Después de escuchar la opinión del doctor, Will pidió hablar con Shirley para convencerla. Necesitaba que ella entendiera su punto de vista y que comprendiera que nada cambiaría en su relación. —¿Podría dejarme un momento a solas con mi prometida? Una vez que todo quedara aclarado con Shirley, hablaría de nuevo con el doctor, ya buscaría la forma de convencer a Kathleen. Sabía que todo se había complicado, pero no podía rendirse cuando estaba tan cerca de conseguir el objetivo. —Claro, señor Hudson. Háblelo con su pareja y si cambian de opinión, no duden en decírmelo. En cuanto el afable hombre se marchó, enfrentó a Shirley.—No pienso dejar que me humilles de esta forma, Will. Ya escuchaste, en este momento soy estéril, pero en futuro todo cambiará. ¿Acaso piensas desecharme por eso? William la agarró del brazo y se la llevó hasta el fondo del consultorio. Su prometida cuando se enfadaba comenzaba a gritar y no quería que Kath pudiera escucharla. —Espero que no montes un espectá
Will se sentía bastante nervioso, había dejado a Kathleen acostada en una camilla y varias enfermeras la estaban preparando. Él había salido para darle la privacidad necesaria y porque no se sentía bien con su conciencia. —William, sabes que esto no está bien —la voz del doctor se escuchó a su espalda—. Debes decirle a esa chica que los óvulos que se usarán son los suyos. Ella será la madre biológica y no es ético que me obligues a hacerlo. Si se llega a saber mi carrera estará en peligro.Al parecer su conciencia también sabía hablar, además de estar dándole una terrible jaqueca. —¿Ahora me llamas William? Antes era señor Hudson —se quejó y miró a ese hombre que conocía desde niño—. Yo lo solucionaré, tú hazlo, hablaré con Kathleen cuando sea el momento. —Ahora no hay nadie y puedo hablarte como si lo hiciera con mi hijo. Esto que haces no es correcto. —Pero lo harás, sabes que estás en deuda conmigo y que me lo debes. Yo te ayudé cuando más lo necesitabas, recuerda, cuando tu ca
Durante todo el trayecto, Kathleen no fue capaz de decir más que un par de monosílabos. Aunque William se empeñaba en darle conversación y se interesaba una y otra vez en su salud, ella se dedicó a lanzar gruñidos como si fuera un perro. Estaba muy nerviosa, sabía lo que seguiría a continuación, él conocería su casa, a su familia. Su jefe no encajaba en interior de su humilde hogar, su padre se preguntaría por qué ese hombre se encontraba allí. Ella solo era la chica de la limpieza, alguien fácil de sustituir por otra persona. ¿Cómo iba a creer su padre que estaría fuera varios meses por trabajo? Porque Will se empeñaba en que se mudara a vivir con él desde el mismo momento en que el proceso se completara. —¿En qué piensas Kath? Te ves muy seria, ¿de verdad te sientes bien? —dijo, mirándolo de reojo, sin perder la atención en la carretera—. Sabes que si puedo hacer algo por ti solo debes de pedirlo. «Podrías comportarte como un imbécil para desengañarme y dejar de estar así de ena
Cuando llegaron a su barrio, Kathleen intentó encogerse en el asiento para pasar desapercibida. Podía ver a través de los cristales a sus vecinos observando aquel coche demasiado lujoso para la humildad que se respiraba allí. —No hace falta que te escondas, tú puedes verlos, pero ellos a ti no —escuchó la voz de Will y se notaba molesto, algo rato en él, ya que siempre parecía estar de buen humor—. No sabía que te avergonzara que te vieran conmigo. Kath lo miró sin entender, hasta que el significado de sus palabras se aclaró en su mente. —Oh, no, señor Hudson, no es eso —quiso explicarse, pero su jefe se mostraba demasiado serio. —Tal vez tenga un novio oculto y no desee que la vea conmigo, lo entiendo, señorita Olsen —la formalidad en su tono, cuando momentos antes había estado abrazada a él y en su regazo, la descolocó. ¿Qué había hecho mal?—Yo no… No tengo ningún novio oculto —se apresuró a aclarar, aunque hubiera querido tener uno para que William no le provocara tantas sens
