Lo tengo que pensar

Kathleen sabía que parecía un besugo con la boca abierta intentando procesar lo que su jefe acababa de decirle.

Por más enamorada que hubiera estado siempre de él, no iba a permitir que creyera que podía comprar su cuerpo. Ella era una chica decente, le había confiado sus problemas porque él se lo había pedido, pero no para que la humillara de esa forma.

Si quería acostarse con una mujer que lo hiciera con su novia, Kath sabía muy bien que tenía pareja. La había envidiado en silencio desde que comenzaron la relación. Siempre salían en la prensa y se veían muy enamorados, pero después de lo que le acababa de proponer ya lo dudaba.

Esa fachada de hombre perfecto que siempre había imaginado se acababa de caer de un solo golpe.

—¡¿Cómo se atreve?! —se defendió y comenzó a levantarse para huir de allí—. Yo no soy ese tipo de mujer.

William la miró como si estuviera loca y le ordenó que se sentara de nuevo.

—Siéntate.

—No, señor, necesito el trabajo y el dinero, pero no pienso… Hmm, ¡prostituirme!

La carcajada del señor Hudson la obligó a detenerse y mirarlo con los ojos entrecerrados. ¿Se estaba riendo de ella?

—Obedece y siéntate —dijo en ese tono de yo soy el jefe aquí y ni se te ocurra hacer lo contrario.

Kathleen colocó los brazos sobre su pecho en posición defensiva, pero accedió a volver a su asiento.

—Señor Hudson, sentada, le repito que mis «favores» no se pagan con dinero.

Tal vez si él le hubiera dicho que se había enamorado de ella como Kath lo estaba de él, habría caído rendida en sus brazos.

—Kathleen, creo que lo mejor es que guardes silencio y me permitas explicarme. Si continúas diciendo ese tipo de insensateces, puede que, cuando entiendas todo, te sientas un poco humillada.

Ella bufó y alzó el rostro, desafiante. Sí, era tímida, le gustaba ese hombre más de lo que podía reconocerse a sí misma y a su corazón, pero si algo la enfurecía era que la gente se aprovechara de las personas de pocos recursos. Estaba muy desilusionada, nunca creyó que William sería de ese tipo de personas.

Debía dejar de idealizarlo como a un príncipe azul.

—Explíquese entonces —murmuró intentando mantener la dignidad intacta, aunque con eso perdiera el trabajo, pero su voz se fue convirtiendo en un susurro cuando esos ojos negros se clavaron en los suyos.

«Tal vez, una sola noche…», pensó para su propio estupor. No podía creer que estuviera meditando la idea de acostarse con él por dinero. «Porque no lo haría por dinero, lo haría por conservar el maravilloso recuerdo y vivir de ese momento de felicidad», se recordó a sí misma.

—Lo primero que debes saber, antes de explicarte con más detalle, es que no me atraes como mujer. No quiero acostarme contigo.

Aquello la hizo apretar los labios y evitar que un gemido de vergüenza saliera por ellos. Sus mejillas se enrojecieron y sintió que su cabeza ardía.

—Muy bien, porque usted tampoco me atrae —mintió para defenderse e hizo un mohín que a William le debió resultar gracioso porque comenzó a reírse.

—Esto debo contárselo a Shirley, ella siempre dice que todas las mujeres caen a mis pies —la mención de su novia le provocó a Kath un nudo en el estómago—. Bueno, ahora que ya aclaramos este malentendido, necesito que esta conversación no salga de aquí. Te haré firmar un contrato de confidencialidad y si aceptas mi propuesta firmarás otro con los términos de nuestro acuerdo.

En esa ocasión, fue Kath la que moría de curiosidad. Aquel día parecía surrealista. La primera vez que hablaba más de dos palabras con aquel hombre y sucedía eso.

—Adelante, lo escucho —dijo haciendo el mismo movimiento con la mano que él había hecho con anterioridad.

—Necesito una mujer que esté sana y no le importe embarazarse de un hijo mío… Por inseminación artificial, por supuesto. A cambio, solucionaré el problema que tienes con el banco, me ocuparé de la salud de tu padre, de los estudios de tu hermano y no tendrás que trabajar mientras dure el embarazo, no quiero que nada interfiera con el proceso.

«El proceso», repitió en su cabeza. Hablaba de un hijo como de una transacción económica. Kath tenía mil preguntas que hacerle, pero se decidió por la menos importante.

—¿Por qué no lo tiene con su novia?

William frunció el ceño y no le dio la respuesta que buscaba.

—Eso no es de tu incumbencia. Te estoy ofreciendo un intercambio en el que los dos saldremos ganando, piensa en ello como en nueve meses de un trabajo que te solucionará la vida. Después de que se cumpla el contrato, nadie tendrá que enterarse de lo ocurrido, tu vida continuará como siempre con la diferencia de que no tendrás que preocuparte por el dinero durante mucho tiempo.

—¿Cómo podría continuar mi vida como siempre si tendré que cuidar de mi bebé? —preguntó con ingenuidad.

Una media sonrisa se asomó a las facciones de William.

—Creo que no has entendido. Tú solo debes poner… Tu matriz. El hijo será de Shirley y mío, tu trabajo consiste en lograr que nazca sano, pero no tendrá tu ADN, ¿comprendes? Una vez que haya nacido, te olvidarás de él, su madre no serás tú.

Kathleen no supo por qué aquello le dolió. Ella sí quería tener hijos, cuando encontrara al hombre perfecto y se olvidara de ese tonto enamoramiento que tenía con su jefe, pero sabía que eso no ocurriría pronto ni estaba en condiciones económicas para ser madre.

—Si yo accedo, usted pagará lo que le debo al banco…

—Sí, si tú accedes no perderás tu casa y me aseguraré de que tú y tu familia estén muy bien. ¿Aceptas?

William sentía la satisfacción recorrer su cuerpo. No podía creer que aquello hubiera resultado tan fácil. Estaba muy claro que esa chica iba a aceptar.

No le gustaba aprovecharse de los problemas económicos de los más desfavorecidos, pero nunca pensó que la solución le llegara con tanta rapidez y facilidad. Si sus pensamientos no hubieran sido tan fáciles de leer, él podría haber negociado mucho más. Estaba dispuesto a pagar lo que hiciera falta con tal de cumplir la última voluntad de su madre.

La joven asintió con la cabeza como si lo estuviera procesando y después lo miró.

—Está bien, señor, lo pensaré y le daré una respuesta.

Con la mirada perdida y con un aspecto de desolación, la observó levantarse de la silla y agarrar sus instrumentos de limpieza.

¿Le había dicho que lo tenía que pensar? Iba a detenerla y seguir insistiendo hasta que aceptara cuando Kathleen salió por la puerta.

—¡Y encima no termina de recoger mi oficina! Bah, mujeres.

Malhumorado por el resultado obtenido, decidió que no iba a rendirse. Le gustaba aquella chica para llevar a cabo el trabajo. No sabía por qué, tenía algo, quizá la inocencia o la falta de maldad que podía ver en ella, pero algo le hacía sentir que debía ser ella y nadie más.

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