿Kath si tienes frío puedo poner la calefacción? ¿Kath qué música te gusta? —Vamos, no seas tími
Después de escuchar la opinión del doctor, Will pidió hablar con Shirley para convencerla. Necesitaba que ella entendiera su punto de vista y que comprendiera que nada cambiaría en su relación. —¿Podría dejarme un momento a solas con mi prometida? Una vez que todo quedara aclarado con Shirley, hablaría de nuevo con el doctor, ya buscaría la forma de convencer a Kathleen. Sabía que todo se había complicado, pero no podía rendirse cuando estaba tan cerca de conseguir el objetivo. —Claro, señor Hudson. Háblelo con su pareja y si cambian de opinión, no duden en decírmelo. En cuanto el afable hombre se marchó, enfrentó a Shirley.—No pienso dejar que me humilles de esta forma, Will. Ya escuchaste, en este momento soy estéril, pero en futuro todo cambiará. ¿Acaso piensas desecharme por eso? William la agarró del brazo y se la llevó hasta el fondo del consultorio. Su prometida cuando se enfadaba comenzaba a gritar y no quería que Kath pudiera escucharla. —Espero que no montes un espectá
Will se sentía bastante nervioso, había dejado a Kathleen acostada en una camilla y varias enfermeras la estaban preparando. Él había salido para darle la privacidad necesaria y porque no se sentía bien con su conciencia. —William, sabes que esto no está bien —la voz del doctor se escuchó a su espalda—. Debes decirle a esa chica que los óvulos que se usarán son los suyos. Ella será la madre biológica y no es ético que me obligues a hacerlo. Si se llega a saber mi carrera estará en peligro.Al parecer su conciencia también sabía hablar, además de estar dándole una terrible jaqueca. —¿Ahora me llamas William? Antes era señor Hudson —se quejó y miró a ese hombre que conocía desde niño—. Yo lo solucionaré, tú hazlo, hablaré con Kathleen cuando sea el momento. —Ahora no hay nadie y puedo hablarte como si lo hiciera con mi hijo. Esto que haces no es correcto. —Pero lo harás, sabes que estás en deuda conmigo y que me lo debes. Yo te ayudé cuando más lo necesitabas, recuerda, cuando tu ca
Durante todo el trayecto, Kathleen no fue capaz de decir más que un par de monosílabos. Aunque William se empeñaba en darle conversación y se interesaba una y otra vez en su salud, ella se dedicó a lanzar gruñidos como si fuera un perro. Estaba muy nerviosa, sabía lo que seguiría a continuación, él conocería su casa, a su familia. Su jefe no encajaba en interior de su humilde hogar, su padre se preguntaría por qué ese hombre se encontraba allí. Ella solo era la chica de la limpieza, alguien fácil de sustituir por otra persona. ¿Cómo iba a creer su padre que estaría fuera varios meses por trabajo? Porque Will se empeñaba en que se mudara a vivir con él desde el mismo momento en que el proceso se completara. —¿En qué piensas Kath? Te ves muy seria, ¿de verdad te sientes bien? —dijo, mirándolo de reojo, sin perder la atención en la carretera—. Sabes que si puedo hacer algo por ti solo debes de pedirlo. «Podrías comportarte como un imbécil para desengañarme y dejar de estar así de ena