Shirley no pensaba permitir que William y esa gata de Kathleen se salieran con la suya. Si su novio creía que ella iba a dejar que usurparan su lugar es que no la conocía lo suficiente. Ella no quería ser madre, pero tampoco deseaba que lo fuera otra en su lugar. Poco le importaba que fuese la voluntad de esa vieja de Elena. ¡Qué se muriera! ¡¿Qué más le daba a ella?! Estaba cansada de tener que fingir adorarla y más cansada del comportamiento de William. Si no fuera porque Will le daba la vida que a ella tanto le gustaba, hacía mucho tiempo que lo hubiera dejado, pero Shirley no pensaba abandonarlo y dejarle el camino libre a esa gata. Podría ser interesada, pero jamás estúpida. Podía ver los ojitos de enamoramiento en esa mujer y ella iba a sacarla de su camino, de un solo pisotón, como la cucaracha que era. —Señora Pearson, ¿qué la trae por aquí? —preguntó el doctor con una ceja alzada—. Si viene a preguntar por el proceso de fecundación ya le avisé al señor Hudson de que yo me
Will no podía asimilar la llamada del doctor. Como tampoco podía comprender que la noticia le hiciera sentir tan mal. Comprendía a Kathleen, para ella el golpe había sido doloroso, por eso había accedido a llevarla con él. Y si se sinceraba consigo mismo, si ella no se lo hubiese pedido él habría buscado la forma de convencerla de acompañarlo. La compañía de esa mujer le daba demasiada paz, cuando estaba con ella podía dejar de ser el hombre de negocios y ser solo Will. Por eso, saber que no podría llevar a cabo sus planes con Kath, lo había dejado hundido. No se veía buscando otra mujer para cumplir el último deseo de su madre, pero debía hacerlo. Se llevó a los labios la sexta copa, mientras su acompañante todavía iba por la primera y cuando bebía arrugaba toda la cara como si estuviera lamiendo un limón. —Kath, kath, Kath —repitió su nombre como si lo degustara en su lengua—. Bebe, las penas con alcohol son menos. —Señor Hudson, yo no… Yo no estoy acostumbrada a beber, no cre
Kathleen había bebido, pero no lo suficiente para no saber qué estaba ocurriendo. El alcohol ingerido solo la obligó a hacerse más consciente de sus sentimientos, de lo mucho que le dolía no poderle dar un hijo. La bebida engulló su dignidad y su honorabilidad, porque en ese momento no pensaba en nadie más que en ella misma. Los labios de Will sobre los suyos estaban haciendo estragos en su cuerpo, no podía ni quería detenerse. Una noche, le había dicho él y ella lo había entendido a la perfección. Tenía esa noche para amarlo y ya recogería los pedazos de su corazón roto en la mañana. Al día siguiente se enfrentaría a la dichosa realidad. Su jefe solo la quería para un desahogo y ella para toda la vida. Chocaron con las puertas del elevador cuando estas se abrieron, pero ni así dejaron de besarse y recorrerse con las manos. Una pareja de ancianos se cruzó en su camino y escuchó a la mujer dar un grito. Kath se escondió en el pecho de Will y él, en lugar de avergonzarse, la alzó e
William despertó con un fuerte dolor de cabeza. La noche anterior se había excedido con el alcohol y su cuerpo pagaba las consecuencias en ese momento. Parpadeó varias veces para ir acostumbrando a su vista a la luz que entraba por la ventana. «¡Un momento! ¿Es de día? Dios, me quedé dormido», pensó e intentó moverse, pero tenía un cuerpo femenino apretado contra él. El calor tan agradable que desprendía le hizo acurrucarse con la mujer y abrazarla con más fuerza. —No quiero levantarme —musitó en voz baja—. Se está tan bien aquí —ronroneó como un gato y sintió un leve movimiento a su lado—. Shirley, no quisiera dejarte, pero debo ir a… ¿Shirley? William abrió los ojos de golpe sin importar que la luz le provocara un intenso dolor de cabeza. El cabello que caía sobre su pecho no era rubio, era castaño y el cuerpo menudo que dormía a su lado nada tenía que ver con el voluptuoso y lleno de curvas de su prometida. Las imágenes de la noche anterior llegaron una tras otra provocando q