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Un vientre de alquiler para el CEO
Un vientre de alquiler para el CEO
Por: Madison Scott
Si no eres tú, será con otra

«No me queda mucho tiempo y quisiera conocer a mi nieto antes de morir».

Enterarse de que su madre estaba enferma y de que tenía un tumor en el cerebro que era inoperable, había dejado a William en shock.

Llevaba dos horas sentado en la barra de un bar con la intención de ahogar en cada trago la nefasta noticia, pero a su mente llegaba la conversación una y otra vez.

—No puede ser —le dijo y negó con la cabeza, pero su madre comenzó a mostrarle informes médicos.

—No hay nada que hacer, hijo. Nunca tuve síntomas, todo ocurrió de repente.

—¡¿De repente?! —gritó y se arrepintió al instante—. Lo siento, madre, pero me niego a creer que no se pueda hacer nada. Iremos a los mejores doctores, te llevaré…

—El dinero no siempre compra la vida, Will. Antes de darte la noticia me aseguré de ver todas las posibilidades, no hay solución.

Odió ver la aceptación de su madre, desde que su padre había fallecido dos años atrás, no había vuelto a ser la misma. Parecía como si aquella noticia no le causara dolor, era como si saber su destino la aliviara.

—Madre, yo puedo…

Ella sonrió y le acarició la mejilla como cuando era un niño.

—Contra mi enfermedad no puedes hacer nada, pero sí podrías hacer algo por mí. Quisiera que cumplieras mi última voluntad.

William tragó el nudo atorado en la garganta. No recordaba la última vez había llorado o si alguna vez lo había hecho. Su padre siempre lo educó con mano dura, pero aquello lo estaba superando.

—Lo que sea, es tuyo —asintió sin esperarse lo que ella le iba a pedir.

—No me queda mucho tiempo y quisiera conocer a mi nieto antes de morir.

William apuró lo que quedaba de su bebida, pagó y salió del local sin que el alcohol hubiera hecho mella en su cuerpo.

«Tengo que hacerlo», pensó. Hablaría con Shirley, llevaban cinco años de relación, le había propuesto vivir juntos seis meses atrás porque pensaba formalizar el compromiso, pero no quería dar el paso hasta saber cómo sería la convivencia. Después de ese medio año, llegó a la conclusión de que era el momento y le pidió matrimonio a su novia.

Por ese motivo había visitado a su madre, deseaba contarle las noticias, pero nunca esperó que el sorprendido fuese él.

Mientras se dirigía hacia su casa, reflexionaba en cómo se lo diría a su novia. Nunca habían mencionado el tema de tener hijos. Tenía treinta años y hasta el momento no se sentía preparado.

Eran casi las once de la noche cuando llegó a su casa. Al abrir la puerta lo recibió el rostro enfurecido de Shirley. Tenía las manos en la cintura y gesticulaba mostrándole el teléfono.

—¡Te llamé cuarenta veces! ¡¿Dónde se supone que estabas metido, William?!

Intentó contestar, pero cuando su novia estaba en ese estado, era mejor dejarla soltar sus celos incontrolables.

Ella era una mujer preciosa, a Will le encantaba, sentía que ese deseo que siempre lo envolvía cuando estaba a su lado era amor. Tal vez el único defecto que le podía atribuir es que era celosa en exceso.

—Hoy no, Shirley. No estoy para tus escenas en este momento —se quejó, e intentó apartarla cuando ella se acercó como una fiera y comenzó a revisarle si tenía marcas de pintalabios en el cuello de su camisa.

—Hueles a perfume de mujer, has estado con una zorra, ¿no? —murmuró, con los labios temblando y los ojos humedecidos.

—Siéntate, tenemos que hablar.

Su actitud seria provocó que ella lo mirara sorprendida. Will siempre la trataba con cariño y ni sus escenas fuera de lugar conseguían que él le hablara en ese tono, pero en aquel momento su paciencia estaba agotada.

—Will, cariño, ¿qué ocurre? —dijo con preocupación y lo siguió hasta el sofá.

Ambos se sentaron y antes de hablar cerró un momento los ojos para ordenar sus pensamientos.

—Mi madre se está muriendo —soltó sin más preámbulos.

La reacción de su novia no fue lo que esperó. Frunció los labios como si algo la molestara para después hablar:

—¿Eso quiere decir que tendremos que retrasar la boda? Will, llevo esperando cinco años que me pidas matrimonio, me prometiste que nos casaríamos pronto.

—Te acabo de decir que mi madre se está muriendo y ¿eso es lo que te preocupa?

Shirley se llevó la mano a los labios como si estuviera muy afectada. Después lo abrazó hasta provocar que tuviera que apoyar la espalda en el respaldo del sofá y sentarla sobre sus piernas.

—Lo siento, mi amor, he sido tan desconsiderada. Estoy en shock, no puedo creer la noticia.

—Ella me ha pedido que le cumpla una última voluntad, cariño —susurró junto a su oído mientras se rendía a las caricias relajantes que Shirley le obsequiaba sobre sus hombros.

Subyugado por sus atenciones comenzó a perder la tensión que hasta el momento habían tenido sus músculos.

—Imagino que le dijiste que íbamos a casarnos y quiere que se celebre cuanto antes para estar presente. Así es la buena de Elena, siempre pensando en los demás antes que en sí misma. No te preocupes, me ocuparé de acelerarlo, contrataré a la mejor planificadora de bodas para que organice todo en el menor tiempo posible.

Will le agarró las manos y las separó de sus hombros para obligarla a que lo mirara.

—No es eso, no llegué a contarle de nuestro compromiso, pero eso ahora es lo de menos.

—¡¿Lo de menos?! ¿Cómo puedes decir eso?

William la observó por unos segundos e intentó justificar su actitud. Su madre y ella se llevaban muy bien, tal vez estaba tan afectada por la noticia que no sabía cómo reaccionar.

—Mi madre quiere conocer a su nieto antes de morir, sé que no hemos hablado de tener hijos, pero si vamos a casarnos tarde o temprano es algo que ocurrirá, solo debemos adelantarlo.

Shirley se levantó de un salto de su regazo y lo miró, retadora.

—Ni lo sueñes, Will. Tengo veintisiete años, no pienso estropear mi figura. Si ahora que luzco así, debo estar detrás de ti para que no me vayas engañando con la primera que se te cruza, imagina cuando todo esto se caiga —dijo, recorriendo su cuerpo con las manos.

Amaba a Shirley, estaba seguro. A pesar de ser tan superficial y celosa, era una buena mujer. En cualquier otro momento, habría aceptado sus condiciones con tal de hacerla feliz, pero había dado su palabra y no estaba dispuesto a incumplirla.

—Entonces, si no eres tú, lo será otra —siseó con enfado ante la mirada estupefacta de ella.

—¿Quieres aban-abandonarme? —tartamudeó y comenzó a llorar—. Eres tan inhumano.

Will sabía cómo iba a terminar esa conversación. Por ese motivo había pasado horas en el bar antes de enfrentarla, pero anticipándose a su respuesta creyó haber dado con una solución.

—No voy a dejarte, pero voy a cumplir la última voluntad de mi madre. Alquilaremos un vientre, buscaré a una mujer que quiera prestar su cuerpo a esta locura.

Sin dejarle responder, William se levantó del sofá y se marchó a una de las habitaciones de invitados. Esa noche dormiría solo porque no quería que ella lo convenciera de cambiar de opinión con sus artimañas sexuales.

Al día siguiente, sin falta, comenzaría a buscar a la mujer que llevaría a su hijo. Le pagaría lo que fuese necesario.

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